―¡Viejo!
¡Tenemos que celebrar Halloween sí o sí! ¡Tenemos que ir a pedir
dulces! Seguro con Raven conseguiremos muchísimos… Todos creerán que los
enviará al infierno si no…
―A ti podría enviarte allí, Chico Bestia. ¿No te gustaría?
―¡Es una idea maravillosa, amigos! ¡Podríamos vestirnos como esas extrañas criaturas que aparecen en la televisión!
Era
el inicio de una nueva semana de tira y afloja respecto a la noche de
Halloween. Siempre había sido algo reticente a celebrar esa festividad,
ya que en el tiempo en que estuve en Gotham, era la noche más dura y
atareada de todas. Ningún psicópata en Gotham se perdía la oportunidad
de aterrorizar y salir esa noche a cometer los más horrendos crímenes.
Sin embargo, en Jump City las cosas eran bastante diferentes.
Los
villanos jóvenes ―como los Hive Five― también celebraban Halloween y no
solían salir a armar escándalo, a menos que contáramos el intento de
robo de alguna tienda para no tener que pagar los dulces. Realmente,
además de Mr. Wolf que solía pedirnos ayuda durante las noches de luna
llena, los 31 de octubre no eran demasiado ajetreados. Solo era difícil
olvidar los hábitos.
―Bueno, quizás podríamos consider…
―¡¡Síí!! ¡No te arrepentirás, viejo! ¡Tenemos que hacer nuestros disfraces!
―¡Eso
es una excelente noticia, Robin! ¿Iremos al centro de comercio para
comprar ingentes cantidades de caramelos llenos de azúcar? ¿Celebraremos
el Hallo de Ween este año?
Miré a Raven quien simplemente rodó
los ojos, aunque casi podía notar una sonrisa en sus labios. Quizás no
estaría del todo mal celebrar Halloween ese año. Quizás vestirme… ¿De
qué podría ser? Definitivamente no iba a ser Batman. Siempre quise
vestirme de Deadman para algún 31 de octubre, pero realmente no tenía
una explicación para ello más que simples recuerdos de infancia, de esos
pocos que aún rescataba con una sonrisa. Quizás fuera buena idea.
Después de todo, estaba entre amigos ¿no? ¿Qué podría salir mal?
―Sí, Star, supongo que sí.
***
―¡Robin! ¡Despierta!
Abrí
los ojos y lo primero que vi fue el rostro preocupado de Starfire que
trataba de hacerme reaccionar. Un dolor sordo me molestaba a un costado
de la cabeza y ahogué un quejido. Me levanté con cierta dificultad,
apenas consciente de cómo había caído, mirando a mi alrededor con cierto
desconcierto.
―Te demoraste un poco en despertar, viejo ―comentó Cyborg con una sonrisa algo forzada―. Ya nos tenías preocupados.
―Sí,
luego de que esa cosa monstruosa y viscosa nos tragara a todos y
nuestras vidas pasaran frente a nuestros ojos moribundos… ―Chico Bestia
me había agarrado del uniforme con una mirada histérica―… caímos en este
lugar de oscuridad ¡y fuiste el último en despertar!
―¿Dónde
estamos? ―pregunté mirando a nuestro alrededor. Estaba oscuro otra vez y
pronto me di cuenta de que la luminosidad del lugar provenía de una
bola de energía que Starfire hacía relucir para nosotros. Le sonreí.
―¿Volvimos al comienzo?
―No, este es un lugar distinto ―comentó
Raven. Dirigí mi mirada hacia ella, preocupado, pero ella no se inmutó.
Lucía mejor, pero también cansada y no podía quitarme de la cabeza su
expresión de agonía cuando la encontramos herida en una de las celdas―.
Parece… otra etapa.
―
¿No es acaso adorable cómo pueden sacar tan bellas conclusiones, pequeñitos?
―¡Ya me tienes harto! ¡Muéstrate de una vez, cobarde!
―¡Sí, sal y da la cara, viejo!
―¡Un verdadero guerrero nunca se ocultaría de esta forma tan horrible!
―Deberían
tener cuidado con lo que solicitan… Enfrentar sus miedos no es nada
sencillo, ¿verdad? Quizás una nueva dosis podrá aclarar sus mentes…
―¡El Espantapájaros! ―grité.
―¿Qué? ―preguntaron al unísono mis compañeros.
―¡Es el Espantapájaros! ¡Es su gas del miedo! ¡No estamos realmente aquí! ¡Tenemos que salir!
Por
eso la voz me había traído recuerdos de Gotham: porque provenía de
allí. Mis pensamientos estaban tan concentrados en los posibles villanos
de Jump City e incluso en el mismísimo Joker, que había olvidado a otro
maniático del miedo que había conocido. El doctor Jonathan Crane,
obsesionado con la química y la psicología del miedo, nunca perdía
oportunidad de probar sus nuevos experimentos en cualquiera que se le
atravesara.
Por lo general, utilizaba a Batman, por ser uno de
sus principales objetivos. Suponía que, por aquella vez, había intentado
un camino diferente. «No creerá que se lo haré fácil», juré. Recordaba
cada truco: la oscuridad, la risa que provenía de todas partes y de
ninguna, los cambios imposibles, las heridas que solo eran creadas por
nuestra propia mente, el miedo del dolor por los seres amados perdidos,
la soledad, la desesperación…
Cada latido, cada jadeo, cada gota
de sangre y sudor habían sido obra de aquel largirucho e impredecible
psicópata de mi inicios. No podía dejar que la culpa me abrumara, pero
me angustiaba pensar que mis amigos habían sufrido por causa mía, ya que
el Espantapájaros nunca habría tocado a los Titanes si no fuera por mi
vínculo por Batman.
El rostro descompuesto y putrefacto de mis
padres ahora se volvía irreal y ridículo, como un grotesco dibujo de un
niño pequeño. Los rostros verdaderos, eternos e inmutables, volvían a
ocupar su lugar en mis recuerdos y me sentí vivo por primera vez desde
que había sucumbido al gas del miedo.
―¿Cómo nos libramos de él? ―preguntó Starfire con voz preocupada.
―Es un tipo raro ―mencionó Chico Bestia, mirándome―. ¿No estaba en Arkham?
―Siempre hay un modo de superar el miedo ―dijo Raven con seguridad―. Podría intentar llegar hasta él con mi alma…
―No.
―Alcé una mano con decisión―. El Espantapájaros controla este mundo. Si
intentas algo así… ―Me tomé un segundo―. Ya lo intentaste ¿no? Por eso
es que estabas herida. ―Raven no respondió y me acerqué a ella con una
expresión comprensiva―. Está bien, es imposible vencerlo en su propio
juego.
―Pero, ¿estás seguro de que es él, viejo? ―preguntó Cyborg―. ¿Por qué el Espantapájaros vendría a Jump City?
No
lo sabía. Era una pregunta que todavía me molestaba y, aunque creía ser
su causa, no podía dar una respuesta segura. ¿Se habría cansado de ser
derrotado en Gotham? ¿Se habría enterado de nosotros y habría querido
probar con nuevos conejillos de indias? Era extraño, pero ¿realmente
intentaba encontrarle lógica al comportamiento de un psicópata
obsesionado con la psicología y el miedo?
―
Je, je, je… ¿Cómo se librarán, Titanes? No hay ningún antídoto que pueda ayudarles… Esta vez no van a derrotarme.
«¿Esta
vez?» Cuando me di cuenta del error que había cometido, traté de
gritarle a mis amigos una advertencia, pero fue demasiado tarde. El
escenario pareció explotar sobre sí mismo. Todo giraba y nuevamente la
opresión del aire comenzó a aplastarnos. Era como si la pintura de un
dibujo hubiera comenzado a chorrear por todos lados.
Los colores
se veían tenues y las paredes y el suelo se resquebrajaban. Tenía que
concentrarme lo suficiente como para liberarnos, pero simplemente no
podía. Una sensación de náusea y repugnancia me manchaba la boca como si
tuviera vómito en mis labios. El que toda la realidad hubiera comenzado
a girar sin control y que esa risa, ahora estridente e histérica,
siguiera lastimando mis tímpanos no ayudaba.
―¡Robin!
―¡Cyborg! ¿Dónde estás? ―Traté de enfocar la vista, pero era imposible.
―¡Viejo! ¡Aquí! ¡Es Chang! ¡Es el profesor Chang!
―¿Qué?
No
lograba escuchar más que la risa estridente y el rompimiento de la
realidad. Vi como el cañón sónico de Cyborg se disparaba desde alguna
parte y me esforcé por correr hacia él. No sabía si avanzaba o
retrocedía, si caía o me levantaba. Los ojos me ardían y sentía que me
rompía con el resto del mundo. Tenía que avanzar, avanzar, pero cada
músculo se resistía. ¡Solo era un efecto! ¡Solo era una toxina! ¡Podía
con ella!
«¡Es Chang!», había gritado Cyborg. ¿Sería cierto? ¿No
era el Espantapájaros? Eso tendría mucho más sentido, aunque el gas del
miedo era inconfundible… Su efecto psicodélico, el terror inicial, el
miedo, la opresión, las escenas imposibles, el dolor, el recabar en lo
profundo de nuestras mentes, de nuestros miedos, crear y seguir creando
horror…
Choqué contra algo metálico y vi el rostro angustiado de
Cyborg, que parecía estar luchando contra algo que solo él podía ver. El
dolor de mi torpeza me trajo un instante de lucidez y grité:
―¿Dónde están?
―¡Robin!
―¡Starfire! ¡Chico Bestia! ¡Raven! ¿Dónde están?
Traté de moverme otra vez ante la oscuridad y los truenos que aparecían y se desvanecían, pero la mano de Cyborg me retuvo.
―No puedes moverte. ¡Llámalos! ¡Pero no te apartes! ¡Sé cómo sacarnos de aquí, pero no puedes irte!
―¿Qué? ¡Tengo que ir por ellos! ¡Están en peligro!
―¡Lo sé! ¡Pero si te marchas, quizás no vuelvas! ¡Llámalos! ¡Pueden hacerlo, tal como tú lo hiciste!
Comprendí
lo que quería decir y cuál eran sus intenciones. Al entender realmente a
qué nos enfrentábamos, las cosas se volvían un poco más sencillas para
él. Una toxina era algo con lo que Cyborg podía combatir, al tener la
mitad de su cuerpo hecho completamente de material tecnológico y
mecánico. Aunque parte de su mente se veía influenciada por el pánico y
el miedo, su cerebro computarizado continuaba lúcido. Solo necesitaba
presionar esa realidad ficticia lo suficiente para que se terminara de
caer, para que terminara de romperse sobre sí misma y para que el efecto
cesara. «Necesitamos estar juntos».
Comencé a gritar desesperado
los nombres de mis amigos. Mareado, aturdido y aterrorizado, me las
arreglé para lanzar granadas de luz, de fuego, de hielo, ganchos y
bombas truco, todo lo que tuviera a mano para llamar su atención, para
hacerles entender que seguíamos aquí, que aquello no era más que una
ilusión de nuestra propia mente.
Raven fue la primera en
comprenderlo y un cuervo negro nos sobrevoló hasta convertirse en ella
misma. Su rostro cubierto por la capucha no me permitió ver sus ojos,
pero el temblor tenue de sus manos al acercarse a mí, daba a entender el
esfuerzo que realizaba porque su mente y sus poderes no terminaran de
consumirla en un miedo que solo se volvía más fuerte junto a ella.
―Es
Chang ―logré decir apenas, mientras me arrodillaba en el suelo y sentía
que sangre y vómito salían de mi garganta. Ni siquiera sabía si era
verdad. Ni siquiera me pregunté cómo Cyborg lo sabía o si él, ella o yo
mismo no éramos más que una ilusión de alguna mente enferma. Cuando pude
recuperarme, seguí gritando, seguí tratando de llamar a mis amigos
hacia un círculo que Cyborg se esforzaba por mantener en pie.
Empezó
a llover sobre nosotros. Cuando las primeras gotas cayeron sobre mí, no
me preocupé en lo absoluto. Seguí en mi tarea de intentar encontrar a
Chico Bestia y Starfire; ahora Raven me ayudaba, desplegando formas y
figuras en el aire con su magia, aunque con dificultad. Pero cuando una
de aquellas gotas ardió en mi mejilla y las siguientes comenzaron a
quemarme, no pude evitar gritar de dolor.
―¡No te muevas! ―rugió
Cyborg nuevamente, algo más encorvado, pero manteniendo el rayo sónico
chorreando luz―. ¡Si corren, no podremos salir de aquí!
Raven
actuó antes de que yo diera cualquier orden. Nos cubrió a los tres con
un manto de energía para evitar que esa lluvia nos siguiera quemando.
―
Nunca van a salir de aquí, ingenuos…
―¡Robin! ¡Robin! ¡Están ahí, Star! ¡Están ahí!
―¡Chico Bestia!
―Que
se den prisa ―dijo Raven en un susurro adolorido. Apreté los puños,
sintiéndome impotente por no poder ayudar más a ninguno de mis
compañeros. Apoyé una mano en el hombro de Raven, apretándolo
suavemente, haciéndole saber que estaba allí, que saldríamos y que todo
estaría bien. El dolor, la náusea y el miedo continuaban allí. No dije
palabra. Solo apreté su hombro.
―Resiste, Rae, ¡ya vienen! ―exclamó Cyborg.
No
pasó más de un minuto, aunque fue eterno. Todo mi cuerpo estaba
concentrado en el horizonte, esperando ver de un momento a otro a mis
compañeros. Nunca había deseado tanto que todo saliera bien. Era una
sensación primitiva y única, una barra de hierro en mi mente que
producía un solo sonido: «Que lleguen, que lleguen, que lleguen».
Lo
hicieron. Corriendo, tratando de huir de las gotas que ardían en su
piel. Al parecer, Starfire era algo más inmune a ellas, por lo que
sobrevolaba a Chico Bestia para evitar que fuera lastimado. Me sentía
casi conmovido, sumergido en ese torrente de emociones contradictorias.
