Cuando Zapata salió del edificio, se vio bombardeado de
cámaras y periodistas que lo rodearon como si fuera un delicioso filete para
tigres hambrientos. Era primera vez que le pasaba algo así y no supo
reaccionar: se quedó allí plantado, esperando que algo sucediera y sin atinar a
contestar o a continuar caminando. Simplemente los miró con confusión y algo de
miedo, lo que en sí era el peor error que podía cometer.
―¡Vamos, hombre,
avanza! ―le dijo, furioso, Gómez, agarrándolo de la manga de la chaqueta y
arrastrándolo entre esa muralla humana de curiosidad e intereses corporativos.
Los flashes de las cámaras lo desorientaban y sentía con más fuerza que nunca
la metáfora animal de verse acorralado.
«¡Soy inocente!»,
quería gritar, pero ningún sonido salió de su boca. Un grupo importante de
reporteros rápidamente se alejó de él cuando vio que… ella, la Zorra, había
salido también a su lado. Su cara no demostraba ninguna expresión: ni siquiera
sonreía por el triunfo que había conseguido ni parecía interesada en lo más
mínimo en nada de lo que ocurría a su alrededor.
―Vamos, vamos
―seguía diciendo Gómez.
―¡Una palabra,
señorita Lucero!
―¿Cree que sus
abogados ahora intentarán una medida más agresiva?
―¿Qué tiene que
decir a las declaraciones de su ex marido?
―Es una pérdida
de tiempo gastar aliento y palabras en una trozo de basura como él ―dijo como
un robot programado―. Con permiso.
Apenas podía oír
la cantaleta repetitiva de Gómez. Su «vamos, vamos» se escuchaba ahora
demasiado lejano. ¿Por qué? ¿Por qué en momentos como eso sentía que estaba
completamente solo y desconectado? ¿Por qué en instantes como aquel realmente… deseaba ser culpable? La sentía a solo
un centímetro de distancia. Solo tenía que alzar las manos y rodear su cuello
moreno y bronceado hasta que ella no pudiera volver a pronunciar palabra.
Con sus propias
manos, enfrentaría con una sonrisa satisfecha la mirada aterrorizada de esa
perra. «¿No decías que yo era culpable? ¿No decías que era basura, un cabrón,
un psicópata sin conciencia?» ¿Por qué no darle el gusto?
―¡Señor Zapata!
¿Qué tiene que responder?
Era tan solo cosa
de abalanzarse sobre ella y ser lo suficientemente rápido. Apartar algunas cámaras… ¡O incluso usar una
de ellas! Sí, tomar alguna de esas cámaras y machacar su cráneo como un
reportaje mal hecho una y otra vez hasta que alguien lo apartara. Seguramente
se preocuparían más de captar la noticia que en impedir que la asesinara. Se
haría famoso. Moriría ejecutado. Y le daría una lección.
―No.
Se alejó
caminando con Gómez a su lado.
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