¡Ahora! ¡Hazlo! ¡Apresúrate! Esas eran las palabras que
Joaquín sentía en su mente mientras sostenía a la víctima por su cuello. Corría
una niebla pegajosa en los callejones, pero el frío del ambiente no le impedía
sentir una extraña calidez en todo su cuerpo al ver el terror de su enemigo.
Había planeado aquello durante tanto tiempo…
―No, no lo hagas…
Él sonrió, seguro de que ya lo tenía. Era tan solo un
instante el que necesitaba. Un relámpago de valor e intuición en su mente para
arrebatarle la vida a aquel miserable criminal que solo había intentado
escabullirse de sus pecados. Qué iluso había sido. Joaquín solo sintió la
pesadumbre por no poder alargar su suplicio, ya que si lo arrastrara por las
calles solitarias de la ciudad, sabía que alguien podría verlo.
Sonrió y enterró el puñal en la boca de su enemigo,
disfrutando con la asquerosa cantidad de sangre y tejidos que empezaron a
romperse con sus puñaladas. Los gritos se empezaban a escuchar como alaridos
infernales en el silencio de la noche, pero no le importó.
Se caló el gorro, se arrebujó en su capa y salió de allí
fumando su pipa con una sonrisa indiferente. Llevaba las ropas manchadas de
sangre, pero en la oscuridad nadie podía distinguirlo. Al llegar a casa,
simplemente le diría a su mujer que lavara todo. No sería la primera vez y ella
solo sonreiría con malicia, lo invitaría a su cama y ronronearía el nombre de
la nueva víctima en su oído mientras ambos caían en su propio frenesí asesino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario