Prisionero para ser libre [Fanfiction]

sábado, 28 de septiembre de 2013

***

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.” El Quijote de la Mancha.



Cuando me recuperé del golpe que me había dado ese muchacho vestido de azul y luego de algo que parecieron meses, abrí realmente los ojos y me di cuenta de que no estaba en ninguna parte. Era una peculiar manera de pensarlo, pero aquel firmamento oscuro en que flotaba no podía ser definido de ninguna otra forma. Era como si todo el mundo se hubiera oscurecido y el sueño me hubiera envuelto con fuerza en su brazo, ahogándome hasta la rendición.

Y cuando pude volver a despertar sabía que ya nadie estaba a mi alrededor. Podía recordar vívidamente lo que había ocurrido hacia tan solo un segundo ―o quizás más― y los ilusos combatientes que se habían reunido para luchar. Recordaba haber atacado y luego… el cielo negro. Aquello era, sin duda, otra dimensión. Había sido “vencido” con bastante facilidad, aunque lo cierto era que no sentía ni la más mínima lealtad por aquellos que me habían liberado.

Y sin embargo… Al fin era libre.

Gracias a ese chico trompetista, gracias a las ambiciones absurdas de una organización tan ridícula como su nombre. Gracias a la paciencia y a la conspiración. Gracias a corazones rotos y gracias a ideales olvidados. Al fin era libre. No me di cuenta de que estaba gritando de alegría hasta que mi propia voz hizo eco en medio de aquella negrura. ¿Cuánto tiempo había pasado?

Aun transformado en un dragón, parpadeé un par de veces y observé las dimensiones fluir a mi alrededor. El poder me daba un conocimiento superior sobre dónde me encontraba ―una de las tantas encrucijadas que encadenaban nuestro universo― y observé mis posibles destinos con curiosidad, con una ansiedad desbordada.

Sin embargo, la elección no fue al azar. Algo me llamó desde una de ellas y obedecí ese instinto, derramándome en esa desconocida dimensión con una llamarada de fuego. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo desde que recordaba haberme sentido con vida?

«Demasiado».



Cuando volví a parpadear algo había cambiado. Mis sentidos gritaron de dolor y tuve que cerrar los ojos un momento para adaptarme a aquella brusca realidad de un solo golpe. Cuando volví a abrirlos, la luz chocó contra mis retinas como un relámpago y los sonidos atravesaron mis oídos como el martillo forjando una espada. Fueron largos segundos de dolor, pero mi cuerpo terminó por adaptarse.

Observé mis manos ―humanas, quizás demasiado― y sonreí para mí mismo al sentir el frío del viento chocar contra ellas. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba en la azotea de un edificio de gran altura. Me acerqué al borde y entorné los ojos.

―Soy libre ―susurré y mi voz sonó tal cual la recordaba. Era como si no hubiera pasado un solo día desde el momento en que desperté en mi prisión. Sin embargo, el metal, los ruidos, los aromas, el humo en aquella ciudad indicaban lo contrario: habían pasado siglos. Me llevé una mano al pecho y sonreí nuevamente.

Los eones podía destruirse en aquel mismo instante. Las civilizaciones podrían desaparecer. Los universos podrían explotar en aquel preciso segundo. El Equilibrio podría romperse. Nada de eso era ya importante.

Mi corazón latía. Y eso era suficiente.



¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? No sabía cuánto tiempo estuve en esa posición, en el borde del edificio, simplemente absorto ante la realidad misma de la existencia. Cuando esa ilusión se rompió y ya todo mi cuerpo se hubo adaptado a la vida nuevamente, mi mente comenzó a funcionar rápidamente. «¿Dónde estoy? ―pensé con curiosidad. «¿Qué es este lugar?»

Se me hacía extrañamente familiar y comencé a preguntarme por qué habría sentido el impulso de elegir este lugar como mi primer destino. Era la Tierra, de eso no cabía duda. ¿Pero qué parte de ella? ¿Qué ciudad? ¿Qué me habría llamado? Todas esas preguntas comenzaron a rondar en mi mente, pero no tenía prisa por responderlas. Luego de comprobar, complacido, que la magia continuaba siendo parte de mí, simplemente me transporté hacia la calle que veía junto al edificio.

―¡Hey, quítate de en medio, chico!

Volteé la vista a tiempo para ver como un sujeto vestido de traje trataba de apartarme para pasar. Algo hirvió en mi interior, pero lo acallé con rapidez y, en lugar de reaccionar, lo tomé del hombro con cierta fuerza y lo obligué a mirarme.

―¡Eh! ¿Qué diablos haces…?

―Discúlpeme, caballero… ―La ironía se destilaba en el énfasis de mis palabras―…,¿podría decirme, si fuera tan gentil, en qué ciudad me encuentro? ―Apreté un poco más su hombro, lo suficiente para provocarle una mueca de dolor―. Apreciaría profundamente su buena disposición.

―¡Suéltame, fenómeno! ―Entorné los ojos y el individuo pareció entender que mi amenaza era seria. «Cómo han cambiado las cosas» ―me dije con cierta amargura. Antes, mi sola presencia hubiera intimidado incluso a emperadores―. ¿Acaso no tienes ojos? ¿No ves el enorme cartel allá arriba?

Dirigí mis ojos hacia donde apuntaba su dedo y algo se congeló en mi interior. En efecto, un enorme cartel de metal en la cima de un edificio cercano anunciaba el nombre de esta ciudad. «Jump City, paraíso de los héroes. ¡Cuidado, villanos!» La amenaza era irrisoria, pero la fotografía de cinco adolescentes junto a dicho mensaje me dijo mucho más que él mismo.

Porque entre esos cinco chicos disfrazados estaba… ella. ¿Por qué había elegido este lugar? Solté al hombre que mantenía sujeto con mi mano y, luego de dedicarme un par de insultos, se alejó ofendido de aquel sitio, murmurando sobre la insolencia de la juventud. No pude evitar una sonrisa automática. Si supiera que era más viejo que su tatarabuelo quizás opinaría diferente… «La ignorancia siempre es atrevida».

―Jump City ―susurré con la mirada aun clavada en aquella imagen―. ¿Por qué este lugar?

No sentí remordimientos por mis acciones pasadas, pero sí me sorprendía que algo me hubiera impulsado a volver a este lugar. ¿Sería alguna treta mental? ¿Algo en mi interior me obligaba a volver para pagar por mis pecados? Me reí por lo bajo y negué con la cabeza. Volví la vista y miré a mi alrededor; varias personas me observaban con cierto disimulo y curiosidad y, aunque la indiferencia era la principal emoción que sentía en ese momento, nunca había sido demasiado aficionado a ser el centro de atención. Prefería estar entre las sombras.

Solo que en esa ciudad no había demasiadas. Comencé a caminar en dirección contraria, sumido en mis propios pensamientos y preguntas. No había caminado más de veinte pasos cuando sentí que algo me tiraba del brazo. Mi primera reacción fue de ataque y todo mi cuerpo se tensó ―una sensación maravillosa, no puedo negarlo― para repeler una amenaza y contraatacar al instante. Sin embargo, quien me devolvió la mirada no fue un oscuro enemigo, sino un niño tímido… de pelo blanco.

Fruncí el ceño, confundido y algo receloso.

―Disculpe… ―El chico se rio un poco ante mi silencio―. Señor. ―Carraspeó―. No quería molestar ni nada, pero… Me fijé que tiene el pelo como yo. Bueno, no como yo… ―Se sacó una peluca, pues eso era, después de todo, y volvió a ponérsela con una amplia sonrisa―. Supongo que el suyo es natural. ¿O es un disfraz también? Sería un estupendo disfraz, ¿sabe? ¡Me encantaría tenerlo! Aunque si es natural… ¡Sería aún mejor! ―El chico se llevó una mano a la nuca y sonrió con nerviosismo―. Perdone. Supongo que si fuera ya un supervillano, me habría evaporado o algo parecido, así que debe ser un héroe. Me gusta la armadura… ¿Puedo preguntarle algo? ¿Cuál es su nombre?

Había escuchado su perorata con paciencia y cierta simpatía. Abrí la boca para responder cuando algo sucedió.

―¿Cuál es tu nombre, niño? ―gritó el guardia, tirándome del brazo con fuerza. Las lágrimas se agolparon en mis ojos por el dolor, pero intenté evitar que se derramaran―. ¡Tu nombre, mocoso! ¡O vas directo al patíbulo por ladrón!

―¡Yo no soy un ladrón!

―¡Acabo de verte sacando un trozo de hierba en el camino! ¡Eso está prohibido!

―¿Y cómo iba a saberlo?

―¡¡Tu nombre!! ¡O te mato aquí mismo!

―Lord Abel, suficiente.

Levanté la mirada con rebeldía, aun sujeto del fuerte agarre de hierro del guardia para ver quién había hablado. Me soltó y pude ver mejor que mi «salvador» era un anciano de ojos oscuros, delgado y más alto que el guardia, con una gran barba rubia. Vestía de forma extraña, con una túnica de colores vivos que destilaba riqueza. Fruncí el ceño e hice el amago de correr, cuando el guardia volvió a atraparme.

―¿A dónde crees que vas?

―Jovencito, si intentas escapar, este buen soldado continuará atrapándote. ¿Por qué no respondes mi pregunta en su lugar? Nadie va a hacerte daño.

―No les tengo miedo ―gruñí con desafío, pero, en el fondo, mentía. El anciano rio suavemente y con una mirada le ordenó al guardia que volviera a soltarme, lo que hizo de mala gana. Esta vez no traté escapar. No era estúpido. Sabía que eran más fuertes que yo… «Por ahora».

―Se ve que no, joven dragón. ―Debí lucir confundido, porque agregó―: Los dragones son los más desafiantes y tercos, ¿no te lo han dicho? Iguales a ti. Yo soy Sir Alek Nuriam y tengo a cargo un par de cosillas por aquí. ¿Cuál es tu nombre?

«¿Cuál es mi nombre?»

―Malchior ―respondí y traté de pararme lo más derecho posible, como recordaba que me habían dicho para mostrar orgullo y valentía. Sin embargo, mis ojos insistían en ver el suelo, pese a todos mis esfuerzos.

―¿Malchior cuánto? ―Esta vez fue Lord Abel quien habló. Algo tembló en mi espalda al escucharlo, pero hice caso omiso a esa provocación―. ¿Cuál es tu apellido? ¿Dónde están tus padres?

Apreté los puños y los dientes, negándome a contestar. Sin embargo, cuando el anciano… Sir Alek insistió en la pregunta, no tuve más remedio. No podría salir de allí si no respondía. Y lo último que quería era volver a estar en una celda.

―No tengo padres. No los necesito. Soy Malchior y punto.

―¿Un huérfano?

―¡Yo no dije eso! ¿Acaso dije que mis padres estaban muertos? ¡Solo no los necesito! ―grité.
En contra de cualquier pronóstico, el ancian… Sir Alek sonrió con compasión en lugar de golpearme como debió haber hecho y como hubiera preferido. Luché contra los impulsos que me gritaban que le arrancara esa mueca de piedad del rostro, pues era obvio que el soldado atrás me haría pedazos si siquiera lo intentaba y guardé un silencio poderoso. Impuesto.

―Déjelo en mis manos, Lord Abel. No le causará problemas. ―Intenté protestar, pero la prudencia me aconsejó no hacerlo. Volví a callar y acepté con cierta resignación aquel mudo pacto―. Vamos, sir Malchior, te mostraré la ciudad.

«Sir Malchior». No podía negarlo. Sonaba bastante bien. Sin embargo, si algo era imposible en esta existencia era que un chico como yo pudiera ostentar ese título. Miré encima del hombro al soldado que ya había volteado para seguir con su patrulla y me pregunté qué significaría que fuera «Lord». ¿También sería un título? ¿Acaso yo era el único con un solo nombre?

―¿Por qué me salvó?

―¿Salvarte? ―Sir Alek volvió a reírse―. Es un soldado de Nol, muchacho, no un monstruo sediento de sangre. Solo te ahorré un par de problemas. Supongo que ya estarás harto de líos.

―¿Y cómo lo sabe…?

―Calla un momento. Quiero mostrarte algo.

Obedecí con rabia y acepté caminar a su lado por esa ciudad. Miraba a mi alrededor con desconfianza, pero al darme cuenta de que todos me observaban ―¿O era al anciano?―, me crucé de brazos y traté de ocultar mi cara lo más que pude. Finalmente, nos detuvimos en una pequeña colina al este de la puerta principal por donde había intentado entrar.

―Aquí es. Dime, muchacho, ¿qué ves?

Abrí la boca para responder cualquier cosa con rapidez, cuando me di cuenta de lo que me estaba mostrando. Una enorme ciudad se alzaba a mi alrededor, llena de colores, montañas y valles que parecían no terminar. Los edificios eran de fina piedra pulida y las aves y los mercaderes se mezclaban en medio de los guerreros y los hechiceros vestidos de brillantes colores.

El cielo era de color púrpura y cambiaba a medida que daba cada parpadeo. En el fondo y en la cima de todo, estaba un enorme castillo azul, lleno de esculturas de piedra y adornos que se movían sin que nadie que los impulsara. Una gran cascada caía desde lo alto de sus almenares hasta el fondo de una piscina calipso llena de espuma.

En el horizonte un frondoso bosque lleno de verde, rojo, azul y naranja se alzaba como una gigantesca enredadera cubriendo la mirada. Las aves se mezclaban con puntos brillantes que se movían al unísono con ellas. Todo rebosaba vida, color y magia. Y nunca había visto nada igual.

―Hermoso, ¿no es así? ―Sir Alek me palmoteó suavemente la espalda y sonrió―. Bienvenido a Nol, Malchior.

―Nol ―repetí―. Nunca lo había escuchado nombrar.

―Tampoco habíamos escuchar nombrar de ti, muchacho, pero aquí estás. ―Me miró con ojos que solo podía calificar de sabios y me sentí encoger un poco más―. ¿Qué edad tienes, Malchior?

―Once años ―respondí en un susurro.

―Ningún chico de once años puede decir que no necesite a sus padres. ―Antes de que pudiera rebatirle, intervino―. Tienes que ser un hombre valiente para vivir solo en este mundo. ¿Tienes un hogar?

«No necesito un hogar», era la respuesta que siempre daba. Las mismas preguntas recibían siempre las mismas palabras. «No necesito padres». «No necesito un hogar». «No necesito que me digan lo que tengo que hacer». Sin embargo, esta vez, las palabras se me atoraron en la garganta y solo negué con la cabeza, sin mirarlo.

―¿Y por qué no construyes tu hogar aquí? ―dijo el anciano alegremente―. Tienes el cabello blanco y el corazón de un dragonzuelo. Sin duda perteneces a un lugar tan peculiar como este, ¿no? ―Soltó gruesas carcajadas a la vez que comenzaba a caminar colina abajo―. ¡Malchior de Nol! ¡Acompáñame, te mostraré tu nuevo hogar!

Parpadeé y el chico de pelo blanco me sonrió con cierta timidez. Entorné los ojos e incliné la cabeza.

―Mi nombre es Malchior de Nol. A tus órdenes.

Al chico se le iluminó la mirada e imitó mi postura con una amplia sonrisa. Era como ver un doloroso reflejo del pasado. Le dediqué una mirada, me despedí con serenidad y continué caminando, mientras el chico corría hacia su madre, que lo estaba llamando y empezaba a narrar su aventura. Pude escuchar claramente sus palabras, aun desde la distancia:

―¡Me encontré con un héroe llamado Malchior de Nol! ¡Tenía el pelo blanco, pero de verdad! ¡Apuesto a que yo podría ser como él!

Algunos comenzaron a observarme desde la distancia con miradas que eran completamente erróneas. Miradas de admiración y reverencial curiosidad. Conocía esas miradas muy bien. Durante mucho tiempo quise recibirlas, incluso mediante la fuerza. Ahora simplemente me parecían vacías y no tardé en voltear y continuar caminando.

―Yo no soy…

―… un héroe. ¡Y nunca lo serás, Malchior! ¡Perdiste ese privilegio cuando alzaste las armas contra tu gente! ¡Contra los que te recibieron cuando no tenías nada! ¿¡Acaso no tienes honor!?

Pero su voz se perdió en medio del fuego de mi poder. Cerré los ojos y volví a ver la sonrisa iluminada de aquel niño disfrazado. Había pasado mil años convenciéndome de que no estaba arrepentido, gruñendo el orgullo y el odio en medio de mi soledad. ¿Por qué ahora iba a ser la excepción?



Dos horas después, me encontré a mí mismo en mitad de uno de aquellos «parques». Había logrado agenciarme una larga capa gris de una tienda cercana y, cansado de lidiar con la curiosidad de la gente, había intentado alejarme del centro de la ciudad. Sin embargo, por ahora me resistía a alejarme demasiado. Algo me mantenía allí. Detenido. Clavado. Y tenía que entender por qué.

Era casi mediodía y el ambiente era otoñal a mi alrededor. Algo en mi interior ardía de nostalgia, pues los colores que lograban percibir mis ojos, aunque fueran artificiales y superfluos como todo en esta época, también llevaban en ellos el alma del pasado. Recordaban tiempos antiguos más llenos de vida, más pequeños y violentos…

… El patio de entrenamiento también parecía encendido con colores, aunque esos eran mucho más apagados que los del resto del castillo. Grandes espadas y hachas estaban colgadas en la pared oeste y los arcos brillaban con elegancia en la estantería junto al pilar de piedra. «Algún día seré lo suficientemente fuerte como para usar todo eso» ―pensé.

Miré de forma distraída mi brazo izquierdo, cubierto por la capa y la armadura que traía. Podía adivinar, sin tan siquiera levantar mi manga, la forma de siete cicatrices en mi antebrazo. Algunas ya casi borradas y otras aún frescas y rojizas, que nunca desaparecerían. Otras que no querría ver desaparecer.

Me levanté de ese lugar solitario y tomé una decisión. Necesitaba un lugar menos silencioso, pero que no fuera concurrido. Un lugar en que no hicieran preguntas indiscretas ni murmuraran en los rincones, pero que aliviara un poco esa tonta nostalgia que me invadía. Si aquello duraba demasiado, no dudaría en abandonar esa ciudad. No tenía nada que me atara allí. Mis pensamientos rápidamente volvieron al enorme cartel que había visto esa mañana y al desagradable sujeto que me había dicho el nombre de la ciudad.

Y ella…

―Si vuelvo a encontrarlo, lamentará haberme mirado a los ojos ―susurré para mí mismo, acariciando la ira mientras me frotaba las manos por una inesperada ráfaga de viento. Sin embargo, mis amenazas no sonaban sinceras para mí mismo. Hacía mucho tiempo que no usaba mi poder para… nada. ¿Era eso lo que extrañaba? ¿El poder? ¿La sensación de la victoria? ¿O era otra cosa? ¿Otra forma de usar ese poder? ¿Eran los recuerdos del niño desafiante ante el guardia, deseoso de demostrar su potencial?

«¡Mamá, me encontré con un héroe llamado Malchior de Nol!»

¿Realmente quería que eso fuera verdad? ¿O quería que siguiera siendo solo un recuerdo?



La librería «In lux» en el centro de Jump City era un local pequeño, en penumbras y silencioso. El aroma a libros nuevos era desconocido para mí y por un instante, me quedé en el umbral de la puerta, aturdido por aquella nueva sensación. Durante mi prisión ―que era demasiado larga para querer recordarla demasiado―, lo único que pude hacer fue leer, leer hasta consumirme por completo y revivir con cada nueva página.

Perfeccioné mi magia sin poder practicarla demasiado, conocí los descubrimientos de cada década sin poder presenciarlos, leí las más grandes y pequeñas novelas de la historia de la literatura humana tan pronto terminaban de escribirse. Cada paso que la civilización daba yo lo conocía desde la distancia del tiempo en mi cárcel a través de las páginas eternas de la historia. Sin embargo, nunca viví nada de ello. Fui un observador encerrado, marchitándose en la soledad y el conocimiento.

Sabía de todos los avances de Occidente que me habían llevado a poder entrar cómodamente en un local lleno de libros a la venta, oliendo a tinta industrial y rodeado de personas que apenas si miraban las coloridas portadas. Qué diferente era todo. Entré con cierto recelo y sin hacer contacto visual con nadie en particular, sabiendo que mi atuendo y apariencia ―capa larga, armadura, cabello blanco― podían llamar la atención. Sin embargo, nadie pareció reparar en mi presencia.

―¿Buscas algo? ―preguntó de pronto una chica vestida con un uniforme.

«¿Por qué canté victoria tan rápido?». Se trataba de una muchacha corriente, joven, con unos enormes ojos oscuros y una sonrisa algo nerviosa. Entorné un poco los ojos y desvié la mirada.

―Solo estoy observando ―comenté con un tono de voz que pretendía ser cortante. No estaba de ánimo para esa clase de conversaciones banales. Tampoco quería imponer mi distancia por la fuerza, por lo que realmente esperaba que la chica interpretara correctamente mi frialdad. «Te estás ablandando, Malchior», casi parecí escuchar en el fondo de mi mente. Quizás lo más preciso sería decir que mi ego y soberbia ―que destilaban y se derramaron a través de la sangre, el fuego y la muerte de un sinnúmero de personas― habían sufrido durante mil años de soledad. Llamar la atención había perdido gran parte de su brillo.

―¿Eres… eres un titán? ―Sonrió ella.

No pude evitar apretar un puño y observar fijamente un punto indefinido en medio de los lomos de varios libros como si quisiera fulminarlos con mi mirada. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué insistían continuamente con lo mismo? ¿Acaso no podían verlo? ¿Acaso… no podían ver lo que era realmente?

―¿Qué te hace pensar que soy de los chicos buenos? ―murmuré sin mirarla. No valía la pena hacerlo. Continué pasando mis dedos sobre los libros, tratando de distraerme con su extraña y nueva textura. Luego de unos segundos, la miré de soslayo. Con cierta molestia, comprobé que ella soltaba una suave carcajada.

―Veo mucha gente rara pasear por la ciudad ―admitió, encogiéndose de hombros―. De todas formas, colores y tamaños. Ya pronto los normalitos seremos la minoría. Y realmente, amigo, una cara tan triste como la tuya…

―… nunca podría ser malvada, ¿sabes? ―Rorek se rio y se encogió de hombros. Se miró en el reflejo del lago y su rostro de once años le devolvió una mirada risueña. Muy diferente a la mía que, pese a tener la misma edad, lucía mucho más seria y desconfiada. Como la de una rata acorralada en medio de un callejón. ―Siempre has sido un buen tipo, Malchior.

―Yo no estoy triste ―le rebatí con cierto orgullo―. Y tampoco soy un buen tipo.

Rorek se volvió a reír. Había pasado muy poco tiempo y aquel chico noble y de alta alcurnia me había elegido como su compañero sin que siquiera yo pudiera decir mucho al respecto. Rorek Atianza. Era rápido, furtivo, bastante manipulador y experto en meterse en líos. Sin duda, era una especie de maestro para mí, que anhelaba tener esa capacidad para hablar ante todos sin titubear. Sin embargo, seguía sin entender por qué nos habíamos hecho amigos.

―La bondad y la maldad son cosas relativas ―reflexionó él sin darle demasiada importancia. Cortó unos trocitos de ramas y comenzó a lanzarlos al fondo del lago, molestando a las pequeñas sirenas de tranque que se paseaban por allí. Hizo una pausa un momento y luego dijo―: Algún día seré el primer hechicero de la Corte. ¿Cómo se sentirá ser un héroe?

No respondí de inmediato. «Héroe» era una palabra que apenas había aprendido y que seguía sin tener un significado para mí más allá de esas ilusas conversaciones con Rorek.

―Supongo que es necesario entrenar mucho. Tienes que ser muy poderoso y… valiente, creo. Probablemente puedas hacerlo ―agregué con una sinceridad que me avergonzó al instante. Sin embargo, la sonrisa decidida de Rorek me sorprendió―. ¿Crees que yo… pueda ser un… héroe? ¿O un asistente?

Nuevamente se rio fuertemente. Se acercó a mí con un temple y una resolución impropias en chicos de nuestra edad ―y que solo demostraba la educación que había recibido y el orgullo de su apellido― y sonrió:

―Malchior, hermano. ―Asintió con la cabeza―. Jamás pensaría en dejarte atrás. Serás un héroe y yo estaré a tu lado. Nos convertiremos en leyendas, ya lo verás…

―¿Dije algo malo acaso?

Parpadeé y los colores vivos de la fuente de Los Doce Nenúfares se apagaron de golpe para ser remplazados por las suaves y artificiales tonalidades de una librería en pleno siglo XXI, un milenio más tarde de aquella conversación. Tenía un libro en las manos que llevaba por título «Los gritos del pasado» de Camila Lackberg. Lo volví a dejar en su lugar casi con violencia, como si quemara. La mirada de la chica, arrepentida y preocupada, continuaba sobre mí, pese a mi insistente silencio.

―No. ―Me volteé y comencé a caminar hacia la salida. Antes de marcharme, miré por encima del hombro a la joven decepcionada y agregué―: Realmente no deberías juzgar un libro por su tapa.

Tan pronto pise fuera de aquel local cuando sentí una profunda rabia hervir en el fondo de mi pecho. Conocía esa sensación. La sensación de la cólera contenida de un dragón enjaulado en un libro mágico. La impotencia teñida de desesperación y furia ensangrentada. Los deseos de venganza, de herir, de destruir, de destrozar todo el universo para acallar aunque fuera un segundo las voces de soledad, injusticia y dolor que se escuchaban en mi mente. La nostalgia por volar sobre los conquistados… Y, sin embargo… también era nostalgia por el puño alzado en batalla y el de la mano herida estrechando la de un moribundo, agradecido por haberlo salvado. La rabia por no ser ya el destructor. La ira por no ser ya el salvador.

Sentía mi soberbia resurgir por instantes y ser ahogada rápidamente en medios de aquella ciudad de cemento y luces parpadeantes. Cuán fácil sería dominarlos… Cuán fácil sería forzar su admiración. ¿Por qué esos juramentos de libertad y venganza que murmurase durante siglos ahora parecieran sin sentido? ¿Por qué ahora simplemente paseaba en esa ciudad con los ojos tristes, con el alma pesarosa? ¿Qué había pasado con el fuego en mi interior?

―Mi legado será grabado en los huesos de los caídos. ¡Mi furia será leyenda!

―Ofrece tu corazón al bien del pueblo y tu nombre se convertirá en leyenda.

«Nos convertiremos en leyendas, Malchior, ya lo verás…»

¿Y qué había pasado con esa narración legendaria? Sí, ya mi nombre estaba en perdidos libros de historia y en ocultos libros de magia. Mi vida era una leyenda. ¿Y ahora qué podría hacer? Había sido un héroe y había ofrecido mi vida y mi sangre para salvar a la gente que me había dado un hogar. Por mi pueblo. Había sido un asesino, un tirano y un traidor y había negociado mi cordura y mi alma por la sed de conocimiento que me consumía. Asesiné a mis compañeros y aniquilé a mi gente. Pagué con creces cada pecado. ¿Qué seguía ahora? ¿Qué me quedaba luego de un sueño tan largo, luego de un deseo tan intenso? ¿Cuál era mi propósito?

―Malchior de Nol… a tus órdenes ―susurré casi por inercia y comencé a caminar nuevamente por la ciudad. Como si en algún rincón de aquel lugar tan diferente a mí mismo, tan superfluo y normal, estuviera esa respuesta.




―¡Te vas a arrepentir, cabrón! ―rugió uno de los individuos cuando su amigote fue a estrellarse contra la pared contraria―. ¡Eres un hijo de..!

―¿Sabes? Es curioso lo que dices, porque realmente debo darte una concesión: no sé si mi madre fue lo que insinúas o no.

No puedo decir que no disfruté cuando su rostro deformado por una mueca de rabia y arrogancia se transformó en un aullido retorcido de dolor cuando su cuerpo acompañó al de su amigo en la pared y el fuego blanco de mi magia comenzó a quemarlo lentamente. Mi bajo perfil no había durado demasiado, pero en aquel preciso instante, mientras simplemente los veía retorcerse y gemir, pasar desapercibido en ese lugar era la última de mis prioridades.

―Bas…ta… ―Las lágrimas comenzaron a brotar del rostro del primero de esos sujetos. El alcohol en su sangre al parecer ya se había evaporado y ya solo podía ver en sus ojos el velado y familiar brillo del miedo―. Por favor…

Era pasada la medianoche y el frío comenzaba a traspasar mi ropa, pese a todo el ajetreo que se había producido. No era la mejor zona de la ciudad y precisamente por esa razón la había elegido como destino de mis pasos en aquella noche. Pese a todo lo que pudiera pensarse, siempre se me había dado bien el adaptarme a territorios hostiles y bajo todas las capas de serenidad y educación, aun reposaba el espíritu feroz de aquel chico huérfano, insolente y sin miedo que alguna vez había sido.

Era casi un reto entrar en los sectores más marginados de esa ciudad. Mi apariencia, en un comienzo, fue una ventaja, ya que nadie se atrevió a levantarme la voz mientras no demostrara mis intenciones. Cuando simplemente me quedé allí, en un rincón de aquel lugar atestado de humo, licor y murmullos, algunos parecieron darse cuenta de que no era tan peligroso como pensaban. Errar es humano, después de todo.

Un tipo ebrio, de cabello corto y ojos enrojecidos por algún tipo de sustancia fue el primero en levantarse e insultarme con poco ingenio mientras el resto de sus compinches se reían. La provocación era tan infantil y burda que no pude evitar una sonrisa bajo la capucha que cubría mi rostro. Ni siquiera reaccioné. Mirándolo en retrospectiva, quizás si hubiera noqueado de un puñetazo a ese hombre, probablemente lo habría librado del dolor que ahora sufría. Con todo, la rapidez nunca fue mi estilo cuando se trataba de castigar.

«No es precisamente el lugar ideal… oculto en las entrañas de un ciudad hipócrita y dándole una lección a un par de desperdicios sociales… Pero siempre podría ser peor». Y reafirmaba fehacientemente mis sospechas: la ira que llevaba guardada solo necesitaba de la chispa adecuada para explotar. Un hilo de sangre se escapó de la boca del primero de ellos y una voz femenina a mis espaldas gritó.

―¡Déjalo, monstruo!

Fue inevitable para mí no apreciar la ironía de aquella súplica.

―Siempre fuiste un monstruo. Lo supe desde el día en que te vi ―masculló Lord Abel. Su cara sucia y sus miembros cercenados solo volvían la escena aún más grotesca. Sin embargo, mis ojos rojos y afilados no miraban más que un cuerpo roto. Una masa de carne sin ningún tipo de importancia―. Debí matarte cuando te conocí, Malchior.

―Oh, ¿qué sucede…?

―… ¿Acaso no puedes apreciar algo de venganza poética…?

Murmuré un sencillo hechizo en voz baja y los cuerpos de esos infelices cayeron al suelo como marionetas con los hilos cortados. El daño corporal era bastante insignificante ―no más de algunos huesos rotos y un par de moretones―, pero la verdadera delicia había sido lograr usar la magia para poder convencer a su mente de lo contrario. La mujer que me había gritado hacía un segundo corrió hacia ellos, junto con un par de personas más que ―podía sentirlo― ardían en deseos de hacerme pagar lo que había hecho.

Pero eran lo suficientemente listos como para tenerme miedo…

Sir Alek Nuriam me observó con una infinita tristeza en sus ojos cansados. Hacía solo un par de años, esa mirada me hubiera causado una angustia y un remordimiento fuera de toda imaginación, pero ahora solo me llenaban de un extraño júbilo e, incluso, de un inexplicable desdén. Mis ropas estaban manchadas de sangre que no me pertenecía, pero mi rostro continuaba siendo impertérrito y casi insolente.

―No tengo nada que explicar, Sir Alek.. ―Su título salió de forma siseante y provocadora de mis labios. Esa clase de honores eran indignos en la época en que vivíamos. Separaban a los hombres en honorables y parias cuando solo había una cosa capaz de hacer esa división: el mérito―. Ejercí la justicia que vos me enseñásteis.

―Siempre fuiste hábil con el lenguaje, muchacho, pero ni siquiera tú puedes disfrazar con bellas palabras y rimbombante poesía el hecho de que intentaste matar a un hombre. Y casi lo conseguiste. ―Bajó la cabeza con pesar―. Podrías haberlo hecho si hubieras querido.

―Se merecía eso y mucho más.

―¡No te corresponde a ti decidirlo!

―Acordemos en disentir, maestro.

Sir Alek me sostuvo la mirada por largos minutos hasta que finalmente asintió con la cabeza. Se levantó del asiento de su estudio y se acercó hasta solo quedar a centímetros de mí. Mi corazón se aceleró con anticipación y apreté los puños, desconfiado.

―¿Cuándo empezaste a mirarme como un enemigo, hijo mío?

Parpadeé, con cierta confusión. Sin embargo, algo en su tono de voz y en mi propia rigidez indicaban que tenía razón. Decidí no pensar en ello en aquel momento. Rorek estaría esperándome para nuestro entrenamiento semanal y no podía ocupar toda la tarde en sermones que no me interesaban. Ya no era un crío perdido, deseoso de un hogar.

―No, claro que no, Malchior. Ahora eres un hombre ambicioso. ―No me inmuté al notar que me había leído el pensamiento―. Siempre anhelaste el conocimiento. Sin embargo, ese mismo saber te está arrastrando a lugares de los que luego no podrás salir.

―Hice lo correcto ―mascullé, ya irritado―. No iba a asesinarlo. Solo quería castigar su crimen. Sé que no soy yo quien decide sobre la vida y la muerte. ―Lo fulminé con la mirada―. No soy un necio, Alek Numian. Sé cuál es mi lugar y sé cuál será por siempre: el de un hijo marginado de Nol. Pero me entrenaste para aspirar a más. Para ser un héroe. ¿Cuándo dejaste de confiar en mí?

Estaba usando sus propias palabras en su contra y ambos lo sabíamos.

―Nunca he dejado de confiar en ti, Malchior.

―De Nol. Mi nombre es Malchior de Nol. ¡Tú me lo diste!

―Rorek Atianza está jugando con fuego ―advirtió de pronto, como si la conversación hubiera cambiado abruptamente―. Manipular el espíritu de Draco se paga muy caro. Esa rabia que ahora sientes. Ese poder que ahora detentas. Esas ideas que ahora tienes en tu cabeza ya no son tuyas. Nunca creí que te tomaras el apodo de “joven dragón” tan en serio, muchacho…

Me crucé de brazos y tragué algo de saliva. No quería demostrar mi sorpresa ante sus palabras, pero, ¿cómo sabía qué estábamos haciendo Rorek y yo? ¿Cómo sabía que intentábamos despertar y estudiar el espíritu de Draco? Me tragué mis impresiones y guardé un silencio delator que comenzó a corroerme. Sir Alex Numian sonrió y colocó una mano en mi hombro. Ya no era aquel hombre imponente y solemne que me había mostrado el reino desde una colina de maravillas. Solo era un viejo cansado y temeroso, con un pupilo demasiado díscolo, demasiado insolente, demasiado decepcionante para poder admirar.

―Ten cuidado, por favor. Fuiste un regalo para este pueblo. Has dado mucho por nuestra gente y ella sabe apreciarlo. No necesitas que te teman. No te conviertas en el monstruo que alguna vez juraste combatir…

―Solo me temerán aquellos que busquen el mal. Lo juro, Sir Alek.

«Nunca juréis en vano», pensé con una sonrisa amarga mientras me alejaba del callejón de Jump City bajo sus faroles parpadeantes. Si lo reflexionaba detenidamente aquella ciudad no era muy distinta a mi hogar. Sus calles eran más grises, pero sus hombres eran igual de ruines y traperos. Traidores y cobardes, se escondían en el vicio para esconder sus defectos en lugar de intentar superarlos. El fuerte siempre terminaba dominando al débil. Y cuando un débil se alzaba para defenderse, inevitablemente, terminaba por convertirse en fuerte, repitiendo el ciclo. Yo lo sabía perfectamente. Quizás ya no fueran espadas las que se clavaran en el pecho de los opresores, pero la lógica era la misma. Y no podía evitar… un tinte de tristeza en mis pensamientos.

―¡Alto ahí!

La voz me paralizó por un instante. No porque fuera autoritaria, intimidatoria o siquiera demasiado grave, sino porque creía ya haberla escuchado. Mis recuerdos más antiguos estaban luchando y fragmentándose desde que había recuperado la libertad y era sumamente duro definir qué era memoria y qué simplemente no era más que una intuición.

No obstante, mis sospechas se confirmaron al instante mismo en que cinco figuras me rodearon. Logré distinguirlas con facilidad y por primera vez desde que escapé de esa prisión infernal… deseé desaparecer y no regresar jamás. Mi primer impulso fue escapar de allí al instante. No porque temiera que pudieran vencerme ―nada más lejos de la realidad―, sino porque sabía que cualquier conversación desataría recuerdos que se asomaban cada vez con mayor dolor. El problema de la inmortalidad, sin duda alguna, era la incapacidad para poder olvidar.

Un rayo de luz blanca golpeó el pecho de uno de ellos. No me arrepentí en lo absoluto, al ver su piel de color verde y reconocer de quién se trataba. «Payaso insoportable», murmuré para mí mismo mientras pasaba por sobre él y trataba de correr lejos. No fue difícil para mí concluir que, a menos que los atacara a todos y los dejara inconscientes, no había forma de que, en un espacio tan reducido y con poca visión, pudiera zafarme con facilidad.

―¡Fin del camino, chico misterioso!

―No te muevas…

―¿Alguien anotó la patente? Eso sí que dolió…

Entorné los ojos y barajé mi última posibilidad. Sería romper con el tácito compromiso que me había hecho de intentar pasar desapercibido, pero me libraría de tener que enfrentar esa situación. No obstante, tan pronto terminé de hilvanar ese pensamiento lo deseché rápida y categóricamente. «No soy un cobarde que ande huyendo de invisibles fantasmas». Me detuve, relajé mi postura y me paré derecho a la espera de mis enemigos. Sonreí ante el drama que destilaban esas ideas.

―Muéstrate ―ordenó el chico más colorido de todos y quien había dado la primera instrucción. No debía tener más de quince años, pero intentaba hablar como un adulto. Era una situación bastante risible, pero guardé la compostura, más por un respeto autoimpuesto que por cualquier otro tipo de consideración―. ¡Ahora!

Rodé los ojos y sin mayor ceremonia me bajé la capucha y los miré con frialdad. La mayoría no reaccionó en lo absoluto, pero sí una de ellos. «Por supuesto». Ella abrió los ojos con una sorpresa que se parecía mucho al dolor y la cólera y yo simplemente le sonreí. Durante un par de segundos, simplemente ambos nos miramos como reconociendo y asumiendo que esa no iba a ser una conversación fácil.

―Me alegra comprobar que no te has olvidado de mí ―dije con una ironía y también un dejo de galantería que, pese a todo, se me hacía natural―. Un placer encontrarte de nuevo… dulce Raven.

Esta vez sí hubo mayores reacciones. El chico verde que seguía bastante aturdido, pareció despabilarse y me señaló con el dedo con una mirada recelosa e infantil.

―¡Tú! ¡Tú eres ese tipo! ¡El tipo del libro! ¡La momia de papel!

Era imposible no apreciar la exquisita sutileza de su ingenio, sin duda alguna. Yo no le quité los ojos encima a Raven, que tragó saliva y me fulminó con sus ojos color violeta. Un color exótico, no podía negarlo. Sonreí para mí mismo con cierta resignación cuando ella susurró:

―Malchior.

―Malchior de Nol ―le corregí con elegancia.

Ahora el círculo se cerraba mucho más alrededor mío, pero no me preocupé por ello. Sabía que, llegado el momento, podría contra ellos si decidían atacarme. Sin embargo, estaba casi cierto de que no lo harían. O de que tardarían en dar el primer movimiento.

―Escapaste de la Hermandad del Mal ―siguió diciendo Raven. El resto de ellos no parecía estar muy seguro de qué hacer a continuación―. Herald te envió a otra dimensión.

―¿Realmente creías que eso sería un problema para mí?

―¿Por qué volviste?

―¿Acaso está prohibido?

―Suficiente. ―El líder había vuelto a tomar la palabra―. Estamos aquí porque se activó la alerta. Alguien atacó a dos personas en esta zona de la ciudad. ¿Tuviste algo que ver?

―Averígualo por tu cuenta, muchacho. No esperes que otros hagan el trabajo por ti.

Pensaba que allí acabaría todo. Quizás en un par de comentarios sarcásticos más, pero que tarde o temprano podría marcharme de allí con la misma facilidad y calma con la que había llegado. Pero me equivoqué. Le di menos crédito al payaso de lo que debía en un comienzo y tan pronto intenté dar la vuelta, me topé con una masa peluda de color verde que me devolvió la mirada con salvaje resentimiento. Pronto el muchacho volvió a su forma humana, aunque su expresión continuaba siendo la misma.

―Tú lastimaste a Raven ―acusó y pude notar de inmediato cómo la hechicera intentaba intervenir e impedir que abriera la boca―. Destruiste nuestra Torre. Mentiste. Nos atacaste. No creas que te dejaremos ir tan fácilmente, lagartija.

«Esa es nueva».

―Perteneces en prisión ―terminó por decir.

―¿Según quién, pequeña sabandija? ―Mi tono amenazante debió ser la gota que rebalsó al vaso, porque el ambiente de tensión se transformó rápidamente en uno de hostilidad y todos alzaron sus armas y activaron sus poderes a mi alrededor―. Vaya, creía que estaba en una nación donde la libre expresión era tolerada. ¿Ahora es un crimen hablar con honestidad?

―No juegues con nosotros, Malchior. ―Esta vez quien usó la palabra fue el tipo robot. Su ojo cibernético me observó con cuidado, pero yo sabía de primera mano que era sencillo engañar a las máquinas, aunque pareciera paradójico―. Nunca pagaste tu participación del pasado. Es hora de rendir cuentas…

―¡Tus pecados no serán perdonados, dragón! ¡Pagarás por lo que has hecho!

―Heriste a nuestra amiga. Nadie puede salirse con la suya luego de haber jugado de forma tan deleznable y terrible con los sentimientos de una persona.

―Participaste en la Hermandad del Mal. Fuiste parte de una organización criminal que intentó dominar el mundo. No pienses ni por un segundo que eso quedará sin castigo…

―Además…

―Si aprecian su vida se callarán en este preciso instante.

Miré a Raven por un segundo, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento. Fue solo un segundo antes de que levantara una mano, obligándolos a callar. De mis manos comenzó a surgir energía plateada casi por inercia. La cólera y la indignación fluían por mi cuerpo como veneno de serpiente, corroyéndolo todo a su paso. No dudé ni por un segundo que podría haberlos eliminado en ese preciso momento. Sería sencillo. Su poder era insignificante en comparación al mío y ya mi arrogancia no sería una carta a jugar. Ya nada podía sorprenderme. Y, sin embargo… en lo profundo, solamente sentía amargura. Y aburrimiento.

―No tienen idea de lo que están hablando. Sí, utilicé y manipulé a Raven. ―La miré fijamente mientras decía estas palabras y vi cómo palidecía levemente y de su puño surgía una energía más oscura, pero similar a la mía―. Nunca lo negué. Y no, no me arrepiento. Hice lo que debía para obtener mi libertad. Y antes de que sus insignificantes bocas digan una sola palabra… Piensen en qué harían si hubieran estado encerrados durante un milenio, sin oportunidad de escapar, sin posibilidad de salir… Sin poder morir, recordando y viviendo eternamente una existencia reseca como una cáscara. Y ahora díganme que eso era menos importante que las emociones pasajeras de una chica adolescente.

>>No pueden hacerlo y nunca lo harán. Son solo niños con trucos. Vienen aquí a interrogarme y a armar una vendetta personal provocada por los celos ―miré directamente al payaso de color verde que, pese a su cara de enfado, se sonrojó― como si tuvieran algún derecho a hacerlo. Sí, Raven, te mentí para poder liberarme de mi infierno. ¿Acaso tú no les has mentido a tus amigos para escapar del tuyo, hija de Trigon?

―Cómo te atreves ―murmuró la chica alienígena y sus ojos brillaron amenazadoramente de verde. No pude evitar una carcajada.

―Ni siquiera me conocen y creen tener derecho a juzgarme. No tengo por qué darles explicaciones. Si insisten en comportarse como ratas mezquinas, los trataré como tales. Luego no vengan a quejarse de la sangre que derramarán. ―Mis amenazas eran claras, pero mi voz seguía estando en calma―. Apártense de mi vista, Titanes. Ni siquiera son dignos de ese nombre…

―Trabajaste en la Hermandad del Mal ―intentó el líder nuevamente, pero lo interrumpí rápidamente.

―Otro títere. Sirvió para mi propósito. Sus ilusas ambiciones son irrelevantes para mí. Ya he dominado y conquistado un mundo antes. Ese botín ya fue mío y no es tan brillante. Destruir a los héroes del mundo o imponer un régimen mundial eran metas que me parecían y siguen pareciéndome irracionales y dignas de mofa. Al final, fue uno de esos «héroes» quien me resultó más útil que todos esos gusanos…

El silencio fue el que se apoderó del ambiente por un segundo. Había hablado más de la cuenta y con gente que no era digna de mis explicaciones, pero ya todo eso era irrelevante. La tensión en mi cuerpo estaba al límite y sabía que volvería a reaccionar con violencia si no lograba descargar el veneno que me estaba dañando. Veneno de memorias e injusticias.

Los Titanes no supieron reaccionar o no lo hicieron de inmediato. Se miraron de reojo, con incomodidad, sin saber muy bien cómo interpretar lo que yo había dicho. Podía sentir la suspicacia y el recelo en sus movimientos. El chico verde era quien más intentaba encontrar razones. Razones para atacarme. Para castigar. Para reivindicar. Para vengar. Y, sin embargo, se mantenía quieto en su puesto, listo para atacar, pero sin decidirse a hacerlo.

Raven era la única que me interesaba. En el fondo, entendía perfectamente el rencor que me tenía y la amargura que sentía ante mis palabras. La había usado y había manipulado su afecto para mi propio interés. Era algo detestable. Sabía que su indiferencia no era más que una máscara defensiva contra el dolor que le provocaban los recuerdos, breves quizás, pero significativos. No podía sino entenderla.

Era como yo. Quizás no demasiado, pero era un ser retraído, dañado y marginado de su propio círculo. Acogido en un lugar distinto que había llamado su hogar y que había defendido incluso con su vida. Esperaba que su historia terminara diferente a la mía, pero tampoco conservaba muchas esperanzas. El destino no era benevolente con la oscuridad.

Mis pensamientos debieron reflejarse en mi expresión, porque segundos después, ella habló:

―También modificaste el libro, ¿verdad? Nunca fuiste un héroe. ―Ya esa conversación había avanzado a otro nivel. Pude notar la incomodidad y la indecisión de sus compañeros al escucharla hablar, pero no se inmutó―: Rorek fue el que…

―Rorek fue un sucio traidor. ―Apreté los puños y los dientes―. Fue él quien…

―Traicionaste a tu pueblo. Logré romper el hechizo de sus páginas, ¿sabes? Ahora conozco la historia. Tú fuiste quien los asesinó, quien les volvió la espalda luego de que te lo dieron todo. Rorek murió intentando detenerte.

Era suficiente.

―¡¡Eso es mentira!! ¡Fue él quien me traicionó a mí! Yo solo…

―… quiero entender. ¿Por qué hiciste esto? ―Aunque mi orgullo ardía de rabia en su interior, simplemente el dolor que sentía en aquel momento, el asco y la impotencia eran demasiadas. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y cayeron por mi rostro como caminos de lava, destrozándolo todo a su paso―. Íbamos a conseguirlo. Los dos. Juntos.

Rorek no lucía cómo debían lucir los antagonistas de las canciones de los trovadores. Su rostro no era frío ni cruel y su tono de voz se quebraba a momentos, demostrando que se sentía tan profundamente decepcionado como yo. Estábamos de pie en medio de la cueva de Draco. Podía escuchar cómo el ejército se acercaba, preparado para ejecutarme en cuanto pusiera un pie fuera de la caverna. Él los había guiado hasta aquí y les había dado las instrucciones. Mi “hermano” había pedido que me mataran.

―Cometes un error, Rorek. Soy tu amigo. ¡Tu hermano! ¡Te salvé la vida más de tres veces! Íbamos a ser leyendas…

―No, Malchior. Tú rompiste las reglas. ¡Te advertí que no usaras el hechizo! ¡Está prohibido!

―¿Por qué? ¿Por qué está prohibido? ¿A qué le temen todos? Es energía, Rorek. Energía pura. Poder. Podemos usarlo para proteger a nuestra gente. Podemos evitar que mueran en más guerras. Podemos evitar que sufran la miseria y que sean oprimidos por caudillos ambiciosos.

―Quieres gobernar por sobre todos, Malchior. Tu sed de poder…

―¿Qué sed de poder? ¡Fuiste tú quien me mostró cómo hacerlo! ¡Fuiste tú quien me dijo que usara este conocimiento! ¡Fuiste tú quien quería ser el primer hechicero del reino de Nol! ¡Fuiste tú quien le dijo a un niño abandonado y solitario que podría ser una leyenda si se esforzaba lo suficiente! Te creí, Rorek. Creí en ti. Siempre supe que iría a tu sombra y no me importaba. Eras mejor. Eres más fuerte y más virtuoso. Tu apellido es noble. Siempre supe que estaría con una rodilla en el suelo ante ti. Pero no me importaba, porque creía en tu causa. ¿Por qué me hiciste esto?

Rorek bajó la cabeza y apretó los dientes. Alzó una mano y envió con magia la señal para que el ejército entrara a atacar.

―Prefiero verte morir ahora, hermano, que verte convertido en un monstruo.

―¡¡Traidor!! ¡¡Te juro por Nol que pagarás por esto!!

Tragué saliva y bajé la mirada.

―Me convertí en un criminal nuevamente por culpa de quien luego se autoproclamó héroe. ―Sonreí con sarcasmo―. Quiero creer que lo hizo porque realmente estaba convencido de que era lo correcto. De que realmente temía que me convirtiera en un asesino. Je. Se cumplió su profecía, pero por su culpa. Por su culpa, fui perseguido y atormentado durante años. Y mi odio se transformó en venganza. Sí, volví mi poder contra la gente de Nol, porque ella me traicionó. Di mi vida, sangre y tiempo por cada uno de ellos. Habría dado todo por defenderlos. Y así me pagaron…

―Eso no te da motivos para asesinar gente ―intervino la chica alienígena que, sin embargo, tenía una mirada compasiva en su rostro. Solo me hizo desdeñarla más―. Nada justifica…

―Y pagué por ello. Ustedes son “´héroes”, ¿no? Creen que encerrar criminales es el castigo adecuado. Yo pasé encerrado mil años en un libro. Mil años en que vi morir a quienes amaba sin poder evitarlo, en que me consumí entre mis recuerdos, en que intenté escapar, en que intenté quitarme la vida y planear mi venganza. Mil años. Olvidaron mi nombre, pero yo no puedo olvidar lo que me hicieron. Ustedes juzgan lo que pasó antes de que siquiera pensaran en nacer… Yo lo viví. Lo recuerdo. Y no puedo olvidar ―repetí―. Simplemente no puedo.

Había dicho suficiente. Había hablado demasiado y había dejado que mis propios conflictos dejaran al desnudo secretos que solo me pertenecían a mí. Esos niños no tenían por qué entender nada más. Ya sabían demasiado. Me subí la capucha nuevamente y murmuré:

―Si siguen tratando a todos cuanto se les oponen como parias, solo conseguirán crear parias. Traten a sus enemigos como ratas y los convencerán de que lo son. No olviden que quien llega al fondo de su propia oscuridad ya no tiene nada que temer. Alguien solo puede ser peligroso. Intenten destruirlos y los volverán invencibles. ―Hice una pausa antes de comenzar a caminar―. También fui un hombre. Un muchacho como ustedes. También creía que moriría como un héroe. ―Me dirigí a Raven y suspiré―: Lamento, dulce doncella, que nos hayamos encontrado de esta manera. Quizás en otra era, en otro momento y otra oportunidad, hubiera sido diferente. Guárdame rencor. Pero ten en cuenta que no mentí sobre todo. Sí fuiste lo mejor que me pasó en mil años…

No podía decir otra palabra. No quería escuchar lo que ellos tenían que decir. No quería saber de este mundo ni del anterior. Bajé la cabeza y un rugido de dolor y libertad se escapó de mi garganta al mismo tiempo que mis ojos enrojecieron y mi cuerpo estalló en un momento de agonía para transformarse en aquella bestia que impedía que mi vida acabara como la de cualquier hombre. El dragón observó a los Titanes un momento y gruñó por lo bajo.

―«El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce»

―Eduard Thomas ―susurró Raven, reconociendo la cita. Por supuesto que ella lo haría.

Sonreí. Un sonido atronador se escuchó en mi entorno cuando alcé el vuelo con una fuerza infinita. El viento en mi rostro ―aunque fuera tan diferente y tan duro como el del dragón que ahora me cobijaba―, las alas extendidas, el cielo eterno en el horizonte, poblado de posibilidades y librado de remordimientos, simplemente conmovió algo en mi interior. Me alegré de que nadie viera el bizarro espectáculo, porque el orgullo era más intenso en esta forma que en mi forma humana. Un dragón llorando, quién lo hubiera dicho.

Vi a los Titanes, pequeños y lejanos, comenzar a moverse en ese laberinto gris que era la ciudad. Casi podía ver los ojos profundos de Raven y su decepción y su dilema. No buscaba su perdón, pero quizás también pudiera sanarme. Sin embargo, tampoco sabía si quería redención. Solo anhelaba la libertad.

La libertad que también defendía la alienígena ―porque los registros de Asdorea, la Vidente, narran la dominación de los gordonianos y la esclavitud de la princesa de Tamaran. Libertad que disfrutaba el payaso verde de cicatrices nostálgicas. Libertad que desafiaba el robot, porque los límites no existían para quien sobrevivió a un accidente y fue reconstruido. Libertad que usaba el líder, porque la muerte de sus padres había roto la luz en su interior y había encendido un fuego nuevo. Libertad que también añoraba Raven, que ahora miraba el cielo por el que surcaba y que soñaba cada noche con librarse de la herencia demoníaca de su padre. Seres de oscuridad. Incomprendidos con frecuencia, ¿no? Y especialmente solitarios. Porque la libertad era así.

―Algún día serás un hombre libre, Malchior ―sonrió Sir Alek mientras caminábamos por el jardín del palacio de las Siete Llaves. Era curioso cómo solo tenía seis cerraduras. Lo miré con desconfianza y me sacudí el pelo―. Solo tienes once años, pero algún día tendrás la capacidad y la sabiduría para entender realmente lo que es la libertad. Siempre has querido eso, ¿verdad?

―Sí, señor ―respondí como un autómata. Estaba algo aburrido, en realidad―. ¿Es muy duro ser libre?

Sir Alek se rio y me tomó por el cuello con fraternidad. Su túnica olía a incienso y pócimas mágicas mezclado con un toque de tabaco de encina. Sonreí por lo bajo al pensar que el humo de la encina siempre me hacía toser cuando robaba alguno de sus puros.

―Es lo más difícil del mundo, muchacho. Pero algún día lo entenderás y será el día más feliz de tu vida.

¿Qué hacía en esta ciudad? Era siempre la misma pregunta. Quizás no tuviera respuesta. Quizás solo fue una corazonada, una intuición irracional que terminó con miles de recuerdos entrelazados y rotos en mi mente. Quizás eso no tuviera remedio. ¿Cuál era mi propósito? No lo sabía. No sabía si debía continuar, volver o quedarme. Era irrelevante. Era innecesario.

Una bocanada de fuego salió de mi garganta y quemó las nubes a su paso mientras algo en mí gritaba. Gritaba. Porque era libre, aunque me hubiera costado mil años entenderlo. Siempre fui un estudiante testarudo, pero limitado. Un discípulo complicado y rebelde, que necesitaba tiempo para comprender las enseñanzas. No, no bastaba un instante de reflexión en un jardín para sentir lo que ahora sentía en cada fibra de mi cuerpo. Se habían necesitado lágrimas, sangre y soledad para comprenderlo. Habían hecho falta mil años de prisión para liberarme. Ser libre al fin, aunque las cadenas, ahora rotas, de mis muñecas insistieran en rasguñar mi piel y en arrastrarme hacia el pasado. ¿Era feliz? Quizás. Quizás no. Pero no importaba. Porque era libre.

Porque mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Y eso era suficiente.

Fantasma: Escríbeme un doce de septiembre

jueves, 12 de septiembre de 2013

«Escríbeme».

Olvidemos por un instante que somos aprendices. Que intentamos escribir. Olvidemos las reglas. La estética. Olvidemos por un segundo los desafíos rotos y las promesas heridas. ¿Recuerdas lo que escribiste esa noche? ¿Recuerdas cómo cada letra era un paso, cada palabra una sonrisa? ¿Recuerdas lo que siguió? No ha pasado tanto tiempo. Después de todo, para nosotros… ¿Qué es un año, sino un número más en el calendario?

Estamos hechos de momentos. De cartas. De promesas. De retos. De complicidades ensoñadas. Y fuiste perfecto mientras existías. ¿Seguiste escribiéndome sin que yo lo supiera? ¿Seguiste mirando los cielos espumados de tus explanadas extranjeras pensando en las tierras salvajes del sur? ¿Seguiste mirando los trazos de tus líneas con tu mirada melancólica y tu voz envolvente?

«Escríbeme».

Un año ya de eso, ¿verdad? Y mares y mares de anécdotas, de emociones, de lágrimas, de retos, de descubrimientos, de cambios, de rutinas se acumulan en el borde de mis dedos, en la silueta de mis ojos… esperándote. Te convertiste en un fantasma en cada uno de mis pasos, observando los ojos de otros con los tuyos reflejándose allí, escondidos en un adjetivo desconocido. Y, sin embargo, todavía no me atrevo a reabrir algunas cartas.

Porque fuiste demasiado perfecto para aceptar que quizás no vuelvas. Todo lo que alguna vez quise. Todo lo que alguna vez pensé que sería. ¿Acaso no fui lo suficiente? ¿Acaso fue demasiado dolor? No, te equivocas si piensas que mis recuerdos se convirtieron en ideales fantasías, porque junto a tu sonrisa, tu ingenio desbordante, tu melancolía romántica, tu desdén burlesco, tu cultura combatiente, tus secretos de bandido, tus tesoros literarios… también fuiste el mentiroso, el temeroso, el desconfiado, el triste, el solitario, el tímido, el decepcionado, el fantasma con demasiadas heridas para acercarse demasiado. 

«Escríbeme».

Podría habértelo ofrecido todo. Pero no tuve ni tengo nada. Tus promesas aun duelen, pero tus huellas permanecen. Tus palabras son eternas. Tu risa es verdadera. Y todo comenzó ―aunque, ¿lo hizo realmente, pequeño fantasma acechador?― aquel doce de septiembre. Ese día conocí lo que era un sorbo de felicidad. Se derramó hasta secarse, pero su sabor permanece en mi boca. Y, como un verdugo con su víctima, solo me das de beber cuando quieres.

¿No te has tardado demasiado? Eso pienso en ocasiones y siento miedo. Miedo por ti. Por mí. Por lo que haya hecho. Miedo porque fui feliz. Miedo porque eres único. Sí, ¿cuántas veces lo dije? Nunca lo creíste, querido incrédulo. Único con tus infaltables defectos y tus incomparables virtudes. No eres un ángel, pero quizás un irresistible demonio revolucionario. Único, porque esa combinación, esa mixtura no la he vuelto a ver. Y, sin embargo, cuántas veces no busqué entre la multitud intentando soñar con que estabas ahí…

«Escríbeme». 

Eres imperfecto, perfectible y perfecto. Herido y sano. Samurái errante en su propio hogar. Escritor con demasiadas letras para ocupar una sola página. Aprendiz con olor a tabaco y sensación a ron. Un muchacho corriente, extraordinario y lejano. Lejano, porque ese doce de septiembre parece que acaba de ocurrir. Solo que esta vez mi sonrisa está empañada de lágrimas. Y mi nostalgia está empapada de la tinta de tu cigarrillo y las cenizas de tu pluma.

Sin embargo, agente multicolor, bipolar asesino heroico, La Agencia continúa trabajando. Lento, con dolores y penurias, con la carga de llevar tu promesa a la sangre de mi vida, pero sin cesar. Porque te enamoraste de una sombra que escribía. Y, aunque algún día, susurres en alguna carta, en algún mensaje tirado al viento que ya el pasado, esa aventura breve, intensa y de días de primavera quedó en tus recuerdos de joven indómito, seguiré escribiendo. Seguiré escribiéndote. Y cada línea, cada personaje y cada título contarán la historia de un fantasma con corazón de gato y fuerza de lobo.

¿Si me arrepiento de algo? No poder ser el bálsamo de tus heridas. No ser la adivina de tus augurios. No ser la cantante de tus versos reprimidos. No poder ser más que yo misma. Lamento que solo podamos ser nosotros mismos, separados en universos diferentes. Nunca creíste que podría deshacerme en gotas de tristeza por ti. Nunca creí que pudieras deshacerte en un poema sonriente por mí. Incrédulos. Por naturaleza. Por aprendizaje. Por historia.

«Escríbeme».

Ahora cerremos los ojos un momento, ¿está bien? Una estación de metro vacía. Una silla ocupada por una silueta. Unas miradas desconocidas que se reconocen sin antes haberse visto. El titubeo. El silencio que se transforma en latidos apresurados, en garganta seca, en preguntas palpitantes. ¿Cómo acabaría esa historia? ¿La chica seguiría su camino? ¿El chico la detendría? ¿El chico se marcharía? ¿Ella lo seguiría? ¿Se quedarían en silencio? ¿Alguien moriría? ¿De miedo, de anhelo, de ilusiones? O quizás se quede solo en utopías… En sonrisas adolescentes en una pantalla en blanco. En ingenuidades de una alma inexperta.

Hay tanto que quiero decir y, sin embargo, las palabras se tropiezan con las memorias y todas caen junto con las promesas y se lastiman en medio de las esperanzas. Quisiera poder llenar mañanas de cuentos sobre la realidad y esperar con el corazón en puño las tuyas. Sufrir, amar y reír como lo que soy. Una chica que ama a un fantasma que vive en el pasado. Y no, no porque seas un recuerdo. ¿Acaso nunca te conté que esta semana cambiamos el horario y ahora estoy una hora en el futuro respecto de ti? Quizás lo susurré en tu oído en mis sueños y no prestaste atención…

«Escríbeme».

¿Cuándo volverás? Encontré una razón en ti para mirar hacia el norte. Para gritar furiosa entre mis letras y entre mis paredes. Para sonreír con los dibujos en blanco y negro. Para suspirar con el silencio y con los dulces susurros de una historia de amor olvidada. Para recordar que incluso el guerrero más fuerte, el escritor más seguro, el poeta más resentido, el vagabundo más indiferente, el jugador más atrevido… también es un chiquillo dulce, temeroso, herido y que pueda llorar tanto como yo con la escena de un durazno en tierras orientales.

Tanto como yo ahora mismo, en medio de la oscuridad de un doce de septiembre.

«Escríbeme». 

¿Lo harías? ¿Una vez más? Vuelve a asomarte. Solo un instante basta para poder volver a probar ese sorbo. Pero tampoco te preocupes. Estás conmigo. Cada vez que escribo. Y cada vez que los detalles del mundo me devuelven tu mirada. Y ahora permíteme, forastero, estar a solas con mis recuerdos. Intentaré responder las implacables preguntas que quedaron envueltas en tus despedidas. Yo te contaré algún día por qué ahora sueño con viajar a Ítaca. Por ahora, seré Penélope y esperaré la llegada de un barco en el horizonte. 

Escribiendo. Quizás mañana tome mi propio barco y persiga al escurridizo e irresistible rey que se perdió un día en los sueños y promesas del mar.

«Escríbeme».

Yo lo seguiré haciendo. Cada día. Queriéndote. Para que nunca puedas olvidarlo.
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