―¿Dónde
estamos?
El
vagabundo de mirada burlona se encogió de hombros y continuó observando la
basura que lo rodeaba. A su alrededor, grandes murallas de piedra se alzaban de
forma amenazadora y claustrofóbica, pero él apenas podía notarlo. Quizás si
recordara su nombre las cosas irían cambiarían, pero tampoco se esforzaría en
ello.
―¡Necesito
saber en dónde estamos!
―¿Por
qué?
Era una
pregunta perfectamente razonable, sin lugar a dudas. Ese histerismo y esa
ansiedad no llevaban a ninguna parte. ¿A qué venía tanta exasperación por saber
dónde se encontraban? No era como si saberlo fuera a cambiar algo, ¿verdad? El silencio que siguió a su pregunta le dio
una sensación renovada de triunfo, como si hubiera aplastado a un enemigo
especialmente odioso.
Pronto
comenzaría a hacer frío y todavía no había reunido la suficiente madera para
esa noche en particular. Con un gruñido, se levantó del rincón donde se
encontraba y comenzó a caminar por las calles vacías. De vez en cuando chocaba
con algunos postes, que se volteaban a gritarle insultos, pero apenas los
escuchaba.
―¿Dónde
estamos? ―volvió a preguntar.
Bufó por
lo bajo. El vagabundo de la mirada burlona comenzó a reunir la leña suficiente
mientras ignoraba esa pregunta impertinente. Si recordara su nombre, las cosas
cambiarían. Se daría cuenta de que la pregunta había aparecido hacia mucho tiempo
atrás y que podría ser útil. Pero… ¿qué
sentido tenía responderla ahora?
―Vamos,
vamos ―se dijo a sí mismo, porque nunca había nadie a su alrededor―. Hará frío
esta noche, tenemos que juntar leña.
Mientras caminaba, los edificios comenzaron a iluminarse
lentamente con el sol naciente de un ardiente verano.
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