A veces piensas que olvidaste cómo escribir. Luego
recuerdas, claro, que no es cierto, que no lo has olvidado, que solo le
agarraste un temor frío invernal que te enciende las mejillas de una vergüenza
silenciosa. En realidad, quizás sea solo que has dejado que el silencio, el
mutismo intrascendente, ocioso, lo invada todo. Y también es un círculo
doloroso que no termina, porque recuerdas y te avergüenzas y la vergüenza te
impide avanzar.
Pero sigue habiendo noches en que te quedas con la cabeza
apoyada junto a la almohada y piensas en cada una de las palabras, breves,
extensas, eternas, tan fugaces, que se quedaron atrás. En cómo todavía te
queman y te hielan, en cómo se envuelven junto a ti. Les sonríes, saben un poco
a primaveras niponas a imaginaciones homicidas, a vodka en un trozo de papel. Huelen
a poesía basura a sonrisas desdeñosas. A palabras que no significan nada para
nadie, metáforas sobre el pasto que parecen profundas, que no son más que
canciones compartidas por correo.
Y lo extrañas. Y es una forma de extrañar también lo que
eras. Cómo las palabras surgían como carcajadas, como lágrimas ardientes, como
miradas de complicidad y no solo caracteres inútiles, sosos, que ya no arden. Y
lo extrañas. Más allá de las palabras, más allá de lo que significa recordar.
Siempre estará la niebla, siempre estarán los bizantinos
discutiendo, siempre estarán los nudos en la garganta. Y los juegos de ajedrez
que nunca se terminaron, los zombies terroríficos, las susurros en otro idioma,
las tensión convertida mensaje, los atardeceres en cámaras robadas, las risas
por encargo, los desafíos, la melancolía disfrazada, la emoción tormentosa, las
palabras, las palabras, las palabras que siempre serán suyas.
Te frotas las manos por el frío. Sonríes. Y lo extrañas.
Y vuelves a escribir, porque nunca lo has olvidado.
No sabes lo bien que entiendo este texto en estos momentos. Un placer haberme pasado por aquí y haberme encontrado algo con lo que me siento tan identificada. Muchas gracias por compartirlo con tus lectores.
ResponderEliminarUn frío beso,
Emily