Era muy amable, siempre saludaba

lunes, 2 de febrero de 2015

Asesino sonrió. Se limpió la sangre de las manos y guardó el cuchillo en el bolsillo impermeable de su abrigo. Lo tiraría luego en una de las alcantarillas de la ciudad. La idea no le preocupaba en absoluto. En realidad, pensar en dejar evidencias o en ser capturado era algo que pocas veces le quitaba el sueño. La mayoría de las veces, los pequeños errores que cometía —saludar demasiado a un desconocido, dejar que alguna presa juguetona lo arañara en el cuello u olvidar llevar el abrigo adecuado y luego tener que tirarlo— solo lo frustraban. Imperfección. A Asesino le molestaba mucho cometer esos errores, porque eran errores tontos. Ser capturado in fraganti por algún inteligente miembro de las fuerzas del orden, como si eso fuera posible, tenía su estilo. Pero dejar tontos trozos de sí mismo para que cualquier idiota pudiera sumar dos y dos y capturarlo solo lo hacía enfadar. Era como resolver una complicadísima operación de trigonometría y luego fallar en una suma básica. 

Sin embargo, esta vez todo había resultado perfecto. Los vecinos de su nueva presa no solo no sospechaban nada, sino que lo consideraban un estupendo amigo y colaborador. Había rescatado al gato de la señora Mercedes que se había atascado tras las calderas del edificio. Había ayudado al chico punk del primer piso a recoger sus cosas de la mudanza. Había sido el héroe que logró estabilizar al abogado Vargas, del tercero, cuando se desplomó en las escaleras. Era un buen tipo. Un tipo trabajador, con una polola simpática y guapa y un auto común y corriente. Salía a comprar leche y pan todos los días como uno más y nunca llegaba tarde a su casa. A veces hacía fiestas, pero siempre bajaba la música cuando se lo pedían y jamás tenían que repetírselo. No era un «misterioso ermitaño reservado» ni un «activo pilar de la comunidad», presidente de la junta de vecinos o nada así. Solo era un buen tipo.

Asesino sonrió. La verdad era que tenían razón. Se limpió las gafas con un pañito y revisó alrededor un momento más antes de salir. Todo estaba hecho una porquería. Chorreaba sangre por todas las paredes y el cuerpo, esa masa de carne sanguinolenta y deprimente, estaba tirado en mitad de la habitación con poca ceremonia. Un arranque de rabia, pensarían. Algo personal. Asesino no conocía a ese hombre. Ni siquiera sabía su nombre. Solo sabía que vivía solo y que en ocasiones tomaba el metro, porque se lo había topado dos veces en la estación. La escena era muy roja y casi venía con música de suspenso incluida para el que entrara. Asesino cerró la puerta detrás de sí con una sonrisita y salió del edificio.

La idea de matar a alguien en su propio edificio era tentadora, pero requería de mucha preparación y, por ahora, estaba satisfecho con sus paseos por el barrio. Cuando Asesino salió al vestíbulo de ese edificio, pudo divisar el suyo, alto, moderno y estúpido, un par de cuadras más allá. No demasiado cerca, que fuera tonto y obvio, ni demasiado lejos, donde nadie lo conocía y sería un más tonto y obvio. Todo era preciso. Y, a la vez, francamente arrebatador.

—Buenos días —saludó al conserje con una sonrisa cordial. Sin complicidad. Sin frialdad. La sonrisa de un vecino, que se sabía tan bien.

—Buenos días —respondió el hombre. Era nuevo. Lo habían contratado hace dos días y no conocía a los inquilinos. 

Asesino sintió una satisfacción infantil luego de haber saludado al conserje. Luego cuando lo entrevistaran podría decir que sí, era un tipo raro, que «siempre saludaba» y se podría morir tranquilo. No había por qué menospreciar los clichés. Asesino hurgó en los bolsillos y sacó una cajetilla de cigarrillos. Empezó a caminar hacia el sur mientras daba unas caladas torpes. Se detuvo cuando el teléfono comenzó a vibrar en sus pantalones.

Era su polola, Lorena. Divisó la hora antes de contestarle. Era ya hora de comer. Sin duda, el paseo de ese día ameritaba un rico almuerzo chatarra en el sitio favorito de ambos. Sin embargo, para eso tendría que ajustar algunas cosas en su agenda, porque en la universidad tenía unas horas de clases en la tarde que lo harían correr para no llegar tarde. No iba a ser problema. Solo tendría que apurar un poco el paso. Los chicos podrían esperar un minuto o dos a que llegara. Luego ya tendría la noche libre. Podría acurrucarse junto a Lorena y susurrar tonterías a su oído. Tonterías que, en el fondo, sí sentía y sí quería decir. Tonterías que ella también le diría y que los harían reír. Como dos personas normales. 

—¿Aló? —respondió. 

Sonrió al escuchar la voz cantarina de Lorena y su risa envolvente. Imaginó sus ojos y lo que diría si lo viera. «Tonto enamorado». Tenía razón, pero era mucho más divertido jugar a que era un chico rudo que no disfrutaba escribiendo cartas y desvelándose por ayudarla con un trabajo o sintiendo el aroma de su piel entre las sábanas. La idea le hizo enrojecer las orejas y se rascó la barba de forma distraída. Siguió caminando mientras la escuchaba. Pensó en el infeliz muerto en su departamento. Los colores a su alrededor eran todo primavera. Brillantes. Terribles. Hermosos. Apretó el paso y se apresuró a cruzar la esquina con el resto de los peatones. Luego llamaría a sus padres. Hacía tiempo que no hablaban. Quizás podrían almorzar juntos durante el fin de semana. Tallarines. Con carne y salsa, chorreando, chorreando por su barbilla, chorreando las paredes y todo el lugar con un rojo coagulante, burbujeante, pegajoso.

Asesino acarició el cuchillo dentro del abrigo y fantaseó con la idea de que el verdulero que estaba ordenando frutillas en el mercado lo detuviera y lo desenmascarara en mitad de la calle. O que Lorena cambiara de opinión y lo esperara en la puerta del departamento con un revólver apuntándole a los sesos. Miró el cielo, azul, limpio, ridículo y le dijo a Lorena que se encontraran para almorzar. La escuchó sonreír y casi pudo ver la felicitación en sus ojos. Tendría que pasarse la noche mostrándole las fotos. Niña loca, compañera de tonterías.

Sin lugar a dudas, Asesino era un hombre común y corriente. 

Lo realmente interesante, pensó mientras colgaba el teléfono y se pasaba una mano sin lavar por el pelo, era que nadie más lo sabía.

2 comentarios:

  1. Cómo mola esta historia. Llegué a tu blog a través de la iniciativa de Blogs Colaboradores y definitivamente me quedo en tu blog después de haber leído esto. Wow.

    Un beso ^^

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    1. ¡Muchas gracias por leer y, especialmente, por comentar! ^^ Me alegra que la historia te haya gustado. Personalmente, este es un tema que siempre me ha fascinado ;) ¡Gracias por pasarte!

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