El gato nunca entendió por qué su amo le había puesto
“Medianoche”. Era blanco y naranja, lo había encontrado en una tienda de
zapatos del centro al ir a comprar durante la tarde y jamás había salido de
noche por el barrio, ya que vivía en un departamento. En realidad, sospechaba
que lo mantenía más bien escondido y el felino sospechó que seguramente no
debía estar permitido tener animales en ese edificio.
Se encaramó al alféizar de una de las ventanas y observó el
bullicio de la calle desde su cómodo cuarto piso. Era una calle bastante
concurrida y siempre veía cosas moviéndose y luces que se prendían y se
apagaban. Muchas veces se había preguntado cómo sería salir a esa calle que su
amo siempre criticaba por su cantidad de gente, su mal olor, su calor o frío o,
incluso, su cantidad de ruido. Muchas veces también se lo había preguntado a su
amo directamente, pero había aprendido que los humanos eran analfabetos y
bastante tontos, así que había dejado de intentar comunicarse.
Medianoche miró el reloj y se dio cuenta de que eran
precisamente las doce de la noche. Feliz con la coincidencia, decidió que era
el tiempo preciso, prudente y adecuado para ir a pedirle a su amo, que tenía
que levantarse a las seis de la mañana a una dura jornada laboral, algo de
comida y un poco de tiempo para jugar.
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