Él sonrió y acercó la pluma blanca a su mejilla, haciéndole
cosquillas. Tres veces intentó atraparla desprevenida, pero simplemente era
como si ella tuviera un sexto sentido que le advertía de sus trucos. Al final,
cerró los ojos y dejó que la suavidad del cosquilleo se deslizara por su piel.
―Se siente bien ―susurró con una mirada triste.
―Lo sé. ―Él se encogió de hombros y colocó la pluma entre
las hojas del cuaderno que ella tenía abierto en su regazo―. Cada vez que lo
abras ella saldrá volando y tendrás que perseguirla. Pero te acordarás de mí.
―Nunca me olvidaría de ti ―rió ella con un golpe juguetón.
Tres años más tarde, ella abrió el cuaderno y entornó los
ojos con una expresión enternecida. Allí se encontraba todavía, algo aplastada
por las hojas y algo estropeada por el paso del tiempo. No salió volando nada
más encontrarla, pero al tomarla entre sus dedos y acercarla a su mejilla,
recordó su aroma a café, sus ojos de fantasma y su risa de niño que había
prometido no olvidar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario