Vergüenza y
humillación que se entremezclan. Hay cosas más importantes, más profundas, hay
inquietudes, mareas y tormentas de fuego que realmente merecen la atención, que
se elevan contra todo pronóstico. Pero siempre es exactamente lo mismo: las
mismas dudas, las mismas inseguridades, el mismo reflejo que arranca el corazón
y envuelve en una oscuridad opresiva.
El reflejo
maldito. Ese que persigue en cada rincón, aquel que se aparece siempre que se
alzan los ojos para encontrarse. Cada centímetro parece retorcido, anormal,
indeseable, odioso, repulsivo. Cada defecto, cada detalle, cada tontería, cada
absurdo y cada pensamiento que se ocupa en un odio sin sentido. Las promesas,
los intentos, una y otra vez que terminan en nada más que decepciones y en
sueño rotos. En cobardías tan profundas que hacen temblar y que hunden el
espíritu en lodo y sangre.
¿Qué más se puede
hacer? Muchas cosas, sin duda. ¿Dónde está el valor? ¿Dónde está la belleza?
¿Dónde está la energía? ¿Por qué parece ser tan solo un pobre gusano asustado
en la tierra, un punto en medio de la hoja en blanco que quiere desaparecer? Es
tan solo un capricho, una tontería o quizás solo quiere creer que es así, para
no sentir que eres el cuadrado en medio de los círculos o la bola en medio de
las rayas. Estilizadas, elegantes, diferentes y perfectas.
«Parezco una cría
de quince» pienso al sentir las emociones agolpándose entre mis dedos y los
pensamientos revolotear como lazos entre mi garganta. Sonrío entre el vacío y
la amargura. Hay cosas más importantes que una cáscara repugnante y deforme,
que las palabras condescendientes de bellezas contemporáneas.
Después de todo…
siempre se puede pintar la cáscara. Si la pulpa está podrida, no hay nada que
hacer…
¿Verdad? Ruedo los ojos y observo la lista de pendientes. Esta fruta tenía demasiado qué hacer como para estrangular sus pensamientos en dolores imaginarios. Demasiado que escribir y vivir. Un segundo después, me prometo encontrar metáforas más adecuadas y cierro la ventana.
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