Dientes

sábado, 29 de septiembre de 2012

Fue algo lento y desagradable. Comenzó simplemente como un capricho, como una especie de manía tonta que no tenía ningún sentido. Luego, sentir la lengua presionando sobre sus dientes se convirtió para Tomás en una especie de hábito inconsciente, que practicaba a todas horas e incluso dormido. No tenía ningún objeto ni finalidad: simplemente lo hacía, porque podía y quería hacerlo.

Nadie lo notaba, ni siquiera cuando empezó a hacerlo cuando la gente le hablaba. Simplemente se fijaban en su rostro taciturno y sus ojos penetrantes, pero nunca notaban ese músculo húmedo y flexible recorriendo su mandíbula. Y, a decir verdad, él tampoco se daba cuenta. Eso hasta que comenzaron las pesadillas.

En realidad, eran sueños bizarros, que siempre involucraban aquel movimiento que durante los días parecía tan inocente y simple. Podía notar en el surrealismo punzante de los sueños, cómo lograba arrancarse sistemáticamente cada uno de los dientes. Por alguna razón, lo asociaba al coliflor, un olor que se volvió asqueroso y repugnante para él.

Tomás despertaba de esos sueños muy incómodo, pero aliviado al notar que su lengua, fiel a sus costumbres, recorría sin problemas cada uno de sus dientes, prolijos y firmes, cada uno en el lugar que le correspondía. Aquella noche no fue la excepción. Soltó un suspiro luego de comprobar que toda su dentadura estaba intacta en su boca y que todo había sido tan solo un mal sueño.

Se levantó a tomar algo de agua fría en el lavabo del baño, pensando en lo mucho que se reirían sus colegas si alguna vez les contara sobre todo esa tontería. Se sintió mucho más animado y refrescado luego del sorbo de agua, por lo que realmente fue una pena cuando alzó la vista y la palidez se apoderó de su rostro, como si la piel solo hubiera dejado paso a una calavera reseca y aterrorizada con una bella dentadura confeccionada con trozos rancios de coliflor, ensangrentados y pegajosos.

Lo peor de todo era que, un segundo antes de desmayarse, se dio cuenta de que debería pagar a un gasfiter que destapara el lavabo que ahora alojaba 32 dientes arrancados, que bajaban tranquilamente por la tubería.

Cinco días

"¿Cómo es que un ángel y un demonio pueden enamorarse?
Porque ni el ángel es solo luz ni el demonio es solo oscuridad."

***

En el callejón, ella esperaba con la máscara dándole algo de picazón sobre la piel. Hacía media hora que él tendría que haber estado allí. ¿Dónde se había metido? Había sido tajante sobre la puntualidad e incluso él había prometido que sería ella la que llegaría más tarde.

«Seguro», pensó con fastidio, un poco inquieta por aquella velada tardanza. ¿Acaso se habría detenido en algún lugar? No le parecería del todo extraño que hubiera intentado atacar a alguien en el camino o que hubiera simplemente cambiado de opinión. Aún así, intentaba no detenerse demasiado en esos pensamientos. Tragó algo de saliva y sintió la garganta seca. El traje de combate le molestaba, pero tampoco era tan necia como para acudir a esa particular cita sin ningún tipo de protección.

Pese a todo, estaba segura de que aquello no era una trampa, aunque más de uno de sus compañeros había insistido en que no fuera sola. Podría apostar que alguno estaría espiándola… “Por si las moscas”, dirían luego ante su mirada furiosa, pese a que había recalcado al menos doce veces que no se les ocurriera hacer algo así.

Idiotas… La trataban como si no pudiera cuidarse sola. Como si él fuera a hacerle algo…

―Lamento la tardanza. ―Su voz la sacó de sus pensamientos y la heroína frunció el ceño al ver su cara impasible con la semi-sonrisa que siempre la desconcentraba, mirándola como si tal cosa―. Veo que tus amiguitos todavía no confían en mí.

Alzó una ceja, pero ignoró la provocación. Lo miró durante largos segundos, tratando de incomodarlo por su impuntualidad, pero él desvió la mirada y comenzó a silbar tranquilamente, como si esperara a que se le pasara el enfado. Soltó un resoplido.

―Vamos a tema, ¿quieres? ¿Tienes el informe?

―Oh, ¿por qué tan deprisa? ―se burló el villano con una mueca divertida. Dio un paso adelante y comenzó a rodearla, una técnica que solía utilizar tanto para atacar a sus víctimas como también para saludar y acompañar a sus colegas. Su mirada se había oscurecido y la joven se tensó de inmediato, pues sabía perfectamente que aquella mirada no presagiaba nada bueno―. Disfruta de mi compañía, preciosa. ¿Qué tal si damos un paseo? Podría mostrarte veinte maneras de matar a alguien con una sola mano.

Se quedó quieta, fulminándolo con la mirada. No iba a caer en una provocación tan infantil, pero tampoco podía desechar sus amenazas tan fácilmente. Después de todo, se trataba de él, no era precisamente alguien en quien debería confiar. Se suponía que su reacción debería ser recelosa, tensa e incluso hostil, pero en su lugar, se limitó a retarlo con sus ojos, para finalmente hacer un mohín de indiferencia.

―No, gracias. ―Pude notar cómo él hizo chasquear la lengua con reprobación ―. ¿Quieres darme los malditos informes?

El T.T.T o Tratado de Tregua Temporal ―¿A quién se le habría ocurrido un nombre así?― les obligaba a intercambiar información semanalmente y ella siempre se las había arreglado para quedar con él en todas las ocasiones. No obstante, seguía encontrando que el Tratado era ingenuo, ridículo y básicamente idiota. ¿A quién se le podría ocurrir que villanos y héroes podían entenderse así como así, confiar los unos y los otros solo con poner una firma en un papel? Eso no duraría ni dos meses. Tres a lo más, si es que los Jefazos intentaban controlar a sus borregos.

―Le quitas la diversión a todo ―gruñó él, con un tono de voz amenazante, pero a la vez frustrado.

―Así es la vida, querido. Hablas con la maestra del aburrimiento. ―Alargó la mano y él le entregó una delgada carpeta color verde oscuro―. ¿Eso es todo? ―Él asintió con la cabeza, mirando al suelo y moviendo erráticamente uno de sus pies como si estuviera hastiado―. Podrías mirarme al menos, ¿sabes?

Cuando él alzó la vista, nuevamente esa sonrisa siniestra y cómplice estaba en sus labios. Ella rodó los ojos y comenzó a caminar lentamente hacia el otro lado del callejón, alejándose de él. Sabía que la estaba siguiendo y no le importó. «¿Habrá sido suficiente?», pensó, tratando de notar cualquier silueta en los tejados circundantes o cualquier sombra en los rincones.

―No hay nadie siguiéndonos ―avisó él a sus espaldas. Había sacado un encendedor y se había puesto a jugar con él―. ¿No vas a despedirte siquiera? ¿No se te olvidó algo?

Él ni siquiera dudó en enredar su mano en su cabello ondulado cuando ella lo agarró de la camisa y lo atrajo hacia sí en el beso posesivo al que se había hecho adicto.

―¿Suficiente?

―Hasta la semana que viene, jefa. A menos que me metas a la cárcel por algo, claro…

―Hasta entonces, chico malo.

«Idiota», pensaron los dos a la vez mientras se alejaban con idénticas sonrisas y pensaban en cómo se las arreglarían para engañar a los suyos en cinco días más.

¿Acaso podría ser de otra forma?

jueves, 27 de septiembre de 2012

¿Acaso creías que te había olvidado? Ni un solo segundo siquiera, eso no deberías ni concebirlo. Pero eso ya lo sabes ¿no? Al menos deberías hacerlo. Y así como esta certeza de lo que siento por ti está enterrada en lo más profundo de mi alma, también lo está otra: que existen muchísimas dificultades.

No solo las obvias, aquellos números y metros que se vuelven brisas frías y aquellos miedos que a cada uno lo hacen retroceder y avanzar a la vez. Hay muchas otras. Errores, problemas, inconvenientes, dilemas. Pequeños detalles que abarcan horas y que parecen separar lo que hemos tratado de unir. Un día, dos, tres o más en que tal vez ninguno sepa del otro. Días que se vuelven grandes ansias y ansias que se vuelven obsesiones. Las dificultades siempre existirán.

Pero no es eso lo que quiero decirte hoy: Lo que hoy quiero decirte, es que no me importa. Tal vez haya ocasiones en las que el silencio se apodere de nuestras vidas con la fuerza de su tiranía y otras en que las palabras revoloteen a nuestro alrededor como plumas cosquilleantes. Pero seguiré siendo la misma y seguiré sintiendo lo mismo. Jamás temas, si es que lo haces, que alguna dificultad podría apagar aquello que ahora arde como un fuego divino.

Alzo mis ojos hacia un techo que no responde a la fuerza de mi inspiración y sonrío, esperando que algún espíritu bondadoso, un ángel aburrido o un fantasma de paso recoja ese fuego, ese amor, esas ansias, esa felicidad y buenos deseos y lo transporte allá, donde tú estás, quizás mirando un techo similar, quizás saboreando la brisa salina de otras tierras.

Espero tan solo no olvides lo que trato de transmitir con la fuerza única de las armas que tengo en mis manos: las palabras, aquellas seductoras compañeras que fueron la que juntaron nuestros caminos. Y son ellas las que ahora también vuelven a afilar sus hojas para atacar el miedo y la inseguridad que siempre se anida en lo más profundo de la mente. Conocemos el valor de las palabras, sabemos que pueden construir barreras, puentes, que crean y destruyen mundos, que se quedan grabadas, que duelen y nos hacen sonreír. Cree en ellas.

Porque son ciertas. Porque si quisiera que supieras tan solo dos cosas, si quisiera que recordaras solo dos cosas y que nunca más las olvidaras serían: Que eres perfecto tal cual eres, con virtudes y defectos y que te amo cada día que pasa. Espero sepas disculpar la insistencia, la ridícula dulzura, el incoherente romanticismo, pero no sé de qué otra forma puedo expresar lo que ahora llena mis pensamientos.

Seguro entiendes lo que digo. Espero también recuerdes que no necesitas correr demasiado. Sigue corriendo, samurai, pero no te apresures. Sabes que cuando llegues, cuando puedas llegar, cuando quieras hacerlo, cuando el destino y las mundanas banalidades de la vida y la traicionera tecnología lo permitan... Yo estaré aquí, esperando, con una sonrisa en el rostro. Sí, seguro reíste con cada palabra, burlón de mi sensibelería, pero después de todo, hasta los más valientes, duros y resistentes tienen una debilidad.

¿No es así, mi querido hechicero… Elio?

Explorando

Me encontraba en medio de una selva, donde la luz del sol, que debería brillar en lo alto, se perdía absolutamente entre el follaje de los árboles milenarios. No sabía dónde me encontraba y por un segundo sentí que el corazón se detenía en mi cuerpo al escuchar los ruidos de la naturaleza salvaje y virgen a mi alrededor, avanzando, rugiendo, acechando, rodeando y cercando…

Lentamente comencé a avanzar, a tientas en un comienzo, atenta a cada nuevo sonido, sabiendo que si me quedaba en ese lugar demasiado tiempo, luego no sería capaz de encontrar la salida. Los crujidos de las ramas que pisaba solo me hacían estremecerme y a cada segundo creía detectar de reojo algún par de ojos animales observándome desde la distancia.

Avanzaba y avanzaba, alejándome desde mi punto de inicio, dando vueltas y buscando una salida. De pronto, la silueta de un árbol algo retorcido se plantó frente a mí y sonreí: ¡Era mi oportunidad! Era lo suficientemente grueso como para permitirme subir a él y lo suficientemente extraño como para servirme de camino para cruzar gran parte de aquella penumbra natural. Al principio, me subí a él con dificultad y con muchas precauciones, para luego correr sobre su tronco viejo y firme, sin apenas sentir el roce de las hojas sobre mi rostro mientras lo hacía.

Me trepé a unas lianas y comencé a balancearme con rapidez a través de la espesura, cada vez más segura de mí misma. Ya no temía a las fieras salvajes que podría estar acechando, a la oscuridad, el desconcierto, el no saber dónde estaba… Ahora me movía por ese terreno inhóspito como si estuviera recorriendo mi propia casa.

En un claro, me detuve de pronto, algo insegura. No llevaba nada encima y solo tenía como precarias armas mis propias manos desnudas que de nada servirían en caso de un ataque. No podía confiarme demasiado, especialmente cuando sentía que estaba a tan solo pasos de salir de aquella selva. Un paso en falso y podría quedar atrapada entre toda aquella naturaleza y oscuridad.

Un paso.

Y otro.

Podía sentir mi propia respiración haciendo eco entre el silencio y mis ojos adaptarse a esa nueva luz. Sentí un aroma algo más fresco, menos especiado y penetrante, de hojas, agua y tierra. Incluso podía sentir un dejo de brisa, pero podía ser solo una ilusión. Cuando todo su cuerpo estuvo en aquel pequeño claro, donde los rayos del sol tocaban el suelo con suavidad, supo que había alcanzado la libertad.

―Muy bien, señorita, tiene un 6.5 en la evaluación. Felicitaciones.

Salí de la selva. Triunfante.

Presagio

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Chillaba como un cerdo a punto de ser degollado. No estaba del todo seguro, pero T. creía que los niños no deberían ser capaces de alcanzar notas tan altas en el espectro de sonido. Gruñó cuando él trató de morderlo ―una técnica bastante predecible―, pero se contuvo de intentar tomar represalias contra él. Después de todo, un rehén moribundo tampoco era del todo útil para sus planes. El muchacho era atractivo y, a todas luces, perfecto para lo que se pretendían: Ojos verdes, cabello liso, piel blanca, espíritu de lucha.

―No grites tanto, chaval. Creerán que intento matarte ―bromeó con un tono siniestro que hizo temblar al pequeño, que, durante unos instantes, se quedó quieto en sus brazos―. Andando. ―El chico comenzó nuevamente a llorar, pero muy suavemente, por lo que rápidamente entró en la furgoneta negra que tenía estacionada en el callejón y le dedicó una mirada.

―Eres como mi hijo ―murmuró T.

El muchacho nunca supo que eso significaba el único motivo por la cual debería estremecerse y comenzar, seriamente, a temer por su propia vida.

Muñeca gastada

lunes, 24 de septiembre de 2012

Sentía los brazos cansados y los párpados caídos. No importaba lo mucho que luchara contra sí misma y la disciplina férrea que se impusiera, era como si ese cansancio la estuviera devorando desde adentro hacia afuera. Había sido solo un día, el primero de muchos en una rutina tranquila, pero ese había sido distinto de algún modo.

¿Estaría enfermando? Esperaba que no, ya que su cobertura pendía de un hilo y no tendría con qué costear los gastos médicos. ¿Sería estrés? Lo dudaba, realmente no se sentía presionada por nada en particular y no se tomaba las cosas demasiado en serio. ¿Jornadas agotadoras? No más que la de muchos en el mundo, que trabajaban con mayor dureza que ella.

Era como si el aire le faltara a ratos y que su cerebro se golpeara contra las paredes de su cráneo sutilmente, presionando, presionando, presionando... Se refregaba los ojos, cambiaba de postura, daba un paseo, tomaba agua, pero esa sensación de fatiga no cesaba. Era simplemente ridículo: era un día exactamente como cualquier otro.

Se fue a dormir, resignada, sin darse cuenta que precisamente quizás ese fuera el problema.

Imposible

domingo, 23 de septiembre de 2012

Sabía que ella estaba detrás de la puerta. Simplemente lo sabía. Quizás podía adivinar su sombra proyectándose en el suelo o podía escuchar su respiración acompasada y el crujido de las tablas bajo su peso o tal vez simplemente podía notar sus ojos fulminándolo tras la madera de la puerta, diciéndole que no tenía escapatoria.

Pero en realidad, sí la tenía. Podía correr hacia la salida, bajar las escaleras y pedir a gritos ayuda en la calle. Quizás incluso llamar a la policía, ya que sus piernas y su estado físico eran muchísimo mejores que las de ella. Pero un extraño presentimiento, un pensamiento, un impulso inexplicable lo obligaba a avanzar inexorablemente hacia su propia habitación.

¿Sería un hacha? ¿Una pistola? ¿O su sola presencia la que terminaría con su vida? Mientras avanzaba, analizó su propia indiferencia y su miedo enterrado ante su inminente muerte y casi sonrió. Era como si todos los eventos de su existencia lo hubieran guiado a ese momento: a caminar tranquilamente hasta su cuarto, donde lo esperaba su vaso de vino y su libro favorito para morir.

―Lo siento ―creyó oír, pero no podría haberlo asegurado. Ni siquiera escuchó realmente su voz. Cayó al suelo y sintió la sangre salpicarse por el tapiz que ―lástima― acababa de cambiar hacía tan solo tres días. Se sorprendió al pensar, en los últimos instantes de vida que le quedaban, en la ingrata tarea de quien tuviera que limpiar, otra vez, ese cuarto en donde había muerto.

Ansias

viernes, 21 de septiembre de 2012

Contar las horas: el ejemplo excelso de una actividad inútil y desgastadora. ¿Qué provecho puedes sacar de ver las manecillas del reloj ―que, por supuesto, tampoco ves, ya que es digital― y tratar de sacar la cuenta de cuánto queda? ¿De temer que la hora haya pasado y de que nada ha sucedido? «Nada más patético que un abogado sacando cuentas», te dijo un profesor una vez. Aunque tu sendero profesional apenas comienza, parece que los defectos del oficio ya se están adhiriendo a tu piel.

No temas. Deja que el río del tiempo y las circunstancias fluyan por sí solas y déjate llevar por esa corriente. No condiciones tu cuerpo y tu mente a un dolor que todavía no has sentido o a un paso en falso que todavía no has dado. ¿A qué viene temer lo que no ha ocurrido todavía? ¿A qué viene devorar tus uñas ―nutritiva actividad― por el pensamiento sin sentido de una pérdida que todavía no sucede? ¿A qué viene ese corazón acongojado y esa ilusión hinchada? ¿A qué viene ese amor desenfrenado, esa añoranza casi dolorosa?

Lo sé, lo sé, pequeña criatura. Sé que eres un ser acorralado y curioso, que no entiende lo que siente, pero lo vive con la fuerza que solo una ermitaña puede tener. No temas todavía. Deja que el tiempo corra un poco más, alimentando esa desesperanza y esa ansía inexplicable. Deja que tu corazón lo extrañe un poco más y enfría tus pensamientos, que puedes quemarte con ellos.

Ama y teme menos. Porque un alma que vive con miedo, aún si es inflada por el cariño y el amor, solo se resquebraja con más facilidad. No temas, pero aférrate a la esperanza, porque ella es la única que entenderá tus lágrimas y compartirá tus sonrisas.

Junto a aquel que elegiste amar, por supuesto. Y espera, porque si quiere venir, lo hará y ni siquiera tú podrás impedírselo.

«Te extraño, Rurouni, aunque solo hayan caído algunas hojas de los árboles cercanos».

Camino

jueves, 20 de septiembre de 2012

Hace frío. Con cada paso que das pareciera que la temperatura baja un poco más, que el camino se hace más duro y difícil y que ya tus propias habilidades no son suficiente para vencer el viento y el mar. Te vas dando cuenta que tu corazón se encoge de angustia con cada metro avanzado, a la vez que salta con una alegría infantil y rebelde que conoces muy bien.

Miras a tu alrededor y derramas una lágrima de impotencia por ese mundo que tanto odias y tanto amas, por ese lugar yermo y fértil que quieres defender y cambiar. Permaneces aferrada a tu propia esperanza, porque es todo lo que puedes hacer. ¿Qué sentido hay en dejarse caer en la mitad de aquel camino? Tampoco puedes volverte una con las piedras y el frío, porque tu corazón, aunque gélido, también está coronado por un volcán que se niega a dejar de bramar fuego.

«Nadie dijo que sería fácil». Las cosas parecen muy simples, pero no lo son en realidad. Te das cuenta que mientras estés allí, en ese camino, acompañada por los tuyos, te conviertes en una carga que parece hacerse más pesada. Y nadie va a ayudarte con eso. Sientes que, poco a poco, un resentimiento sordo, una indignación de universitaria, una incomprensión humana se apodera de ti cuando las vendas van cayendo de tus ojos.

La realidad es negra. Puedes elegir dos cosas: oscurecer tus ropas y tus ojos a tal punto que te confundas con la oscuridad que te rodea. Serás una con ella, con las piedras y el frío, a gusto con tu propia penumbra e indiferente a ese abismo que devora a quienes pasan por el mismo camino. O... puedes sostener tu lámpara en alto y seguir caminando.

Sabes lo que harás. No puedes dejar de creer en esa pequeña lámpara que pende de tu mano. Quizás se apague en ocasiones, pero nunca deja de acompañar tu andar. Además, no estás sola ¿verdad? Tu alma se regocija con la esencia de un fantasma que te da más impulsos para continuar caminando.

Sueltas un suspiro y piensas en aquel fantasma, amando cada pensamiento, sonrisa y movimiento que sientes e imaginas, amando cada veta etérea de su ser y, tomando la lámpara en alto, sigues tu camino.

Rey de Ítaca

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Vivir el día. No pensar en el mañana. No pensar que las cosas acaban. No importa. Hoy existen. Hoy viven. Hoy ella es feliz. Su corazón latía algo cansado, mientras tragaba saliva y un temor pegajoso se apoderaba de ella lentamente, casi de forma inconsciente. Las horas pasaron y con ellas, los quehaceres que tenía pendientes empezaron a acumularse, mientras también cientos de ideas se arremolinaban en su cabeza. Ideas y sensaciones.

"Tiene un correo nuevo".

Bum. Bum. Bum. Bum. Bum. «No…» Aquello tan repentino y temprano no podía significar nada nuevo. El miedo esta vez se alzó como un monstruo dispuesto a devorarla entera, sin piedad ni compasión. «¿Lo habré enviado demasiado pronto? ¿Todo habrá acabado? ¿Habrá pasado algo? ¿Estará bien?» Tenía que estarlo, tenía que estarlo, tenía que estarlo…

¡¿Por qué el Internet carga tan lento?! ¡¿Por qué todo debía ser más difícil en aquellos momentos?! Finalmente, la página acabó de cargar y el alma se estremeció en su interior, mientras se mordía las manos con fuerza. Acabó de leer en solo un par de segundos y, al terminar, apoyó la cabeza en la almohada y sonrió. Sonrió más fuerte de lo que recordaba haberlo hecho. Todo estaba bien. El monstruo se replegó nuevamente a las profundidades de la mente y ella cerró los ojos otra vez, con el corazón dando brincos de felicidad.

«¿Cómo podría olvidarme de ti, rey de Ítaca?» Todo estaba bien. Otro día que valía la pena haber vivido. Otro día en que Penélope podía seguir tranquila, aguardando la llegada de su amado a través de los mares.

«Te amo. Te lo dije»

Ante el espejo

Observé a mi humana mientras se acercaba y un bufido de desprecio salió de mis labios sin poder evitarlo. Ni siquiera la mirada fría, aunque algo derrotada que me dedicó sirvió para aplacarme.

―¿Ahora qué? ―pregunté, alzando una ceja con desdén.

―Te odio ―murmuró la humana, mientras despreciaba cada rincón de su rostro y su cuerpo que se reflejaba en el espejo. Yo solté una risa cínica y me acerqué al vidrio con una mirada burlona. Esa conversación, aunque repetida en el tiempo, me parecía de lo más divertida cada vez que se producía.

―¿Es en serio? ¿Me odias? ¿No será que odias lo que ves? Esa eres tú. ―Señalé el borde del vidrio, donde podía ver como la angustia se reflejaba en sus pupilas―. Asquerosa, ¿verdad? Me apoyé contra el marco y te observé casi con indiferencia―. ¿De verdad piensas que alguien podría enamorarse de esto? Supongo que soñar es gratis…

Sus ojos se anegaron en lágrimas de rabia, de indignación, dolor, pero también de resignación. Conozco ese berrinche. Saqué un cigarrillo y, si no hubiera sido que yo estaba del otro lado del vidrio, donde su horrible reflejo me acompañaba, le hubiera lanzado todo aquel humo en su cara.

―¿Qué vas a hacer? ―pregunté nuevamente. Ella bajó la vista y yo rodé los ojos. Lo mismo de siempre.

«Nada».

―Algún día te miraré sin culpa ―juró ella como cada tarde. Chica tonta. Quizás pudiera hacer algo con esa autoestima, que bien que lo necesitaba, pero si seguía igual de perezosa y glotona, no podía pedir tampoco milagros al cielo. Me encogí de hombros: nada que valga la pena es inmediato. Solo las cosas valiosas toman tiempo.

―¡Hasta mañana, mi humana!

¡A toda máquina!

lunes, 17 de septiembre de 2012


Maestra

La chica comenzó a escribir furiosamente, tratando de alcanzar a su escurridiza inspiración en una carrera en la que siempre llevaba la desventaja. Trazaba las personalidades de sus personajes y los empujaba hacia el torrente de la trama sin compasión, decidida a torcer cada uno sus caminos a su propio antojo.

El dolor de cada una de aquellas criaturas desvalidas era un platillo delicioso para su voracidad y una sonrisa extraña se formaba en su rostro cada vez que arrancaba un grito de agonía o tristeza de la boca de cada uno de ellos. Casi podía sentir el olor exquisito de la sangre y un calor conocido para ella se apoderaba de su cuerpo cada vez que tocaba sus heridas.

Frunció el ceño con cierta molestia al notar que las reacciones de su protagonista principal. Era decidido, confiado y actuaba sin importar las consecuencias. Arriesgado, valiente y torpe, se vería involucrado en muchos problemas que lo llevarían finalmente a donde quería. Si él no fuera así, jamás habría conocido a aquel viejo en el callejón y probablemente nunca habría visto la muerte de la niña... Se recostó contra la silla con una mirada amarga.

Tarde se dio cuenta que sentía envidia de su propio personaje. Trató de quitarse esos pensamientos de la mente y seguir escribiendo, pero la sensación era molesta y aguda, como la picada de un mosquito insistente. Ese chico era todas aquellas cosas que nunca podría ser... ¿Sería por eso que sufriría tanto a lo largo de la trama? ¿Lo estaba castigando por ser lo que ella no podía ser?

―Tonterías ―se dijo con una mueca de indiferencia, obligándose a desestimar esos pensamientos. Se detuvo un momento antes de retomar la escritura y sonrió para sí misma. Quizás en algún lugar del capítulo catorce, él podría sufrir de algún repentino, ¡pero justificable! mal que fuera especialmente doloroso. Solo para darle algo más de sabor a todo aquello.

No es como si se estuviera vengando de él, ¿verdad?

¿Qué fue ese ruido?


Nota de la autora: Tenía que subirlo tarde o temprano ¿no es así? Todavía hay muchas partes que no me convencen, pero para retomar el ritmo de "cosas cada vez más extensas", no está mal. Un camino de mil millas se empieza en un solo paso. Espero que quien lea, disfrute. ¡Un saludo! Especialmente para ti, querido fantasma.

***

Estaba completamente sola.

Daniela había estado esperando ese momento durante gran parte de la mañana, por lo que cuando comprobó que su madre se alejaba por la calle desde el visillo de la ventana, hizo lo que toda adolescente normal haría: ¡puso la música a tope!

No obstante, en su caso era algo distinto, ya que no tenía un equipo y parlantes para hacer explotar sus oídos y alertar a todo el vecindario: en su lugar, desenredó sus fieles audífonos y subió el volumen de su reproductor de música al máximo de su capacidad. ¡Solo así se podía disfrutar de la música! La canción Indestructible del grupo Disturbed comenzó a golpear sus tímpanos sin piedad y no pudo evitar que su extraña manía de moverse sin un patrón definido por toda la casa se apoderara de su cuerpo. No era bailar. Era simplemente moverse y darle forma a las historias que creaba su imaginación; era ver cómo la ciudad azotada por la lluvia, tenebrosa y peligrosa comenzaba a alzarse en su mente.

Era sentir el fuego de los incendios desafiando el clima, escuchar las sirenas sonando y ver cómo los autos hacían chirriar los frenos contra el asfalto húmedo en medio de las persecuciones. Era algo bastante absurdo, a decir verdad, pero aquella canción la transportaba a una ciudad oscura y agresiva, hostil a los intrusos, que defendía con garras siniestras su territorio. Era una ciudad emocionante y tenebrosa.

Pero tenía un vigilante, un destructor igual de oscuro que su ciudad que la miraba con ojos penetrantes, advirtiéndole del peligro y apartándola de su camino. Daniela bajó con prisa las escaleras de su casa al sentir que el ritmo se aceleraba, para balancearse ―sin demasiado ritmo― con cada acorde de la guitarra y con el retumbar de la batería.

How I become indestructible…

El volumen parecía reventarse en sus oídos y sus audífonos ―reparados con habilidad por su hermano menor, luego de que sufrieran el inevitable “Síndrome de Se Escucha Por Solo un Lado”― hacían su mejor esfuerzo por impedir que cualquier otro sonido perturbara el ambiente; era lo que su madre llamaría “tarrería sin sentido”, aunque lo más probable era que intentara arrancarle los aparatos de las orejas si se llegaba a enterar de que le gustaba escuchar la música ―y esa música― tan alto.

A veces incluso bromeaba respecto de todas las cosas extravagantes que podrían ocurrir sin que ella se enterara por culpa del volumen estruendoso en que escuchaba la música. Muchas veces, su hermano había estado a tan solo centímetro de distancia, gritándole cosas y no había captado una sola palabra, situación que, por supuesto, solía meterla en problemas. Pero valía la pena.

Daniela ni siquiera cantaba. Se limitaba a mover la boca mientras se movía y gesticulaba con exageración, segura de que nadie la estaba viendo. Volvió a subir al segundo piso, mientras cambiaba la canción, terminando la anterior con una pose que habría hecho morir a carcajadas de risa o lástima a cualquiera que la pudiera bien. Por eso esperaba a quedar sola para montar esa clase de espectáculos, recorriendo cada rincón de su hogar en su frenesí.

Help me believe it’s not the real me!
Somebody help me to tame this animal!


En aquel preciso instante, la puerta de la casa se abrió de improviso. No fue un golpe demasiado fuerte, pero sí era la clase de sonido que hubiera alertado a alguien que hubiera estando prestando atención. Alguien que hubiera notado que ese ruido era todo menos normal. Alguien como Daniela, excepto que ella no estaba haciendo nada de lo anterior.

Cuando los tres individuos entraron, lo hicieron procurando hacer el menor ruido posible, como era evidente. Sabían que todo lo valioso estaba en el primer piso, por lo que empezaron a moverse con rapidez, tratando de evitar hacer desorden y alertar a cualquiera del barrio de su presencia.

―Hay alguien arriba ―apenas susurró uno de los tipos. Los otros dos se miraron y lanzaron garabatos entre dientes. ¡Se suponía que la casa estaba vacía! Para variar, los datos que les habían dados eran inexactos: pero, ¿qué se podía esperar de un vago de barrio? Trataron de comunicarse sin hablar, dispuestos a salir corriendo de inmediato, cuando escucharon pasos en la escalera.

―¡Mierda! ―soltó uno sin poder evitarlo.

Daniela frunció el ceño y desconectó sus auriculares por un segundo. ¿Había escuchado a alguien hablar? Insegura, la chica apagó el reproductor un segundo y se quedó escuchando. Salió de su habitación con calma y miró desde la barandilla de la escalera cómo su gata bajaba con “mucha delicadeza” los peldaños que crujían bajo su peso. Rió por lo bajo y volteó para regresar a su habitación.

―¡Gato malo! ―rió y volvió a prender la música.

Los tres ladrones del primer piso se habían quedado paralizados al oír a la chica hablar. En ninguno de sus planes habían contando con que hubiera alguien en la casa: ni siquiera habían traído armas. Evidentemente, habrían podido reducir a la adolescente sin problemas, pero si llegaba a gritar y alertaba a todo el mundo… Los tres notaron la mirada asustada y confusa de la gata que se había quedado estática en uno de los escalones y lentamente, comenzaron a recobrar el senido.

―Nos rajamos ahora ―dijo uno de los tipos, el más bajito y “choro” de los tres―. ¡Muévanse, hijoputas!

Se notaba que los otros dos querían protestar, pero luego de unos segundos de insultos, amenazas entre dientes y miradas más que elocuentes, la pandilla se dirigió hacia la salida, donde la puerta ―antes forzada― les esperaba para franquearles el paso. Solo un par de brillantes ojos verdes observaron la huida de los tres sujetos. Lástima que pertenecieran a alguien que no podía hablar.

Y Daniela, por cierto, continuaba en el segundo piso, sin enterarse de nada en lo absoluto.

***

“I wake up every evening with a big smile on my face
And it never feels out of place.”


Los pies de la chica marcaban el rítmico “tum tum” de la canción, mientras la voz del vocalista cantaba para ella, llevándose todos sus pensamientos y precauciones. De soslayo, observó la hora en el gran reloj de la pared y, contenta, comprobó que todavía tenía mucho tiempo. «Nada como tener la casa para mí sola», pensó bastante animada.

No obstante, en apariencia, era la única persona en el mundo que creía que en esa casa estaba ella. Gala, la pequeña ―o no― guardiana felina que había presenciado el pintoresco intento de robo, olvidó en cuestión de segundos que tres amenazantes violadores de su territorio habían estado allí hacia tan solo pocos instantes. La puerta, esa cruel y odiosa rival que la privaba de la libertad y la felicidad absoluta del exterior, estaba abierta de par en par y esperándola con los brazos abiertos.

«Esta es la mía», pensó la gata. Miró con recelo a su alrededor, preguntándose dónde estaría la trampa de ese regalo y comenzó a avanzar con lentitud hacia ella. ¿Acaso se cerraría la puerta en cuanto intentara atravesarla y le golpearse su nariz? ¿Alguien estaría esperándola al otro lado para asustarla? ¿Estaría lloviendo…? ¿Sería una ilusión?

Con paranoia, avanzó con excesiva calma y asomó sus bigotes al frío de afuera, esperando cualquier señal.

―¿Hay alguien ahí? ―preguntó con el tono de voz más duro, grave y profundo del que fue capaz. No tuvo demasiado éxito en sonar ruda, pero el solo hecho de hacerlo le dio confianza. Una vez que reunió la suficiente confianza, corrió hacia el patio y olisqueó el pasto para empezar con su difícil y selectiva tarea de encontrar el mejor para comer, a la vez que respiraba el aire puro que le brindaba ese pequeño paraíso.

Concentrada en su tarea, no reparó en que a su alrededor todo estaba en silencio y que su salida no estaba coronada por un coro infernal de pajaritos, ¡los más crueles de la creación! No había nadie allí y solo se escuchaban sus pasos amortiguados. ¡Ni un solo pío, ni un solo revoloteo de esos mensajeros de Satán! Si la sorpresa de haber podido salir sin problemas no hubiera sido tanta, se hubiera dado cuenta de ese detalle.

O de otro mucho mayor que, agazapado en un rincón del patio, la miraba con un par de aguados ojos más verdes que los suyos. Gala ―o “gato malo”, nunca supo en realidad cuál era su verdadero nombre― sintió que su cuerpo le avisaba de algo extraño y se removió incómoda mientras trataba de masticar una brizna de pasto.

―Eres una gasta bastante descuidada ―dijo el enorme dragón albino con una risa cobriza y burlona, sacudiéndose un poco en su lugar.

―¡¡Aah!! ―chilló Gala, saltando en cuatro patas al sentir cada pelo y nervio de su cuerpo levantarse y tensarse contra su voluntad―. ¡¿Quién eres?! ¡Qué haces aquí? ¡Ya van a llegar, tienes que irte! Además yo llegué primero y…

El monólogo entre temeroso y autoritario de la gata se interrumpió de golpe cuando el enorme dragón alzó sus alas y avanzó unos pasos para tratar de estirar los adoloridos músculos que llevaban bastante rato contraídos. «Va a comerme» fue el automático pensamiento, absurdo, de la gata, quien pese a todo, no lograba ordenarles a sus patas que corrieran… «No va a caber en la casa, si llego al sillón me libraré… ¡Y los pájaros! ¡Nunca me creerán! ¡Me molestarán de por vida!»

―Este lugar es muy pequeño ―se quejó el dragón mientras resoplaba y gruñía, aún incómodo―. No hay espacio suficiente.

―Suficiente, ¿para qué? ―preguntó Gala, alzando un poco la cabeza, extrañada por el uso de palabras del intruso.

―Para rodar, claro. ¿Para qué más?

El felino frunció el ceño con confusión ante las palabras de la bestia. ¿Rodar? ¿Se refería a rodar por el suelo como ella hacía cada vez que salía? Embarrarse de tierra y olvidarse de todos los problemas y preocupaciones era una de las cosas más bellas de la vida. No importaba que luego la pusieran en una tina llena de agua y tuviera que tiritar durante horas hasta que se secara… esos segundos de mugre bien lo valían.

―Me parece que sí hay espacio ―mencionó―. No eres tan grande como pareces.

El dragón sonrió y dejó ver sus grandes colmillos blancos. No parecía demasiado peligroso, era como una… una… ¿cómo le decían a esas cosas con escamas y cola? No lo recordaba, pero era como una de esas “cosas”, pero algo más grande. El miedo de la gata dejó paso a una suave curiosidad que empezaba a crecer.

―¿Cuál es tu nombre?

―Soy Dragón.

―Qué nombre tan original…

―Espero que el tuyo sea una genialidad.

―Soy Gala.

«Gala… qué nombre tan… poco de gatos», pensó Dragón, pero no quiso mencionarlo para no ofender a su acompañante. Había resultado ser bastante agradable, lo que para él era muy apreciado, ya que en sus últimos viajes había estado bastante solo. Desde que ese viejo hubiera tratado de venderlo en Ebay ―¿qué sería eso?― , había decidido evitar a los humanos, que, menos mal, eran bastante incrédulos, por lo que su presencia no volvió a ser notada.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó la gata que se había acomodado en una silla cercana, desde la cual observaba a la bestia―. Si vas a revolcarte, apúrate, porque seguro ya vienen.

Dragón miró la tierra y el pasto y frunció el ceño, un poco dubitativo.

―¿Estás segura de que no tengo más tiempo?

―Segurísima. Te sacarán a escobazos si te ven aquí. ―Su tono de voz mostraba firmeza, pero también un dejo de suficiencia por ser ella la que estuviera dando toda la información. «Cuando los idiotas de los pájaros se enteren de esto…»

Dragón asintió con la cabeza. No quería que lo echaran a escobazos, por supuesto. Pero tampoco estaba seguro de si quería revolcarse o no en esa tierra. Había esperado bastante tiempo por ese momento, ya que ningún sitio había sido adecuado y no quería arruinar la experiencia por apresurarse demasiado. Con sus grandes narices, olió el suelo y, de inmediato, sintió un cosquilleo por todo su cuerpo. ¡Qué tierra tan fresca!

Observó con bastante diversión que la gata lo miraba con fijeza, como esperando a que por fin tomara su decisión. La curiosidad de aquella pequeña era la expresión más típica de su raza: pese a que le había dado un susto de muerte nada más conocerla, ahora estaba allí, observándolo con placidez desde su silla, como una reina impaciente. «Todos los gatos tienen ese problema», reflexionó durante unos instantes.

―No pierdas el tiempo ―le instó ella, un poco aburrida ya de tanta espera. Algunos pájaros ya estaban comenzando a revolotear por el lugar y su ánimo comenzaba con rapidez a dar signos de irritación y hostilidad―. Hazlo de una vez.

Dragón, luego de largos minutos de inseguridad, decidió dar rienda suelta a ese pequeño capricho que tenía acumulado y se tiró al suelo con un sonido sordo y gutural que espantó a los tímidos pájaros e hizo sobresaltar nuevamente a su acompañante.

―¡Hey! ¡Me asustaste! ―protestó Gala con la cola erizada y gruesa de miedo, pero el dragón ya no le estaba prestando atención. Dio unas vueltas en la tierra, sintiendo como todas sus escamas se mezclaban con el barro y el pasto del patio. Ronroneó suavemente y estiró las alas de forma infantil, rodando sin parar hasta donde le permitía el espacio.

«¡Esto es fabuloso!», pensó e inconscientemente dejó salir una pequeña chispa de fuego de su boca lo bastante corta como para no encender las ramas que colgaban a su alrededor, pero suficientemente perceptible por la gata que ahora saltó de la silla y se alejó con una expresión enfadada en su rostro peludo.

―¡Hey, nada de fuego! ―dijo ella con el ceño fruncido―. ¿Qué te crees? ¡Esto no es un juego! ¿Qué pasa si alguien te ve! ¡Me culparán a mí! Muy bonito...

―Wow ―dijo Dragón con una sonrisa metálica. Había ignorado por completo las protestas de su compañera―. Eso fue genial.

Pese a todo, creyó ver cómo la gata se sonreía con satisfacción, como si el hecho de que el gran lagarto se hubiera revolcado fuera alguna especie de logro personal. «Para los gatos todo gira a su alrededor».

―¿Piensas volver? ―preguntó Gala al observar que Dragón se incorporaba y esparcía tierra por doquier al sacudir sus membranosas alas. La bestia parpadeó un par de veces y sonrió con un dejo de resignación en su rostro escamoso. Negó con la cabeza: nunca se quedaba mucho tiempo en un solo lugar y tampoco volvía a los sitios que había visitado. La precaución siempre estaba antes que cualquier placer.

La gata se estaba lamiendo los dedos de las patas y por unos segundos pareció no haber escuchado las palabras de su extravagante compañero. No obstante, instantes después lo miró nuevamente con esa fijeza característica de su raza y dijo:

―Entonces que te vaya bien.

Dragón supo que eso era una despedida. También sabía que la gata estaría varios días pensando en ese extraño encuentro, aunque seguramente terminaría por olvidarlo. La gran bestia respiró una vez más el aire de ese pequeño patio en medio de la ciudad, preguntándose a dónde iría a continuación. «Quizás a algún lugar más espacioso», pensó con un dejo de burla. Alzó el vuelo dedicándole una última mirada a su amiga de quince minutos y aceleró a través del aire, perdiéndose rápidamente en un cielo lleno de nubes.

«Nunca me van a creer», se dijo Gala a sí misma mientras observaba el desastre que había dejado el dragón en el patio. Seguro le echarían toda la culpa, aunque tampoco se preocupaba demasiado: sus 'amos' eran fáciles de complacer y de distraer, estaba segura que en un par de horas volvería a ser la conquistadora de esas criaturas humanas. Se preguntó qué estaría haciendo la tonta aquella del segundo piso: ¿no había escuchado todo el estruendo, el fuego, la voz de Dragón?

Por supuesto que no.

***

Daniela solo detenía el reproductor de música en contadas ocasiones para asegurarse de que todo estuviera en orden a su alrededor, pero no se había dado cuenta de absolutamente nada de lo ocurrido. En sus frenéticos paseos musicales ―en que cuidaba de forma estricta evitar los espejos―, parecía poseída y fuera de la realidad. Quien la observara, vería un comportamiento errático, en ocasiones sin patrón, que se detenía para luego avanzar y dar vuelcos que solo tenían sentido en su propia mente.

“Cause nothing stays the same
Maybe it’s time to change”


Ya no quedaba demasiado tiempo. En unos cuantos minutos, la casa volvería a estar llena de gente y ella no podría darse el lujo de tener ese momento de desenfreno musical para ella sola. Tendría que comportarse, bajar el volumen y dedicarse a hacer todas las cosas que tenía pendientes, además de tener que estar inmóvil. ¿Qué persona en su sano juicio podía escuchar música sentada o sin moverse? Era una locura. ¡La música exigía dinamismo, exigía movimiento! Exigía luchar contra las fuerza del mal, amar en un instante de locura, rugir con la ira de una tormenta, llorar el dolor de mil almas desgarradas.

«Debería estar prohibido escuchar música sin moverse».

Ese movimiento era justamente lo que Vrah, el eficaz asesino, vigilaba con cuidado desde el exterior y que le había impedido hasta entonces cumplir con su objetivo. No había sido del todo fácil escabullirse en ese barrio residencial ―vestido como estaba―, no llamar la atención de los perros que cuidaban cada una de las puertas, acercarse con discreción a esa casa y localizar a su presa. Más arduo había sido incluso encontrar el momento adecuado para entrar.

Por eso, Vrah continuaba encaramado al árbol junto al muro lateral de la casa, escondido por las ramas, observando. Entornó los ojos y se mantuvo quieto al notar que dentro de la casa, su presa se movía cerca de la ventana. Era una medida algo innecesaria, ya que gracias a habilidades bastante exclusivas y difíciles era completamente invisible en ese momento. Una cualidad que, por supuesto, siempre le había resultado útil en su oficio. No por nada era uno de los mejores en ello, por lo que escatimar recursos y esfuerzos no era una opción; los novatos siempre se dejaban llevar por la facilidad de algunas misiones y acababan fallando.

Aguardó unos cuantos instantes más antes de decidirse a actuar. Revisó por última vez su cinturón y sus armas y con un salto ágil se precipitó hacia la ventana del segundo piso que daba justo frente al árbol que se había encaramado. Un movimiento así habría sido inútil para cualquier persona normal, ya que esa ventana tenía rejas externas que habrían impedido cualquier intromisión, pero Vrah definitivamente no entraba en esa categoría.

La sensación de atravesar objetos sólidos era una de las que más disfrutaba en ese oficio y, pese a que agotaba sus energías de forma elocuente, era una medida que solía utilizar con bastante frecuencia, pues ―especialmente en la actualidad― no era precisamente fácil ingresar en las casas con tantos obstáculos de por medio. Con esa técnica, evitaba que cualquier ruido delatara su posición y comprometiera el proceso.

Se quedó en cuclillas observando el interior de la casa. «Puedo oírla». Sus sentidos se activaron casi de inmediato y se deslizó con sigilo por los rincones, procurando no hacer el menor ruido. Palpó con cierta paranoia la larga y estilizada daga que utilizaría en su tarea y entornó los ojos. ¿Dónde estaba la chica? Hacía tan solo un segundo que había visto su silueta en la cornisa…

Allí estaba.

Precisamente de espaldas suya, casi invitándole a acabar rápidamente con su misión y salir de allí lo más rápido posible. Sería solo cuestión de abalanzarse, de tomar la decisión en ese preciso segundo y no dudar. No obstante, su experiencia primaba sobre esos impulsos y decidió aguardar un poco más. Los movimientos de su presa ―era siempre recomendable pensar en las víctimas de esa manera, así se lo habían enseñado― eran erráticos y absurdos, sin una coherencia definida. Lo confundían.

Vrah sacudió un poco con la cabeza. No le correspondía a él decidir sobre el estado mental o las conductas de sus objetivos. En ese caso, ya le habían advertido de la peculiar singularidad de la muchacha ―la presa―, por lo que no tenía por qué preocuparse. Contó exactamente hasta veinticuatro y se incorporó con rapidez.

“I must confess that I feel like a monster
I, I feel like a monster”


Se acercó a ella por la espalda con un paso firme pero silencioso. Sacó la daga de la funda de su cinturón y se aprestó para dar el golpe. Sería preciso y único, ella apenas se daría cuenta de lo sucedido, si es que lo notaba. ¿Quién sería ella de todas maneras? No era su posición discutir las decisiones del Grupo, pero aquella presa no parecía una amenaza patente como, por ejemplo, aquel viejo en el puerto…

Daniela sintió un ruido detrás de ella y frunció el ceño, un poco contrariada por haber perdido el ritmo de la canción que estaba escuchando. Pensó en seguir con lo suyo, pero al instante recordó que su madre iba a volver pronto y no quería que la encontrara dando vueltas por la casa como loca. Tendría que ir a revisar si había llegado.

Por un instante, una sensación extraña y poderosa se apoderó de ella. Muchas veces que estaba con los audífonos colocados en sus orejas, se sentía de la misma manera, pero solía apartar esa clase de emociones de sí. Esa sensación que le susurraba una hipótesis absurda, pero interesante: ¿Qué pasaría si con el volumen tan alto de la música hubiera pasado algo importante que ella hubiera pasado por alto? ¿Si hubiera entrado alguien? ¿Si los aliens invadieran la tierra? ¿Si se hubiera metido un asesino a la casa?

Por supuesto, todo eso era absurdo, pero no podía evitar pensarlo de vez en cuando, especialmente cuando, como en aquel momento, creía oír cosas que no resultaban ser más que ecos de la propia música que estaba escuchando. Incluso había aprendido que ciertas canciones hacían ruidos parecidos al maullido de un gato o a un teléfono sonando como música secundaria, lo que aprendió luego de más de una ocasión en que debió cortar todo sonido para asegurarse de que nada ocurriera fuera de lo normal.

No, no había nada de malo en querer escuchar su música al volumen que a ella se le antojaba. «Para eso tengo la casa sola, qué diablos». ¡Es más! Un par de veces, incluso había logrado escuchar sonidos que nadie más había logrado detectar ―la bocina de un auto o la vibración de un celular―, así que podían irse al diablo todos aquellos que insistían en que iba a quedarse sorda.

―Amargados ―murmuró con una sonrisa, para empezar a apagar el reproductor de música. Cuando lo guardó en su bolsillo y comenzó a voltear, creyó que el corazón se detenía en su pecho. Sintió que el estómago se contraía sobre sí mismo en un vuelco violento y que un escalofrío helado le recorría la nuca y toda la espalda. Chocó irremediablemente con una figura que apenas alcanzó a distinguir.

«¡Mierda!», pensó Daniela con una mezcla de temor e irritación, al ver que todo había acabado para ella.

―¡Te llamé cinco veces! ―chilló su madre gesticulando brusca y peligrosamente con una mano, que tenía libre, cerca de la cara de la adolescente―. ¡Cinco veces! ¡Se acabaron esas porquerías de audífonos! ¡Los voy a eliminar de esta casa! ―Daniela estaba muda, tratando de buscar las palabras que la libraran de aquella situación―. ¡Con tu abuela estábamos llamando y llamando como tontas, afuera paradas! ¿Y dónde estaba la perla?

―Mi celular no tenía batería ―adujo con un hilo de voz―. Además, estaba cargando el mp3 ―siguió mintiendo―, acabo de sacarlo del computador. ―«Mierda»―. Además, ¿les pasó algo que volvieron tan temprano?

―¿Dónde está el gato? ―preguntó su madre, ignórandola por completo. Daniela sabía que estaba en problemas, pero no era la primera vez que salía de una situación así, con los audífonos intactos―. Supongo que tampoco sabrás. Por Dios, la niñita… ¿dónde tienes la cabeza?

«En algún lugar más interesante». ¿Qué podría pasar en esa casa y ese barrio tan aburrido? Su mamá continuó despotricando contra ella, amenazando con quemar todos los audífonos del planeta en una gran hoguera donde las madres del mundo pudieran reír con malignas carcajadas. Siguió llamando a viva voz a la gata, que no aparecía por ningún lado.

―¡Apuesto que está afuera! ―exclamó su abuela desde el primer piso, abriendo la puerta principal―. Seguro que se salió cuando entramos, el gato malvado…

―¡Podrían habernos asaltado y tú como si nada!

―Ay, ya. ¿Qué podría haber pasado? ¡Y ya te dije que no estaba escuchando música!

―Sí, claro, ¿y qué es eso que estoy escuchando? ―Señaló el reproductor de música del que traicioneramente se escuchaba con toda claridad:

“De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda”.


«Mierda»

―Acabo de encenderlo.

La mirada de incredulidad y desdén de la mujer solo logró que Daniela respondiera con una mirada nerviosa y una irritación que empezaba a crecer lentamente. Empezó a retroceder de forma estratégica y a ocultar de las garras tenebrosas y ágiles de su madre su inocente equipo de música. Al ver que ella resoplaba, lo que siempre era una mala señal, rodó los ojos y se limitó a hacer la pregunta que justificaba todo su comportamiento:

―Bueno, pero, ¿qué podría haber pasado?

Si tan solo supiera...

Anécdotas

domingo, 16 de septiembre de 2012

El ambiente estaba bastante frío, pero a ninguna de las personas de aquel bar parecía importarle demasiado. Todos charlaban y bebían con buen ánimo y la música, bastante suave, parecía darle al lugar un estilo bohemio e íntimo que se diferenciaba mucho de las estruendosas discotecas de la cuadra.

―Te juro que cuando vi ese gol, grité como un condenado ―comentó un individuo, sentando en la barra con un colega―. Me salió del alma. Me paré y grité. Bueno, eso antes de que nos pasaran los otros tres...

―Fue horrible. La defensa de mierda que tenemos ―respondió su compañera mientras bebía un sorbo de cerveza―. Hey, ¿viste a la chica de la mesa de allá?

―¿Qué chica? ¿La que está junto a la puerta?

―No, la que está más acá. Al lado de esa cosa... la estatua... Ha estado todo el rato ahí, sola. ¿Estará esperando a alguien?

―¿Qué? ¿Te gusta? ―Se rió de buena gana, sin malas intenciones―. No está mal, pero no me tinca mucho, viejo.

―No dije que me gustara, solo dije...

―¡Sale! ¡Tú nunca te fijas si no es por eso!

Su compañero continuó riéndose ante sus protestas indignadas. Ambos pidieron otra ronda y se olvidaron del tema luego de unos cuantos minutos de charla. La chica en la esquina del bar levantó la vista y sonrió, para luego desaparecer tranquilamente del lugar sin dejar atrás más que la propina y una servilleta doblada en la que decía: "Volveré por ti".

Pero nadie lo notaría.

Del otro lado

sábado, 15 de septiembre de 2012

Me acerco, pero sé que no podré pasar al otro lado. Es imposible. Allí no importan las intenciones, los orígenes, los pensamientos o las palabras. Hay algunos que están de un lado del velo y algunos que están del otro. Y, de vez en cuando, en algún punto de aquella cortina de niebla impenetrable, dos personas se encuentran justo en el medio, casi tocándose, pero sabiendo que se encuentran irremediablemente separadas.

Pero casi puedo sentirlas. Casi puedo ver sus sonrisas durante las mañanas y casi puedo sentir la sal de sus lágrimas durante las noches. Casi puedo notar que están allí, a tan solo centímetros, a mi lado, esperando que de el paso para atravesar. Casi.

Pero todos sabemos que es imposible. Y cuando puedes notar el dolor que vibra al otro lado y que el sufrimiento los devora lentamente, pero sigues sin poder cruzar el velo, puedes sentir la impotencia y la desesperación comenzando a embargarte. ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más que tratar de atravesarlo, de golpear mi cuerpo contra esa etérea nada increíblemente sólida y azotarla hasta que ya no queden fuerzas?

¿Qué mas puedo hacer al final del día sino dejarme envolver en el velo y gritar hasta que la garganta arda y sangre? ¿Qué más puedo hacer sino ofrecer promesas que no rescatan vidas? Sé que están al otro lado del velo y que los quiero. Sé que sufren. Sé que necesitan ayuda. Pero no puedo cruzar.

Y tú, querido guerrero errante y domesticado, ¿puedes sentirme? ¿Puedes notar que estoy aquí, a tan solo un velo de distancia, del otro lado, tratando de atravesar y tenerte a mi lado?

Ideas

viernes, 14 de septiembre de 2012

Es imposible cambiar de opinión.

O, al menos, es muy difícil cuando se trata de temas importantes.

Dicen que es parte de nuestra estructura pensar de tal o cual manera, ser afín a tal o cual ideología, inclinarte o no por cierta fe. Y una vez que eso se ha arraigado en nuestras almas, dicen que es muy difícil cambiar. Cuestionar las propias creencias parece ser algo que el instinto prohibe y que la mente rechaza. Cuestionar lo que uno en lo más profundo de su ser piensa y valora, es algo casi imposible.

Y me consta, por supuesto. Gente cuyas ideas son primero tibias y luego ardientes de pasión y fanatismo. Incluso gente cínica, cuya primacía de su propio beneficio no admite prueba en contrario. Son solo aquellos que no tienen ideas firmes sobre un tema que consideren importante, los que se ven influenciados por las de otros. Los que se convencen de una causa o se inclinan por un partido político.

¿Por qué yo entonces me cuestiono cada vez la fe en un Dios, la justicia de mi país, la compasión con los animales, la tolerancia de otros? ¿Acaso mis ideas son solo tibias, maleables para los intereses de muchos otros? ¿O será que nadie realmente se para a pensar... si puede llegar a estar equivocado?

Espero tengas paciencia...

jueves, 13 de septiembre de 2012

Espero puedas esperar un poco más. No es mucho lo que pido: solo unas cuantas horas, unos cuantos minutos, unos cuantos segundos, para que la montaña de papeles desaparezca y solo estemos tú y yo. O tú y el viento. O la ilusión y yo. En medio de esas cosas parece que estamos ambos.

Las palabras se transforman en unicornios ¿no es así? Todo parece pegajoso y de forma de algodón. Es una de las cosas que aprendí a amar de ti: que puedes hundirte en ese mar de hojuelas con miel y escupirla. Que puedes ofrecer la rosa con una mano y beber un sorbo de vodka con la otra.

Es tonto, ¿lo sabes? Caminar por las calles de lugares tan lejanos y pensar en cómo serán las calles al otro lado del mundo. Imaginar cuál será la forma de tus huellas o el ritmo de tus pasos. Imaginar lo imposible y dejarlo simplemente flotando en pensamientos cálidos y sonrisas que nadie entiende.

Tendrás que esperar para el reto prometido, donde cobraré la promesa realizada y me convertiré en la Inquisidora que te arrepentirás de haber invocado. O quizás simplemente te sientes en el banquillo de los acusados con una sonrisa desafiante y un cigarro en las manos.

―¡Tú dale!

Ya siento que las palabras me tironean hacia un mundo rosado, de desodorantes ambientales y frutillas flotantes. ¿Podrías tironearme hacia el otro lado, el de los gritos ridículamente guturales del rock, el de los magos furiosos en las colinas, el de los gatos y el de ilusiones anchas como globos rojos?

Hoy es un día de transición y el último de la montaña de papeles universitarios, al menos por una semana. Miro hacia un punto indefinido de tus letras y no puedo evitar que una sonrisa se apodere de mis sentidos. Pero vuelvo la vista hacia las paredes blancas que me rodean y hacia las tristezas dolorosas de aquellos que quiero y me aplastan contra la realidad. Son aquellos lamentos que no puedo calmar ni siquiera con tinta.

Si todos ellos supieran que las lágrimas manchan mis buenos deseos cuando intento tenderles una mano que nunca es suficiente para sacarlos de los surcos de tierra en que han caído. Si todos ellos supieran que alguien sin rostro sufre por su dolor... Y nuevamente, la Reina de los Desvíos, ataca con todo su poder y envía a sus ejércitos a combatir en este escrito. Esto es sobre ti, no sobre ellos.

Pero también esas palabras se aplican a ti, adorada sombra gruñona. También sangro por tus ojos tristes que jamás he visto. Si realmente me pongo a pensar, no tiene ningún sentido. ¡Qué locura irracional la de sentir el corazón apretarse por la melancolía arrebatada de una sombra! ¡Qué locura irracional la de sonreír ante las palabras de un fantasma!

Qué locura irracional, qué mágica tontería. Pero no la cambiaría por nada, aunque ni siquiera sé lo que es realmente ni cuándo empezó a tocar la puerta de mi conciencia. No sé siquiera lo que digo, en realidad. A veces la culpa me abruma, la culpa de no poder hacer más por aquellos que quiero, la culpa de que estás allá, esperando que las palabras enciendan fuegos artificiales en el cielo mientras que solo han logrado encender una pequeña vela en la oscuridad.

Espero puedas esperar un poco más, donde reuniré el fuego suficiente para encender esas bengalas. Por ahora, solo puedo cerrar los ojos y sonreír ante un retrato difuminado que cambia de forma y susurrar por lo bajo que eres cuanto amo y de cuanto quiero aferrarme en este camino. Ojalá no fueran solo latidos, palabras y temblores. Ojalá pudiera ofrecer más que trazos y verdades. Ojalá pudiera ser más.

Ojalá puedas esperar un poco más hasta cuando pueda mirarte a los ojos, tartamudear tu nombre, decir lo que ahora son solo latidos furiosos y escuchar tu risa clara ante la cursilería que chorrea por la pantalla y deforma la mueca sarcástica que estás formando en un atisbo de ¿tal vez ternura? ¿tal vez condescendencia?

Por ahora... espera mi mensaje que llegará tan pronto como la montaña de papeles se disperse en los vientos de septiembre. Mientras recuerda no enamorarte tan pronto de la primera escultura soleada que cautive tus ojos. Yo, por mi parte, juro solemnemente que trataré de alejar las frutillas flotantes, los arcoiris callejeros, los unicornios de boinas rojas y los "te amo" que brotan como la hierba que hace cosquillas en los pies.

Ciencia

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Un vuelco en el corazón, le dicen. Es curioso, porque realmente nunca el corazón podría arrancarse de las arterias y músculos que lo conectan, dar un paso de baile y voltear en el interior de nuestro pecho. Es simplemente ridículo. Tampoco el estómago se contrae como si una cuerda invisible lo estrangulara. Ni las muñecas laten como si tuvieran vida propia.

Nada ocurre en realidad. Solo reacciones químicas y físicas provocadas por estímulos externos o psicológicos que influyen en nuestra conducta. A veces nos quedamos perplejos, asustados, ansiosos, pero cada pequeña emoción tiene una explicación lógica y sistemática. No hay comportamiento humano que no haya sido diseccionado, estudiado, analizado y convertido en una conclusión firme y definitiva.

Y aun así, ni siquiera la ciencia, esa dama fría y distante, útil y serena, podría hacerme entender por qué un simple cartel, unas simples palabras dichas por fantasmas de un rostro desconocido, unos simples trazos expuestos ante un grupo de fierros sin alma... pueden lograr que una sonrisa tonta se esboce en mis labios y el corazón se acelere en una carrera estúpida y acogedora.

Solo basta sentir, aunque sea por solo un segundo, tras el cual la mente volverá a aprisionar esa intensidad indomable en tibia serenidad, debidamente encadenada. Debidamente controlada. Debidamente reprimida.

Hasta que vuelva a desatarse.

Importancias

―¿De qué quieres hablar hoy? ―preguntó su compañera con una mirada de curiosidad mientras trataba de espiar por encima de su hombro. No obstante, no estaba recibiendo respuesta y luego de algunos minutos de insistencia, ya se estaba empezando a molestar.

―No quiero hablar de nada ―susurró con un tono de voz claramente enfadado―. Tengo cosas que hacer, por favor, déjame sola. ―La miró sorprendida por aquella frialdad tan pco característica, pero bajó la cabeza y dio un paso atrás con cierto dolor.

―Está bien, lamento molestarte ―dijo con un hilo de voz sentido e inseguro. Rápidamente ella se dio cuenta de su error y con el corazón acongojado por lo que había hecho, se levantó apresurada y colocó ambas manos en los hombros de su acompañante.

―No, yo lo siento. ―Cerró los ojos y limpió con uno de sus dedos las lágrimas que querían caer de sus ojos―. Perdóname. ―Trató de sonreír, pero su culpa solo hizo que lograra formular una mueca extravagante―. ¿Qué tal si te sientas conmigo? A veces olvido que siempre estás ahí de pie tras mío.

La chica sonrió y con movimientos entusiasmados comenzó a revolver los papeles que estaban sobre el escritorio y que no tenían mayor importancia. Tenía muchas cosas de las que hablar, pero no quería hablar de ninguna. A veces le daba demasiada relevancia a simplemente hablar y gritarle al mundo todos los pensamientos que tenía y las historias que creaba... y olvidaba que las palabras más importantes son aquellas que dedicamos a la personas que queremos.

«Esa es una buena, cursi, asquerosa y decente frase para comenzar a escribir algo», pensó con una sonrisa sarcástica. Sí, no estaría nada de mal empezar algo así. Observó a su acompañante que la esperaba con una sonrisa ilusionada.

Pero tendría que esperar.

Perspectivas

martes, 11 de septiembre de 2012


¿Qué es la amargura?

Como filósofa, te diré que es eso que sientes devorarte por dentro lentamente, llenando tu alma de un frío incapaz de describir.

Como científica, te diré que es una mera y burda reacción química ante los estímulos del medio.

Como abogada, te diré que no es relevante jurídicamente hablando.

Como lectora de ciencia ficción, te diré que probablemente un alien o un demonio intente contactar contigo. ¡Déjalo, el destino del mundo está en tus manos!

Como ciudadana común, te diré que es ese mal día que tenemos todos cuando Chile pierde un partido o cuando el jefe/el profe/la familia nos echa la bronca por alguna tontería.

Como adolescente, te diré que te eches en la cama y pienses en lo mucho que te amarga ser amargada.

Como adulta, te diré que lo superes y cumplas con tus obligaciones pendientes.

Como escritora, te diré que escribas alguna idiotez al respecto y te sientas feliz por ello.

Bla bla bla

Discursos de cartón, palabras que se las lleva el viento, vacías y sin significado, que solo crean barreras de acero y puentes de papel. Vergüenza para escritores y para todos. Se burlan de las palabras que ellos mismos dicen y se burlan de todos los que las escuchan. "¡Son solo palabras!", dicen todos, volviendo el rostro.

Claro que no lo son. No son palabras, sino sonidos incoherentes que nos mantienen apresados y mansos como tazas de leche fría. No son palabras, sino oscuridades disfrazadas de corderos luminosos, prometiendo apaciguar las tormentas. No son palabras, sino mentiras transformadas en trazos y gorgoteos vestidos de traje.

Cuando las palabras dejan de llorar ante las injusticias, solo se transforman en ecos inservibles. Cuando las palabras dejan de clamar castigo a los culpables, solo se convierten en instrumentos mecánicos. Las palabras son compañeras que gritan lo que nosotros, de mentes ardientes y corazones apretados, sentimos en nuestra sangre. Las palabras son guerreras que alzan sus espadas y amigas que ofrecen sus manos.

Nosotros somos palabras. Ellos solo son ruido.

Burocracia

lunes, 10 de septiembre de 2012

―Para hoy, pronosticamos vaguada costera y vientos sur-suroeste de tres a quince nudos ―indicó el encargado mientras le daba una lección a todos los presentes, paseándose con trancos largos y parsimoniosos―. Deberán tener cuidado con las marejadas, pero tampoco demasiado. ―Al ver que la mano de un alumno se había alzado, el maestro detuvo sus paseos y lo observó con interés―. ¿Sí?

―Disculpe, profe, pero ese pronóstico, ¿tiene alguna implicancia para mi departamento? ―La pequeña credencial que llevaba en el pecho lo identificó rápidamente como uno de los empleados del Departamento de la Cabeza―. Por lo general, estos climas nos son favorables...

―Claro, ¡cómo solo pensáis en vosotros! ―saltó otro del Departamento de Estómago, algo más gordo y bajito que el anterior, señalando acusadoramente con el dedo―. ¡Estamos hartos de que se nos ignore!

―Créeme, a juzgar por las estadísticas de la Comisión de Peso Corporal, lo que menos hace es ignorarlos ―dijo sarcásticamente un aprendiz de la División de Pies. Siempre eran los menos escuchados en todas las Asambleas, pero a veces lograban sacar algunos líderes cascarrabias.

―Esto no es una Asamblea ―dijo el profesor con severidad. Se dirigió hacia su escritorio e hizo un gesto con la mano para que se retiraran―. Ya he dado la información, la materia se da por pasada y ustedes verán cómo se las arreglan ahora. Hasta luego.

―¡Esto es todo culpa de ustedes, cucarachas del Quinto!

―¡A quién vienes a gritarle, sordo idiota!


***

―Hey, te ves algo cansada, ¿qué ocurre? ―preguntó una chica cuando entré en la Universidad.

―Nada, solo estoy algo cansada de peleas. ―Una sonrisa resignada se formó en mis labios, mientras sentía cómo un frío interno y estrictamente emocional se formaba en mi interior y que, sin poderlo evitar, todo empezaba a ponerse patas arriba.

Locura innecesaria

domingo, 9 de septiembre de 2012

***

"No te subas al trapecio
no regales tus abrazos
nunca mires a los ojos
nunca digas tu opinión
no llorés, no te conmuevas,
no perdones al caído
atacalo por la espalda
desconfiá de tus amigos
y aunque estés equivocado
nunca pidas el perdón

No hay manera de caerte
Si te quedás en el suelo
Ni que te desilusionen
Si no tenés ilusión
Si total van a bajarte
Para que intentar el vuelo
Vos no quieras nunca a nadie
Y nunca estarás de duelo
Pa que nadie te traicione
No abras nunca el corazón
Para que vas a arriesgarte
Si la tuya está segura
Para que cambiar el mundo
Si ya sabés que es así
Para que vas a pelearte
Con la enorme desventura
Si total van a enterrarte
Pa que probar la locura
La locura innecesaria
Y riesgosa de vivir." ―Agárrate Catalina, 2006.


El hombre cerró la página web donde estaba escuchando la murga uruguaya y se quedó en silencio largos minutos, melancólico y pensativo. Se levantó y se dirigió al espejo, mientras las palabras de denuncia de aquellos muchachos de otro país tocaban su alma como aguijones de avispa.

«¿Qué me pasa?», se preguntó con cierto dejo de irritación. No debía estar pensando en aquellas tonterías. Tenía trabajo que hacer, pronto tendría que presentar los informes y tenía que dormir para estar descansado en las reuniones. Era solo una canción.

―Papá. ―La voz de su hijo mayor, de seis años, lo sacó de su ensoñación y volteó rápidamente para ver sus ojos grandes y preocupados mirándole―. Papá, ¿por qué estás llorando?

El hombre sonrió con tristeza, dándose cuenta demasiado tarde que las lágrimas habían querido salir de ese cuerpo cansado para unirse a un mundo que detestaba. Abrazó a su pequeño con fuerza, haciendo mil juramentos que probablemente no cumpliría. Apoyó ambas manos en sus hombros jóvenes y le palmoteó la cabeza con cariño.

―Porque todavía no es demasiado tarde ―susurró él antes de darle un beso en la cabeza a su hijo y tomarlo en brazos―. Vamos a la cama. ¿Quieres que te cuente un cuento?

El chillido de emoción del chico pareció devolverle algo de vida a sus ojos y una sonrisa genuina ―no profesional, cínica, ensayada o forzada― se formó en su rostro. «Probemos la locura innecesaria de vivir».

Honestidad (II)

―He tomado una decisión ―anunció Aillea ante el Consejo. Esperaba que ninguno de los tres sujetos que la rodeaban en la mesa circular notara el cansancio en su rostro o el rastro de lágrimas en sus mejillas, pero no podía preocuparse particularmente de esos detalles. Sabía con exactitud las reacciones que estaba despertando, pero si se ponía a pensar en los “qué diría” de la situación, nunca podría llevar adelante su plan.

R estaba furioso, como siempre. Consideraba el mensaje entregado una humillación y una insolencia, un insulto infame a la inteligencia y el honor de La Agencia entera. Ardía en deseos de conseguir una autorización para un ataque frontal, más para defender su propia reputación que por buscar venganza en nombre de su superiora. Lo había incluido en el Consejo por su innata capacidad para meterse en problemas y tomar decisiones rápidas, pero en aquellos momentos, Aillea se preguntaba en qué pensaba cuando hizo algo así.

Igor permanecía inmutable, analizando todas las opciones posibles. A diferencia de R, pensaba en el futuro de La Agencia y en los inevitables cambios que se avecinarían cualquiera fuera el camino tomado. Su distancia y frialdad profesional lo destacaban como un buen estratega, pero era poco entendedor de los hombres, acostumbrado a tratar con cifras y órdenes. Muy distinto a Tajem, sin duda.

El gato consejero destilaba sabiduría y prudencia y su agudeza era una de las más apreciadas en La Agencia. Aillea estaba segura de que él ya sabía que lo iba a decir y ya había considerado el plan de acción que propondría. La Jefa confiaba en que entendiera no solo la externalidad de su decisión, sino también sus motivos más profundos. «Espero que entienda por qué estoy haciendo esto».

―Luego de leer el mensaje con cuidado y de tomarme el tiempo suficiente para ordenar mis ideas ―carraspeó un poco―, he decidido que la mejor estrategia será enviar otro mensaje.

―¿En serio? ―saltó de inmediato R con sarcasmo levantándose bruscamente de su asiento―. ¿Acaso a esos extremos ha llegado nuestra humillación? ¿Nos provocan y solo respondemos con un mensaje?

―Siéntate, R ―ordenó la mujer con frialdad―. Si no puedes entender las reglas básicas de esta relación, tendré que pedirte que te retires. Existen protocolos a seguir que no pienso romper. ―Se apoyó en el escritorio y soltó un suspiro―. Merecen respeto y respeto les daremos.

―¿Eso no tendrá relación con su confesión? ―inquirió Igor. Aillea sintió que el corazón le daba un vuelco, pero observó a su consejero con una mirada impasible―. Eso no es cualquier cosa, ¿no es así? Dejó de ser un mero protocolo desde el momento en que ellos utilizaron esa carta.

―Un truco indigno y despreciable ―soltó R con odio en su voz.

―Sabes que La Agencia responde completamente ante ti ―continuó Igor― y que has compartido muchos secretos con ella. No es un misterio para ninguno de nosotros tu falta de hostilidad hacia los tres hermanos.

«No sigas por ahí, Igor», rogó la Jefa en su mente, pero tampoco alzó la voz para evitarle continuar hablando. En realidad, era completamente inútil, ya que el Consejero tenía razón: La Agencia conocía sus secretos, para eso había sido creada. No tenía demasiado sentido mentirles a ellos, aunque le hubiera encantado.

―¿Responderás a lo dicho por Ulises? ¿O continuarás en la guerra con los hermanos?

―Todo es uno. Lo dicho por… ―tragó saliva― Ulises es parte de los tres hermanos. ―Trató de mantener firme la mirada mientras se enfrentaba a Igor, pero aquello empezaba a irritarla―. ¿Qué insinúas?

―¿Por qué no nos lo dices tú?

―¿Dejarías de responder mis preguntas con otras preguntas? ―gruñó ella, sintiendo que su paciencia comenzaba a acabarse.

Igor soltó una suave risa y asintió con la cabeza. Conocía su lugar y, aunque le parecía una pérdida de tiempo aquella farsa, debía respetar los deseos de la Jefa, que por algo lo era. Juntó las manos sobre la mesa y, luego de mirar a sus compañeros, alzó la voz:

―¿Sientes lo mismo?

―Eso no es de tu incumbencia, consejero. Y de todas maneras es algo irrelevante ―mintió ella con serenidad, enorgulleciéndose de que su voz y su mirada no vacilaran ningún instante. Esperaba que los oídos de Tajem no fueran lo suficientemente desarrollados como para escuchar su respiración o su ritmo cardíaco.

―¿Alguien más tiene preguntas estúpidas que compartir con nosotros?

―Déjame ver si entendí ―intervino R con un tono de voz más moderado de lo usual―. Nos convocaste a los tres para avisar que enviarás otro mensaje. ¿A nadie más le parece absurdo? Si solo quisieras mandar un mensaje, ninguno de nosotros estaría en esta sala.

Aillea sonrió por primera vez desde que los había mandado a llamar y sacó desde uno de los cajones de su escritorio tres pequeños cofres de madera.

―Porque vamos a jugar a la búsqueda del tesoro. ―Se aclaró un poco la garganta y continuó su discurso―: Ocultarán estos tres cofres en tres lugares distintos que yo indicaré. Dentro de cada uno habrá mensaje. Además, deberán entregar un mensaje personal, un mapa que ayudará a los tres hermanos a encontrar la ubicación de los cofres y un tablero de ajedrez con… espero estén anotando… las siguientes posiciones:

1. Peón en A5
2. Peón en H5
3. Peón en E8.

―Las ubicaciones de los cofres, ¿no? ―intervino Tajem con perspicacia―. ¿Qué habrá dentro de cada uno de ellos?

Aillea no respondió inmediatamente y sacó tres sobres iguales. Cada uno de los sobres contenía un mensaje que no le revelaría a sus subordinados, pero que recordaba perfectamente. El primero era el más largo de todos:

”El ancla lloró amargamente al ver que el barco deseaba marcharse y dejarla abandonada. Pero ella sabía que debía permitirle marchar para cumplir sus sueños. El barco ha regresado y el ancla llora de felicidad. ¿Debe temer que la historia se repita y resignarse a que el barco se marche otra vez a recorrer mejores mares?”

El segundo era, sin lugar a dudas, el más importante de todos y el que se arrepentiría de enviar si no lo hacía pronto. Era un pequeño acertijo que, no lo dudaba, resolverían con bastante rapidez. Solo esperaba no estar cometiendo un error. Aillea reflexionó por unos instantes: ¿qué pasaría si todo salía mal?

Susurro #22, doceava línea. ¿Quién dice que no puedes ser tú?

El tercer mensaje era más bien una bandera blanca de paz o un olivo. Una pequeña ayuda en agradecimiento por la arrasadora sinceridad que habían usado en su contra.

Traducción del francés: “I still trust you”.

Sacó otro sobre, un poco más pequeño en donde un peculiar mensaje estaba escrito. En su encabezado rezaba lo siguiente:

“A = Z; B = Y; C = X… Leer solo si has encontrado los tres cofres”

El cuerpo del mensaje era simplemente ilegible. Al menos para quienes no hubieran seguido la instrucción del encabezado.

Givh xlhzh jfv jfvirz wvxri vhgzn vn olh xluivh. Kilyzyovñvngv nl ufviz oz ivhkfvhgz jfv jfvirzh, kvil ufrhgv gf jfrvn qftl oz xzigz wv oz hrnxvirwzw. Xzwz ñvnhzqv gizv fnz kilufnwz zovtirz, kvil gzñyrvn vo ñrvwl wv jfv hvz vo fogrñl. Ñzowrgl hvizh hr nl ñv xivvh.

Nl jfrvil hvi vo znxoz wv nzwrv, kvil gzñklxl ñv ivnwriv. Vhl vh gzyozh, ¿nl vh eviwzw? Hv jfv xln xzwz kzozyiz ov sztl wzml z ñfxszh kvihlnzh b ñv tfhgzirz hzyvi xlñl ivñvwrziol. Ñv tfhgzirz hvi wruvivngv kziz jfv glwl ufviz ñvqli. Hr vnxlngizhgv vo hvtfnwl xluiv, bz hzyizh kli jfv vivh ñr Ovxgli Rwvzo. Xivl jfv gv jfrvil, zfnjfv vhl nl gv zbfwv. Xivl jfv gv jfrvil wvñzhrzwl.

Zs, b nl vivh fn xlyziwv l fnz uifgz b nl ov wvyvh uzelivh z nzwrv. Yfvnl, z ñr hr ñv wvyvh fnl:


Nl gv ezbzh. Nl glwzerz, ¿vhgz yrvn?

―Ninguno de ustedes necesita saber el contenido de los mensajes. Deberán limitarse a colocar los cofres en las posiciones acordadas, entregar el mapa, el tablero y el mensaje personal. ¿Alguna pregunta? ―dijo la Jefa tratando de controlar el dolor de cabeza que le impedía concentrarse del todo.

―Sí, ¿qué pasará luego de que entreguemos estos mensajes? ―preguntó R con una mirada de impaciencia. Era evidente que le molestaba profundamente el no poder saber el contenido de los mensajes. La Jefa se tomó un par de segundos para responder esa pregunta.

―Supongo que lo sabremos en tres días. ―Trató de aclararse un poco la garganta―. Pase lo que pase, La Agencia seguirá funcionando, de eso no les quepa duda. ―Temblaba un poco, pero su determinación se dejaba traslucir en sus palabras―. Lo hemos hecho antes, podremos hacerlo de nuevo.

Aillea no dio pie a réplica y con un movimiento tajante les pidió a todos que se retiraran con las cosas. Tajem se quedó atrás, ya que esa tarea no le correspondía, pero vigiló con sus ojos ambarinos cómo Igor y R salían de la oficina principal, dando voces al resto de los empleados para cumplir la orden que, a regañadientes, debían acatar.

Cuando todos se marcharon, la mujer se dejó caer en el sillón y bajó la cabeza con abatimiento. Apenas podía concentrarse por el dolor que sentía martilleando sus sienes, pero, en un modo quizás retorcido, lo agradecía, porque no quería pensar en todo lo que se avecinaba. Sintió como, contra toda voluntad, volvían a humedecerse sus ojos y solo sintió rabia contra sí misma.

«Soy un ancla». Aquello era un error. Los tres hermanos solo estaban compitiendo en un juego, no esperaban respuestas definitivas. No esperaban sentimientos o debilidades, solo querían misterios que resolver y expectativas que cumplir. «Ellos no quieren saber qué siento, solo quieren divertirse», pensaba con un dejo de amargura. Sacudió la cabeza. No, claro que no. Ellos no eran así, era solo que…

A penny for your thoughts? ―preguntó Tajem con algo en su expresión que parecía ser una sonrisa. La Jefa sonrió al ver que utilizaba una expresión inglesa en lugar de su traducción, pero guardó silencio―. No existen los milagros, Aillea.

―Lo sé ―dijo ella con la voz quebrada en al menos cinco partes. Apretó los ojos y se negó a mirar al gato consejero―. ¿Esto es un error, Tajem? ¿Debería…?

―… ¿Ignorar lo que sientes? ¿Ignorar que esto te importa? ―completó él, subiéndose al escritorio y acomodándose encima de los papeles a solo centímetros de ella―. ¿O acaso te arrepientes de haber sido sincera?

Ella rió sarcásticamente.

―Es probable que no me crean. ―La amargura era evidente en su voz―. Quién sabe qué van a pensar, pero seguramente no será bueno. ―Tomó la parte final de la historia, donde Eric había dejado un breve mensaje y se maldijo por mancharla con lágrimas―. ¿En qué irá a terminar todo esto? ―Sonrió, comiéndose la tristeza―. ¿A cuántos más lastimaré? ―Su sonrisa se acentuó―. ¿Cómo es que lo llamaría mi profesor? ¿Complejo de narcisista? ¿Creer que todo es tu culpa, porque te crees capaz de todo?

El felino no respondió y observó a la chica empequeñecerse en sus propias emociones. Sintió lástima y compasión, pero también comprensión. Ella nunca corría riesgos, siempre mantenía todo bajo control y dirigía la Agencia con firmeza, pero era tan vulnerable como cualquiera cuando se trataba de sí misma.

«Chico astuto», pensó otra vez Tajem. «Me pregunto si te das cuenta de lo que estás provocando».

―¿Qué es lo peor que podría pasar? ―preguntó el consejero en voz baja.

El gato consejero sabía por qué ella no respondía. Estaba sumida leyendo por quinta vez la historia que había provocado el revuelo en toda La Agencia. Lo sabía, porque podía notar cómo luchaba por contener un sollozo. Suspiró.

―¿Por qué lloras?

¡Se le ocurrían tantas respuestas! Por el dolor que estaba causando, por el miedo que sentía, por la esperanza que la estrujaba contra sí como una mano de hierro, por la lejanía o la cercanía, por lo imposible. Pero nada de eso tenía sentido ¿o sí? ¡Qué importaba todo! ¡Qué importaba lo que sintiera! «A mí me importa, idiota», se recriminó para luego soltar una carcajada.

De nuevo, nunca dije nada de una relación. Solo amar a alguien…

Quizás allí estuviera la respuesta a todo, aunque los párrafos siguientes destruyeran todos sus pensamientos. Solo hacerlo. Sin pensar. Estúpidamente. Cerró los ojos y se enjuagó las lágrimas con una sonrisa rota.

―Porque soy solo una sombra que quiere a otra sombra ―Le guiñó un ojo y se levantó de su asiento. Necesitaba descanso desesperadamente―. Y ni siquiera soy una sombra muy bonita. ―Soltó una carcajada y, sin esperar respuesta de su consejero, que también sonreía, desapareció entre los pasillos de La Agencia con lágrimas nuevas derramándose por el suelo.

¡Aleluya!

sábado, 8 de septiembre de 2012


Títere del destino

Mientras escribía, el señor D podía decir que era relativamente feliz. No demasiado, por supuesto. Pero tampoco era infeliz. Se sentía etéreo y poderoso, invencible como un dios, delicado como una brisa, cursi como la luna deslizándose sobre la piel de dos amantes y duro como la espada del gladiador sobre la carne y sangre de su enemigo.

No sabía hacer otra cosa en sus tiempos libres. O quizás era que no sabía hacer otra cosa. Dejaba de importar si era de derecha o izquierda, si era cristiano o ateo, si era blanco o negro, si ella era una dama o una vulgar fulana. Nada importaba. Solo las pequeñas doncellas negras que modelaban sobre las hojas algo amarillas que tenía sobre la mesa.

Era feliz escribiendo porque podía mentir sin que nadie lo supiera. Y podía decir la verdad sin que nadie la creyera. Los matices se difuminaban y todo el mundo era exactamente como él quería que fuera. Se encorvó un poco más y releyó la última línea que había escrito.

"Si pudiera elegir a quién amar, quisiera enamorarme de un escritor ―dijo la joven estudiante, soltando un suspiro junto al pesado libro de Cálculo que estaba leyendo"

El señor D sonrió y se levantó dela silla con los miembros agarrotados y cansados por los años. Su estilo parecía decaer y renacer a medida que pasaban los días. Pero era feliz escribiendo. Incluso aunque solo fuera la triste y vacía felicidad del personaje ocasional de la novela de alguien que no conocía.

Tortura

«Ayúdame... por favor.»

―Lo único que tienes que hacer es pedirlo, ¿sabes? ―se burló Trébol con una sonrisa desagradable―. Sé que estás al límite de tu resistencia. Es tan simple como que lo pidas y todo ese dolor acabará.

«Por favor...» Su rostro y sus pensamientos traicionaban su determinación. Había logrado llegar demasiado lejos para desfallecer ahora: había logrado acabar con cada uno de sus trabajos, no sin esfuerzo, pero antes de completar el último... había caído en las garras de esos dos. Sabía que la acechaban, lo había percibido durante todo el día, pero había creído que le habían perdido la peste.

―Sabes lo que voy a decirte ―murmuré, carraspeando al sentir el sabor de la sangre en las paredes de mi garganta―. Ándate a la mierda.

―Seguro ahí encuentro a varios colegas ¿no es así? ―Prat chasqueó la lengua y acercó su boca apestosa a mi cara. No pude evitar intentar apartarme, aunque luego sintiera el peso de su mano inmunda en mi mejilla―. Dale un par de horas, Trébol. Te suplicará como una cucaracha.

Me reí.

―Sigue soñando, cabrón. ―Sabía que tenía razón. Sabía que cuando se marcharan me arrastraría hasta el rincón y me abrazaría a mí misma, gimiendo de dolor. Sabía que cuando pusiera el punto final a todo aquello tendría que apagar la luz que atravesaba mi cráneo y estrujaba mi cerebro como una gelatina. Sabía que tenía que dejar de exagerar.

―¿Vas a tomarte algo para eso?

«Sí, un par de letras inconexas», pensé y coloqué el punto final de aquella irrisoria parodia infantil.

Anagramas

viernes, 7 de septiembre de 2012

El detective se toma una última taza de café y se pasa la mano por el cabello canoso, mientras revisa una y otra vez sus apuntes. Nada parece tener sentido, pero está seguro de que hay un mensaje esperando allí, oculto, por su entendimiento. La coincidencia es demasiada para ser real. Todas las letras coinciden ―las erres, las eses, las ges, las enes― exceptuando una:


"U"

Esa infame letra es la única que rompe todos sus esquemas. Todas las demás coinciden perfectamente, aunque todavía no descifra cuál es el verdadero mensaje que ha sido desordenado para formar un nombre. ¿Acaso será solo paranoia? ¿Estará viendo pistas donde no las hay, cegado por demasiadas series de televisión?

Y esa "u", ¿por qué está ahí? ¿acaso es solo otra coincidencia? ¿o es una huella burlona de una mente trastornada y maquiavélica? El reloj marca las 3.34 de la madrugada y el detective sabe que esa noche no dormirá en lo absoluto.

Se toma otra taza de café ―¡esta sí es la última!― y vuelve encorvarse su escritorio a enfrentarse con el secreto.

Jaque (I)


***

―Esto no puede estar bien ―gruñó R―. Esto simplemente no está bien. ¡Esto es una trampa! ―Lanzó un puñetazo al aire para posteriormente hacer lo mismo contra la mesa―. ¡Es una trampa! ¿Cómo no puedes verlo? ¡Es una jodida trampa!

―Te escuché la primera vez ―susurró con frialdad la mujer. Apenas podía contener una sonrisa desafiante, pero un rastro de preocupación y tristeza velaba sus ojos. Estaba apoyada contra la ventana, mordiéndose uno de los nudillos de la mano derecha y uno de sus pies golpeaba el suelo rítmicamente―. Y en realidad, dudo mucho que estés pensando con sensatez.

R lo miró con una expresión de incredulidad y casi de dolor por aquellas palabras. No podía creer que su jefa ―¡ella de todas las personas!― estuviera de verdad considerando volver a esa guerra. Sabía que las cosas habían estado algo lentas últimamente en La Agencia, que había semanas en donde ninguno había tenido más trabajo que la de observar los días pasar como gusanos sobre la tierra.

¡Pero aquello era demasiado!

―Te está engañando para que creas que las cosas están bien. ¡Es un espía, Aillea! ¿Lo recuerdas? E-s-p-í-a. ―La mirada dura y penetrante de su superiora lo cortó un poco, pero no se amedrentó―. Es un jugador astuto: te usará como su juguete para luego burlarse de ti.

―Eso no es cierto.

―Solo te estás cegando. ¡Quieres creerle! Sabes cómo es Zoe. Ella tomará el control y te hará pedazos.

―Él no es así. ¡No lo conoces!

―¡Tampoco tú! ¡Ingenua!

―¡SUFICIENTE!

Ella se levantó, temblando de furia e indignación como un volcán encendido. Un silencio incómodo y pegajoso se instaló entre ellos, pero ninguno bajó la vista durante largos segundos. Aillea apretó los dientes e hizo el gesto que R estaba esperando.

―Lárgate. No quiero verte hasta que yo te lo ordene expresamente. ¿Quedó claro?

―Sí, señora.

―Márchate.

El hombre se lo pensó algunos segundos y durante unos instantes bastante tensos, pareció que él haría algún comentario adicional, pero finalmente se limitó a marcharse con un paso rigido y un portazo bastante elocuente. La mujer respiraba con cierta dificultad por el arrebato de cólera que había sufrido, pero aún se sentía demasiado enojada como para analizar cuidadosamente qué hacer a continuación.

Observó con una mezcla de congoja y alegría el pequeño chip que estaba sobre la mesa. Maldijo nuevamente a Zoe, a R, a Igor y a todos los que la rodeaban y tarde se dio cuenta que sus maldiciones no iban contra el único culpable. Había elegido esa vida. La Agencia no era una institución cualquiera: la había construido con sus propias manos, convocando a sus aliados con trabajo y esfuerzo.

Pero no le había dedicado el tiempo suficiente, en especial últimamente. Podía excusarse con mil razones distintas, pero la realidad era evidente y sus empleados se habían enfrentado a una época de crisis que todos temían volver a sufrir. Entendía el miedo de R. En un par de horas, estaría Igor, el presidente de la Comisión, presentando la opinión formal del equipo, eso era seguro. Y no estaba de humor para ello.

―A la mierda. ―Dijo con una nota de desprecio―. No voy a responder. Esto no es un juego privado. La Agencia tiene cosas más importantes de las que preocuparse.

―¿En serio? ―susurró una voz suave y peluda desde el rincón de su oficina―. No pretendas engañarte, mi estimada. Y, por cierto, creo que R tiene algo de razón…

―¿Tú también? ―gruñó la mujer observando al felino que la miraba con displicencia desde lo alto de la estantería―. Hazme un favor y…

―… pero estoy de tu parte. Eric no es así. ―De un salto se dirigió hacia ella con un caminar indiferente, pero preciso―. Quizás tu problema no sea él, sino sus hermanos. ―Se detuvo y se sentó, penetrándola con sus ojos amarillos―. La pregunta es, ¿cuán lejos estás dispuesta a llegar? ¿Arriesgarás a tus hombres? ¿Te expondrás a que usen esto contra ti? ¿Estás dispuesta a soportar nuevamente el silencio?

«¡Claro que sí!», quería gritar, pero se contuvo a tiempo. No por nada Tajem era su mejor consejero, pese a que levantara también las más ácidas murmuraciones. Si le estaba diciendo eso, quería decir que había alguna razón importante para ello. Se tomó unos segundos para pensar seriamente en su respuesta, al tiempo que cerraba los ojos.

La Agencia tendría que continuar funcionando. No podía destinar todos sus recursos en aquella guerra privada ―¿lo era en realidad?― contra ellos. Tampoco podía ignorar la oportunidad y definitivamente no lo haría. No podía hacerse la idea de que aquello era permanente: debía enfrentar la realidad y asumir que quizás fuera uno de los pocos intercambios que tuviera con los tres problemáticos hermanos, conocidos por su sigilo y por desaparecer en el momento más inesperado.

Era probable que los tres hubieran gestado todo eso, incluido el mensaje grabado para amedrentarla, ilusionarla y sacarla de la competencia. Una técnica casi de libro, recordaba haberla estudiado en La Academia LR en los libros de texto, riéndose por su carácter tan básico. Sonrió con ironía. Aparentemente, lo más básico y primitivo era lo más efectivo. ¿Podía La Agencia sobrevivir a otra treta parecida?

―Estoy dispuesta, Tajem.

―Lo sé, pero tenías que reflexionarlo mejor. ―El gato gris la miraba con una fijeza que, en las ocasiones más desesperadas, solía intimidarla, pero no apartó la vista―. Ahora, debes ser cuidadosa. Analiza su mensaje y decide en consecuencias. ¿Crees que fue preparado? ―Negó con la cabeza con lentitud―. Tampoco yo, pero no podemos descartar la posibilidad. Las cosas terminaron mal en La Última Redada, ¿no es así?

―Fue culpa de Zoe. Y no fue tan malo… ―Se miró las manos, como una niña pequeña a la que acababan de pillar robando dulces―. Sé que es temporal. Zoe meterá sus manos y Syveles… es la voz de la razón, le convencerán para dar un paso atrás nuevamente. Además… es lo correcto, ¿no es así? Mi Agencia es solo un estorbo para ellos. Soy el ancla del barco, pronto notarán que no les dejo avanzar y volverán a arrancarme de su casco. ―Un tono robótico y, a la vez, amargo destiló en cada una de sus palabras―. R tiene razón… esto es solo un juego, pero... ¿es tan malo querer jugar?

Tajem no respondió a su pregunta ni a los pensamientos en voz alta que su jefa había dicho. Esa clase de divagaciones no tenían la menor importancia. Había una razón por la que ese mensaje había sido entregado, aunque todavía no supieran qué. La sonrisa de Aillea al ver la tarjeta de memoria no había tenido punto de comparación, pero también sabía que la duda la corroería mientras eso dudara.

«Un chico listo ¿no es así? Creo que esto es un jaque. Juega bien, niño, y conseguirás tus objetivos».


―¿Le enviarás otro mensaje? ―preguntó el felino con serenidad―. Supongo que no estás grabando esta conversación, ¿verdad? ―El tono de sarcasmo y burla era demasiado evidente en su voz animal, pero Aillea no respondió a la provocación.

―Sabes que soy de la vieja escuela. ―Sonrió con nostalgia―. Además, no es digno de La Agencia copiar las técnicas de su enemigo ¿verdad?

―Rival ―especificó―. No es lo mismo. Recuerda que ellos creen que eres más lista, haz gala de eso, por difícil que te pueda resultar. ―Tajem volvió a saltar a lo alto de la estantería y murmuró―: Daré el aviso a la Brigada Dragón para que se prepare a salir. Y, mi estimada… ten cuidado, ¿está bien?

La mujer asintió con la cabeza y se sentó en el escritorio. Escribió con una sonrisa vacilante en su rostro, chorreando algo de tinta en la primera línea, insegura y decidida mientras avanzaba:

Si me nombras, desapareceré. ¿Quién soy?

Espero que lo hagas desaparecer seguido. Sigue al tercer hombre de la Brigada Dragón hasta donde te lleve. Quizás descubras alguna sorpresa oculta bajo la tierra. Tal vez solo estoy probándote. Dile a tus hermanos que hacen bien al aconsejarte, pero que espero que no consigan sus propósitos. Algún día nos volvemos a tomar unas copas en el Terremoto. Si me descubres, pago yo, pero me traes la copia que te pedí. Sabes que cobro las promesas.

Por cierto… Debieron tener un curso de francés en La Academia, eso habría solucionado los problemas de traducción. Lo bueno es que tú tampoco sabes.

Tu turno de mover. Jaque, aunque todavía no sé para quién.

«Esto será suficiente». Aillea se preguntó si seguiría la pista del hombre de la Brigada. ¿Se decepcionaría mucho al saber que era falsa? Esperaba que no, aunque tal como iban las cosas… Se apoyó contra el sillón y exhaló un suspiro. La Agencia nuevamente estaba en movimiento, lo que quizás fuera la intención de los hermanos. Nada más que eso: cuando vieran que sus hombres volvían al trabajo, volverían a desaparecer con la bruma.

Pero era un precio que estaba dispuesta a pagar.

What worth the price is always worth the fight ―canturreó Tajem desde lo alto con un ojo abierto sobre ella. Aillea soltó una carcajada ante aquella velada burla. Rompió el mensaje que acababa de escribir en exactamente 11 trozos, unió las piezas y en varios pedazos escribió un par de letras que, unidas formaban una frase.

J'ai confiance en vous

Los metió todos dentro de su ya recurrente sobre firmado y, recostándose otra vez contra su sillón, se llevó una mano a la frente. R le gritaría: 'Te lo dije', luego de presentar su renuncia si todo eso no funcionaba. Una expresión astuta se formó en su rostro. Enviaría a R como el tercer hombre de la Brigada Dragón. Soltó una sonrisita entre dientes ante la idea y comenzó a trabajar en el resto de sus obligaciones, dedicándole un breve mirada a la tarjeta de memoria.

«Tenía que ser él, ¿verdad?».
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