Iniciativa "Blog Colaboradores"
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Leonardo
empezó a contar sus pasos nada más sintió el suelo de madera bajo sus pies. Las
tablas crujían casi sin provocación y el chico no pudo evitar preguntarse
cuántos años tendría esa casa y si el viejo alguna vez se habría dado el
trabajo de pasarle algo de cera al suelo. Probablemente no.
El chico
no dijo una palabra mientras avanzaba por el vestíbulo. Desde allí, no se
escuchaban los ruidos de la calle ni el rumor de los vehículos. Ni siquiera el
ladrido de un perro. Era como si las paredes, de la misma madera vieja y roída,
imperturbables, hubieran cortado el paso a la luz y el sonido que venía desde afuera.
Olía a humedad. Las ventanas del primer piso no dejaban pasar la luz, porque
estaban cubiertas de unas cortinas gruesas y oscuras. Leonardo no sabía si esa
era la disposición original de la casa, pero todo a su alrededor decía
ausencia. Silencio.
Allí no
vivía nadie.
—Eché
algo de desinfectante —dijo la señora que lo había recibido. Tenía las manos
juntas delante de su regazo y caminaba como si ambos fueran unos intrusos en
tierra sagrada. A Leonardo la idea le desagradó—. Limpié algunos muebles…
—continuó cuando no obtuvo respuesta—. Pero no me atreví a… tocar sus cosas en
la segunda planta.
Leonardo
asintió, pero no dijo nada. Era evidente que aquella anciana quería hablar,
pero él no sabía cómo podía intervenir en esa conversación con algo que no
fuera mover la cabeza o murmurar “Hmm” sin abrir la boca. Ni siquiera sabía
cómo se llamaba la mujer. Aunque quizás lo verdaderamente importante de todo
eso era que no le importaba. Nada de eso le interesaba. Ni la casa, ni la
anciana, ni el viejo muerto. Pero estaba ahí.
El chico
siguió caminando por la planta. Notó que había pocos muebles y que había
grietas en algunas paredes. La pintura estaba descascarada en las esquinas de
la sala de estar y la madera se había erosionado en el suelo. Un par de tablas
estaban sueltas. Sin embargo, la señora había dicho la verdad: no había polvo
sobre las superficies de los muebles y el aire olía a aerosol. Era como si la
casa entera se encorvara sobre ellos para observarlos y respirara con
desaprobación. El techo era alto y los espacios eran amplios, pero Leonardo se
sentía demasiado ancho, como si los hombros le rozaran las esquinas del techo.
Como si la cabeza, de un momento a otro, fuera a chocar contra la pintura vieja
del techo.
—Era un
hombre muy solo, ¿sabe? —dijo la señora y Leonardo esta vez la miró con una
expresión que él pensó que era imperturbable—. No salía de casa. No hablaba con
sus vecinos. Se la pasaba metido en su cuartucho, pintando. —Leonardo frunció
el ceño, pero la señora pareció no darse cuenta—. Cuando yo venía, me saludaba
con mucho cariño. —Ella sonrió y las arrugas de las mejillas sonrieron con
ella—. No lo visitaba nadie más. Sus hijos… —Se interrumpió con brusquedad y se
miró los zapatos de lona—. Creo que murió de pena…
Dejó la
frase en el aire. A Leonardo se le hizo como una acusación cobarde y puso mala
cara de inmediato. Ahí estaba el retrato del viejo que la anciana había pintado
para sí misma: la de un noble y extravagante anciano solo y triste, sin
familia, hundido en su miseria. Una víctima del egoísmo de sus hijos, de la
ambición de sus mujeres, de la injusticia de la vida. Todo pintado en gris y
azul, todo envuelto en una bruma de nostalgia y recogimiento. Vaya montón de
mierda.
—Si se
murió solo, fue porque el cabrón abandonó a todos los que alguna vez fueron su
familia —espetó Leonardo. Una tabla especialmente desvencijada crujió incluso
más fuerte cuando el chico pisó sobre ella. Rojo explotó sobre el retrato y se
chorreó hasta el suelo. La señora soltó un grito ahogado y se le encendieron
las mejillas de un brillante color rosado. Sin embargo, antes de que abriera la
boca para abofetearlo con una sarta de gritos y acusaciones, Leonardo se le
adelantó y puso una capa de blanco a toda esa conversación—. Es mejor que siga
por mi cuenta. Le informaré cuando salga.
La
señora pareció debatirse unos segundos entre echar de la casa a ese mocoso —y
la palabra casi parecía deletrearse en sus ojos—, gritonearle hasta sacar todo
el picor de su garganta o aceptar lo que él le proponía. Ambos se miraron unos
instantes, como personas criadas para ser hipócritas y educadas. A Leonardo la
idea casi le hizo gracia. La señora asintió.
—Muy
bien, estaré en esa habitación. Me avisa cuando termine.
Leonardo
la vio alejarse y, aunque adentro de la casa no sentía nada de calor, se llevó
una mano a la nuca para secarse el sudor que se le había acumulado debajo del
cabello. Una pesada sensación de amargura se le instaló entre las costillas,
pero no le hizo caso. Lo señora tenía que escuchar la verdad.
El chico
se dio un par de vueltas unos minutos antes de encontrar la cocina. Nuevamente,
todas las superficies estaban limpias, todo blanco, inmaculado, todo en su
sitio, sin manchas, sin utensilios desparramados ni botellas con agua para
hacer zumos en polvo ni canastas con pan del día anterior. Allí no comía nadie.
Leonardo
se sirvió un vaso de agua de la llave, un poco sorprendido porque no hubieran
cortado el servicio todavía y se apoyó en la encimera. Dejó el vaso en su sitio
y abrió el refrigerador, más por curiosidad que por otra cosa. Se encontró con
varios platos de sándwiches envueltos en plástico y una botella de leche con
chirimoya. Ese descubrimiento tan irrelevante lo hizo detenerse un momento. La
verdad se tambaleó. Sacó los sándwiches y la botella y se sentó en la mesa que
había junto a la alacena.
Eran
sándwiches de ave con trozos de palta, idénticos a los que Leonardo adoraba y
los que siempre le servía su madre cuando estaba de buen humor. La palta estaba
un poco negra, pero la pasta de ave estaba mezclada con mayonesa y seguía
fresca y cremosa. Leonardo esta vez sintió que el techo era infinito, que las
paredes no terminaban nunca y que la mesa, que apenas cabía en la cocina, lo
envolvía por completo en una redondela sin fin.
A los
cuatro años, había preparado sándwiches como esos, cortados en triángulos, con
paté de jamón y huevo cocido. Su padre iba a venir de visita y mamá estaba
encantada. Leonardo aun no lo entendía, pero era una oportunidad de ver de
nuevo al hombre canoso y de risa de automóvil que se había ido tan pronto.
Prepararon docenas de sándwiches y se embadurnaron las manos en paté.
Prepararon la mesa y aguardaron. Fue un día lunes de enero. Un verano por la
tarde. Esperaron en silencio a que sonara el timbre y no existiera más que la
comida y esa sonrisa. Pero solo sonó el teléfono y a mamá se le borró la
alegría.
—Sí, lo
entiendo. No te preocupes. No, de verdad. Tampoco habíamos… Sí. Está bien.
Adiós.
No
volvieron a esperar al viejo nunca más. Él nunca más apareció. Al final, quizás
era que no le gustaban los sándwiches de paté de jamón. A Leonardo tampoco le
gustaban. A ambos les gustaban esos, que estaban sobre la mesa, y que nadie se
iba a comer. El chico tragó saliva y pensó en lo estúpido que sería aplastar el
pan entre los dedos y llenarse las manos de mayonesa y pasta de ave. Pero sería
estupendo, porque no le importaba que él no hubiera llegado. Eran solo unos
putos sándwiches.
No se
escuchaba nada. No había teléfono, así que Leonardo ya no podía decepcionarse. El
chico tomó dos de los sándwiches que estaban en el plato y le pegó un mordisco
a uno de ellos. Tomó un sorbo de leche y se secó el sudor de la cara. Aprovechó
de secarse los ojos, que también le sudaban y le ardían, pero no reparó
demasiado en ello. Luego de dejar todo en su sitio y de comerse todos los
sándwiches que había en el refrigerador, se dirigió a las escaleras y subió al
segundo piso.
El viejo
no había llegado nunca y él no había vuelto a esperarlo. Tampoco importaba. No
importaba nada. No había vuelto a importar.
A sus
pies, los escalones de madera no crujieron en lo absoluto.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Hola! Me encanta tu blog, por eso te nomine a un premio ^^ te dejo el link para que lo veas, un abrazo
ResponderEliminarhttp://milletrasporandar.blogspot.com.es/2015/03/premio-black-wolf-blogger-award.html
Qué historia más triste :( Sigo con el siguiente capítulo ^^
ResponderEliminarUn besooooo ^^