Juliana lo apartó con una
sonrisa y los ojos cerrados. Todavía podía sentir el sabor a café de su boca,
pero no le dejó avanzar más. León frunció el ceño, aunque también sonreía y se
echó en la cama, observándola con una expresión juguetona.
―¿Qué?
¿Acaso no te gustó? ―preguntó.
Ella
no respondió. Se colocó el chaleco encima de la blusa y se encogió de hombros
con la misma sonrisa que él tenía. Tomó la mochila y salió de la habitación,
mientras León se reía a carcajadas mientras tiraba el sombrero a través de la
habitación y caía sobre las doce cartas que había enviado a la chica que nunca
conocería.
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