«Terapias de papel y tinta.
Si la vida es pasajera, mis palabras infinitas» ― Xhelazz.
***
Estaba soleado y
era bastante temprano en la mañana. Aunque era otra coincidencia más, hoy simplemente estaba soleado, mientras que ayer
estaba nublado. Simple, a decir verdad. Distinguí la silueta de Durk con los
brazos cruzados en el rincón junto a la cama y sonreí.
―No pudiste decir
“Te lo dije” ¿eh? ―murmuré con una expresión irónica.
―De hecho, creo
que todavía puedo. Se fue, ¿no? Ilusión rota. “Te lo dije”.
Negué con la
cabeza y mantuve mi sonrisa en el rostro. Sabía que mi optimismo le irritaría
y, aunque molestarlo no era precisamente uno de mis pasatiempos favoritos, en
aquel momento me provocaba una extraña satisfacción el poder torearlo y no
darle en el gusto. Había hecho bien en no aparecer ayer ―lo que en sí era
extravagante―, pero seguramente Azmod había impedido que viniera a echarme en
cara mis errores.
―Nada ha cambiado
―afirmé con un tono cantarín que sabía que lo enfurecería. En efecto, su
expresión de incredulidad, desconcierto e indignación no se hizo esperar y sus
rasgos delgados y enjutos parecieron una mezcla de emociones contradictorias y
divertidas. ―¿Qué? ¡Pero si es verdad!
―Estás sola como
rata ―escupió. Alcé una ceja y lo imité, cruzándome de brazos también―. Se fue.
Se acabó. Ahora deprímete.
Solté una
carcajada y noté cómo Azmod, aparecido de Azar sabía dónde, le daba un manotazo
a su compañero, quien no se tomó más que unos segundos para devólverselo. Como
siempre, se enzarzaron en una pelea que ahora me enternecía y fastidiaba en la
misma proporción. «Durk tenía razón», pensé a mi pesar, pese a que seguía
sonriendo. «Y yo también».
―¿Estás bien?
―preguntó el fantasma más gordito, una vez que logró zafarse del agarre de su
compañero de pelea―. ¿Estás segura? Igual él tenía algo de razón… ―aventuró con
cierta timidez.
―Tener razón no
frena a nadie de opinar lo contrario. ―Le guiñé un ojo luego de pronunciar esa
cita y volví a tirarme en la cama, sintiendo la sangre liviana y el espíritu
intacto―. Si observaran con más cuidado, verían que realmente nada ha cambiado.
―Me encogí de hombros―. No para mí.
Me quedé en
silencio unos momentos, mientras ellos discutían sobre la falsedad o
inteligencia de mis palabras. Las cosas habían girado bastante en tan solo
pocas horas. De un latigazo al bálsamo. Cuestioné el efecto de ese bálsamo,
pero no tenía demasiado sentido. Reconocí para mí misma que extrañaría el
efecto abrumador y furioso de un mensaje; extrañaría ese golpe y ese dolor
pegajoso, sin duda.
«Pero nada más».
Estaba acostumbrada a tener fantasmas a mi alrededor, no sería problema
mantener a otro más en mis pensamientos. Aquello era casi un desafío, un reto
implícito, una promesa colérica, una apuesta sin recompensa. «¿Así que
desaparecido? Siga participando». Incluso de todo aquello había surgido una
idea: algo retorcida, extraña y sin silueta definida, pero una idea al fin y al
cabo. El tiempo parecía ser el enemigo de aquella batalla y el número que
fastidiaba la ecuación, pero solo era cuestión de afilar las espadas y de tener
una calculadora a mano.
«Gana quien
olvida último. ¿Estás listo?» Yo lo estaba. Parpadeé un par de veces y noté que
ambos fantasmas continuaban inmersos en su discusión, aunque ya no estaba
segura de a qué se refería.
―Él no se lo
merece, ¿sabes? ―comentó Durk con cierto resentimiento.
―Me permito
disentir ―dije con pomposidad, burlándome de su seriedad―. Amigo, aquí tienes
dos opciones: o aceptar la situación o continuar quejándote y amargándote sin
sentido. Tú eliges. ―Dirigí luego mi vista a Azmod que parecía bastante
complacido―. Gracias por todo. Mantén al perro con la correa ¿vale?
―¡No soy ningún
perro!
―Claro que lo
eres… ¡Yo me encargo, ya verás!
―¿Y qué vas a
hacer ahora? ―preguntó Durk, mirando con desconfianza a su compañero.
―¡Menuda
pregunta! Escribir, por supuesto. Tengo mucho que hacer.
