¿Cuántas veces será necesario observar el techo para darnos
cuenta de que necesita pintura? Hay tantos problemas en realidad, que empezar
cualquier discurso con la frase “el verdadero problema es…” ya delata una
mentira. ¿Qué? ¿Acaso el resto de los problemas que existen son falsos?
¿Alguien se los inventa solamente para arruinarle el discurso?
Creo que ya es innecesario recalcar lo evidente, pero
realmente cada día el mundo me sorprende más. Me sorprende que cada vez que
veamos un acto de bondad, heroísmo o simple decencia sea noticia. Sea novedad.
Sea un milagro. Sea un hecho digno de enmarcar y hablar de ello en todas las
redes sociales.
―¿Realmente estamos tan mal?
La respuesta es evidente. Pensar es imperativo y peligroso.
Nadie puede ser completamente lúcido en este mundo o enloquecería. Si realmente
nos pusiéramos a pensar y a tomar conciencia de cada tragedia, de cada
injusticia, de cada dolor, de cada lamento, de cada sufrimiento… nos
doblaríamos de dolor y no dejaríamos de llorar.
Por eso muchos simplemente lo ignoran todo. Otros, se construyen de tal
forma de impedirse sentir.
Yo… simplemente camino como el punto que soy en el universo,
tratando de levantar otros puntos, alejando a algunos, combatiendo a unos pocos
y amando a los que me rodean. Tratando de hacer justicia en la palabra amable
como en la defensa de un inocente. Aquí. Allá. Donde sea.
―Tiene que haber algo que podamos hacer.
Los poderes viven fuera y dentro de nosotros, arrastrándonos
hacia donde ignoramos. Cierro los ojos. Ciérralos tú también. Nada en tu propia
mente y podrás ver la misma oscuridad que empaña los ojos de tu vecino. La
diferencia puede ser sutil. O inexistente, incluso. Y allí es donde la voluntad
peligra. Puede sentirse tentada a abandonarlo todo.
Puede ser un momento de reflexión. De filosofía barata,
comprada en algún mercado viejo de libros olvidados. Puede ser un chispazo de
inspiración y de perspicacia, pero lo cierto es que nadie ya tiene “momentos”
en su vida. No solo corren. Se dejan deslizar, atentos a tantas cosas que
realmente luego desechan.
―Esto es lo que haremos…
No basta solo con pasar el dedo por el techo y notar que
está sucio. No es solo caminar alrededor de él y fruncir el ceño ante lo viejo
y oxidado que parece. No es suficiente juntarse con los colegas y mencionar lo
realmente podrido que se ve ese techo. ¡Ya está viejo! ¡Está sucio! Tendríamos
que cambiarlo, si no fuera porque la casa no es nuestra.
No debería ser necesario explicarlo. No debería ser
necesario repetirlo. Nadie tendría que escuchar lo que debe hacer, porque no
hay reglas. Y hay miles de reglas. Quizás todo acabe mañana y el viento se
lleve el techo o las aguas sumerjan la casa. O quizás no acabe nunca. Mientras,
las cosas continúan igual… ¿Y qué hacemos, esperando a que el viento y el mar
terminen lo que hemos empezado? ¿No deberíamos comenzar a pintar? ¿A reparar?
¿A clavar?
¿A cambiar?
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