Rota

jueves, 23 de febrero de 2012

***

I don’t wanna live
I don’t wanna breath...


—No es cierto.

—Lo sé. Pero sienta bien pensarlo, así todo sería más sencillo ¿no es cierto? —Se enjuaga las lágrimas y sonríe forzadamente, como desafiante. Se miran, como un enfrentamiento de semblantes que no llega a ninguna parte.

—Lo intentaste ¿no?

—No fue suficiente.

Suelta un pequeño bufido. ¿Desde cuándo los esfuerzos de muchos son suficientes? Quería decírselo, pero era obvio que no serviría para nada. Simplemente se estaba ahogando en un mar de dudas, de debilidad, de lágrimas, dolor y fuerza. Parecía una niña que finge que no le ha dolido caerse al jugar.

—¿Qué harás ahora? —pregunta, aferrando su hombro casi al pasar. No quería darle la impresión equivocada, pero no podía dejarla sola en aquella oscuridad, aunque fuera solo de tonos suaves y doliera menos de lo que ella realmente sentía.

—No lo sé. —Vuelve a enjuagarse las lágrimas. Pronto se da cuenta de que no tiene caso y las deja fluir tranquilamente mientras siente el cosquilleo de cada una de ellas al bajar por su piel y perderse en su ropa. Lo mira con cierto cansancio y termina suspirando, sin demasiada energía restante—. Acostumbrarme, supongo. Somos criaturas de costumbres.

Ella se encoge de hombros, con la actitud propia de la resignación. No es una guerrera y fue guiada para sacar la chispa de fuego natural de su interior. Dócil, sufriente, como una gárgola sin vida, destinada a observar desde la quieta fealdad de las alturas la vida y la emoción de las profundidades.

La ve apretar las manos con fuerza y sabe que ha vuelto a recordar, ha vuelto a pensar en aquellos lazos que la aprisionan. Se muerde la lengua para no gritar, puede verlo, pero sabe que solo depende de ella el luchar contra su frustración y sus tinieblas. Ladea la cabeza, viendo como ha vuelto a la manía de lavarse las lágrimas con el dorso de la mano.

—Déjalas caer. —Sonríe un poco, casi burlón, viendo la mirada indignada y casi traicionada que le dedica—. ¿Qué sentido tiene? Al menos permíteles ser libres.

Sabe que ha tocado una fibra sensible y ella voltea la vista para que no sepa cuánto le ha dolido, pese a que él lo sabe perfectamente. Se sienta a su lado, estrechándola por los hombros, sabiendo que necesita ser frágil en aquellos momentos, porque todavía no aprende a ser lo suficientemente fuerte. Necesita terminar de romperse para volver a construir su mundo.

—No quiero… —susurra ella y un sollozo ahogado no la deja continuar. Él cierra los ojos y ella lo imita rápidamente. Dormir ahogará todos los pensamientos y permitirá que las heridas se difuminen en la memoria, pero no logrará solucionar nada. Aunque, ¿quién sabe? Tal vez aquello no sea hecho para ser solucionado.

Comatose… —cantó suavemente ella para luego soltar una pequeña risa. Nadie es irrompible. Pero hay algunos que pierden rápidamente la capacidad para endurecer sus corazas y simplemente se internan en sus bosques propios, como bestias acechadas, huyendo eternamente de los cazadores. Saben que son frágiles y que deben alejarse del resto, que ha aprendido a ser fuerte para sobrevivir.

Un gesto puede hacer temblar los ojos. Una acción puede retorcer un pensamiento. Una simple palabra puede romper un mundo.

Es triste que esta vez haya sido simplemente “no”.

Razones por las que no puedo escribir


***


Frustración. ¿Será eso? No tengo ni idea, pero es realmente molesto. ¿Por qué no me dejan escribir en paz? No importa lo que haga, lo mucho que me aísle, siempre hay algo que hacer, algo que ordenar, algo que decir, algo que solucionar, algo que corregir, ¡algo que interrumpe! Cualquier cosa, real, virtual, imaginaria, siempre está ahí, haciendo que mi inspiración —caprichosa y sensible— huya despavorida. ¡Déjenme en paz, por la puta madre!

Claro, solo me llaman cuando me necesitan, cuando simplemente les da pereza mover un dedo por sí mismos. Pues se acabó: encárguense, porque yo ya no responderé a sus llamadas. Sí, es auto-destructivo alejar a las únicas personas que parecen estar cerca, pero juro que prefiero mil veces esta escogida soledad a sentir el zumbido de su egoísmo en mi cabeza.

Sé que sentiré remordimientos, porque mi voluntad es así de idiota. Me grita que me levante y encare el abuso y luego me susurra tímidamente que tal vez todo fue un error. Y el fuego se extingue rápidamente. Ahora mismo siento que mi enfado inicial se difumina lentamente, dejándome con una sensación de vacío y aturdimiento.

—¡No esta vez! —dice de repente una voz masculina desde un rincón.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, cansada, volteando mi mirada desde la pantalla hacia él.

—Vengo a ayudarte a estar enfadada. —Temple de Ánimo sonríe y me codea. Su actitud alegre me choca, junto con su apariencia jovial y animada. ¿No se supone que debería estar acorde a mi estado de ánimo?

Cierro los ojos fuertemente durante un instante. Ni siquiera sé lo que siento en este preciso instante, en realidad. «¡Y definitivamente tú no estás ayudando!» Quizás debería dejar de escribir, calmarme y luego continuar con un ánimo más templado.

—Pero sabes lo que dicen por ahí —insiste él, frunciendo el ceño, eliminando su sonrisa—, ¡aprovéchalo! Vamos, quiero ver letras aparecer en esa pantalla. ¡Vamos, vamos, vamos! Uno, dos, tres. ¡Sí, eso es a lo que me refiero!

—¿Estás feliz? No sé cómo lo has hecho, pero ¡felicitaciones, estoy sumamente fastidiada contigo! —le grito, levantándome y con unas tremendas ganas de lanzarle un cuchillo en la frente. Busco algo que se parezca, pero no tengo nada a mano—. ¿Qué mierda pasa con estos acentos? —vocifero, golpeando frenéticamente las teclas de mi port —golpe— átil. Portátil. Eso.

Golpe. Él suelta una carcajada. «Malditos, malditos, malditos, malditos», repito en mi mente, viendo cómo todavía los muy malnacidos acentos se niegan a ponerse dónde deben estar. Levanto la vista y me contengo para no soltar una palabrota al aire, que solo me haría ver más trastornada.

—¿Tienes algún problema? —dicen un coro de voces chillonas. Sonrisas burlonas lucen cada uno de los infelices que me estaban jodiendo el escrito. «Justo lo que me faltaba, que aparezcan a joderme en persona».

—Lárguense —les digo con frialdad—. ¡Y pónganse donde deben: aquí! —golpeo la pantalla como una loca, para enfatizar mis palabras—. Me da igual cómo lo hagan, pero hagan su puto trabajo.

Respiré profundamente, tratando de aclarar mis pensamientos. Miro a mi alrededor con cierta sorpresa, al ver que estaba completamente sola nuevamente; suspiro de alivio, aún irritada y desconcentrada. Es francamente increíble, pero sigo sin poder crear nada coherente debido a esta sensación de tic tac - tic tac - tic tac -tic tac que siento en mi interior.

