El rostro de la injusticia

miércoles, 28 de marzo de 2012

Nota de autora: No podía dejar de escribirlo. No es estéticamente bello, pero debía sacarlo de mi pecho. Espero alguien lo disfrute... o lo entienda.


***

Ella está sentada en su asiento junto a la ventana, murmurando entre dientes lo fastidioso que es tener que usar la chaqueta con tanto calor. Podría habérsela quitado, pero eso significaría cargar con otro bulto entre varios de ellos en una muchedumbre de gente poco generosa o considerada. Era preferible aguantar el calor e ir algo más cómoda.

Se apoya contra el cristal —plástico en realidad— y comienza a pensar sobre las cosas que tenía pendientes, los problemas que debería solucionar y las materias que todavía no ha estudiado. De repente, parecía como si fuera demasiado, más de lo que podía cargar. Tenía que organizarse, pero no estaba del todo segura por donde empezar.

Sus pensamientos comenzaron a desviarse y se encontró deseando que las cosas fueran mucho más fáciles. Hubiera sido estupendo haber nacido millonaria, por ejemplo. ¡Todas las cosas que podría estar haciendo! ¡Todas los problemas que se ahorraría! Fantasea unos momentos con una vida alterna, en donde pudiera nadar en historietas originales de sus héroes favoritos y satisfacer todos los caprichos que ahora son solo meros sueños de una chica algo extraña.

«Las cosas deberían ser diferentes”», piensa con cierta profundidad. No obstante, rápidamente se da cuenta de que está perdiendo el tiempo y que todavía tiene que leer algunas cosas en su viaje, antes de llegar a la universidad. Saca los apuntes y fotocopias, apaga el reproductor de música y procura concentrarse, pese a que el vaivén del metro muchas veces la hace perder el foco. Avanza algunas páginas y hace una mueca de cierto aburrimiento, hojeando lo que le quedaba por leer.

—Buenos días, no es nuestra intención molestar. Con mi familia me he visto en la obligación…

Ella frunce el ceño algo incómoda y mirando con cierta inquietud a la pareja de indigentes que ella ya conoce: suelen subirse todos los días al metro a mendigar trabajo y dinero. Algo duele en el interior del corazón de la chica, pero simplemente se apoya contra la ventanilla y los oye pasar sin prestarles más atención. Ya les ha dado dinero antes, pero no puede permitirse gastar más de lo que tiene. Algo incómoda por su posición, enciende nuevamente el reproductor de música, esperando que se vayan.

Sabe qué es la injusticia. Sabe que debería hacer algo. Sabe que las cosas están mal y no de la manera en que ella lo cree. Pero simplemente aparta la vista, convencida que no puede hacer nada y que simplemente la vida debe seguir su curso. Sabe que es incorrecto, pero no hace nada por remediarlo. Y, después de todo ¿puede realmente?

El tren se detiene en la estación Recreo y la chica ve como la pareja sale del tren apresuradamente, contando las escasas monedas que algún desdeñoso o caritativo pasajero les ha dado a cambio de un pequeño calendario de bolsillo. La chica suspira, resignada. Alza la vista y frunce el ceño al ver a la mujer pobre avanzar rápidamente junto a la ventana, secándose una lágrima de impotencia de los ojos.

La chica siente que algo la atraviesa. Pierde de vista a la mujer, pero el tren comienza a avanzar lentamente. ¿Habrá sido sólo su imaginación? ¿Realmente ella estaba llorando? El corazón de la joven se acelera con la fuerza del miedo y el remordimiento, con el sabor amargo de la injusticia en cada latido. Finalmente, el tren alcanza los pasos de ambos mendigos. Él la estrecha por el hombro fuertemente, susurrándole palabras al oído, mientras las lágrimas caen por las mejillas de ella. El rostro de la impotencia. El rostro de la rabia. El rostro de la desesperación. El rostro de la injusticia.

La chica siente que un nudo se forma en su garganta y siente una profunda vergüenza de sí misma. Allí está ella, una chica quizás no tan corriente o tan normal, pero con una buena vida, tranquila, segura, cómoda, pensando en sus propias decepciones e injusticias… ¿Es realmente tan egoísta? ¿Lo son todos? ¿El alma humana se ha endurecido tanto como para apartar simplemente la vista del dolor? ¿O siempre había sido así?