―¿Y no vas a… no
lo sé… pensar? ¿Reflexionar? ¿Ver qué harás?
―Ya lo decidí:
escribiré.
―Pero…
―Durk. ―Le hice
señas para que se acercara. El estilizado y altivo fantasma se volvió a cruzar
de brazos, pero se aproximó a regañadientes, murmurando palabrotas entre
dientes―. Esto empezó de un modo, continuará de un modo y terminará, espero que
en muchos años más, del mismo modo. ―Él resopló y Azmod volvió a darle un
manotazo―. Y se te olvida algo importante… ―lo miré fijamente a sus ojos grises
y pálidos―, él se enamoró de alguien que escribía.
Separé un poco
las manos al terminar con ese pequeño discurso, como si hubiera hecho un truco
de magia. Durk simplemente rodó los ojos e hizo el mismo gesto, murmurando que
si quería hacer tonterías como esa, era libre después de todo. Se marchó
echando humos, pero estaba segura de que no tardaría más de media hora de
volver, con alguna nueva queja o reproche o con argumentos más elaborados y
rebuscados para convencerme de abandonar sueños e ilusiones sin contenido.
Estaba seguro de
que El Fantasma quizás concordara con la postura radical de Durk. Se había
marchado, había echado los dados y seguramente me hubiera reprendido por esta
sonrisa soñadora e inútil y por la apuesta inexistente que se arrinconaba en mi
interior. Lo bueno era que él jamás se enteraría o que, al menos, no podía hacer
absolutamente nada al respecto. Mis sonrisas y mis lágrimas eran mías. Eran
para él, pero no suyas. Derecho de propiedad absoluto. El uso, goce y
disposición de ellas dependía absolutamente de mí. «Es difícil construir
relaciones estables, lo nuestro es construir frases», canturreé a Xhelazz en mi
mente con complacencia. ¿Qué más daba si los sueños terminaban por romperse?
¿Qué más daba si “algún día” terminaba por disolverse? El hoy continuaba
existiendo, el mañana aún no llegaba. Soñar era peligroso, ¿qué tal un poco de
peligro en la vida de una chica rutinaria?
―Quien te
entiende ―bromeó Azmod, apoyando su ancha y fantasmagórica silueta en la silla
junto a la ventana―. Estás jugando con fuego, ¿lo sabías?
―Juro
solemnemente que estoy dispuesta a quemarme luego ―retruqué sin hacer caso de
su seriedad―. ¿Estás seguro de que Durk no te convenció? ―Alcé una ceja ante su
expresión de indignación.
―¡Claro que no!
Solo quiero lo mejor para ti.
―Esto es lo
mejor. No voy a rendirme así como así. Me quedaré con mi dolor y mi esperanza.
¿Estamos?
―Trato hecho.
―Sonrió, aunque poco convencido―. Deberías empezar a escribir, ¿no? Necesitas ejercitar esos dedos.
Demuéstrale que seguirás corriendo.
«Estoy segura de
que él lo sabe». Los proyectos se arremolinaban en mi mente, así como las
emociones. Me sentía más viva que nunca antes, aunque estaba seguro que eso
podría cambiar muy pronto. Nada había cambiado y todo había cambiado. Cada
tristeza, alegría, esperanza y cólera ahora golpeaban mi corazón con la forma
de una palabra. Ese buen humor no me duraría demasiado, podía asegurarlo.
Mis pensamientos
eran erráticos y vagos y, a la vez, firmes y sólidos. Me burlé de mí misma y
negué con la cabeza. Nada de eso tenía demasiado sentido. ¿A qué venía pensar
tanto, cuando lo único que debía hacer era sentir
y poner manos a la obra? Era una
niña ilusionada y tanto Durk como El Fantasma ―incluso Azmod― estaban esperando
a que creciera y los olvidara. Qué ingenuos.
―Nuevamente, la
carrera continúa ―susurré por lo bajo―. Siempre será en tu honor.
«¿Cuándo fue que
los fantasmas se convirtieron en algo tan importante?», me reí por lo bajo
cuando las palabras comenzaron a tomar formas y mi corazón comenzó a acompañar
el golpeteo de las teclas con sus propios golpes. «En lo que respecta a mí, los
fantasmas son reales y no desaparecen».
¿No te jode? Solo
me inquietaba esa fría y maliciosa zorra ―Miss Culpabilidad― que siempre
acechaba en los rincones de los corazones de los hombres. Sacudí un poco la
cabeza, tratando de apartar esos pensamientos por ahora. Alea jacta est. Ahora… ¿dónde había dejado ese relato?
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