«Tic tac, tic tac, tic tac».

—¡¡Ya suficiente con el tic tac!!

—Qué sensible eres —se queja el reloj, marchándose ofendido.

Ruedo los ojos y procuro concentrarme. Me llevo las manos a la cabeza, encorvándome un poco, tratando de buscar las palabras adecuadas. Un sinónimo, un sustantivo, un verbo... ¿Qué falta realmente?. «Al menos los acentos se están comportando», pienso con una sonrisa de orgullo en el rostro. ¡Algo es algo! Cambio de posición, sentándome como india con las piernas cruzadas. Quizás de ese modo esté algo más cómoda.

Flexiono los hombros hacia atrás y me preparo para escribir...

«I REALLY NEED YOU TONIGHT... FOREVER IS GONNA START TONIGHT»

Bajo la cabeza, sintiendo que las manos me tiemblan. Sonrío siniestramente y agarro el reproductor de música, mirándolo como a mi peor enemigo y estrujándolo como una naranja. No. No puedo hacer eso. Es vital para mi supervivencia, solo es cosa de apagarlo y dejarlo cuidadosamente a un lado. Vamos. Paz, calma, serenidad. Lo alejo de mí tranquilamente, con una expresión de fascinación en mi rostro y vuelvo a mi posición. En el camino, mi pantufla se enreda y casi muero.

¡Casi muero!

¡El portátil casi se cae al suelo!

Una vez que el pre-infarto remite, acomodo todo lo mejor posible para continuar mi labor. Trataba de expresar lo mucho que detesto que la gente me interrumpa cuando una breve racha de inspiración se cuela por mi ventana. Tenía una historia en mi mente, pero ahora nada... se fue. Ugh, ¡cómo lo odio! Como sea, tengo que retomar de algún modo. No escribiré lo que quería, pero será algo. «Peor es nada», me digo.

Intento que las palabras fluyan a través de mis dedos, pero parecen cada vez más trabadas. Frunzo el ceño nuevamente, comenzando a sentirme frustrada otra vez, en lugar de simplemente fastidiada. Controlo ese sentimiento, porque sé que si se desarrolla más abandonaré todo y habré perdido todo este tiempo. Anoto mentalmente el tratar de hacer trabajar más a mi disciplina. No es posible que a la primera me deje morir. Y pensándolo bien...

—Disciplina, ven aquí ahora —ordeno mirando la pantalla casi vacía con una especie de asco. Siento que mis tripas se retuercen de vergüenza ante la vista. ¿Realmente soy tan mediocre, incapaz de escribir por las continuas e infantiles distracciones? Parece que sí y no estaba dispuesta a tolerarlo. Alzo la vista, dispuesta a abofetear a mi desconsiderada compañera, pero veo que no hay nadie allí. «¡Creo haber dado una orden fuerte y clara!»

—¿Perdón? —Escucho una voz que me hablaba desde mi cama. Allí estaba la muy... Echada en mi lugar de descanso, con el cabello alborotado y bostezando como si no existiera nada más en el mundo que dormir—. ¿Me hablaste?

«Esto explica muchas cosas».

Su aspecto desaliñado y despreocupado no eran demasiado favorecedores. ¿Dónde había quedado la reluciente joven, llena de vida, con una voluntad férrea que llegaba a rozar el fanatismo y de rostro maduro? Me acerco a ella con los brazos cruzados en un actitud de reprobación y suelto un bufido de exasperación al ver que se ha dormido. Le doy un manotazo y se despierta quejándose.

—¿Cuál es tu problema? —protesta, incorporándose de mala gana—. Es tu culpa que esté así, además. Déjame dormir, quiero dorm... ir...

Me apoyo contra la pared, sin poder creer la situación. Temple está más loco que una cabra, los Acentos no me obedecen, me distraigo con todo y Disciplina está peor que un vagabundo borracho. Para rematarla, tengo algunos mensajes pendientes, cosas que debo hacer, las voces que vuelven a mí, arrancándome de mi mundo, para llevarme a la polémica «realidad», que no es sino el pobre reflejo de nuestra propia conformidad. ¡Y todavía no he hecho lo que quería hacer!

Ignoro las voces, ignoro el hecho de que mis emociones están en huelga, que los acentos son unos hijos de su madre y que la disciplina me ha abandonado y simplemente me pongo a escribir. Después de todo, no es como si llegara a ser una obra maestra, aunque tuviera todo a mi favor. Falta demasiado para que pueda leer algo propio y tanto yo misma como el mundo puedan decir: «esto sí que sí».

Pero ese día llegará, lo sé. Tarde o temprano, pero conseguiré que llegue. Mientras tanto solo queda escribir ¿no? No puede ser tan difícil, pienso yo.

—Podrías darme un descanso —sugiere el teclado, observándome seductoramente con sus ojos oscuros y su rostro moreno—. Ya sabes, tú y yo podríamos llegar a un acuerdo...

«Tal vez debería pensarlo de nuevo».

¿Te gusta el dolor? [+16] - Séptimo Capítulo y Final

VII


Es fácil simplemente dejarse llevar en ocasiones. Cuando no piensas racionalmente, sino simplemente actúas, las cosas son mucho más sencillas, más genuinas, más verdaderas. Mientras deslizaba un dedo por su abdomen, buscando un punto sensible, sonríe, provocándole.

Se separa bruscamente, dándole una certera bofetada y luego otra, dejando que el sonido retumbe en sus oídos, que solo pueden oír su sangre palpitando. Él evita un tercer golpe tomando su muñeca y apretándola con fuerza, ladeaado la cabeza con una sonrisa igual de maliciosa. Ella frunce el ceño.

—Esto no es lo que acordamos.

—Tal vez no me importe.

No es sobre dominación y él lo sabe. Las mejillas le arden y un dolor agudo se esparce por su cara, pero en realidad no le importa en lo absoluto. Hay partes más importantes de su cuerpo que arden y duelen y a esas quiere prestarle atención.

—¿Así es como te gusta? —preguntó, echándose para atrás en el sillón, abriendo los brazos, como si estuviera relajándose luego de un día duro—. ¿Te gustó eso?

—Tal vez. —Ella vuelve a acercarse, rozando sus labios con los de él—. La ficción sigue superando a la realidad.

No por mucho tiempo, era lo que pensaban ambos. Él la atrae, agarrando su blusa con una mano fuerte y decidida, a la vez que ella vuelve a besarlo. Baja por su cuello y él gruñe cuando siente sus dientes perforando la piel, a la vez que un gemido se atora en su garganta al ver que ella finalmente deslizó su mano bajo sus pantalones. Sus uñas arañan sus brazos, pero no es suficiente.

Sabe que no tiene la suficiente fuerza frente a él, pero le arranca la camisa casi con una energía desbocada. Se detiene, sorprendida por su arrebato, pero sonríe al ver que él le devuelve la mirada con aquel brillo en sus ojos. Ella quiere más. No es suficiente. El contacto basta para hacer que su sangre elimine todos sus pensamientos, pero no quiere detenerse allí. No ahora.

