Cuando Julia flexionó el pulgar hacia el interior
de su palma, tuvo que ahogar un leve quejido antes de darse cuenta de que se
había lastimado. ¿Cómo? ¿Cuándo? No era realmente demasiado importante el
contestar esas preguntas. Lo único que debía hacer era ponerse hielo en la mano
y esperar a que la irritación pasase.
Un segundo después, el gato saltó desde el suelo a
la silla y desde la silla a su cama que estaba sobre un mueble, azotando el
mueble con su movimiento. Julia frunció el ceño y sonrió.
—Qué gato tan ágil —le dijo con sarcasmo—. Un día
de estos te vas a dar un costalazo enorme y ahí vas a quedar.
Isis, la gata romana que ahora la miraba con una
expresión casi humana de incredulidad e indiferencia, no se tomó más de dos
segundos de su ajetreada vida para fingir que estaba escuchando. Rápidamente,
ignoró a su ama y empezó a estirarse, preparándose para dormir.
—Eres una criatura muy floja —dijo Julia, pero se
resistió a la tentación de hacerle cosquillas hasta que la arañara. Tenía
muchas cosas que hacer, sin mencionar que tenía que atender a su pulgar que
seguía resentido.
No obstante, eso debió esperar, porque unos minutos
más tarde, cuando ya había sacado algo de hielo de su nevera, sonó el teléfono,
que estaba en el rincón opuesto, en la sala de estar. Había sonado ya cuatro
veces cuando levantó el auricular.
—¿Vas a venir o qué? —tronó la voz del otro lado.
—¿Disculpe?
—¿Julia?
—Sí, con ella. —La extrañeza en su voz la hacía
sonar ridículamente formal y casi despectiva—. ¿Con quién...?
—Soy yo. Erick.
—¡Erick! —Se rió—. Lo siento, me atrasé y se me
olvidó que... ¡Sí, sí voy! ¿Tú ya estás allá? —Asintió con la cabeza,
estúpidamente, cuando él respondió—. Vale, dame diez minutos para salir, ¿te
parece?
Colgó unos segundos más tarde. Soltó una maldición
cuando se dio cuenta de que había dejado el hielo junto a la cafetera y había
empezado a derretirse. ¿Eso era siquiera posible? ¿El hielo podía derretirse de
esa manera? Al carajo, ya no había tiempo para su dedo. Tenía que arreglarse,
peinarse... Menos mal que no era de las que se maquillaban. Podía salir como un
orco de Mordor sin mucha culpa. Erick tendría que aguantarse, como siempre.
Veinte minutos más tarde, ya estaba tomando el
autobús que la llevaría hacia el centro. Trató de arreglarse un poco el pelo en
el vidrio, pero rápidamente distinguió los ojos imaginarios y burlones de algún
pasajero y dejó de hacerlo. "Mejor verse mal por elección que mal por
descuido", se dijo para consolarse, mientras de sus labios brotaba una
sonrisa extraña.
Erick ya llevaba esperando más de cuarenta y cinco
minutos cuando llegó al centro comercial. Estaba fumando como siempre, apoyado
contra una pared y con una mirada de ansiosa indiferencia, como era la norma.
Eso hacían los chicos malos. Le sonrió de lado y la miró de arriba abajo cuando
la vio.
—Te ves horrible —le dijo, sin dejar de sonreír. Ella
se rió mientras se acercaba―. Y llegas tarde.
—Cállate.
—Es adorable. Te ves perfecta. —Ella se cruzó de
brazos con una ceja alzada. Sus ojos denotaban cierta frialdad—. ¿Qué? Estoy
diciendo la verdad.
—Nunca me halagas. ¿Qué quieres?
—Soy tan obvio, ¿verdad?
Ella lo abrazó y tosió un poco al sentir el olor a
cigarro barato que tenía su chaqueta. "¿Qué tienes en contra de
cigarrillos de calidad, viejo?", solía decirle, pero lo cierto era que
adoraba ese olor, aunque al final le diera cáncer o algo. Él la atrapó en un
beso burlón y esquivo, desafiante, pero ella se apartó.
—Ya, ya, ¿qué quieres?
