―A veces, desearía ser como todo el resto…
¿No es acaso un pensamiento común? ¿Qué persona en todo
el mundo no habrá deseado ni una sola
vez ser otra o tener la vida de otra? ¿Realmente existirá alguien que
durante toda su vida se haya sentido pleno, libre y feliz con quien era? Je.
Quizás los haya, ¿no? En algún rincón del mundo, alguien que nació sonriendo y
morirá con una sonrisa.
Pero yo no soy uno de ellos. Hay momentos en que simplemente
el tiempo se detiene y miro a mi alrededor como si fuera la primera vez que veo
lo que me rodea. Los aparatos, la ropa, las paredes, los cacharros amontonados,
las cortinas amarillas, las camas, Gala lavándose una pata con gesto displicente,
la familia alrededor, pululando… Trago saliva y busco una distracción, pero
nunca dura demasiado.
―Todo sería más fácil si pudiera odiarlos… ¡Odiarlos a
todos!
¿Verdad que lo sería? Pero es imposible, es una ilusión
absurda. Conozco cómo funciona mi mente. Quizás no he sufrido lo suficiente:
hace falta más dolor para que la oscuridad se extienda por todo el camino. Tal
vez solo me falta fuerza para hacerlo. Valor. Qué tonta palabra, ¿no? «Valor»
De pronto, un hastío vital se apodera de mí. Ni siquiera
quiero saber lo que siento o expresarlo. Ni siquiera tengo un mensaje. De
repente, todo es simplemente absurdo. Todo es silencio y el dolor se acumula en
mis ojos. Es como una náusea elemental que irradia desde mi interior, cómo una
resignación esencial a todo. Es simplemente dejarse mecer por la vida… Sin
oponer ninguna resistencia.
―¿Por qué soy lo que soy?
Preguntas tontas con respuestas aún más absurdas. No tiene
sentido. No tiene sentido preguntarlo cuando todo es tan obvio. ¡Es repetir lo
mismo de siempre! ¡Es escribir una y otra vez las preguntas hasta que me
convenza con sangre y lágrimas de que la respuesta existe! ¡Existe y no quiero
aceptarla!
La misma palabra se asoma en mis labios. La misma de
siempre. La que nunca ha dejado de existir. Cobarde. ¿Cuántas veces habré
escrito esa palabra? ¿Cuántas veces me la habrán escupido a la cara desde la
felicidad de la ignorancia, desde el descaro de la confianza, desde la
comodidad de ser otros? Cómo se
atreven todos a mirarme. Cómo se atreven todos a fingir comprender lo que soy.
Ustedes son ustedes. Jamás
serán yo. Jamás van a acercarse a mí. No lo permitiré. No los quiero tampoco.
Los querría si fuera diferente, si todo fuera diferente. Los querría si yo
fuera como ustedes, si pudiera mirarlos a los ojos sin sentir que el mundo se
rompe en trocitos de papel. Pero descuiden: no les haré daño ni les quitaré el
saludo. No puedo odiarles, ¿recuerdan? No puedo odiar a ninguno, incluso a los
más dolorosos. Porque en realidad, sí odio. A mí. Pero a nadie más. Las cosas
seguirán su curso y estas palabras serán testimonio de absolutamente nada: todo
seguirá igual y jamás se darán cuenta de quien soy o, mejor dicho, de quien no soy.
―Ojalá se dieran cuenta…
Je. ¿Para qué? ¿Para que esas miradas de respeto curioso y
de distancia formal se transformen en ríos de lástima y conmiseración? ¿Para
que gasten saliva y tinta en palabras vacías como estas? No quiero nada de
ustedes. No ahora. No ahora. No ahora. Ya es demasiado tarde. Ya he aprendido
cómo vivir sin ustedes, gente normal, gente de mundo, gente viva, gente libre.
Después de todo, no es su culpa. Ustedes jamás podrían
adivinarlo, ¿verdad? Jamás podrían averiguar la verdad. Jamás se enterarán de
que vamos disfrazados y que los mejores
disfraces son los que tapan las lágrimas. Vamos, volteen. Sigan. Caminen.
Aléjense. Olviden estas palabras que jamás leyeron. Continúen su camino.
Yo seguiré el mío con el nudo en la garganta y la mirada en
un cielo, que es el mismo que el tuyo. Es tuyo, porque jamás podrá ser mío,
aunque lo arañe con los dedos. Es tuyo y no quisiera que fuera de otra forma.
Pero no eres tú ahora el que me mira con desprecio. Son ellos. Ellos están allí
y ellos están ausentes. Ellos importan. Ellos no importan. Ellos son los
culpables y los inocentes. Ellos… todos aquellos que viven y aman a mi
alrededor… Los perdono. Los perdono por dejarme aquí. No hay nada que perdonar.
No los odio.
Solo odio a una persona. Y comparte mi nombre, mi rostro y
las palabras que ahora salen, absurdas, estúpidas, rebeldes y tímidas de mis
dedos… como intentando recordarme que no soy indestructible. Que jamás lo seré.
―Buenas noches.
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