Lo obliga, mediante gestos y órdenes a que se levante y una vez allí, los asombra cuando lo tira sobre la mesa de cristal del centro, que se rompe en mil pedazos. Protesta a gritos, sintiendo los trozos de vidrio incrustrarse en su cuerpo desnudo, pero no se levanta y simplemente con una mano esparce los trozos para que ella no se lastime. No es ella a quien debe dolerle.

Ella se monta encima de él, dibujando con su mano el recorrido de la sangre que brota de sus heridas. Siente que él jadea y que unos leves quejidos salen de sus labios. Rueda los ojos. Qué asco de orgullo. Pero no importaba, podían ir lentamente. Tenían mucho tiempo.

—Con que no eras una sádica ¿eh?

—Tal vez lo sea. —Susurró mientras trataba de deshacerse del resto de ropa que estorbaba en aquellos momentos. Su respiración era pesada y su pecho subía y bajaba al compás del de su compañero. Unas gotas de sudor se asomaban en su clavícula y su cabello caía sobre sus hombros de forma desordenada...

Un ligero movimiento provocó la combustión que deseaba y ambos ahogaron un gemido en las bocas del otro. Un vaivén. El frenesí. La detención. El juego. ¿Quién estaba al mando realmente? No era un asunto de dominación, aunque lo pareciera. Él, cansado de su rol, la volteó bruscamente, hasta quedar encima de ella, sin separarse un solo segundo. El sabor a sangre estaba en su boca.

—¿Te gusta así? —preguntó él mientras veía que ella dirigía sus ojos a su propia mirada adolorida, pero sonriente, a la vez que aceleraba su ritmo.

—Delicioso.


***
Dolor.

—¿Y? ¿Has fantaseado sobre nosotros? —preguntó Ángel, con una expresión provocadora, mientras ella servía la segunda ronda.

Guardó silencio un solo segundo, pero ese desliz le valió toda su fachada.

«¿Te gusta así?».

—No, no seas pervertido.

—Mentirosa —espetó y la agarró de la pechera para besarla, sintiendo el sabor a cerveza en su aliento. Ella se resistió.

Simplemente rutina.

¿Te gusta el dolor? [+16] - Sexto Capítulo

VI


—No entiendo para qué quieres recordar toda esa mierda. Sí, follamos. Sí, te dije algo así. Sí, creíste que era una sicópata sexual. ¿Qué más? No entiendo. Además, lo malinterpretaste. Estaba borracha, caliente… Me imaginaba a algún animal mordiéndote y por eso me…

—Tienes una boca de mierda cuando estás nerviosa ¿lo sabías? —Se burló él, a sabiendas que su cólera era simplemente una defensa cuando se sentía vulnerable—. Ahora sé que no te referías exactamente a lo que tenía en mente, pero no deja de ser… interesante.

Ella bufó por lo bajo y tomó un sorbo de cerveza, desviando la mirada. Desde aquel día, él insistió en saber más de ella, en hablarle, lo que era bastante ridículo. No tenía intenciones —consciente— de querer acostarse con él de nuevo, especialmente desde que se había puesto tan pesado. Eran sus fantasías, no las de él.

—Como sea. ¿Cuál es tu punto? —preguntó, cansada.

Ángel sonrió, cambiando de posición en el sofá y quedando acostado a lo largo de él, con la cerveza en el suelo. No tenía demasiados problemas en sentirse como en su propia casa —nido de perros, lo llamaba ella—, especialmente cuando ella vivía sola y no había nadie a quien quisiera impresionar,

—La idea de todo esto es explorar tus límites —Hizo una mueca pervertida a la que ella respondió con otra palabrota—. Antes eras una señorita ¿lo sabías?

—Solo cuando hay caballeros cerca.

—Vale, vale. La idea de esto es que yo pueda conocerte más y así juntos viajemos… —Vio la cara de desprecio y burla en su rostro, aún desde su posición—. Si admites ciertas cosas, verás que podrás disfrutar de un sexo más… intenso.

—¿Y si no quiero? —retrucó ella con una cara de póquer que habría engañado a la misma Kristen.

Él se incorporó un poco y la miró con una sonrisa de suficiencia que decía “Si no quisieras, ya me habrías echado a patadas”. Julie realmente detestaba cuando él se ponía en plan de sabelotodo, le irritaba de sobremanera. En aquellos momentos tenía tantas ganas de lanzarle el jarro de cerveza en la cara como de irse ella misma dando un portazo de indignación, pero no podía hacerlo sin que él lo interpretara como alguna manifestación de su perversión personal.

Ángel tomó los últimos restos de su jarro y se relamió los labios, como provocándola. “Podría recibir más respuesta de una puerta”, pensó, divertido, al ver su cara de indiferencia fingida. Se acercó a su bolso y sacó un DVD, para luego agitarlo graciosamente frente a la cara de la chica.

—La Pasión de Cristo —dijo ella, cruzada de brazos—. Hijo de puta… —Ángel vio como las manos le temblaban y cómo apretaba los dientes para no gritarle. Los colores desaparecieron de su rostro y una palidez vibrante se apoderó de sus mejillas—. ¿Cómo pudiste…? Sal de mi casa. ¡¡Sal ahora!!

—No.

Ella, por un instante, pareció quedarse aturdida con esa respuesta. Creyó explotar en una rabia histérica, siendo capaz en aquel estado de lanzarle todo lo que tuviera a mano, incluido los cuchillos que estaban peligrosamente a su vista en la cocina. Pero por una razón desconocida, simplemente se quedó allí, jadeante como si hubiera corrido una maratón, dolida.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó, haciendo un gesto de impotencia con la mano y bajando la mirada. Se odió por sentirse vulnerable frente a quien hacía solo un par de meses no era más que un recuerdo escolar. ¿Por qué las cosas habían cambiado tanto? ¿Por qué él seguía persiguiéndola? ¿Por qué ella aceptaba?

Ángel se esperaba esa reacción eventualmente y suspiró con una expresión de resignación. Dejó la película en la mesa y la miró con suavidad, esperando a que el silencio hiciera más acogedoras sus palabras.

—No lo hago de cabrón, Julie. Esta —señaló la caja de la película— es una de las cosas que te hacen sentir mal con lo que eres. Con esa parte de ti, que debería ser un motivo de disfrute y naturalidad. —Sonrió un poco—. Si superas eso, podrás ser libre de esos límites.

—¿No has pensado… que tal vez no me interesa? —susurró ella, aún rehusándose a hacer contacto visual. Pudo ver como un par de lágrimas rebeldes resbalaban por sus mejillas, pese a sus esfuerzos de tratar de disimular que le había afectado—. ¿No has pensado en lo… sucia y asqueada que me siento cuando…? —Negó con la cabeza, derrumbándose en el sillón en el que estaba sentada. —Para ti todo es un juego ¿no? Te excita pensarlo y ya. No entiendes que para mí es diferente.