Se siente indigna de derramar lágrimas y las reprime con fuerza. Piensa en que tal vez podría haber aliviado un poco la amarga desesperación de aquella familia… Una moneda… Una sonrisa…. ¿Habría significado algo? ¿Habría marcado alguna diferencia? Tal vez lo hubiera sido. Tal vez hubiera podido entibiar un poco el dolor frío, la impotencia rabiosa contra la egoísta indiferencia del mundo.

La chica suspira. ¿Cuántos cómo ellos habría en su ciudad? ¿En su país? ¿En el mundo entero? ¿Cuántas lágrimas derramadas por una situación tan precaria, por la nula respuesta de una humanidad tan lejana? ¿Qué pueden hacer chicas como ella? Una joven más, con problemas cotidianos y no tanto, con sueños del futuro, con vidas corrientes, con poder escaso. ¿Unirse a otros? ¿Luchar por las injusticias?

No se ve a sí misma en aquel mundo torcido y cambiante de las ideas, de los dogmas, de los rencores. Aquel mundo que ve enemigos en todas partes, que es el primero en repartir culpas y el último en encontrar soluciones. Aquel mundo que simplemente es un continuo guerrear por ideas abstractas, por consignas vacías, por sombras que no llevaban consuelo a esos corazones.

—Estación Barón.

Es su parada. Se levanta con cierta torpeza, murmurando disculpas por los inconvenientes que creaba. El aire frío del puerto —aquel puerto que siempre le resultara gris y hostil—la refresca un poco. Su propio corazón parece encogerse en su pecho, herido por un dolor que no es suyo, que quizás jamás podría comprender, pero que es demasiado grande para ella. El dolor de la injusticia es demasiado grande para cualquier corazón.



¿Llegará el día en que dejará de existir?

¿Llegará el día en que pueda ser compartido entre todos para así aliviarlo?

Imaginación

lunes, 12 de marzo de 2012

***

—¿Cuánto crees que falte para llegar? —preguntó el pequeño, mientras tiraba de la manga de su hermana mayor. Ella le sonrió algo forzadamente, pero no respondió a su pregunta. La chica miraba continuamente hacia atrás, pues sabía que Ella los estaba siguiendo y, si no se apresuraban, pronto los atraparía.

—Tienes que seguir caminando —le indicó con un cierto temblor en su voz—. Vamos, ya llegaremos. —El suelo bajo sus pies parecía endurecerse a cada paso y lastimaba los pies de ambos, pero debían hacer caso omiso de esas molestias. Avanzar era todo lo que importaba.

Carol miró por encima de su hombro y suspiró aliviada al no ver a nadie acercándose, pese a saber que no podía confiarse. El inmenso laberinto zigzagueaba frente a sus ojos y durante largos instantes creía que había perdido el rastro. Sin embargo, debía confiar en las indicaciones que le habían dado y continuar caminando, sin importar nada mal.

Ninguno sabía qué día era o si hacía frío o calor. Era como si el tiempo simplemente se hubiera detenido, creando una suerte de burbuja en la que se movían como ratas de laboratorio. ¿Acaso se sentía diferente a eso, a pequeñas criaturas intentando buscar una salida inexistente? «No pienses en eso», se ordenó Carol con firmeza.

—Necesitamos descansar —protestó Diego con su voz aguda, deteniéndose un instante para apoyarse luego en sus rodillas—. Estoy cansado. Ya podremos seguir en un rato. ¿Por favor?

La joven se mordió un labio, sintiendo el temor subiendo por su pecho hasta su garganta. No quería detenerse bajo ninguna circunstancia; era demasiado peligroso, era imprudente, era… Pero ¿cómo podía negarle a su hermano menor un descanso luego de interminables horas de dura caminata?

Asintió con la cabeza y el pequeño Diego sonrió, aliviado, yéndose rápidamente a sentar junto a uno de los bordes de aquel laberinto. Ambos estaban agotados y jadeantes, aunque agradecían que no existiera un sol que molestara sus sentidos. Sin embargo, sí extrañaban la brisa…

—Si escuchas algo, dímelo al instante, ¿está bien? —dijo Carol con tono aprensivo. Era inútil: el niño ya estaba profundamente dormido; ella sonrió, enternecida y se acomodó a su lado, vigilante, no dispuesta a caer dormida bajo ninguna circunstancia.

No obstante, era evidente que sería un trabajo en vano. Minutos después, no pudo evitar caer bajo el hechizo del sueño, dormitando plácidamente junto a su hermano; aún así, sus instintos permanecían agudos y listos para actuar, por lo que cuando escuchó el crujido insistente de unos pasos acercándose, abrió los ojos al instante y se levantó de golpe.

—¡Diego! —susurró desesperada. Al ver que el chico tardaba en desperezarse, lo tomó trabajosamente en brazos y echó a correr—. Ella viene. —El niño se despabiló y se revolvió en sus brazos con la intención de que su hermana lo dejara en el suelo—. ¡Corre!

Ambos hermanos se detuvieron en seco cuando se encontraron con una enorme pared cortándoles el paso. Diego chilló y quiso devolverse para probar una nueva ruta, pero Ella ya los había acorralado.

—¡Atrás! —exclamó Carol, sintiéndose menos valiente de lo que parecía y tratando de proteger al niño con su cuerpo. Un sudor frío recorría su cuerpo y se dio cuenta de que estaba temblando. Pero no iba a entregarse tan fácilmente, no iba a rendirse…

La sombra se acercó lentamente con una mirada brillante y amenazadora. Sin embargo, a último momento pareció cambiar de idea y se detuvo, cruzándose de brazos.

—La cena está servida. ¿Tengo que repetirlo por décima vez? —les regañó su madre, asomándose por el cuarto y observando el desastre que tenían hecho—. ¡Bajen rápido, que después tienen que limpiar todo esto!

—Sí, mamá —respondieron los dos niños con un tono de voz cansado.

La mujer se alejó y dejó solos a los dos hermanos que, por toda reacción, se miraron con complicidad para luego estallar en risas y correr por las escaleras en busca de los —¡bien merecidos!— víveres que les harían sobrevivir en su próxima aventura.

Sombras del pasado [Fanfiction]

Fandom:Teen Titans/Batman/Nightwing [Cómics]
Claim: Nightwing/Oracle
Disclaimer: Personajes y mundo pertenecientes a DC cómics.


***
—¿Por qué?

El primer aprendiz de Batman tenía una expresión enfurecida en su rostro por lo general tranquilo. Caminaban serenamente entre la gente por el parque de atracciones de Gotham y sabía que no le gustaría la conversación que se avecinaba. Su hombro estaba resentido y se sentía cansado; no se suponía que aquello fuera de ese modo. Estaba haciendo todo bien, creía que lo tenía todo bajo control, ¿qué fue lo que falló? ¿Fue su trabajo diurno, que pareció levantar las antipatías de todos a su alrededor? ¿Fue convertirse en policía tal como su padre, el comisario Gordon, lo que la alejó de él? ¿Fue el oficial Grayson el culpable? ¿O Nightwing?

¿O sólo Dick?

—Estoy harta, Richard —dijo Bárbara con un expresión hostil, mientras desviaba la mirada a otro lado—. ¿Qué hacía ella aquí?

Grayson nunca estaba del todo seguro de cómo las mujeres siempre conseguían perseguirlo a los momentos más delicados de su vida, pero así era. Tarántula, la nueva aprendiz de vigilante de Blüdhaven, había venido en su caza mientras ambos trataban de tener una tranquila cena en un restaurante de Gotham. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué había atacado a Bárbara? ¿Tarántula sabría quién era él? ¿Sabría que Grayson era Nightwing? Si era así… Bruce… Tim...

—Ella no sabe mi identidad secreta —aseguró él, sacándose esas ideas de la cabeza—. Dudo siquiera sepa para qué existen.

—¿Acaso tú sí?

Dick frunció el ceño, sorprendido por aquel ataque. Desde hacía semanas que Oracle había estado a la defensiva con él e incluso más aprensiva de lo acostumbrado. ¡Había llamado a Alfred para que le pusiera puntos, por Dios! Todo porque se había lastimado un hombro en servicio. No necesitaba una niñera, se lo había repetido, ¿por qué ahora se ponía de esa manera?

—¿Me estás preguntando si sé para qué sirven las identidades secretas? —Una suerte de rabia comenzaba a aparecer en su pecho. Trataba de sonsacarle respuestas, pero ella rápidamente se zafaba de sus preguntas. No por nada era Oracle, aunque en ese momento Nightwing hubiera deseado que solo fuera Bárbara. Solo ella misma.

—Has estado descuidado —aseguró ella, fijando sus ojos afilados en su hombro.

—He tratado de abarcar mucho, es cierto —reconoció él—, pero todo ha sido necesario. Es mi deber, Babs. —Ella soltó un resoplido ante el apodo—. 'Haven depende totalmente de mí y si requiero estar las veinticuatro horas del día y los siete días a la semana atento a sus calles, tendré que hacerlo.

—¿Eres el único que puede? ¿El único con la experiencia y la capacidad para cuidar de Blüdhaven? —Él no se dio cuenta del rumbo que Oracle le estaba dándole a la conversación, aunque parte de él lo intuía—. ¿El único que sabe lo que necesita?

—¿Lo que necesita ‘Haven? Absolutamente. Y me gustaría algo de crédito por ello. —Estaba sosteniendo los algodones de azúcar más por inercia que por otra cosa, porque ninguno de los dos tenía la menor intención de ignorar la pelea que se estaba produciendo.

Dick se sentía injustamente atacado. ¿Qué culpa tenía él de que Tarántula jodiera la noche? ¿Por qué tanta palabrería sobre su papel en la ciudad? ¿A dónde quería llegar? ¿Por qué estaba haciendo esto?

—Felicitaciones. Te has convertido en Bruce. —Richard dejó caer lo que tenía en las manos y la miró con desconcierto, casi con dolor—. ¿Te escuchas a ti mismo? ¡Blüdhaven estaba perfectamente antes de que tú llegaras, se mantenía en pie! ¿De dónde sale ese fanatismo y esa creencia ciega de que eres el único que puede ayudar? ¿No es suficiente con solo un Batman?

—¡¡No lo metas en esto!!

El rugido salió de su garganta al mismo tiempo que su puño se estrelló contra un afiche, destrozándolo en el acto. Alrededor, la gente comenzó a murmurar y a escudriñar la escena, temiendo que la violencia llegase a mayores. Era un hombre joven y violento gritándole a una mujer inválida. ¿Acaso no tenía vergüenza?

—Bonito. Muy maduro —ironizó ella, volteando la silla de ruedas y comenzando a alejarse.

—Babs, yo… —Quería disculparse. Quería que ella supiera que últimamente estaba alterado, tenía mucho estrés encima, pero que podría superarlo. No necesitaban pelear. No quería que pelearan.

—Estoy harta, Dick —repitió—. Harta de pelear contigo. Estoy cansada de tu energía imparable que no encuentra ningún tiempo disponible y de que juguemos al “recuerdas cuando”. Lo recuerdo, Dick —apretó los dientes—, recuerdo todo. ¿Sabes lo que se siente no poder olvidar cuando lo único que deseas es hacerlo? —Sus manos estaban empuñadas, temblorosas y Richard sabía que la había herido—. ¿Sabes lo que se siente cada vez que mencionas lo que vivimos juntos, sabiendo que nunca nada volverá a ser lo mismo? Tú no lo entiendes. Sigues vivo, ileso, puedes volver a repetir cuántas veces quieras las travesuras de Robin. Pero yo ya no soy Batgirl. Y no puedo estar con alguien que no lo entiende.

—Bárbara, por favor, ¿qué he hecho? —Procuró alcanzarla, no dejándola marchar, interponiéndose entre ella y la calle—. No te había visto así desde que le dispararon a tu padre y yo…

Ella sonrió por lo bajo y una lágrima rebelde se escapó por su mejilla, pese a que luchó lo más posible por contenerla.

—¿Te das cuenta? —susurró. Él trató de retractarse de inmediato, dándose cuenta del error que acababa de cometer, pero Bárbara no lo dejó seguir—. Dick, eres la persona más presente que he conocido. Tu concentración siempre está en el aquí y en el ahora, lo das todo cuando lo necesitas. —Bajó la cabeza—. Pero cuando estás conmigo… cambias. Te pierdes en el pasado.

—Puedo dejar de hacerlo —aseguró él, arrodillándose ante ella—. Sabes que puedo ser un imbécil a veces. Mi boca se mueve más rápido que mi cerebro. —Sus ojos angustiados parecían partir el corazón de ambos, pero Oracle ya sabía lo que iba a suceder. Y sospechaba que él también—. Sé que ayer metí la pata al mencionar al Joker, pero puedo… puedo cambiar. —Las lágrimas que caían por el rostro de la mujer lo partían en dos—. Por favor, no llores. Nunca te haría daño. Yo te…

—No es eso, Dick. —Apartó su vista de él y él volvió a incorporarse—. No puedes cambiar y jamás te lo pediría. No puedes dejar de recordarme lo que fui. —Soltó una suave carcajada de amargura—. Ni siquiera puedes dejar de alardear de tu propia salud, Dick. No eres inmortal. —Se señaló a sí misma con un profundo dolor, que él apenas comenzó a comprender—. Esto. Esto también puede pasarte a ti. Esto es real.

—Lo sé. ¿Qué quieres decir, Babs?

—No soy lo que necesitas.

—No es cierto.

—Y no eres lo que necesito. —Él enmudeció, desarmado ante esa afirmación—. Será mejor… será mejor que dejemos de vernos. —La verdad dolía, pero no por ello dejaría de ser verdad. Él jamás se sentiría completo junto a ella, sin importar lo que dijera. Sabía que la amaba. Y, diablos, estaba segura de que jamás podría dejar de amarlo. Pero ella se sentiría miserable cada segundo que estaría a su lado. No tenía sentido—. Vete a casa, por favor. Vete a casa y cuida de tu hombro. Créeme que no querrás perder el uso de tu brazo.

—Babs… No es el brazo lo que ahora estoy sufriendo por perder.

Ella se alejó lo más rápidamente que pudo. Cerró los ojos, sabiendo que había roto el corazón de quien más ha querido en este mundo; sin embargo, se consolaba sabiendo que sanaría eventualmente. Tal vez tomara tiempo, pero ya aparecería en su vida quizás alguna otra misteriosa enmascarada que robara sus pensamientos. Y sanaría. Sanaría, tal como las heridas físicas con un poco de tiempo desaparecerían de su cuerpo para volver a aparecer. Porque el vigilante de Blüdhaven y policía de medio tiempo —Nightwing; oficial Grayson— nunca dejaría de luchar.

Y Bárbara Gordon —Oracle— simplemente no tenía lugar en el mundo del enmascarado. Las lágrimas seguían, estúpidamente, resbalándose por sus mejillas y, aunque trataba de pensar en cualquier cosa que apagara la tormenta en su corazón, no podía evitar pensar que hubiera dado cualquier cosa en este mundo —¡cualquier cosa!— porque el destino hubiera desviado esa bala lo suficiente como para acabar con su vida.

A veces Oracle sentía su alma arder contra el pérfido criminal que le arrebató su futuro y fantaseaba con la posibilidad de matarlo con sus propias manos. Pero muchas más veces, sentía aquel infantil y profundo deseo de que nada hubiese cambiado. Poder ser eternamente Batgirl y que él fuera eternamente Robin.

Pero las cosas cambiaban. Ahora él era Nightwing. Y ella era Oracle. Dos caminos por tanto tiempo juntos que ahora se separaban.

Y así era como debía ser.

Bloqueada

viernes, 9 de marzo de 2012


No sé exactamente por qué no puedo terminar cada uno de los proyectos que tengo. Se acumulan, porque me niego a borrarlos y me avergüenza mirarlos, pensando en que no los he acabado. Es como un absurdo ciclo. Tampoco comprendo del todo por qué no me enfoco, por qué salto de una cosa a otra, por qué mi mente es un torbellino de pensamientos.

Quizás es porque nunca me había pasado. Siempre había cierto orden en mis ideas, cierta prioridad, cierta lógica. Ahora saltan unos a otros, se atropellan, se mezclan, retroceden, avanzan y no puedo realmente elegir ninguna. No puedo expresar ninguna. Y las páginas continúan en blanco. Y mi boca continúa cerrada.

—Solo eres perezosa —Escucho que una voz reprocha. Sonrío. Tal vez. Pero realmente no encuentro un punto de apoyo en este momento.

—Intentaré no serlo ¿está bien?

—¡Más te vale!

Y pienso en lo genial que es sentirse culpable por cada acción que realizo. Tiene cierta utilidad para obligarme a hacer las cosas que debo y quiero hacer ¿no? Sé que a veces me suceden estas cosas, estos bloqueos injustificables y períodos de tiempo en que hago muchas cosas, pero ninguna que me convenza del todo. Ciclos que se repiten.

—¡Menos filosofía y más trabajo! ¡Vamos!

Ruedo los ojos. Creo que es hora de intentar volver a escribir.

—¡Ya voy! ¡Ya voy!
Santa Template by María Martínez © 2014