La chica se despertó con el
corazón dado vuelta y una sensación de lucidez impropia para esa hora de la
mañana. Sabía lo que había soñado y, aunque había logrado embelesarla en sus
sueños e incluso convencerla por unos segundos de que era real, su mente ahora
también estaba despertando y le advertía sobre los peligros de entregarse a
esas fantasías.
Sonrió, ahora algo más
somnolienta. Se sorprendía por la claridad y realismo que había conseguido con
ese sueño y lo verdaderamente triste que era simplemente haberlo soñado. Había
recreado su forma de escribir, sus signos y giros en su mente. Su travesura, dureza, dulzura, rudeza y suavidad. Su signo. Había logrado
engañarse lo suficiente como para aferrarse durante largos y dolorosos minutos
a que él continuaba allí como un ángel guardián.
Por supuesto, era posible que
así fuera, pero no de aquella forma. Pobre “Erick”, aquel simple usuario inocente
e impávido que había convertido en el alter ego de alguien mucho más valioso.
De su fantasma. Su mente sí que le jugaba malas pasadas. O quizás solo fuera que
había aprendido algunas enseñanzas de sana paranoia.
Bostezó un par de veces. No iba
a revisar el correo, era simplemente ridículo. Claro que no lo haría. ¿Qué
esperaba encontrar? ¿Un par de notificaciones? ¿Una actualización de una
historia? ¿Recordatorios de las cosas que tenía que hacer? Cerró los ojos
nuevamente y se acurrucó un poco más en las
sábanas, poco dispuesta a permitir que la realidad ―esa traicionera
compañera de cada día― la abrazara tan temprano.
Contó hasta veinte. Se incorporó,
buscó el ordenador, lo encendió a toda prisa y entró a su correo con una mirada
desenfocada, con el peso del sueño en sus dedos acalambrados y con la firme
convicción de que no encontraría nada.
No se decepcionó. Una sonrisa
resignada y casi desafiante, como si el vacío le estuviera lanzando un reto, se
formó en su rostro de chica recién despertada y se apoyó nuevamente en el
respaldo de la cama. El fantasma se había acercado demasiado esta vez. Solo
habían pasado algunos días, era cierto, pero... quién cuenta días cuando se
extraña a alguien? Comenzó a deambular por la red, sintiéndose idiota,
improductiva y alegre.
El fantasma había vuelto por unos
instantes. Había tocado la puerta de su mente, había entrado a visitar sus
sueños y había dejado un rastro de letras angulosas y juguetonas, irreales,
antes de volver a marcharse.
«O quizás solo estoy loca,
pensó la chica y, cerrando el computador, volvió a dormirse
no
sin antes susurrarle al ente que quizás estuviera vigilando o que quizás nunca estuvo ahí, lo
único que podía decirle. «Te amo».
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