Ángel frunció el ceño. Sí lo entendía. Por eso mismo le había interesado, por lo diferente que era. ¿Cuántas chicas querían algo con él? Unas cuántas, sí. ¿Cuántas habían intentado meterlo en el rollo de la dominación, el sado y esas cosas? Otras tantas. Pero Julie era diferente. Tenía razón cuando decía que no era una sádica. No lo era. No le iba eso de andarle pegando a la gente. Pero el dolor la ponía a mil. Ver a alguien siendo golpeado, ver violencia, sentir deseo con escenas que debían causar horror. Sí, era morboso, raro, hasta sicópata. Pero a él le gustaba eso. Le gustaba que fuera diferente. ¿Qué culpa tenía?

—Vale, vale, mis razones no serán las más santas, Julie. —Se acercó a ella, haciendo un gesto de resignación con las manos—. No soy el mejor tipo. Pero me interesa que dejes esos perjuicios y tú también quieres aceptarte a ti misma. Quieres dejar de sentirte mal cuando sientas esos deseos.

—Ni que fuera gay. —Se rió ella, con esa risa que se parece a un sollozo.

—Hey, todos tienen sus líos. A ti te gusta ver a un tipo sangrante, golpeado, siendo pateado por una pandilla. A mí me pone imaginar que tú piensas eso. Somos la pareja ideal ¿eh? ¿Qué tal? ¿Lo intentamos otra vez?

Ella se secó el rastro de lágrimas con el dorso de la mano y soltó una carcajada cínica, mientras empujaba al tipo de vuelta al sofá. Se acercó a él lentamente, casi de forma insinuante y apegó sus labios a su oído, mientras su mano presionaba su pecho.

—Para eso… necesitaré más cerveza.

¿Te gusta el dolor? [+16] - Quinto Capítulo

miércoles, 15 de febrero de 2012

V


Julie conoció a Ángel en la secundaria, donde eran compañeros de curso. Meramente compañeros, no amigos ni cercanos, solamente conocidos que se topaban por la infortunada casualidad de compartir un mismo salón de clases en determinadas horas. Ninguno de los dos pensaba en el otro más que ocasionalmente para alguna situación muy puntual, como un trabajo, una palabra, una calificación. Esos pensamientos no solían durar más de unos segundos.

No obstante, eso cambió cuando salieron del colegio. Cada uno optó por carreras distintas: ella estudió Licenciatura en Ciencias Sociales y él se decantó por Arquitectura, pese a que actualmente era lo Julie denominaba “vago sin remedio” —“Vago de mierda” también calzaba en la descripción—, ya que no había conseguido trabajo y no parecía apresurado en encontrarlo.

Los caminos de ambos chicos parecían estar destinados a no encontrarse jamás, sino fuera por las eternamente malditas Jornadas Recreativas Interuniversitarias. Las JRI eran bastante conocidas en la ciudad y básicamente consistían en diversas actividades que se realizaban en el campus principal de la Universidad a la que Ángel asistía. Charlas, concursos, competencias deportivas y un sinnúmero de actividades variadas etiquetadas como “experiencia universitaria”.

Allí se reencontraron, mientras él guiaba a unos chicos de los cursos menores a una especie de panel abierto sobre las bondades de estudiar Arquitectura, con una cara que demostraba que estudiar dicha carrera era el peor tormento que el infierno había creado. Ella se había acercado, un poco desorientada al no ver a sus compañeros de carrera y le había pedido indicaciones sin reconocerlo. Él lanzó una broma y el hielo se rompió finalmente. Ella, agradecida de ver una cara conocida, le siguió el juego, consiguiendo lo que varios años de educación secundaria no pudieron: verse mutuamente como alguien a quien valía la pena dedicar tiempo.

—¿Arquitectura? —preguntó, viéndole la chaqueta que traía puesta—. Creía que eras más como Ingeniero.

—Resulta que soy mejor armando cosas de cartón que pensando en un nuevo uso para el paraguas —respondió él, rodando los ojos.

Habían pasado el resto de las JRI juntos, topándose en diversas cosas, entablando nuevas amistades, presentándose conocidos y creando algo que sus yo’s adolescentes jamás hubieran pensado. Julie había demostrado ser bastante más receptiva que antes, cuando —a ojos de Ángel— no era más que una cría malcriada, y parecía mucho más madura y accesible. Él, por otro lado, había crecido y echado algo de cuerpo, además de poseer mucho más seguridad en sí mismo, que se expresaba en todos sus gestos y palabras.

Habían cambiado.

En la fiesta de clausura volvieron a encontrarse y las cosas dieron otro giro. La música apestaba realmente, en opinión de los dos y tenían que hablarse a gritos, entre las risas estridentes de todos, para poder decirse “hola”. Él, diestro y siempre rápido cuando le interesaba, pasó rápidamente de las palabras, concentrándose más bien en su cuerpo. No era un buen bailarín, pero con la cantidad de alcohol que habían tomado, ninguno se dio cuenta de eso.

A la mitad de la noche, ella lo arrastró hacia un pieza contigua, tirándolo encima de un cama. El sexo no fue realmente inesperado, considerando la situación y no habría pasado más allá del rollo de una noche, sino fuera porque él sí consiguió recordar algo más que sus uñas en su espalda y el crujido de la cama bajo su peso. Habían ya acabado y él comenzó a reírse, mientras besaba suavemente su cuello, viendo las marcas que había dejado en su piel.

Ella le acompañó en las risas, todavía borracha y con los ojos cerrados. Ángel había comenzado a levantarse para irse, ya que no le apetecía escuchar o decir nada de lo que las típicas parejas se dicen en la cama. Apenas la conocía, además. Se habían calentado y ya. Pero para dramas de chicas, no estaba. Quizás podría conseguirse otro rollo además.

En realidad, él era como todos. El sexo era casual y dudaba siquiera recordara su nombre al otro día. ¿Qué importaba después de todo? No era como si fueran a casarse ni nada. Sus pensamientos de esa noche eran completamente estúpidos, pensaba en tonterías y se reía de ellas sin ningún tipo de vergüenza. Creía incluso recordar haberle dicho a Julie que no esperase un ramo de rosas al otro día. Ella le había respondido algo que ni un bárbaro mongol hubiera podido descifrar. Pero luego de eso, cuando ya estaba por irse, dijo algo extraordinario.

—Tienes un arañazo en la espalda. —Julie rió, levantándose desnuda de la cama y tropezando en el camino—. Eso es tan… —Hizo un sonoro ruido con la boca, como si se saboreara—. Me pone cuando sienten dolor. —Soltó una risa estúpida—. ¿Por qué te vas? Todavía no te he visto sangrar…

Estaba bebido, sí, pero lo recordaba nítidamente. Incluso cuando ella gateó hasta él y le mordió el hombro, donde tenía el ligero arañazo. En ese momento, algo hizo click dentro de su cabeza. Creyó encontrar a una maníaca a la que le gusta el sado, pero se había topado con algo aún más peculiar. Pero eso no lo sabría hasta la mañana siguiente.

¿Te gusta el dolor? [+16] - Cuarto Capítulo

martes, 14 de febrero de 2012

IV


—¿No has pensado nunca que deberías ser menos directo para todo? —dijo Julie, mientras acomodaba algunas cosas de la cocina y vigilaba con el rabillo del ojo lo que él estaba haciendo en la sala de estar.

Pese a que el encuentro debía ser en la Oficina de Correos, aquellos siempre era un mero tecnicismo para auto-invitarse a la casa de la chica, quien, extraña y satisfactoriamente, nunca oponía resistencia. Para Ángel, eso era señal de que ella estaba realmente interesada en lo que tuviera que decir, porque, de otro modo podría mandarlo a volar sin más.

—¿Perdón? —preguntó a su vez, hojeando algunas revistas con la mirada vaga y monótona—. ¿Menos directo? —Frunció el ceño, levantando la vista para mirar su silueta recortada en la puerta que daba a la habitación contigua—. Creía que las personas querían más sinceridad y menos rodeos inútiles y estúpidos.

La sala de estar en donde se encontraban era pequeña, pero acogedora. Había un sofá grande y un pequeño y mullido sillón donde ella estaba sentada cómodamente. Una mesa central transparente, cubierta de revistas le daba un ambiente algo más iluminado al lugar, cuyas ventanas eran reducidas y estaban cubiertas de cortinas. Era un lugar bastante sombrío si se lo miraba desde un punto de vista, pero ella así lo prefería y él no tenía voz ni voto al respecto, tal como debía ser.

Ella regresó con un par de cervezas en jarra —tradición— y se sentó a una distancia prudente de él, en un sofá individual desde el cual podía vigilarlo sin tener que mantener un contacto directo con él. Ángel rodó los ojos y agradeció la bebida, tal como siempre. Julie se cruzó de brazos, observándolo con su usual expresión de irritación.

—Esos rodeos inútiles y estúpidos fueron hechos para conversar las cosas civilizadamente —respondió con sequedad—. Para hacer que los temas… importantes no resultaran incómodos. Contigo, jamás he estado cómoda. No sobria al menos —se burló ella, aludiendo al encuentro que había desencadenado todo.

Él rio.


—Pues deberíamos cambiar la cerveza por algo más fuerte. ¿No lo crees? —Tomó un sorbo de todas maneras—. Sé que tienes.

—No contigo.

—No voy a violarte si eso temes.

—En realidad, temía que te volvieras un llorón de mierda que tuviera que echar a patadas.

La expresión triunfadora en la mirada de Julie solo consiguió que él estallara en carcajadas, derramando un poco de su cerveza y provocando las burlas de la joven. Su risa era contagiosa y Julie se encontró a su misma sonriendo contra su voluntad, luchando por permanecer seria y enojada.

—¿Y bien? ¿Vas a ir al punto o qué?

—¿Ya deseosa de algo caliente? —Fingió sorprenderse el hombre con una expresión de suficiencia—. Creía que amabas los ridículos y estúpidos rodeos.

—Jódete.

¿Te gusta el dolor? [+16] - Tercer Capítulo

lunes, 13 de febrero de 2012

III


Todo era realmente engañoso. Borroso. Desenfocado. Tal como debía ser. No recordaba si era de tarde o de mañana, si hacía frío o calor, lo único que podía sentir era su propio deseo burbujeando como un volcán comenzando a encenderse. La sinfonía de sonidos que llegaba a sus oídos hacía que su sangre palpitara por todo su cuerpo y que un cosquilleo insinuante presionara su intimidad.

Se mordió un labio y dejó salir una sonrisa, a la vez que sentía su piel estremecerse. No era natural. O, al menos, era inusual y extraño, aunque en aquellos momentos, todos esos perjuicios e ideas se diluían en una única emoción primaria: la lujuria.

Alguien gimió de dolor mientras recibía un golpe y era como un latigazo de electricidad por todo su cuerpo. Sintió que sus manos se movían solas a través de su piel, buscando estimular su propio placer, buscando entregar fuego en esa oscuridad de deseo y dolor.

—Me enciende —susurró en un jadeo, sintiendo su boca buscando su nuca.

—¿El dolor de otros? —preguntó él, trazando un camino húmedo en su cuello. Ella no se movió, sobrecogida por lo que sentía. Por lo que veía. Por lo que escuchaba. Por su propio deseo.

—Sí…

—¿Has fantaseado conmigo? ¿Conmigo gimiendo de dolor, castigado, con sombras lastimándome hasta quedar inconsciente? —Sus dedos ahora acompañaban a los suyos propios, recorriendo ese cuerpo sensible, listo para ser tocado, enloquecido, furioso.

—Lo estoy haciendo ahora. —Volteó rápidamente, devorando su boca con su urgencia. Arañó sus brazos, mientras buscaba la mejor posición para sentir aún más contacto. Él respondió con docilidad, reaccionando a su fuego con unas tibias llamas que parecían hacerla arder aún más. Mordió su labio, haciéndole sangrar. Sintió su saliva mezclada con su sangre y soltó un quejido que quedó atravesada en su garganta.

—Te deseo…

¿Te gusta el dolor? [+16] - Segundo Capítulo



II



Su reacción fue tal como esperaba. Frunció el ceño, chasqueó la lengua, desvió la mirada y trató de seguir de largo, tratando de apartarlo y continuar su camino. Pero él trabó todo intento, interponiéndose infantil y tercamente con esa irritante y estúpida expresión en su cara de imbécil. Julie rodó los ojos y le pegó un empujón brusco, pero que no lo pilló con la guardia baja.

—¿Qué… quieres? —espetó, apretando los dientes y mirándolo con fiereza. Él se rió suavemente y alzó un poco las manos con una expresión burlona.

—Te gusta la rutina ¿eh? ¿Realmente pretendes que todos los días te diga exactamente lo mismo? —Se acercó, mientras ella permanecía con una expresión de desagrado y rechazo reflejada en sus labios apretados—. Quiero que admitas que tengo razón. —Se separó un poco, sonriendo ampliamente—. Luego podremos divertirnos mucho más.

Julie negó con la cabeza, profundamente molesta y por un instante, Ángel creyó que le iba dar una bofetada. No sería la primera vez, desde luego, pero ella sabía —y él también— que eso también sería darle la razón. Cualquier otra mujer a la que acosara de aquella forma y que le pegara una cachetada sería un evento sin mucha relevancia, pero con ella… encerraba otro sentido.

Ella suspiró y procuró pedirle con la mirada que se apartara para dejarle pasar. Se encogió de hombros y comenzaron a caminar pacientemente como si fueran dos colegas o conocidos que se acompañan en su camino a alguna parte. Ella volvió a repetirle lo mismo, denotando con cada palabra que le enfurecía tener que decirlas nuevamente. Ángel apenas escuchaba las mismas excusas de siempre: que no tenía razón, que no la conocía, que la dejara en paz, que no quería saber nada de él y que se arrepentía de haberle confiado ese pequeño secreto.

—Si hubiera sabido que eras tan idiota e insufrible, no lo habría hecho. —Esa era la forma en que terminaban todas sus peroratas que él ya había conocido de memoria, pero que siempre era paciente para escuchar. Le enternecía y le excitaba de una manera inexplicable cuando ella empezaba un nuevo día de aquella manera. Le enternecía, pues le parecía adorable la forma en que trataba de explicar y justificar su propia perversión, restándole importancia, ocultándola en lo más profundo de su ser. Y le excitaba pensar que él sería quien terminaría de corromper a la figura de nieve que había nacido ya con las marcas inconfundibles de la oscuridad.

—Además —agregó ella con un tono más tímido—, aunque llegaras a tener razón, ¡que no la tienes!, tampoco querría nada contigo, Ángel. —Se colocó las manos en los bolsillos, en uno de los muchos gestos que utilizaba para tratar de ignorarlo.

Él sonrió de oreja a oreja, sin disimular en un ápice su satisfacción. Sabía que tarde o temprano ella se daría cuenta de lo inútil que era negarse a lo que era realmente evidente, pero no creía que los progresos serían tan rápidos. ¡Ella acababa de admitir, lo quisiera o no, que tenía razón!

Ángel no dijo nada, reflexionando bien cuál sería su siguiente jugada. No quería que retrocediera ahora, que dudara de sus propias conclusiones. Aunque… realmente lo suyo nunca había sido jugar al paciente samaritano. Su sensatez era limitada. La tomó por el brazo y la volteó hacia sí, tirando algunas carpetas y papeles que llevaba en las manos debido a la brusquedad, y la besó con violencia, haciéndola retroceder hasta la pared.

Era un beso solo como él mismo: exigente, poderoso, impredecible, absoluto. Dominante. Ella se revolvió en su agarre, tratando de separarse y cuando finalmente logró retorcerse lo suficiente como para tener algo de venganza, le golpeó y empujó con todas sus fuerzas, a lo que él reaccionó retrocediendo, riéndose de su espíritu.

Esta vez sí llegó la tan predecible bofetada, que, sin embargo, no borró su sonrisa.

—¿¡Qué mierda te crees?! —gritó ella de forma bastante histérica, que lo hizo fruncir el ceño. Varios se pusieron a observarlos, murmurando lo patán que les parecía o que seguramente la estaba engañando. Rutina. Sus mentes grises no lograban salirse de los clichés, de lo repetido, de lo rutinario.

—¿Te gusta resistirte? —preguntó, frotándose un poco la mejilla—. Tal vez debería haberme quejado un poco ¿no? Para que realmente pudieras disfrutarlo…

—No soy una sádica —masculló ella entre dientes, apretando los puños. Su cabello había perdido la forma y estaba desordenado, estorbándole en el rostro. Tenía las mejillas encendidas y los ojos desorbitados—. ¡No me interesa tu mierda sadomasoquista! ¡Aléjate de mi vista, hijo de puta!

Ángel rodó los ojos y la tomó por las muñecas, a lo que ella respondió golpeándolo. Alzó las manos y retrocedió unos pasos, al ver que ya la gente comenzaba a interesarse especialmente. No le agradaba ser el centro de atención de aquella manera, además que detestaba tener que dar explicaciones a extraños.

—Estás haciendo un escándalo, cálmate —le dijo con una sonrisa que no era precisamente diplomática, pero que le costaba eliminar de su boca—. Mira, necesitas un momento, te esperaré en el correo. ¿Te parece? No puedes evitar pasar por allí. Luego a lo de siempre. Podemos hablar. —Se encogió de hombros—. Preferiría pasar a otras cosas directamente, pero ya que no conoces otros estados, fuera de la histeria y de la negación… tendremos que charlar.

Ella lo ignoró y comenzó a recoger agitadamente todos lo que se le había caído con el beso. Ángel estaba seguro de que acudiría a la cita, porque se sentía fascinada en la misma proporción que se sentía enojada. Le atraía su atención, le fascinaba que la persiguiera, al mismo tiempo que la asustaba. Le gustaba. Por eso no había tomado medidas más duras para alejarlo. No era como si pudiera, pero eso demostraba que, en el fondo… él tenía razón.

Ángel se alejó rápidamente, adelantándose a sus pasos, silbando suavemente, con las manos en los bolsillos. Sentía todo su cuerpo encendido como una llamarada, pero no le era difícil controlar sus propios impulsos. Lo llevaba haciendo desde siempre. La clave no era resistirse a la tentación, sino saber cuándo caer en ella. Y, por ahora, tendría que esperar. Era un hombre impetuoso, de decisiones rápidas y de planes ambiciosos. Ella era su objetivo. Y quizás no faltara tanto para hacerla caer.

¿Te gusta el dolor? [+16] - Primer capítulo

I



Las imágenes no eran realmente agradables. Era repugnantes y harían estremecer a cualquiera que las viera o que las escuchara. Los golpes repetitivos, los quejidos, los alaridos, las amenazas, los golpes nuevamente. Bastarían para, cuanto menos, incomodar a quien presenciara esas escenas de brutalidad. Pero ella era diferente y Ángel lo sabía.

Una risa suave salió de sus labios cuando pensaba por enésima vez en aquella tarde que su nombre no era sino la más grande ironía de todas. Por supuesto, sus padres no habrían podido llamarle Satán —tampoco había que exagerar—, pero seguramente jamás imaginarían el cambio que aquel niño inocente y de ojos oscuros podría sufrir a lo largo de su vida. Se observó en el espejo durante un segundo con vanidad y cerró los ojos un momento.

El cabello rizado y corto contrastaba con sus rasgos afilados y los ojos penetrantes y vivaces. Era como si el cabello desgreñado y algo sin vida rechazara las etiquetas de perfección que el resto de su cuerpo se empeñaba en conseguir. Parecía un hombre corriente, vestido con ropa cómoda, holgada y clara, porque la oscuridad pasaba de moda rápidamente. Lo alegre era la norma actualmente.

—Alegría le llevaré —susurró para sí mismo, flexionando un poco los dedos, que crujieron generosamente y se pasó la mano por el pelo, en un vano intento por darle alguna forma. La camisa le molestaba un poco, por lo que se arremangó rápidamente y soltó un par de botones que aprisionaban su cuello. Asintió, sonriente, conforme con la estructura de su cuerpo.

Tomó su bolso y salió de su departamento con paso tranquilo, bajando las escaleras pausadamente, cual si llevara todo el tiempo del mundo. Era media mañana y ya la mayoría de los residentes de aquel discreto complejo de edificios estaba trabajando o en la escuela. Realmente qué normales y predecibles eran las vidas de todos. Llegando a casa, cansados, discutiendo con los hijos, haciendo el amor torpe y sosamente, durmiendo como muñecos de trapo sin dirección, preocupándose por problemas que realmente a nadie le importan y luego… volviendo a la rutina, como un ciclo que no suele detenerse.

¿Cómo podían hacerlo? Siempre se lo había preguntado. Era como si no se dieran cuenta del gris circo que interpretaban. Era como si realmente fueran felices viviendo como ratas obligadas a pelear por un trozo de basura. No se lo explicaba realmente. Él simplemente no podría hacerlo, se vería obligado de inmediato a hacer algo para sacudirse esa rutina. Cualquier cosa, fuera inteligente o no, buena o terrible. ¡Pero algo!

—Supongo que esa es la diferencia entre ellos y yo. —Sonrió con arrogancia al salir a la calle, viendo los automóviles pasando perezosamente frente al edificio. Con su natural expresión de suficiencia, Ángel apretó el paso y cruzó a la vereda de enfrente, riendo a carcajadas cuando la bocina y el insulto lo acompañaron en el camino.

«Qué gran manera de empezar este día».

Ella siempre desayunaba un té caliente en su pequeña pensión junto a la farmacia del centro. Era una novedad en comparación con los típicos cafeinómanos que poblaban el mundo moderno, pero de todas maneras seguía siendo una completa estupidez. El té también contenía cafeína y era bastante más desabrido que el café, al que podían darle mil y un sabores distintos. Ángel divisó rápidamente la ventana donde ella estaría lista para salir a sus trámites y se apoyó en el mismo árbol de siempre, desde donde obtenía una panorámica estupenda sin ser descubierto él mismo.

Rutina.

Los atrapaba a todos, en realidad, incluso a él en algunas ocasiones. Pero aquella vez —como todas las veces en que ella se involucraba— valía la pena. Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios al imaginar la expresión de fingida irritación e indiferencia que tanto se esforzaba por configurar en su rostro. No sabía si esperaba realmente que él creyera toda esa farsa, pero se divertía siguiéndole la corriente, seguro de que la haría caer.

Si dejaras de resistirte a lo que eres, ambos lo disfrutaríamos.

Se relamió los labios y sintió su cuerpo reaccionar al verla salir apresuradamente del edificio. Y el joven no tardó más de unos cuantos segundos en estar frente a ella, de brazos cruzados.

—¿Qué tal amaneció hoy mi sádica favorita?

Solo son lágrimas

viernes, 10 de febrero de 2012

No tengo nada que decir. Solo duele.

***

Odio esto en realidad. Cierro los ojos un momento, pero no tiene caso. Borro las líneas que estoy escribiendo, porque nada parece realmente captar esto. No debería. Me detengo un segundo, escuchando una música que no entiendo en este preciso segundo, observando como mi alrededor permanece estático, siempre igual, cotidiano, tranquilo.

Mis ojos se empañan y trago saliva repetidas veces. Me avergüenzo de no ser capaz de continuar, de detenerme a cada segundo a tratar de sacar fantasmas ridículos de mi mente. Sé lo que todos dirán, sé lo que quiero escuchar, pero hoy parece no ser suficiente. Quiero que todos se queden en silencio un solo día. Quiero que dejen de decirme quién debo ser.

Quiero que me dejen a solas con mi dolor. Eso quiero. Creo que por primera vez deseo estar sola. Sin voces que susurren en mi cabeza, sin miradas, sin nada. Solo por un instante. Pero siempre hay algo. Siempre lo hay. Y quizás eso duela más que cualquier otra cosa.

Hay tantas clases de lágrimas. Tantos dolores diferentes. Tantas tristezas distintas. Siento que ni siquiera puedo hacer que mis dedos escriban esto. Solo quiero cerrar los ojos y dejar que las lágrimas se encarguen de lavar todo. Las siento allí, ese dolor en la garganta que anuncia ya que algo se está trizando.

Releo lo que he puesto y no tiene sentido. ¿Seré que no puedo expresarlo? ¿O que no hay palabras que puedan describir cómo es una lágrima? ¿Cómo es ocultarse tras una pantalla para disimular? No lo sé. Siento que no quiero escribir. Que no quiero absolutamente nada.

Deshazte de lo que te causa dolor.

No puedo. No puedo. O no sé qué es lo que lo causa en realidad. Solo lágrimas, eso son. Tal vez sean causadas por muchas cosas o tal vez por lo mismo de siempre. Pruébenlas, son tibias, saladas, hay muchas más de dónde provino esa. Si alguien tan solo entendiera… si alguien tan solo quisiera…

Sé lo que me dirán. No quiero escucharlo. No lo saben, no lo entienden. No porque sea único, no porque sea especial, es porque simplemente es… Qué importa después de todo. ¿Ayuda? ¿Consuelo? He rogado por ellos. He rogado por fuerza, por valor. He esperado cosas de mí y de todos. Y las decepciones siguen doliendo.

—¿Estás ahí? —pregunto.

No quieren responder. Y tal vez sea mejor. O tal vez… Vengan. Sus palabras bastarán para matarme. Dicen que llorar es sentirte vivo. Nadie dice que también apesta. Nadie dice que también duele el doble cuando estás solo. Nadie dice que sentirte vivo a veces no es suficiente.

Nadie advierte que dejas todo húmedo, que el alma se cansa de tus pensamientos.

Una risa se atraganta entre mi propio nudo apretado. Repaso las razones de mi vida, mis metas y sueños y me pregunto si son suficientes para balancear todo. ¿Para qué quiero todo eso? ¿Para qué quiero vivir? La esperanza es fuerte, me hace permanecer erguida y firme. Pero incluso ella a veces me mira y me pregunta:

—¿Por qué?

Y no tengo respuesta.

Me quedo minutos mirando la nada con una mirada perdida, simplemente con la mente en blanco. Quisiera estar en esa paz aturdida todo el tiempo. Después de todo, ya todos saben que en realidad… no vivo. Y aparentemente tampoco tengo el valor para hacerlo. Entonces, ¿para qué luchar más? ¿Por qué no simplemente aceptar que no hay nada más?

Duele más de lo que creía. Aprieto los dientes sin motivo, sintiendo como aquel dolor estúpido corre por mi piel. No, no tiene caso. Me enjuago las lágrimas y suspiro. Todo seguirá igual. Sí, ya sé lo que van a decir. Ese es el problema. Bueno, es mío. Déjame sola ahora. No tienes nada que yo quiera. Y si vivo o no, ¿por qué debería importarte?

Solo déjame sola con mi dolor. No es tan terrible.

Y solo son lágrimas.

Reflexiones de una elegida

domingo, 5 de febrero de 2012


Nota de la autora:  Esta es la razón por la que no he podido escribir más últimamente. Algo más ha captado mi atención por completo. ¡No puedo evitarlo! Para quien también conozca, sabrá cada detalle de lo que he escrito. Para los que no... x) Disfruten el escrito.

Reflexiones de una elegida


Mi nombre es Anarai y soy una elfa del bosque en este mundo al que fui a parar por cosas del destino. No entiendo demasiado de por qué, pero aparentemente, gente como yo no es bienvenida en estas tierras, ya que cada vez que debo luchar contra alguien, resulta ser un compatriota corrupto que la ha jodido de uno u otro modo. Y sus puntiagudas orejas pasn a ser uno de mis muchos macabros trofeos que terminan siendo pociones ridículas en mis alforjas.

¿Qué poción puede hacerse con grasa de troll, un corazón humano, flores silvestres o la oreja de un elfo? Se sorprenderían. Como sea, mi vida actualmente es un completo desastre, aunque no deja de ser emocionante. La vida de un aventurero. De hecho, mi primer recuerdo de este lugar fue ser transportada con un grupo de ladrones a una ejecución segura. En mi defensa, he de decir que no tenía idea de dónde estaba ni qué había hecho.

Fue gracioso, ahora que lo recuerdo. No estaba en la lista de prisioneros buscados, pero al guardia le pareció que tenía cara de criminal y me mandó matar igual. Cabrón. La justicia por estos lados es fabulosa ¿no lo he mencionado ya? Uno de los prisioneros intentó escapar, pero con un par de flechas lo ultimaron en el acto. ¿Qué clase de idiota intenta escaparse con las manos atadas, sin ningún tipo de armadura ni habilidad, estando rodeado de soldados armados hasta los dientes? 

Creía que me había llegado la hora, a decir verdad. Y lo más irónico de todo sigue a continuación: a segundos de que mi preciosa cabeza rodara por un canasto, un rugido gutural remeció las montañas. En efecto. Ni yo me lo creía. ¡Un dragón me había salvado! Me uní a los pocos sobrevivientes para intentar huir de la bestia y uno de los capitanes del ejército utilizó mi ayuda para salvar también su vida, dando como resultado mi liberación.

¿Quieres saber lo verdaderamente irónico? Que soy una cazadora de dragones. Soy Dragonsborn. ¿Qué mierda significa eso? Eso mismo pensé yo cuando me lo dijeron. Resulta ser que en estas tierras los dragones llevaban muerto milenios. Nadie apenas los recordaba. Pero comenzaron a volver a la vida, al mismo tiempo que la guerra entre el Imperio y Ulfric estaba en su punto más álgido. De los huesos carcomidos por el tiempo, resucitaron los dragones, orgullosos, invencibles, gritando con las Voces que nadie puede soportar escuchar.

Pero yo puedo. No logro entender todavía mucho, pero estoy aprendiendo rápido. Soy la única que puede absorber el alma de estas bestias, ganar conocimiento y poder a través de ellas e impedir que vuelvan a resucitar. Lo gracioso es que todavía no sé quién está detrás de todo esto, pero aparentemente todos esperan que lo averigüe. Claro, donde no tengo nada más que hacer.

Mientras, intento averiguar y aprender lo más posible de este mundo extraño. Soy una ladrona profesional, aunque se me da mucho más matar a la cara que escabullirme sigilosamente. Me deben haber descubierto varias veces y más de una noche la debí pasar en el calabozo. Por otro lado, ¿saben lo frustrante que es encontrar un tesoro de armas y joyas en un lugar y no poder llevarlo todo porque pesa demasiado? Perdí muchas cosas en esa terrible elección.

Por eso, reuní todo mi malhabido dinero —aunque alguno me lo gané con sangre y bastante— para comprarme una casa en Whiterun con todas las de la ley. 5000 monedas de oro, la perla. Es una casa modesta, junto a la casa del herrero, pero que tiene todas las comodidades que podría esperar para alguien como yo, que pasa más tiempo en la punta del Imperio que en su propia ciudad. ¿Te comenté ya que en una ocasión acepté un concurso de beber con un tipo que no había visto en mi vida? Creía que el tipo —que ya estaba borracho como una cuba— no soportaría más de unas cuántas copas. Seré mujer, pero en cada batalla me gasto sus buenas tres o cuatro botellas de vino para recuperar mi energía. Creía que no tenía oportunidad.

¿Adivinas? Me desperté al otro extremo del Imperio —literalmente—, en un templo del cual no recuerdo mucho su nombre ahora mismo, con una sacerdotisa quejándose del desorden que había creado. Ordené y me disculpé lo más posible, incluso dando algo de mi dinero —que permanecía milagrosamente intacto, como el resto de mis pertenencias— para paliar los inconvenientes.

Luego, recorrí media montaña para ir a hablar con un granjero que estaba enojadísimo, porque yo —¡yo!— había secuestrado una cabra suya y se la había vendido a un gigante. No me gustan los gigantes, son difíciles de vencer todavía y me hacer volar por los aires con sus palos gigantes. Además, avanzan rápido. Pero nada que hacerle, si quería recordar lo que había hecho, tenía que recuperar el animal para el granjero. ¿Mencioné ya que los elfos somos rápidos? Corrí como si me persiguiera Morokai —un cabrón duro de matar, pero no te preocupes, lo conseguí— y logré devolverle su cabra. 

Pero eso no fue todo. En mi estado de ebriedad extrema que todavía no logro comprender había preparado mi boda con una bruja asquerosa y horrible, que al verme para recuperar un anillo que robé para nuestra supuesta boda, quiso que consumáramos nuestra relación. Ni aunque Althoir mismo me hubiera amenazado. La machaqué y le quité el anillo. 

Para hacer el cuento corto… debí buscar a mi compañero de copas en una cueva llena de monstruosidades como arañas gigantes, esqueletos móviles, magos enfurecidos, ratas enloquecidas, trampas y más horripilanteces. ¡Y adivinen qué! Mi supuesto compañero humano y estúpido de borrachera no era sino un príncipe sobrenatural, todopoderoso que me había hecho una broma solo porque se había aburrido. Al menos me dio algo en recompensa por los inconvenientes.

En Skyrim nunca hay suficiente paz como para sentar cabeza. Cada maldito viajero con el que me topo necesita algo, busca algo, le han robado algo, quiere matar algo o algo lo persigue. Y allí estoy yo, la buena samaritana, para resolverles todos sus problemas. Los ladrones de Riften me invitaron a su grupo, lo mismo que la Hermandad Oscura y otros tantos grupos que tengo pendientes de visitar. Todos quieren al Dragonborn. Aunque al ritmo con el que voy, la mitad del Imperio querrá mi cabeza. 

Mi camino continúa. He intentado últimamente utilizar mis habilidades en la fragua para mejorar mis armas y mi armadura que haría reírse hasta el más pobre de los herreros de Skyrim, pero aparentemente entre mis muchos dones no está el de crear algo decentemente con metal. Prefiero lo inmediato, la magia que me ha salvado en más de una ocasión y que es una fiel amiga en tiempo de necesidad o los Shout que aprendí de los dragones y que me permite hablar en su idioma y así crear ráfagas de hielo, fuego o viento que lastiman a mis oponentes. Alguna gracia tenía que ser Dragonborn ¿no? Aunque todavía no sé suficientes Palabras de Poder del idioma de los dragones, espero aprenderlas. O no podré enfrentarme a los dragones que cada vez parecen ser más cabrones. 

Mientras, seguiré caminando por Skyrim, recolectando recompensas, haciendo lo que hago mejor: matar y correr. El oro se gana rápido y se gasta igual de rápido. ¡Sí, lo olvidaba! ¡Odio, odio, odio cuanto los idiotas de los pueblos me piden que le recolecte diez de esto o viente de lo otro! Ya es suficientemente malo estar frente a un tipo que podría achicharrarme con solo mirarme, para además tener que preocuparme por si no olvidé mirar la caverna en busca de una flor azul. 

Aún así, no me arrepiento de haber llegado a Skyrim. ¿Quién hubiera creído que esta condenada a muerte iba a ser —si es que sobrevivo— la clave para el futuro de todo el Imperio? Soy Dragonsborn. Mi nombre es Anarai. Espero vivir bastantes años y no terminar como todos los guardias, con una flecha en la rodilla. ¿Quieres algo más? Oh, sí, lo olvidaba, tengo tres palabras para ti, viajero.

“¡Fus Ro Dah!”
Santa Template by María Martínez © 2014