"I’ve
never been perfect,
but
neither have you" - Linking Park
***
―Hey,
humana ―susurra el cerebro desde el interior de mi cráneo―. Estás de muy buen
humor. ―Sonreí ante sus palabras. No era del todo exacto: no es que estuviera
de buen humor, sino que simplemente estaba de un humor neutro y desenfadado. No
obstante, al parecer mi cerebro hoy no estaba para precisiones al parecer―.
Sería una pena...
Fruncí
el ceño ante su tono malicioso. ¿Qué estaba planeando?
―...
que alguien decidiera revisar el último correo de cierto individuo, ¿verdad?
***
Podríamos
decir banalmente que fue así cómo empezó todo esto. En realidad, fue un
experimento del que ya tenía una respuesta. Una vez me dijiste que yo era la
sádica y tú el masoquista, aunque quizás tendríamos que replantearlo.
Objetivamente hablando, son solo palabras. Por un lado, ha pasado algún tiempo.
Por otro lado, nunca será el suficiente.
¿Quieres
saber los resultados de mi experimento, de ese extraño e irracional ―quizás―
deseo de volver a leer aquella despedida que parece tan lejana? Todavía no
logro secarme todas las lágrimas. Lo escribo, porque necesito hacerlo y no,
porque ―¡El Unicornio Rosa Invisible no lo quiera!― vayas a leerlo. Nunca he
intentado hacerte sentir culpable y esta no es la excepción.
Quizás
simplemente es ese deseo humano y absurdo de creer que sigues allí. Y suena a
chantaje. De hecho, todo este escrito suena a un enorme y bastante mediocre
chantaje. Pero no lo es. Es solo el resultado de un deseo. El resultado de
comprobar, no podía ser de otro modo, que estás más presente que nunca en cada
uno de mis pensamientos. Que te sueño a veces y despierto con una sensación de
irrealidad que me envuelve por unos maravillosos instantes.
Que a
veces aprieto los ojos para dejar correr esas gotitas de emoción que se escapan
de su corral y que terminan en mi lengua, devoradas, saladas. Que en ocasiones
la ausencia duele y, en otras ocasiones, no existe. No existe, porque, como
ahora, estás conmigo, con una expresión taciturna, echándome el humo del
cigarro en la cara y con una mueca de decepción. Prometo trabajar mejor en mis
escritos. Prometo esforzarme más en ellos, ya que, aunque he escrito más, no
siempre publico precisamente por eso: falta de pulido.
Perdóname
por técnicamente romper la veda. Sí, nunca dijimos nada sobre escribir ¿verdad?
Nunca prohibiste que me dirigiera a ti. Solo prometiste que no responderías.
Está bien, está bien, en este momento de la noche estoy sentimental. Todavía no
estaba lista para volver a leer tu despedida
y la sola palabra me provoca un nudo en la garganta de lo más ridículo. ¡Si tú
vieras a esta ruda llorando como una magdalena!
Porque
sí soy muy ruda. En serio. Un poco al menos. Un poquito... "Someday, somehow gonna make it alright, but not right
now..." Y solo yo sé cuándo, ¿eh? Espero que no mueras como el
protagonista del video de esa canción o algo parecido. Y que cuando te sientas
listo, no me hayas borrado de tu lista de sueños. Yo no podría hacerlo.
Comencé
a leer "It". Me asusté a las veinte páginas y no lo he continuado. Al
menos, podríamos decir que tu viejo amigo Stephen logra su cometido, aunque
conmigo no tiene tanta gracia: soy una cobarde por naturaleza. La única vez que
me arriesgué por algo fue contigo... No me arrepiento ni un solo día, aunque no
ha sido precisamente sencillo. Te lo dije varias veces ¿no? Vales cada sonrisa
y cada lágrima. Cada instante de duda. Cada fantasía imposible. Cada reflexión
y cada sobresalto cuando mencionan ese rincón isleño que es tu hogar.
Hoy
estás conmigo. Sí, aunque no lo quieras, aunque creas que es romper las reglas.
Estás conmigo, porque mi corazón y mi alma ―¡aunque no exista!― están junto a
la tuya en estas letras. Porque eres mi fantasmita personal. Espero no te
jubiles demasiado pronto. Avísame si decides hacerlo ¿está bien?
***
―Eres
un cabrón ―le digo a mi cerebro mientras me enjuago las lágrimas con el dorso
de la mano y disimulo mi propia pena ante mí misma―. ¿Qué necesidad había de
ello?
―Pues...
realmente ninguno. ¡Aunque mira el lado positivo! ―menciona el órgano con un
falso tono cantarín. No respondo a su provocación y mantengo silencio mientras
cierro los ojos un segundo―. Al menos compruebas que lo extrañas y que lo
sigues queriendo.
―Nunca
lo dudé ―digo con firmeza―. Jamás. Y si vas a decir algo como "vamos a ver
cuánto te dura", ya acepté una apuesta similar con él mismo y no me
molestaría apostar de nuevo. ―Sonrío con cierto desafío―. Casi siempre apuesto
sobre seguro, ¿recuerdas?
―Siempre
me dejas como el malo ―se queja el cerebro.
Apago
la computadora y me tiro en la cama con una sonrisa triste en los labios. Me
acurruco en un rincón y simplemente susurro lo que necesito sacar de mi
interior con voz trémula y sobrecogida, pero emocionada y alegre a la vez:
―Te
sigo amando...
Suspiro,
hastiada por mi propia cursilería. «Cerebro cabrón», maldigo y me echo a dormir
con tsunamis y mensajes traídos de la nada.
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