―Lárgate ―gruñó el niño y las lágrimas corrían por sus
mejillas sucias―. ¡No quiero volver a verte! ¡Lárgate! ¡Te odio!
El hombre se quedó allí, como hecho de piedra, observando la
rabia y el dolor en aquellos ojos tan jóvenes. Los había visto abrirse con esa
curiosidad tan propia de los seres nacidos y había bromeado con su madre sobre
su futuro. «Será un rebelde», le había dicho cuando empezó a llorar nada más acomodarse
en su pecho. «Un rebelde que no dejará que nadie lo limite».
Suspiró y cerró los ojos un momento. Sintió ganas de llorar,
pero se contuvo y se arrodilló ante el niño que ahora sorbía ruidosamente,
intentando parecer más fuerte y mayor de lo que realmente era. Increíblemente,
no se apartó cuando colocó una mano en su cabeza.
―Nunca más te harán daño, hijo. ―Sonrió con fuerza―. Cuando
alguien intente arrastrarte al fondo del mar y a las profundidades de su
oscuridad, recuerda que si pudiste enfrentar a tu propio padre, nada es
imposible para ti.
Se levantó sin volver a sonreír y comenzó a alejarse
mientras escuchaba su llanto. Cerró los ojos con fuerza y se perdió en la
lluvia, rompiendo en lágrimas. ¿Qué era mejor para aquel muchacho valiente y
asustado? ¿Una figura perdiéndose en la memoria? ¿O un ancla hundiéndolo en la
tristeza?
No necesitaban una respuesta. Ya ambos la tenían.
―Te amo, papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario