Terror non est [Fanfiction de Teen Titans]
Capítulo 4: Espejo
―¡Viejo!
¡Tenemos que celebrar Halloween sí o sí! ¡Tenemos que ir a pedir
dulces! Seguro con Raven conseguiremos muchísimos… Todos creerán que los
enviará al infierno si no…
―A ti podría enviarte allí, Chico Bestia. ¿No te gustaría?
―¡Es una idea maravillosa, amigos! ¡Podríamos vestirnos como esas extrañas criaturas que aparecen en la televisión!
Era el inicio de una nueva semana de tira y afloja respecto a la noche de Halloween. Siempre había sido algo reticente a celebrar esa festividad, ya que en el tiempo en que estuve en Gotham, era la noche más dura y atareada de todas. Ningún psicópata en Gotham se perdía la oportunidad de aterrorizar y salir esa noche a cometer los más horrendos crímenes. Sin embargo, en Jump City las cosas eran bastante diferentes.
Los villanos jóvenes ―como los Hive Five― también celebraban Halloween y no solían salir a armar escándalo, a menos que contáramos el intento de robo de alguna tienda para no tener que pagar los dulces. Realmente, además de Mr. Wolf que solía pedirnos ayuda durante las noches de luna llena, los 31 de octubre no eran demasiado ajetreados. Solo era difícil olvidar los hábitos.
―Bueno, quizás podríamos consider…
―¡¡Síí!! ¡No te arrepentirás, viejo! ¡Tenemos que hacer nuestros disfraces!
―¡Eso es una excelente noticia, Robin! ¿Iremos al centro de comercio para comprar ingentes cantidades de caramelos llenos de azúcar? ¿Celebraremos el Hallo de Ween este año?
Miré a Raven quien simplemente rodó los ojos, aunque casi podía notar una sonrisa en sus labios. Quizás no estaría del todo mal celebrar Halloween ese año. Quizás vestirme… ¿De qué podría ser? Definitivamente no iba a ser Batman. Siempre quise vestirme de Deadman para algún 31 de octubre, pero realmente no tenía una explicación para ello más que simples recuerdos de infancia, de esos pocos que aún rescataba con una sonrisa. Quizás fuera buena idea. Después de todo, estaba entre amigos ¿no? ¿Qué podría salir mal?
―Sí, Star, supongo que sí.
***
―¡Robin! ¡Despierta!
Abrí los ojos y lo primero que vi fue el rostro preocupado de Starfire que trataba de hacerme reaccionar. Un dolor sordo me molestaba a un costado de la cabeza y ahogué un quejido. Me levanté con cierta dificultad, apenas consciente de cómo había caído, mirando a mi alrededor con cierto desconcierto.
―Te demoraste un poco en despertar, viejo ―comentó Cyborg con una sonrisa algo forzada―. Ya nos tenías preocupados.
―Sí, luego de que esa cosa monstruosa y viscosa nos tragara a todos y nuestras vidas pasaran frente a nuestros ojos moribundos… ―Chico Bestia me había agarrado del uniforme con una mirada histérica―… caímos en este lugar de oscuridad ¡y fuiste el último en despertar!
―¿Dónde estamos? ―pregunté mirando a nuestro alrededor. Estaba oscuro otra vez y pronto me di cuenta de que la luminosidad del lugar provenía de una bola de energía que Starfire hacía relucir para nosotros. Le sonreí. ―¿Volvimos al comienzo?
―No, este es un lugar distinto ―comentó Raven. Dirigí mi mirada hacia ella, preocupado, pero ella no se inmutó. Lucía mejor, pero también cansada y no podía quitarme de la cabeza su expresión de agonía cuando la encontramos herida en una de las celdas―. Parece… otra etapa.
―¿No es acaso adorable cómo pueden sacar tan bellas conclusiones, pequeñitos?
―¡Ya me tienes harto! ¡Muéstrate de una vez, cobarde!
―¡Sí, sal y da la cara, viejo!
―¡Un verdadero guerrero nunca se ocultaría de esta forma tan horrible!
―Deberían tener cuidado con lo que solicitan… Enfrentar sus miedos no es nada sencillo, ¿verdad? Quizás una nueva dosis podrá aclarar sus mentes…
―¡El Espantapájaros! ―grité.
―¿Qué? ―preguntaron al unísono mis compañeros.
―¡Es el Espantapájaros! ¡Es su gas del miedo! ¡No estamos realmente aquí! ¡Tenemos que salir!
Por eso la voz me había traído recuerdos de Gotham: porque provenía de allí. Mis pensamientos estaban tan concentrados en los posibles villanos de Jump City e incluso en el mismísimo Joker, que había olvidado a otro maniático del miedo que había conocido. El doctor Jonathan Crane, obsesionado con la química y la psicología del miedo, nunca perdía oportunidad de probar sus nuevos experimentos en cualquiera que se le atravesara.
Por lo general, utilizaba a Batman, por ser uno de sus principales objetivos. Suponía que, por aquella vez, había intentado un camino diferente. «No creerá que se lo haré fácil», juré. Recordaba cada truco: la oscuridad, la risa que provenía de todas partes y de ninguna, los cambios imposibles, las heridas que solo eran creadas por nuestra propia mente, el miedo del dolor por los seres amados perdidos, la soledad, la desesperación…
Cada latido, cada jadeo, cada gota de sangre y sudor habían sido obra de aquel largirucho e impredecible psicópata de mi inicios. No podía dejar que la culpa me abrumara, pero me angustiaba pensar que mis amigos habían sufrido por causa mía, ya que el Espantapájaros nunca habría tocado a los Titanes si no fuera por mi vínculo por Batman.
El rostro descompuesto y putrefacto de mis padres ahora se volvía irreal y ridículo, como un grotesco dibujo de un niño pequeño. Los rostros verdaderos, eternos e inmutables, volvían a ocupar su lugar en mis recuerdos y me sentí vivo por primera vez desde que había sucumbido al gas del miedo.
―¿Cómo nos libramos de él? ―preguntó Starfire con voz preocupada.
―Es un tipo raro ―mencionó Chico Bestia, mirándome―. ¿No estaba en Arkham?
―Siempre hay un modo de superar el miedo ―dijo Raven con seguridad―. Podría intentar llegar hasta él con mi alma…
―No. ―Alcé una mano con decisión―. El Espantapájaros controla este mundo. Si intentas algo así… ―Me tomé un segundo―. Ya lo intentaste ¿no? Por eso es que estabas herida. ―Raven no respondió y me acerqué a ella con una expresión comprensiva―. Está bien, es imposible vencerlo en su propio juego.
―Pero, ¿estás seguro de que es él, viejo? ―preguntó Cyborg―. ¿Por qué el Espantapájaros vendría a Jump City?
No lo sabía. Era una pregunta que todavía me molestaba y, aunque creía ser su causa, no podía dar una respuesta segura. ¿Se habría cansado de ser derrotado en Gotham? ¿Se habría enterado de nosotros y habría querido probar con nuevos conejillos de indias? Era extraño, pero ¿realmente intentaba encontrarle lógica al comportamiento de un psicópata obsesionado con la psicología y el miedo?
―Je, je, je… ¿Cómo se librarán, Titanes? No hay ningún antídoto que pueda ayudarles… Esta vez no van a derrotarme.
«¿Esta vez?» Cuando me di cuenta del error que había cometido, traté de gritarle a mis amigos una advertencia, pero fue demasiado tarde. El escenario pareció explotar sobre sí mismo. Todo giraba y nuevamente la opresión del aire comenzó a aplastarnos. Era como si la pintura de un dibujo hubiera comenzado a chorrear por todos lados.
Los colores se veían tenues y las paredes y el suelo se resquebrajaban. Tenía que concentrarme lo suficiente como para liberarnos, pero simplemente no podía. Una sensación de náusea y repugnancia me manchaba la boca como si tuviera vómito en mis labios. El que toda la realidad hubiera comenzado a girar sin control y que esa risa, ahora estridente e histérica, siguiera lastimando mis tímpanos no ayudaba.
―¡Robin!
―¡Cyborg! ¿Dónde estás? ―Traté de enfocar la vista, pero era imposible.
―¡Viejo! ¡Aquí! ¡Es Chang! ¡Es el profesor Chang!
―¿Qué?
No lograba escuchar más que la risa estridente y el rompimiento de la realidad. Vi como el cañón sónico de Cyborg se disparaba desde alguna parte y me esforcé por correr hacia él. No sabía si avanzaba o retrocedía, si caía o me levantaba. Los ojos me ardían y sentía que me rompía con el resto del mundo. Tenía que avanzar, avanzar, pero cada músculo se resistía. ¡Solo era un efecto! ¡Solo era una toxina! ¡Podía con ella!
«¡Es Chang!», había gritado Cyborg. ¿Sería cierto? ¿No era el Espantapájaros? Eso tendría mucho más sentido, aunque el gas del miedo era inconfundible… Su efecto psicodélico, el terror inicial, el miedo, la opresión, las escenas imposibles, el dolor, el recabar en lo profundo de nuestras mentes, de nuestros miedos, crear y seguir creando horror…
Choqué contra algo metálico y vi el rostro angustiado de Cyborg, que parecía estar luchando contra algo que solo él podía ver. El dolor de mi torpeza me trajo un instante de lucidez y grité:
―¿Dónde están?
―¡Robin!
―¡Starfire! ¡Chico Bestia! ¡Raven! ¿Dónde están?
Traté de moverme otra vez ante la oscuridad y los truenos que aparecían y se desvanecían, pero la mano de Cyborg me retuvo.
―No puedes moverte. ¡Llámalos! ¡Pero no te apartes! ¡Sé cómo sacarnos de aquí, pero no puedes irte!
―¿Qué? ¡Tengo que ir por ellos! ¡Están en peligro!
―¡Lo sé! ¡Pero si te marchas, quizás no vuelvas! ¡Llámalos! ¡Pueden hacerlo, tal como tú lo hiciste!
Comprendí lo que quería decir y cuál eran sus intenciones. Al entender realmente a qué nos enfrentábamos, las cosas se volvían un poco más sencillas para él. Una toxina era algo con lo que Cyborg podía combatir, al tener la mitad de su cuerpo hecho completamente de material tecnológico y mecánico. Aunque parte de su mente se veía influenciada por el pánico y el miedo, su cerebro computarizado continuaba lúcido. Solo necesitaba presionar esa realidad ficticia lo suficiente para que se terminara de caer, para que terminara de romperse sobre sí misma y para que el efecto cesara. «Necesitamos estar juntos».
Comencé a gritar desesperado los nombres de mis amigos. Mareado, aturdido y aterrorizado, me las arreglé para lanzar granadas de luz, de fuego, de hielo, ganchos y bombas truco, todo lo que tuviera a mano para llamar su atención, para hacerles entender que seguíamos aquí, que aquello no era más que una ilusión de nuestra propia mente.
Raven fue la primera en comprenderlo y un cuervo negro nos sobrevoló hasta convertirse en ella misma. Su rostro cubierto por la capucha no me permitió ver sus ojos, pero el temblor tenue de sus manos al acercarse a mí, daba a entender el esfuerzo que realizaba porque su mente y sus poderes no terminaran de consumirla en un miedo que solo se volvía más fuerte junto a ella.
―Es Chang ―logré decir apenas, mientras me arrodillaba en el suelo y sentía que sangre y vómito salían de mi garganta. Ni siquiera sabía si era verdad. Ni siquiera me pregunté cómo Cyborg lo sabía o si él, ella o yo mismo no éramos más que una ilusión de alguna mente enferma. Cuando pude recuperarme, seguí gritando, seguí tratando de llamar a mis amigos hacia un círculo que Cyborg se esforzaba por mantener en pie.
Empezó a llover sobre nosotros. Cuando las primeras gotas cayeron sobre mí, no me preocupé en lo absoluto. Seguí en mi tarea de intentar encontrar a Chico Bestia y Starfire; ahora Raven me ayudaba, desplegando formas y figuras en el aire con su magia, aunque con dificultad. Pero cuando una de aquellas gotas ardió en mi mejilla y las siguientes comenzaron a quemarme, no pude evitar gritar de dolor.
―¡No te muevas! ―rugió Cyborg nuevamente, algo más encorvado, pero manteniendo el rayo sónico chorreando luz―. ¡Si corren, no podremos salir de aquí!
Raven actuó antes de que yo diera cualquier orden. Nos cubrió a los tres con un manto de energía para evitar que esa lluvia nos siguiera quemando.
―Nunca van a salir de aquí, ingenuos…
―¡Robin! ¡Robin! ¡Están ahí, Star! ¡Están ahí!
―¡Chico Bestia!
―Que se den prisa ―dijo Raven en un susurro adolorido. Apreté los puños, sintiéndome impotente por no poder ayudar más a ninguno de mis compañeros. Apoyé una mano en el hombro de Raven, apretándolo suavemente, haciéndole saber que estaba allí, que saldríamos y que todo estaría bien. El dolor, la náusea y el miedo continuaban allí. No dije palabra. Solo apreté su hombro.
―Resiste, Rae, ¡ya vienen! ―exclamó Cyborg.
No pasó más de un minuto, aunque fue eterno. Todo mi cuerpo estaba concentrado en el horizonte, esperando ver de un momento a otro a mis compañeros. Nunca había deseado tanto que todo saliera bien. Era una sensación primitiva y única, una barra de hierro en mi mente que producía un solo sonido: «Que lleguen, que lleguen, que lleguen».
Lo hicieron. Corriendo, tratando de huir de las gotas que ardían en su piel. Al parecer, Starfire era algo más inmune a ellas, por lo que sobrevolaba a Chico Bestia para evitar que fuera lastimado. Me sentía casi conmovido, sumergido en ese torrente de emociones contradictorias. Cuando llegaron a la protección de la burbuja de Raven, abracé a Starfire un segundo y rodeé el hombro de Chico Bestia. «Ya estamos bien…. Ya estamos bien…» La lluvia había cesado en ese preciso instante, pero la realidad continuaba cayendo sobre nosotros.
―¡Tenemos que salir ahora! ―gritó Cyborg al ver que todos estábamos reunidos―. ¡Necesito que ataquen con todas sus fuerzas!
―¡Ya lo oyeron, equipo!
―Pero… ¿qué tenemos que hacer? ―Chico Bestia continuaba aturdido. Uno de sus ojos estaba herido y jadeaba con dificultad―. ¿Atacar qué? ¿Qué sucede?
―Nuestro amigo tiene razón. ¡No hay nada que atacar! ¡Todo es una jhapolknot!
―¡Eso no importa! ―ordené con fuerza. Tenía que recuperar mi energía si quería sacarnos de allí―. ¡Solo ataquen todo lo que vean! ¡Esto no es más que un truco! ¡Una toxina! Si logramos romper esta realidad, si logramos atacarla, se terminará desintegrando. ¡Ataquen y podremos salir!
―¡A la orden, viejo!
―¡Vamos, amigos!
―¡Rápido, para poder patear el trasero de ese viejo de Chang!
―Espero que tengas razón en esto, Robin…
―¡Titanes, al ataque!
Nos lanzamos con todo. Teníamos que salir allí a como diera lugar y cuando realmente nos proponíamos vencer, siempre lo conseguíamos. Sentía una oleada de férreo orgullo y me aferré a él con todo mi ser. Al ver a mis amigos ―mi familia― combatir y luchar con todo su poder para salir de aquella trampa, me sentí uno con ellos. No parecía estar allí, luchando por mi vida y mi cordura, sino en otra pelea más de los Titanes contra el crimen.
Era como si cada momento junto a los Titanes comenzara a tomar forma en mi mente y en esa realidad. Las batallas, las risas, los buenos y malos momentos. Era un esfuerzo emocional recordar cada detalle pero, aunque me sentía agotado, tenía que continuar. No eran solo golpes físicos, no solo rompía paredes: también rompía mi propio miedo y golpeaba con la fuerza de mis recuerdos… De mis recuerdos reales.
Mis padres. Un par de insuperables acróbatas que trabajan en un circo y recorrían el mundo haciendo piruetas de alto riesgo. Eran los mejores y amaban la adrenalina y la pasión de saltar por los aires, arriesgando la vida para la entretención de la gente. De pequeño comencé a amar las alturas y a conseguir proezas parecidas a las que ellos conseguían en el trapecio. Cuando ellos murieron, toda esa pasión por las acrobacias me sirvió con el entrenamiento de Batman y mi vida como titán. Todo lo que hacía, lo hacía por ellos. Para que estuvieran orgullosos de mí, su hijo, que había dedicado su vida a impedir que otros niños sufrieran lo mismo que yo. Sus rostros continuaban claros en mis rostros. «Soy Robin gracias a ellos».
Mis amigos. Nunca creía que formaría nuevamente un equipo. Había dejado Gotham, decidido a continuar por mi cuenta y demostrarle a Batman…y a mí mismo que podía proteger una ciudad sin necesidad de convertirme en un ser de oscuridad. La vida me dio la mejor manera: a través de mi propio equipo. De mi nueva familia. Cada uno con su estilo, su historia, su luz y su oscuridad, su forma de ser, sus miedos y alegrías. Con sus sueños y motivaciones. Cada uno me había traído paz y confianza, pese a que muchas veces no les había devuelto la mano como me hubiera gustado.
No siempre pensaba de esa manera. No siempre recordaba lo que me mantenía en pie ni me daba cuenta de lo afortunado que era. No siempre percibía lo mucho que necesitaba a mis amigos o lo mucho que extrañaba a mis padres. Lo mucho que tenía que perder. Lo mucho que temía perder mis recuerdos o perder a mis amigos.
La realidad terminó de romperse. Me sentía muy cansado física y emocionalmente, pero estaba dispuesto a dejarlo todo por romper aquella ilusión. Muchas veces las batallas eran duras y esa no era la excepción. Sin embargo, ocurrió muy rápido. No sabía qué golpe había sido o qué ataque había sido el definitivo, pero de un momento a otro, sentí que caía.
Que caía.
Que caía.
No tenía de dónde sujetarme y, aunque intenté usar alguna herramienta o gritar, no pude hacerlo.
Solo caí.
―A ti podría enviarte allí, Chico Bestia. ¿No te gustaría?
―¡Es una idea maravillosa, amigos! ¡Podríamos vestirnos como esas extrañas criaturas que aparecen en la televisión!
Era el inicio de una nueva semana de tira y afloja respecto a la noche de Halloween. Siempre había sido algo reticente a celebrar esa festividad, ya que en el tiempo en que estuve en Gotham, era la noche más dura y atareada de todas. Ningún psicópata en Gotham se perdía la oportunidad de aterrorizar y salir esa noche a cometer los más horrendos crímenes. Sin embargo, en Jump City las cosas eran bastante diferentes.
Los villanos jóvenes ―como los Hive Five― también celebraban Halloween y no solían salir a armar escándalo, a menos que contáramos el intento de robo de alguna tienda para no tener que pagar los dulces. Realmente, además de Mr. Wolf que solía pedirnos ayuda durante las noches de luna llena, los 31 de octubre no eran demasiado ajetreados. Solo era difícil olvidar los hábitos.
―Bueno, quizás podríamos consider…
―¡¡Síí!! ¡No te arrepentirás, viejo! ¡Tenemos que hacer nuestros disfraces!
―¡Eso es una excelente noticia, Robin! ¿Iremos al centro de comercio para comprar ingentes cantidades de caramelos llenos de azúcar? ¿Celebraremos el Hallo de Ween este año?
Miré a Raven quien simplemente rodó los ojos, aunque casi podía notar una sonrisa en sus labios. Quizás no estaría del todo mal celebrar Halloween ese año. Quizás vestirme… ¿De qué podría ser? Definitivamente no iba a ser Batman. Siempre quise vestirme de Deadman para algún 31 de octubre, pero realmente no tenía una explicación para ello más que simples recuerdos de infancia, de esos pocos que aún rescataba con una sonrisa. Quizás fuera buena idea. Después de todo, estaba entre amigos ¿no? ¿Qué podría salir mal?
―Sí, Star, supongo que sí.
***
―¡Robin! ¡Despierta!
Abrí los ojos y lo primero que vi fue el rostro preocupado de Starfire que trataba de hacerme reaccionar. Un dolor sordo me molestaba a un costado de la cabeza y ahogué un quejido. Me levanté con cierta dificultad, apenas consciente de cómo había caído, mirando a mi alrededor con cierto desconcierto.
―Te demoraste un poco en despertar, viejo ―comentó Cyborg con una sonrisa algo forzada―. Ya nos tenías preocupados.
―Sí, luego de que esa cosa monstruosa y viscosa nos tragara a todos y nuestras vidas pasaran frente a nuestros ojos moribundos… ―Chico Bestia me había agarrado del uniforme con una mirada histérica―… caímos en este lugar de oscuridad ¡y fuiste el último en despertar!
―¿Dónde estamos? ―pregunté mirando a nuestro alrededor. Estaba oscuro otra vez y pronto me di cuenta de que la luminosidad del lugar provenía de una bola de energía que Starfire hacía relucir para nosotros. Le sonreí. ―¿Volvimos al comienzo?
―No, este es un lugar distinto ―comentó Raven. Dirigí mi mirada hacia ella, preocupado, pero ella no se inmutó. Lucía mejor, pero también cansada y no podía quitarme de la cabeza su expresión de agonía cuando la encontramos herida en una de las celdas―. Parece… otra etapa.
―¿No es acaso adorable cómo pueden sacar tan bellas conclusiones, pequeñitos?
―¡Ya me tienes harto! ¡Muéstrate de una vez, cobarde!
―¡Sí, sal y da la cara, viejo!
―¡Un verdadero guerrero nunca se ocultaría de esta forma tan horrible!
―Deberían tener cuidado con lo que solicitan… Enfrentar sus miedos no es nada sencillo, ¿verdad? Quizás una nueva dosis podrá aclarar sus mentes…
―¡El Espantapájaros! ―grité.
―¿Qué? ―preguntaron al unísono mis compañeros.
―¡Es el Espantapájaros! ¡Es su gas del miedo! ¡No estamos realmente aquí! ¡Tenemos que salir!
Por eso la voz me había traído recuerdos de Gotham: porque provenía de allí. Mis pensamientos estaban tan concentrados en los posibles villanos de Jump City e incluso en el mismísimo Joker, que había olvidado a otro maniático del miedo que había conocido. El doctor Jonathan Crane, obsesionado con la química y la psicología del miedo, nunca perdía oportunidad de probar sus nuevos experimentos en cualquiera que se le atravesara.
Por lo general, utilizaba a Batman, por ser uno de sus principales objetivos. Suponía que, por aquella vez, había intentado un camino diferente. «No creerá que se lo haré fácil», juré. Recordaba cada truco: la oscuridad, la risa que provenía de todas partes y de ninguna, los cambios imposibles, las heridas que solo eran creadas por nuestra propia mente, el miedo del dolor por los seres amados perdidos, la soledad, la desesperación…
Cada latido, cada jadeo, cada gota de sangre y sudor habían sido obra de aquel largirucho e impredecible psicópata de mi inicios. No podía dejar que la culpa me abrumara, pero me angustiaba pensar que mis amigos habían sufrido por causa mía, ya que el Espantapájaros nunca habría tocado a los Titanes si no fuera por mi vínculo por Batman.
El rostro descompuesto y putrefacto de mis padres ahora se volvía irreal y ridículo, como un grotesco dibujo de un niño pequeño. Los rostros verdaderos, eternos e inmutables, volvían a ocupar su lugar en mis recuerdos y me sentí vivo por primera vez desde que había sucumbido al gas del miedo.
―¿Cómo nos libramos de él? ―preguntó Starfire con voz preocupada.
―Es un tipo raro ―mencionó Chico Bestia, mirándome―. ¿No estaba en Arkham?
―Siempre hay un modo de superar el miedo ―dijo Raven con seguridad―. Podría intentar llegar hasta él con mi alma…
―No. ―Alcé una mano con decisión―. El Espantapájaros controla este mundo. Si intentas algo así… ―Me tomé un segundo―. Ya lo intentaste ¿no? Por eso es que estabas herida. ―Raven no respondió y me acerqué a ella con una expresión comprensiva―. Está bien, es imposible vencerlo en su propio juego.
―Pero, ¿estás seguro de que es él, viejo? ―preguntó Cyborg―. ¿Por qué el Espantapájaros vendría a Jump City?
No lo sabía. Era una pregunta que todavía me molestaba y, aunque creía ser su causa, no podía dar una respuesta segura. ¿Se habría cansado de ser derrotado en Gotham? ¿Se habría enterado de nosotros y habría querido probar con nuevos conejillos de indias? Era extraño, pero ¿realmente intentaba encontrarle lógica al comportamiento de un psicópata obsesionado con la psicología y el miedo?
―Je, je, je… ¿Cómo se librarán, Titanes? No hay ningún antídoto que pueda ayudarles… Esta vez no van a derrotarme.
«¿Esta vez?» Cuando me di cuenta del error que había cometido, traté de gritarle a mis amigos una advertencia, pero fue demasiado tarde. El escenario pareció explotar sobre sí mismo. Todo giraba y nuevamente la opresión del aire comenzó a aplastarnos. Era como si la pintura de un dibujo hubiera comenzado a chorrear por todos lados.
Los colores se veían tenues y las paredes y el suelo se resquebrajaban. Tenía que concentrarme lo suficiente como para liberarnos, pero simplemente no podía. Una sensación de náusea y repugnancia me manchaba la boca como si tuviera vómito en mis labios. El que toda la realidad hubiera comenzado a girar sin control y que esa risa, ahora estridente e histérica, siguiera lastimando mis tímpanos no ayudaba.
―¡Robin!
―¡Cyborg! ¿Dónde estás? ―Traté de enfocar la vista, pero era imposible.
―¡Viejo! ¡Aquí! ¡Es Chang! ¡Es el profesor Chang!
―¿Qué?
No lograba escuchar más que la risa estridente y el rompimiento de la realidad. Vi como el cañón sónico de Cyborg se disparaba desde alguna parte y me esforcé por correr hacia él. No sabía si avanzaba o retrocedía, si caía o me levantaba. Los ojos me ardían y sentía que me rompía con el resto del mundo. Tenía que avanzar, avanzar, pero cada músculo se resistía. ¡Solo era un efecto! ¡Solo era una toxina! ¡Podía con ella!
«¡Es Chang!», había gritado Cyborg. ¿Sería cierto? ¿No era el Espantapájaros? Eso tendría mucho más sentido, aunque el gas del miedo era inconfundible… Su efecto psicodélico, el terror inicial, el miedo, la opresión, las escenas imposibles, el dolor, el recabar en lo profundo de nuestras mentes, de nuestros miedos, crear y seguir creando horror…
Choqué contra algo metálico y vi el rostro angustiado de Cyborg, que parecía estar luchando contra algo que solo él podía ver. El dolor de mi torpeza me trajo un instante de lucidez y grité:
―¿Dónde están?
―¡Robin!
―¡Starfire! ¡Chico Bestia! ¡Raven! ¿Dónde están?
Traté de moverme otra vez ante la oscuridad y los truenos que aparecían y se desvanecían, pero la mano de Cyborg me retuvo.
―No puedes moverte. ¡Llámalos! ¡Pero no te apartes! ¡Sé cómo sacarnos de aquí, pero no puedes irte!
―¿Qué? ¡Tengo que ir por ellos! ¡Están en peligro!
―¡Lo sé! ¡Pero si te marchas, quizás no vuelvas! ¡Llámalos! ¡Pueden hacerlo, tal como tú lo hiciste!
Comprendí lo que quería decir y cuál eran sus intenciones. Al entender realmente a qué nos enfrentábamos, las cosas se volvían un poco más sencillas para él. Una toxina era algo con lo que Cyborg podía combatir, al tener la mitad de su cuerpo hecho completamente de material tecnológico y mecánico. Aunque parte de su mente se veía influenciada por el pánico y el miedo, su cerebro computarizado continuaba lúcido. Solo necesitaba presionar esa realidad ficticia lo suficiente para que se terminara de caer, para que terminara de romperse sobre sí misma y para que el efecto cesara. «Necesitamos estar juntos».
Comencé a gritar desesperado los nombres de mis amigos. Mareado, aturdido y aterrorizado, me las arreglé para lanzar granadas de luz, de fuego, de hielo, ganchos y bombas truco, todo lo que tuviera a mano para llamar su atención, para hacerles entender que seguíamos aquí, que aquello no era más que una ilusión de nuestra propia mente.
Raven fue la primera en comprenderlo y un cuervo negro nos sobrevoló hasta convertirse en ella misma. Su rostro cubierto por la capucha no me permitió ver sus ojos, pero el temblor tenue de sus manos al acercarse a mí, daba a entender el esfuerzo que realizaba porque su mente y sus poderes no terminaran de consumirla en un miedo que solo se volvía más fuerte junto a ella.
―Es Chang ―logré decir apenas, mientras me arrodillaba en el suelo y sentía que sangre y vómito salían de mi garganta. Ni siquiera sabía si era verdad. Ni siquiera me pregunté cómo Cyborg lo sabía o si él, ella o yo mismo no éramos más que una ilusión de alguna mente enferma. Cuando pude recuperarme, seguí gritando, seguí tratando de llamar a mis amigos hacia un círculo que Cyborg se esforzaba por mantener en pie.
Empezó a llover sobre nosotros. Cuando las primeras gotas cayeron sobre mí, no me preocupé en lo absoluto. Seguí en mi tarea de intentar encontrar a Chico Bestia y Starfire; ahora Raven me ayudaba, desplegando formas y figuras en el aire con su magia, aunque con dificultad. Pero cuando una de aquellas gotas ardió en mi mejilla y las siguientes comenzaron a quemarme, no pude evitar gritar de dolor.
―¡No te muevas! ―rugió Cyborg nuevamente, algo más encorvado, pero manteniendo el rayo sónico chorreando luz―. ¡Si corren, no podremos salir de aquí!
Raven actuó antes de que yo diera cualquier orden. Nos cubrió a los tres con un manto de energía para evitar que esa lluvia nos siguiera quemando.
―Nunca van a salir de aquí, ingenuos…
―¡Robin! ¡Robin! ¡Están ahí, Star! ¡Están ahí!
―¡Chico Bestia!
―Que se den prisa ―dijo Raven en un susurro adolorido. Apreté los puños, sintiéndome impotente por no poder ayudar más a ninguno de mis compañeros. Apoyé una mano en el hombro de Raven, apretándolo suavemente, haciéndole saber que estaba allí, que saldríamos y que todo estaría bien. El dolor, la náusea y el miedo continuaban allí. No dije palabra. Solo apreté su hombro.
―Resiste, Rae, ¡ya vienen! ―exclamó Cyborg.
No pasó más de un minuto, aunque fue eterno. Todo mi cuerpo estaba concentrado en el horizonte, esperando ver de un momento a otro a mis compañeros. Nunca había deseado tanto que todo saliera bien. Era una sensación primitiva y única, una barra de hierro en mi mente que producía un solo sonido: «Que lleguen, que lleguen, que lleguen».
Lo hicieron. Corriendo, tratando de huir de las gotas que ardían en su piel. Al parecer, Starfire era algo más inmune a ellas, por lo que sobrevolaba a Chico Bestia para evitar que fuera lastimado. Me sentía casi conmovido, sumergido en ese torrente de emociones contradictorias. Cuando llegaron a la protección de la burbuja de Raven, abracé a Starfire un segundo y rodeé el hombro de Chico Bestia. «Ya estamos bien…. Ya estamos bien…» La lluvia había cesado en ese preciso instante, pero la realidad continuaba cayendo sobre nosotros.
―¡Tenemos que salir ahora! ―gritó Cyborg al ver que todos estábamos reunidos―. ¡Necesito que ataquen con todas sus fuerzas!
―¡Ya lo oyeron, equipo!
―Pero… ¿qué tenemos que hacer? ―Chico Bestia continuaba aturdido. Uno de sus ojos estaba herido y jadeaba con dificultad―. ¿Atacar qué? ¿Qué sucede?
―Nuestro amigo tiene razón. ¡No hay nada que atacar! ¡Todo es una jhapolknot!
―¡Eso no importa! ―ordené con fuerza. Tenía que recuperar mi energía si quería sacarnos de allí―. ¡Solo ataquen todo lo que vean! ¡Esto no es más que un truco! ¡Una toxina! Si logramos romper esta realidad, si logramos atacarla, se terminará desintegrando. ¡Ataquen y podremos salir!
―¡A la orden, viejo!
―¡Vamos, amigos!
―¡Rápido, para poder patear el trasero de ese viejo de Chang!
―Espero que tengas razón en esto, Robin…
―¡Titanes, al ataque!
Nos lanzamos con todo. Teníamos que salir allí a como diera lugar y cuando realmente nos proponíamos vencer, siempre lo conseguíamos. Sentía una oleada de férreo orgullo y me aferré a él con todo mi ser. Al ver a mis amigos ―mi familia― combatir y luchar con todo su poder para salir de aquella trampa, me sentí uno con ellos. No parecía estar allí, luchando por mi vida y mi cordura, sino en otra pelea más de los Titanes contra el crimen.
Era como si cada momento junto a los Titanes comenzara a tomar forma en mi mente y en esa realidad. Las batallas, las risas, los buenos y malos momentos. Era un esfuerzo emocional recordar cada detalle pero, aunque me sentía agotado, tenía que continuar. No eran solo golpes físicos, no solo rompía paredes: también rompía mi propio miedo y golpeaba con la fuerza de mis recuerdos… De mis recuerdos reales.
Mis padres. Un par de insuperables acróbatas que trabajan en un circo y recorrían el mundo haciendo piruetas de alto riesgo. Eran los mejores y amaban la adrenalina y la pasión de saltar por los aires, arriesgando la vida para la entretención de la gente. De pequeño comencé a amar las alturas y a conseguir proezas parecidas a las que ellos conseguían en el trapecio. Cuando ellos murieron, toda esa pasión por las acrobacias me sirvió con el entrenamiento de Batman y mi vida como titán. Todo lo que hacía, lo hacía por ellos. Para que estuvieran orgullosos de mí, su hijo, que había dedicado su vida a impedir que otros niños sufrieran lo mismo que yo. Sus rostros continuaban claros en mis rostros. «Soy Robin gracias a ellos».
Mis amigos. Nunca creía que formaría nuevamente un equipo. Había dejado Gotham, decidido a continuar por mi cuenta y demostrarle a Batman…y a mí mismo que podía proteger una ciudad sin necesidad de convertirme en un ser de oscuridad. La vida me dio la mejor manera: a través de mi propio equipo. De mi nueva familia. Cada uno con su estilo, su historia, su luz y su oscuridad, su forma de ser, sus miedos y alegrías. Con sus sueños y motivaciones. Cada uno me había traído paz y confianza, pese a que muchas veces no les había devuelto la mano como me hubiera gustado.
No siempre pensaba de esa manera. No siempre recordaba lo que me mantenía en pie ni me daba cuenta de lo afortunado que era. No siempre percibía lo mucho que necesitaba a mis amigos o lo mucho que extrañaba a mis padres. Lo mucho que tenía que perder. Lo mucho que temía perder mis recuerdos o perder a mis amigos.
La realidad terminó de romperse. Me sentía muy cansado física y emocionalmente, pero estaba dispuesto a dejarlo todo por romper aquella ilusión. Muchas veces las batallas eran duras y esa no era la excepción. Sin embargo, ocurrió muy rápido. No sabía qué golpe había sido o qué ataque había sido el definitivo, pero de un momento a otro, sentí que caía.
Que caía.
Que caía.
No tenía de dónde sujetarme y, aunque intenté usar alguna herramienta o gritar, no pude hacerlo.
Solo caí.
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