Nota de autora: Segundo ejercicio de Literautas: "Noticias frescas", consistente en buscar una noticia en un periódico y contarle desde un punto de vista. No quedó como quería. Auguro una reescritura en el futuro. Un saludo.
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Morbo popular
«¡No, no, no!»
La música no
lograba apagar sus gritos y, aunque no era primera vez que veía algo así, una especie
de incomodidad e inquietud me atenazaba profundamente. Eran cerca de tres
oficiales ―¿lo eran? Nunca supe distinguir bien sus rangos― los que rodeaban al
infeliz que gimoteaba en el suelo y al que le daban sin piedad.
Siempre admiré
esa capacidad que tenían los hombres para darse de puños con una sonrisa en la
cara. Los tres funcionarios jadeaban, sudorosos y con las mejillas enrojecidas,
mientras continuaban insultando y golpeando con un ritmo frenético. Insultando
y golpeando. Insultando y golpeando. Insultando y golpeando El tipo seguía
gritando y en un momento vomitó en los zapatos de uno de ellos, quien al instante
lo tiró al suelo y volvió a machacarlo.
―Qué horror
―murmuré para mí misma, aunque observaba con morbo toda la situación. Estaba segura
de que cosas así no podrían pasar en nuestra escuálida comunidad: las ventajas
de que cada uno fuera por su lado. No sabía de qué acusaban al pobre diablo
torturado, aunque tampoco me importaba. Solo estaba esperando el mejor momento
para escabullirme de allí.
―Por favor… no…
Esta vez, lo golpearon
con una especie de palos. Los reconocí, porque con ellos, una vez, un tipo
delgado y con mala cara había tratado de aplastarme, sin resultado. Me
sorprendía la brutalidad que estaba viendo, pero tampoco podía apartar mis
muchos ojos. Era uno, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro. Y ya sabía
que no sería la última vez. Me dieron lástima sus súplicas atragantadas, el
vómito en que se revolcaba y los ladridos rabiosos de los policías.
Conté hasta
treinta cuando por fin encontré mi oportunidad. Abrieron la puerta y
arrastraron a esa mortaja humana a gritos, patadas y empujones hacia afuera.
Utilicé todas mis fuerzas para alcanzar a deslizarme a través de la puerta
justo a tiempo antes de que se cerrara y me volviera a dejar adentro otra media
hora. La vida de una mosca algo rellenita no era precisamente la mejor. Cuando
logré zigzaguear a través de todo el lugar rumbo a la calle, le dediqué una
última y múltiple mirada al pasillo donde habían llevado al tipo golpeado.
«Humanos»
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