Izbraj
soñó con el fuego. Ardía en sus pies, en su espalda, en su rostro. El viento
tronaba y soplaba y destruía la cosecha y volaba los caballos, que se perdían
en el horizonte blanco. Soñó con las rocas del oeste rodando por un risco. En
un cuerpo cortado a la mitad que le sonreía con la mirada de su padre y los
ojos de un niño cazador. Pero luego Izbraj sentía frío y un hombro le dolía con
cada respiro. Jadeó mientras veía la nieve caer en la estepa. El fuego había
desaparecido y no sabía si el dios sueño se había marchado o quizás si todo lo
que veía no eran los campos eternos de la muerte. Quizás así fuera, porque
había cuerpos destrozados en la nieve por todas partes. Uno de ellos no tenía
ojos y estaba rodeado de aves que graznaban con las plumas ensangrentadas. Pero
no estaba su madre. Ni tampoco su padre. Solo la muerte pútrida, gélida,
presente.
El fuego
y la nieve parpadearon mientras un sudor doloroso le caía por la cara. El
rostro de un hombre con dos cicatrices en los ojos le sostuvo la mirada. Viejo.
Con una barba mal recortada. Algo olía a caballo y a fuego.
—Descansa,
cachorro —le dijo el viejo. Sus palabras sonaban demasiado suaves, ponía
demasiado énfasis en las eses, pero el niño le entendió—. Si mueres ahora, solo
alimentarás a los perros. Y cuando llega el invierno, nunca hay suficiente
comida…
Izbraj
volvió a soñar con el fuego. Y con lenguas que no conocía, que sonaban ásperas
y frías, breves. Y también alargadas, suaves, musicales, como la de los
viajeros de piel blanca y ropas oscuras. Gritaban y corrían, pero las flechas
siempre los alcanzaban. Sangraban por los ojos y caían al suelo. Los perros
luego gruñían con el hocico lleno de carne y de órganos vivos. Izbraj sudaba y
gritaba, pero no dejaba de soñar. Un monstruo de piel curtida y ojos oscuros se
acercó desde una altura imposible.
—¿Está
muerto? —preguntó.
—Todavía
no —contestó el viejo y tocó una extraña cruz plateada que llevaba atada al
cuello con una cuerda deshilachada.
—Más le
valdría —agregó un tercer monstruo de ojos pequeños, rasgados y facciones
afiladas. Uno de sus ojos parecía en llamas—. Pero los chamanes lo advirtieron.
Nuestras flechas chorrearán sangre sobre la estepa… pero sobrevivirá un
cachorro. Y un cachorro será quien destruirá luego los colmillos rancios del
enemigo.
—Es solo
un niño campesino —señaló el viejo. Parecía cansado y pequeño al lado de los
dos monstruos, pero en ningún momento apartó la mirada de ellos—. Si no
sobrevive…
—El
cachorro sobrevivirá. Kolyok. Cachorro. —El primer monstruo se llevó una mano a
la cintura y giró los ojos. El viejo se estremeció—. Puede entrenar con los
escitas y borgoñones cuando se recupere…
Izbraj
cerró los ojos. Un perro se asomó en su mente y aulló con un gemido doloroso,
pero apenas perceptible. Los labios del niño sabían a aceite, a cereal y a
carne quemada. Su padre estaba cepillando un enorme caballo negro cubierto de
ojos pegajosos. Los cascos resonaban por toda la cabeza de Izbraj.
—Vive —dijo su padre. Solo había sangre
en las cuencas de sus ojos, pero estaba sonriendo—. Vive.
«Vive,
vive, vive».
—Veo que
ya estás despierto.
Izbraj apretó
los dientes al notar que algo punzante le clavaba la espalda y se removió en el
suelo con la vista desenfocada. Un hombre viejo de piel clara lo estaba
observando a su lado, pero no hizo ningún gesto mientras el niño intentaba
levantarse. El viento soplaba con fuerza e Izbraj notó que estaba nevando. La
estepa aullaba y la piel que cubría la tienda se agitaba con el frío que azotaba
desde todas partes.
Izbraj
logró sentarse y se enjuagó el sudor del cuello y de la cara. Jadeó y notó que
un trapo limpio y apretado le cubría el hombro y parte del pecho. Mover el
brazo o moverse en general le dolía y se
dobló en una arcada varias veces antes de acostumbrarse a la sensación. Sus
pies estaban tibios y alguien le había dado ropa nueva. Olía a caballo.
—¿Quién…?
—Bébete
esto —dijo el viejo y le acercó un cuenco brillante lleno de un líquido
aromático caliente. El niño pensó en tirarlo al suelo. Algo le ardía dentro del
pecho y le apretaba los pulmones. Algo que le daba ganas de gritar y de echar a
correr. Pero tenía el cuerpo débil y las manos le temblaban, así que tomó el
cuenco y empezó a beber el líquido a pequeños sorbos—. Te lo puedes quedar si
quieres. —El niño frunció el ceño, sin decir nada—. El cuenco. Es de plata. Es
tuyo si lo quieres, Kolyok.
«Cachorro».
El líquido le quemó la garganta. O quizás fue la rabia.
—Mi
nombre es Izbraj —espetó y tiró el cuenco vacío al suelo. El movimiento brusco
hizo que un dolor cosquilleante se expandiera hasta la punta de sus dedos.
Apartó la mirada y se tomó el hombro con la mano libre—. Mi nombre es Izbraj.
—¿Elegido?
—preguntó el viejo. El niño bajó la cabeza y no respondió. Se enjuagó las
lágrimas con la mano. El viento afuera sopló con más fuerza—. Ya no vives en
una aldea en la nieve, muchacho. Igual puedes quedarte con el cuenco. —Hizo una
pausa y se rascó la barba—. Si te recuperas, te quedarás con nosotros. —El niño
siguió con la cabeza agachada—. Los extranjeros —El viejo se levantó e Izbraj
se dio cuenta de que llevaba un enorme escudo de madera y metal. El hombre se
dio cuenta y le sonrió—. Es un derecho natural el alimentar el alma con
venganza. Eso dice el Rey. Quizás algún día lleves uno de estos y seamos
nosotros los postrados en la nieve. Que Dios te guarde, Kolyok.
Izbraj-Kolyok
soñó durante dos semanas más con el fuego. El dolor iba y venía, como los
cuerpos cortados o los monstruos montados en caballos blancos. Dejó de
despertarse con el olor a carne carbonizada y el sabor del aceite. El viejo
venía todos los días para ofrecerle el líquido caliente en el cuenco de plata.
Luego empezó a traer restos de carne asada y rábanos congelados. Izbraj-Kolyok
recuperó el color de su rostro oscuro y
sintió cómo el dolor de la flecha de piedra se trasladaba de su hombro a su
pecho y de su pecho a sus ojos. Afuera solo alcanzaba a ver el horizonte
infinito de nieve. A veces se quedaba mirando la estepa. La miraba hasta que
creía notar el humo junto al bosque. El humo entre las ruinas. El humo que los
dioses no habían disipado. El niño se tocaba el hombro y era como si el fuego
que había arrasado su lecho y su cosecha quemara en su estómago.
—Avanzaremos
cuando caiga la noche —dijo una voz de pronto.
Izbraj-Kolyok
vio que el monstruo se había acercado a su tienda. Era más alto que el viejo
monje y tenía la piel oscura como la suya propia. Una enorme espada colgaba de
su cinto, pero en sus vestimentas nada brillaba y su capa estaba sucia y
cubierta de nieve. Como todo en el campamento, olía a caballo. También a sangre.
El niño lo miró sin saber qué responder. El Rey sonrió y miró el lugar cubierto
de tiendas golpeadas por el viento.
—¿Sabes
montar un caballo? —preguntó el Rey sin mirarlo.
—No…
—Aprenderás.
—Sé
cuidarlos —mintió Izbraj-Kolyok y se levantó, aunque mantuvo la cabeza
agachada.
—Bien.
—El Rey volvió su mirada hacia él y le sonrió. Era una sonrisa fría y feroz. Si
un lobo negro pudiera sonreír, el niño estaba seguro de que lo haría de esa
manera—. El santo te ha cuidado bien, ¿no?
El niño
asintió, pero esta vez apretó los puños. El Rey lo notó y soltó una carcajada.
—Guarda
tu odio hasta que seas lo bastante alto como para matar un hombre, cachorro
—dijo y apoyó la mano en el hombro vendado. El niño apretó los dientes,
reprimiendo un bufido de dolor—. Cuando hayas tenido sangre en tus dedos,
cuando tu caballo aplaste los huesos de tus enemigos… serás capitán de alguna
de mis huestes. Y conocerás el verdadero sabor de la venganza. —El Rey hizo
girar sus ojos con ferocidad y acentuó su sonrisa. El niño bajó la vista y oyó
cómo se alejaba.
«Aprenderás»,
había dicho el Rey. No lo había decapitado ni había aplastado sus huesos bajo
las patas de su caballo o de su carro de madera.
«Aprenderás».
A guerrear. A sobrevivir en la estepa y seguir el aroma de la sangre. A ser un
perro de caza.
«Aprenderás».
Vive.
Kolyok
miró la estepa de nuevo. Un lobo aulló en la lejanía. Y allí no había nada más
que un campamento y un cachorro herido mirando la nieve.
Ala! No me imaginaba que continuase así la historia. Me gusta el "cachorro" que dicen.
ResponderEliminarSigo! :)