Date
la vuelta lentamente. Mírame. No, no rehuyas la mirada. ¿Quién te has creído
que eres? Ahora no sientes más que la opresión del silencio y pretendes
rellenarla con tu propio ruido inútil que no acalla los gritos que quieres
arrancar de tu garganta. Así son tus días: una lucha por la indiferencia, una
lucha por la evasión.
Acércate.
Mírame. ¿Quién eres? ¡Mírame! ¿Quién eres? Eres ese cuerpo inútil, imperfecto y
despreciable que ahora siente punzadas de dolor por el cansancio, por los ojos
gastados, por la pena oculta, por la vida hastiada. Una aspirina no va a
solucionar las cosas siempre, ¿sabes? En ocasiones, simplemente tendrás que
enfrentarte al dolor puro sin más fuerza ni más remedio que tu propia voluntad.
Oh,
pero ¿acaso tienes voluntad? ¿O no eres más que un pez arrastrado por la marea?
¿Un pájaro que sabe que el resto puede volar, pero que nunca ha sentido el
viento sobre su figura? ¿Cuál es tu propósito? No, esta vez no es a mí a quien
debes mirar. No tengo la respuesta, porque también me creaste imperfecta,
inútil y despreciable. Me creaste como eres, porque eres incapaz de imaginarte
que eres más. Porque no lo eres.
Esto
no tiene sentido. Me estás usando como un escape para tus dudas y para tu
propia humillación. Soy un títere en tus manos, un títere enfadado y
decepcionado que te enfrenta, porque esas fueron tus órdenes. Solo soy lo que
tú me has dado. Me usas para forzar tu inspiración, pero la verdad es que
simplemente ocupas el espacio del mundo con vaguedades que en nada sirven. ¿Acaso
a alguien le interesan que esté lloviendo en tu cabeza? ¿Acaso a alguien le
importa que en este momento solo quieras dormir?
No
debería, al menos. Porque el disco que se escucha cien veces, deja de tener la
frescura y deja de causar el impacto y el interés de la primera vez. Tu dolor
quizás fue importante la primera vez. Solo te estoy diciendo lo que ya sabes.
Quieres verlo allí, concreto, en palabras afiladas, quieres hacerte sangrar,
quieres que tu dolor crezca hasta límites insoportables, creyendo ―¡ingenua!―
que así te obligarás a actuar.
Solo
te acostumbras más y más. Solo te empequeñeces más que tu propio nombre. Porque
el dolor no es lo que te hará actuar. Y, la verdad, sé que tanto tú como yo
empezamos a dudar de que algún día eso ocurra. Pero sigue escribiendo: quizás
entre amor, muerte, héroes, injusticias, alcohol, tabaco, valentías, guerras,
imposibles y banalidades descubras algo interesante. Quizás aprendas de alguno de
tus personajes. ¡Quién sabe! Amas. Pero, ¿acaso mereces que alguien haga lo
mismo por ti?
No
respondas. No hace falta. Te rodeas de oscuridad, pero en realidad eres una luciérnaga
aturdida, que no ha encontrado su camino de regreso al bosque o que, quizás,
está atrapada en él, incapaz de encontrar una salida. Sigue intentando. Quizás un
día de estos resulta que encuentras el camino. Lo verdaderamente triste es que
no querrás cruzarlo.
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