El cuervo se posó en el alféizar de la venta y la observó
con perversidad. No sabía cómo, pero estaba absolutamente
segura de que la maldad en aquellos ojos no humanos irradiaba directamente
hacia ella. Elizabeth apenas movió su mano hacia el tintero cuando el ave
graznó con fuerza.
―¡No! ―gritó ella en respuesta y la silla pareció derribarse
con ella encima. La ironía de haber terminado de leer un cuento de Edgar Allan
Poe se empezó a apoderar de sus pensamientos, pero apartó el miedo y se
levantó, enfrentando a ese demonio. Pero ya había desaparecido por completo.
En su lugar, un enjambre de diminutos insectos sobrevoló la
hoja de papel en blanco, derramó la tinta y comenzó a devorar cada una de las
letras que formaban su nombre. Elizabeth gritó. Y el cuervo sonrió desde el
centro de su cama, triunfante.
―Los únicos demonios que existen tienen forma humana
―susurró para sí mismo y con cierta indiferencia, permitió que los huesos y
carnes de aquella chica solitaria fueran alimento para sus más queridos amigos.
Oh, cómo adoraba ver el terror en los ojos de los incrédulos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario