A tu salud

miércoles, 10 de enero de 2018

La biblioteca vibraba en un silencio tenso. No se escuchaban más que casuales susurros, pero el ambiente estaba cargado de urgencia, y el sonido de libros abriéndose y cerrándose, de pergaminos rotos y de maldiciones entre dientes parecía amenazar todo como una tormenta. 

―Nos quedan tres horas para entregar el informe ―masculló el más joven y se pasó la manga por la frente. Tenía el cabello rubio mojado de sudor, aunque no había sol.

―Gracias por esa información tan útil ―replicó su compañera y arrugó una hoja inservible de pergamino. Los dedos se le mancharon de tinta y soltó una maldición. 

―¡No hay manera de terminar esto a tiempo! ―insistió el joven, flexionando la muñeca un par de veces para descansar la mano. 

―¡Que te calles de una vez!

―Hay tiempo ―dijo la mayor―. Tanto tiempo que, en realidad, voy a tomarme un descanso y vuelvo enseguida.

Los dos discípulos interrumpieron su acallada a pelea y miraron a la maga con idénticas expresiones de espanto. Ella se rio al ver que el ceño fruncido de la joven se fruncía aún más y que se le retorcía la boca, preparada, no cabía duda, para intentar convencer a su maestra de la locura que eso implicaba. El muchacho, en cambio, simplemente se la quedó mirando con cara de estupefacción y tomó un rollo para abanicarse. 

―Pero… ―comenzó la chica.

―Ya estamos terminando. Y, de todas formas, lo más importante es poder replicar la poción cuando corresponda. Querrán probarla. Si no logramos prepararla bien, el informe será lo de menos. ―La maga volvió a sonreír―. Y saldrá bien. ―Desvió la mirada hacia un elegante reloj de arena que estaba en una de las estanterías de la biblioteca―. Ya vuelvo, chicos.

No les dio tiempo a protestar. Se deslizó desde la pesada banca de madera sin decir otra palabra. La túnica silbó con el roce del aire y se escucharon sus pasos sobre el piso recién encerado. La maga saludó con un gesto al recepcionista que tenía la nariz pegado en un grueso volumen enmohecido y salió de la torre. 

Afuera la niebla cubría los jardines. Era su clima favorito y, aunque en realidad estaban en mitad del verano, cada semana se sorteaba un clima diferente para poder saciar todos los gustos del campus. Durante la última semana, en donde le tocaba el turno al calor endemoniado que siempre preferían los estudiantes del norte, no salía de su cámara salvo fuera estrictamente necesario.

Pensó en los dos discípulos, mordiéndose las uñas y rasgando las plumas a toda velocidad para completar un informe que, estaba casi segura, no iba a leer nadie, y sonrió a su pesar. Había pasado tiempo desde la última vez que había jugado el papel de supervisora de Pociones y solo un poco menos desde la última vez que había preparado una ella misma. Las pociones de los últimos meses apenas contaban. Simplemente eran copias de recetas viejas que, aunque de delicioso aroma y color, tampoco eran nada impresionante. 

Se ajustó el enorme y puntiagudo sombrero y cruzó las puertas del campus. No había nadie en la guardia, lo que era simplemente genial. ¿Nadie se acordaba ya de los espías, las sombras-sanguijuelas o esa vez que un estudiante borracho se tropezó en la puerta y se abrió la cabeza? De todas formas, no podía quejarse. Un puesto de guardia vacío era un puesto de guardia que no hacía preguntas. 

El No te olvido era la única taberna que estaba cerca del campus. Eso era, claro, porque las otras dos, que estaban a una distancia algo mayor, se habían quemado sucesivamente en los últimos cinco años. La hija menor de la dueña de No te olvido se había especializado en piromancia durante su estadía en el extranjero, pero nadie había dicho ni mu al respecto y de todas maneras, su taberna era mejor que las otras dos y con mejores precios, así que, ¿para qué hacer caso a los rumores?

La maga llegó a la puerta de hierro oxidado, tocó cinco veces con una mueca de dolor por el impacto en los nudillos y esperó.

―¿Sí? ―respondió una voz femenina. No se podía escuchar nada desde adentro.

―Busco a alguien que conocí.

―¿Y está aquí?

―Lo está.

―¿Y si no es así?

―Volverá.

Era una fórmula ridícula que cambiaba cada vez que a la dueña se le ocurría, pero todos los meses había un anuncio en el vestíbulo principal del campus, escrito a trompicones y manchado de tinta, con la nueva contraseña. Una vez solo habían anotado “Si Eletrio Niomergan aparece, que pague de una vez”. Varios habían preguntado qué sentido tenía tener una contraseña si todo el mundo podía verla en el estante de anuncios, pero nadie había obtenido respuesta nunca. 

La puerta chilló, rechinó y finalmente se abrió. La taberna era amplia y bonita, con enormes antorchas mágicas que iluminaban la barra y los asientos. Fuego extranjero, lo llamaban los más jóvenes, porque cambiaba de color ―del morado al azul, del azul al amarillo― y eso no es enseñaba por acá. En el campus, la idea era que el fuego quemase. Daba igual el color.

Había música y bastante gente. La maga ya conocía la dinámica. Al frente los que solo estaban allí para comer y beber de forma tranquila, algunos que se juntaban a cenar o que estaban de paso por la zona. Un exquisito aroma a hamburguesa de ternera con pepinillos salteados le hizo rugir el estómago a la maga, pero decidió ignorarlo. Junto a la chimenea estaban los músicos. Era una mezcla de errantes con talento, regulares habituales y borrachos sin remedio que, contra todos los pronósticos, no desentonaban del todo con las conversaciones. 

Al fondo a la derecha se reunían quienes no esperaban compañía, no querían ser molestados o querían pasar desapercibidos. Usualmente era menos siniestro de lo que sonaba. Por lo general, allí bebían solitarios, antisociales o viajeros cansados que no deseaban entablar conversación con nadie. Solo un par de veces habían acudido allí malacatosos de oscuros planes, pero podría ser simplemente un rumor que la dueña había dicho para darle algo de nivel a la taberna.

La maga se dirigió hacia el fondo sin mirar a nadie en particular. A la décima mesa, oculta detrás de unos estantes de ron añejado, bellos y pequeños barriles con sellos negros, que más valía no mirar demasiado si no se tenía la bolsa bien llena, lo encontró. Sin pedir invitación o permiso, agarró una silla vacía y la puso en la misma mesa. Alzó una mano y llamó al camarero.

―Una botella con limón.

―¿Malta con limón? La última vez ordenaste un jugo de frutas ―comentó el que estaba sentado allí.

―Ya ves. Ahora pido una malta con limón. Los dragones nos lleven a todos. Pero veo que sigues mascando la misma pipa.

El viajero sonrió. Llevaba ropa holgada y oscura, de lana basta. No se escuchaba el continuo tic tac de sus pies, así que seguramente llevara botines gruesos, envueltos en forro. Seguro que acababa de llegar. La capa, gruesa y pesada y del mismo tono que el resto de su atuendo, siempre le había parecido demasiado, considerando que además andaba para todos lados con un sombrero de ala corta, que parecía extraño y achatado al lado del suyo, alto y puntiagudo. El humo de la pipa empezó a enrarecer el ambiente, pero ella simplemente agitó la mano y se apoyó en un codo.

―Hace un frío delicioso ―comentó ella con una sonrisa―. Y vas más abrigado que un cazador en la estepa. ―Ella desvió la mirada un momento―. Ha pasado tiempo, ¿no?

―Un poco ―admitió él y tomó un trago―. ¿Sigues en el campus?

Ella asintió.

―¿Sigues merodeando?

Él repitió el gesto.

―¿Algo nuevo que contar? ―preguntó ella con interés. No guardaba demasiadas esperanzas.

―Una que otra cosa…

―Ja. Pero no vas a contarme, porque eso indicaría el fin del mundo. 

―Quizás no son cosas tan interesantes. ¿Y tú? ¿Algo nuevo? ¿Has hecho explotar algún ala del calabozo con experimentos?

Ella se rio. El camarero llegó con la malta y rápidamente abrió la botella para beber. Sabía fresca y ácida y parecía tener burbujas escondidas. 

―No realmente ―dijo luego de terminar el trago―. Tengo a un par de novatos terminando un informe que nadie leerá. Quizás haya otro par de cosas, pero nada emocionante. Ya sabes, viejas pociones, horas entre pergaminos, muchas monedas gastadas en materiales. Como siempre.

―Como siempre ―repitió él, pero esta vez sonrió. Una sonrisa con humo. 

Bebieron en silencio un momento. Si a alguien le sorprendió que hubiera dos personas reunidas en la parte del fondo del No te olvido, nadie hizo comentarios. La maga miró al viajero entre cada trago de la botella. Quizás fuera por la ropa, pero parecía el mismo de siempre. Seguro que no lo era. Andaba por allí haciendo quizás qué, con su pipa y su sombrero. A veces le llegaba una carta suya, breve, concisa, siempre preguntando si todo iba bien, si había pociones nuevas. Ella respondía de la misma manera, disfrutando de esos rasgares parcos, un par de líneas que luego viajaban más allá del campus.
Pero siempre volvía el mismo día. 

―Me alegro de verte ―dijo ella cuando se terminó la botella. Era pequeña, barata, apenas le había entibiado las mejillas―. A ver  si la próxima vez estás más comunicativo, que no es realmente mi estilo estar en un rincón rumiando una malta. 

―Quizás la próxima vez compres uno de esos ―señaló con la cabeza los barriles de ron con el sello negro. El viajero se rio con la cara de desagrado de la maga.

―Qué asco ―comentó―. Y ni hablar, estoy en modo ahorro. Acabo de gastar una fortuna en un apoya-calderos nuevo y en un mueble de ingredientes. No está el horno para bollos. 

―¿Qué le pasó al viejo apoya-calderos? ¿No lo habías adquirido hace poco?

―Sí, pero me cambiaron de sala en la Torre. Es más grande, así que puedo tener más espacio para los libros, el frasco de hígados y todo eso. Dejé el otro donde estaba, seguro que a alguien le sirve. 

Una enorme risotada interrumpió la conversación. No se adivinaba la niebla que había afuera. Aunque en su mayoría se debía a que era una enorme mole de piedra gruesa, madera y fierro, también las enormes hogueras coloridas parecían borrar cualquier rastro de lo que hubiera afuera. 

―¿Vuelves ya al campus? ―preguntó el viajero de pronto.

―Sí. Los chicos ya deben estar entrando en pánico. ―La maga manoteó apenas el sombrero del otro y se rio con su expresión―. A la otra tienes que traer más historias preparadas. 

―Quizás ―dijo él y se encogió de hombros. Cómo le gustaban las frases cortas y misteriosas―. Si tú me traes una poción.

―¿Es eso un trato? 

La maga se levantó sin esperar respuesta. Extendió una mano y estrechó la del viajero, que soltó una carcajada sarcástica cuando lo hizo. 

―Hasta la próxima.

―Ya. Hasta entonces. 

La maga dejó la silla en su lugar y se alejó de la mesa. Cuando llegó a la barra, dejó la bolsa, algo abultada de tintineantes monedas, frente a los ojos de la dueña que, en su defensa, le sostuvo la mirada.

―Un sello negro para la décima mesa. 

―¿El de la capa? 

―El mismo de siempre. 

―¿Celebra algo o va a morirse? ―se rio la dueña, tomando la bolsita.

―Vaya uno a saber, ¿eh?

No se quedó a esperar. Afuera una ráfaga de viento casi le botó el sombrero puntiagudo y tuvo que arrebujarse un poco en la túnica para cubrirse del frío. Ese era el problema de No te olvido. Uno se quedaba demasiado tiempo adentro y se olvidaba un poco de cómo era la realidad afuera. A su alrededor, no había nadie en los jardines. Un cuervo graznó en algún lado y la maga apretó el paso, recordando a los histéricos discípulos y su informe.

Pensó en el horrendo barril de desagradable ron caro y sonrió. Qué tontería.

«A tu salud, fantasma».

Quizás preparara una poción esa noche. Una poción morada y azul, como las hogueras mágicas de la taberna junto a las puertas. 

En las puertas, el puesto de guardia seguía vacío.
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