Cuando llegaron a la protección de la burbuja de Raven, abracé a
Starfire un segundo y rodeé el hombro de Chico Bestia. «Ya estamos
bien…. Ya estamos bien…» La lluvia había cesado en ese preciso instante,
pero la realidad continuaba cayendo sobre nosotros.
―¡Tenemos que salir ahora! ―gritó Cyborg al ver que todos estábamos reunidos―. ¡Necesito que ataquen con todas sus fuerzas!
―¡Ya lo oyeron, equipo!
―Pero…
¿qué tenemos que hacer? ―Chico Bestia continuaba aturdido. Uno de sus
ojos estaba herido y jadeaba con dificultad―. ¿Atacar qué? ¿Qué sucede?
―Nuestro amigo tiene razón. ¡No hay nada que atacar! ¡Todo es una jhapolknot!
―¡Eso
no importa! ―ordené con fuerza. Tenía que recuperar mi energía si
quería sacarnos de allí―. ¡Solo ataquen todo lo que vean! ¡Esto no es
más que un truco! ¡Una toxina! Si logramos romper esta realidad, si
logramos atacarla, se terminará desintegrando. ¡Ataquen y podremos
salir!
―¡A la orden, viejo!
―¡Vamos, amigos!
―¡Rápido, para poder patear el trasero de ese viejo de Chang!
―Espero que tengas razón en esto, Robin…
―¡Titanes, al ataque!
Nos
lanzamos con todo. Teníamos que salir allí a como diera lugar y cuando
realmente nos proponíamos vencer, siempre lo conseguíamos. Sentía una
oleada de férreo orgullo y me aferré a él con todo mi ser. Al ver a mis
amigos ―mi familia― combatir y luchar con todo su poder para salir de
aquella trampa, me sentí uno con ellos. No parecía estar allí, luchando
por mi vida y mi cordura, sino en otra pelea más de los Titanes contra
el crimen.
Era como si cada momento junto a los Titanes comenzara
a tomar forma en mi mente y en esa realidad. Las batallas, las risas,
los buenos y malos momentos. Era un esfuerzo emocional recordar cada
detalle pero, aunque me sentía agotado, tenía que continuar. No eran
solo golpes físicos, no solo rompía paredes: también rompía mi propio
miedo y golpeaba con la fuerza de mis recuerdos… De mis recuerdos
reales.
Mis padres. Un par de insuperables acróbatas que
trabajan en un circo y recorrían el mundo haciendo piruetas de alto
riesgo. Eran los mejores y amaban la adrenalina y la pasión de saltar
por los aires, arriesgando la vida para la entretención de la gente. De
pequeño comencé a amar las alturas y a conseguir proezas parecidas a las
que ellos conseguían en el trapecio. Cuando ellos murieron, toda esa
pasión por las acrobacias me sirvió con el entrenamiento de Batman y mi
vida como titán. Todo lo que hacía, lo hacía por ellos. Para que
estuvieran orgullosos de mí, su hijo, que había dedicado su vida a
impedir que otros niños sufrieran lo mismo que yo. Sus rostros
continuaban claros en mis rostros. «Soy Robin gracias a ellos».
Mis
amigos. Nunca creía que formaría nuevamente un equipo. Había dejado
Gotham, decidido a continuar por mi cuenta y demostrarle a Batman…y a mí
mismo que podía proteger una ciudad sin necesidad de convertirme en un
ser de oscuridad. La vida me dio la mejor manera: a través de mi propio
equipo. De mi nueva familia. Cada uno con su estilo, su historia, su luz
y su oscuridad, su forma de ser, sus miedos y alegrías. Con sus sueños y
motivaciones. Cada uno me había traído paz y confianza, pese a que
muchas veces no les había devuelto la mano como me hubiera gustado.
No
siempre pensaba de esa manera. No siempre recordaba lo que me mantenía
en pie ni me daba cuenta de lo afortunado que era. No siempre percibía
lo mucho que necesitaba a mis amigos o lo mucho que extrañaba a mis
padres. Lo mucho que tenía que perder. Lo mucho que temía perder mis
recuerdos o perder a mis amigos.
La realidad terminó de
romperse. Me sentía muy cansado física y emocionalmente, pero estaba
dispuesto a dejarlo todo por romper aquella ilusión. Muchas veces las
batallas eran duras y esa no era la excepción. Sin embargo, ocurrió muy
rápido. No sabía qué golpe había sido o qué ataque había sido el
definitivo, pero de un momento a otro, sentí que caía.
Que caía.
Que caía.
No tenía de dónde sujetarme y, aunque intenté usar alguna herramienta o gritar, no pude hacerlo.
Solo caí.