—Mira, estaba pensando...
—Eso es peligroso.
Se rieron. Erick comenzó a comentarle acerca de la
posibilidad remota, imposible, improbable, nimia, insignificante, extraña y
quizás interesante de tal vez, quizás, a lo mejor, probablemente, puede ser una
posibilidad... Julia se comenzó a marear con cada uno de sus rodeos, pero lo
dejó continuar mientras él carraspeaba y trataba de explicarse. Él era así.
—... ¿Serías mi novia?
Julia parpadeó con incredulidad. ¿Era en serio lo
que estaba diciendo? Detuvo su paseo y lo miró, intentando ver alguna señal de
una risa burlona en sus labios o de algún brillo bromista en sus ojos, pero
parecía realmente nervioso.
—¿Me estás jodiendo?
—No, no... Digo, si no quieres... Es que, vale,
olvídalo...
—¿Y qué he sido todo este tiempo? —saltó ella, un
poco indignada. La sorpresa genuina en las facciones del chico pareció casi
insultarla e, involuntariamente, se echó a reír—. ¿Es en serio?
—Es que todo ha sido tan... Ya sabes... informal.
Así nada más. ¡No es que yo tuviera un problema con eso! —Julia no pudo evitar
pensar que Erick era absolutamente adorable cuando se ponía nervioso, pero
procuró enfocarse—. Pero, no sé, quizás... me gustaría... saber... Me
gustaría... No "hacerlo oficial", siempre lo fue, pero... no sé, se
me ocurre como algo más... duradero.
Todavía no estaba segura de si realmente el chico estaba o no bromeando, pero decidió arriesgarse. Le dio un manotazo en la cabeza y un beso de solo un segundo, mientras disfrutaba de su cara de aturdido y despistado. Erick nunca había sido un muchacho formal, en ningún sentido. Mientras Julia se pasaba la mañana tratando de esquematizarse y corría de un lado a otro por la vida para alcanzar a cumplir con todo, Erick simplemente se movía cuando una pierna le pedía permiso a la otra y, a veces, ni siquiera así.
Ellos siempre habían sido atípicos, pero nunca
habían tenido problemas con ello. Al comienzo, había sido un poco complicado
sobrellevar vidas tan distintas, pero ahora parecía tan natural como respirar.
A él nunca le habían preocupado las etiquetas, las formalidades o las
convenciones. ¿Por qué ahora?
—Viejo, vamos a dejar las cosas claras. —Se cruzó
de brazos nuevamente y lo miró con otra sonrisa—. Siempre he sido tu novia.
Digo, siempre... ya sabes, desde que... ¡En fin! La cosa es que... —Se tomó un
segundo para notar que él daba otra calada a su cigarrillo—... Esto será
duradero si queremos. Y lo quiero. ¿Sabes por qué? Analiza un poco. Eres un
psicópata acosador. Y te adoro. ¿Qué dice eso de mí?
—Que eres una aprendiz de psicópata. —Julia hizo
una reverencia para terminar con su discurso y él se lanzó a reír. Un segundo
después, ella se dio cuenta de que su risa era demasiado estridente—. Caes
fácil, ¿eh?
—¡Cabrón! ¡Querías hacerme decir todas esas cosas
ridículas!
—Te falta mucho camino por recorrer, mi
discípula... ¡Hey! ¿Qué te pasó en el pulgar? Lo tienes enorme como si te
hubieras quemado o algo.
Julia lanzó un bufido que también era una sonrisa.
El pulgar seguía doliéndole, pero ya no tenía hielo a mano, así que hizo lo que
toda persona racional haría: hundió el pulgar, así como el resto de sus dedos,
en el pelo negro de Erick mientras cerraba los ojos y lo besaba con esa timidez
y arrebato que no conseguía eliminar.
Un segundo después, él se separó, la besó en la
cabeza, para luego tomarla de un brazo, preguntarle cómo seguía el gato y
susurrarle que la amaría hasta que se le terminaran todos los cigarrillos.
Julia sonrió y lo estrechó contra sí. Estaba segura
que eso iba para rato, porque sabía que él siempre compraba más.
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