Fantasma: Escríbeme un doce de septiembre

jueves, 12 de septiembre de 2013

«Escríbeme».

Olvidemos por un instante que somos aprendices. Que intentamos escribir. Olvidemos las reglas. La estética. Olvidemos por un segundo los desafíos rotos y las promesas heridas. ¿Recuerdas lo que escribiste esa noche? ¿Recuerdas cómo cada letra era un paso, cada palabra una sonrisa? ¿Recuerdas lo que siguió? No ha pasado tanto tiempo. Después de todo, para nosotros… ¿Qué es un año, sino un número más en el calendario?

Estamos hechos de momentos. De cartas. De promesas. De retos. De complicidades ensoñadas. Y fuiste perfecto mientras existías. ¿Seguiste escribiéndome sin que yo lo supiera? ¿Seguiste mirando los cielos espumados de tus explanadas extranjeras pensando en las tierras salvajes del sur? ¿Seguiste mirando los trazos de tus líneas con tu mirada melancólica y tu voz envolvente?

«Escríbeme».

Un año ya de eso, ¿verdad? Y mares y mares de anécdotas, de emociones, de lágrimas, de retos, de descubrimientos, de cambios, de rutinas se acumulan en el borde de mis dedos, en la silueta de mis ojos… esperándote. Te convertiste en un fantasma en cada uno de mis pasos, observando los ojos de otros con los tuyos reflejándose allí, escondidos en un adjetivo desconocido. Y, sin embargo, todavía no me atrevo a reabrir algunas cartas.

Porque fuiste demasiado perfecto para aceptar que quizás no vuelvas. Todo lo que alguna vez quise. Todo lo que alguna vez pensé que sería. ¿Acaso no fui lo suficiente? ¿Acaso fue demasiado dolor? No, te equivocas si piensas que mis recuerdos se convirtieron en ideales fantasías, porque junto a tu sonrisa, tu ingenio desbordante, tu melancolía romántica, tu desdén burlesco, tu cultura combatiente, tus secretos de bandido, tus tesoros literarios… también fuiste el mentiroso, el temeroso, el desconfiado, el triste, el solitario, el tímido, el decepcionado, el fantasma con demasiadas heridas para acercarse demasiado. 

«Escríbeme».

Podría habértelo ofrecido todo. Pero no tuve ni tengo nada. Tus promesas aun duelen, pero tus huellas permanecen. Tus palabras son eternas. Tu risa es verdadera. Y todo comenzó ―aunque, ¿lo hizo realmente, pequeño fantasma acechador?― aquel doce de septiembre. Ese día conocí lo que era un sorbo de felicidad. Se derramó hasta secarse, pero su sabor permanece en mi boca. Y, como un verdugo con su víctima, solo me das de beber cuando quieres.

¿No te has tardado demasiado? Eso pienso en ocasiones y siento miedo. Miedo por ti. Por mí. Por lo que haya hecho. Miedo porque fui feliz. Miedo porque eres único. Sí, ¿cuántas veces lo dije? Nunca lo creíste, querido incrédulo. Único con tus infaltables defectos y tus incomparables virtudes. No eres un ángel, pero quizás un irresistible demonio revolucionario. Único, porque esa combinación, esa mixtura no la he vuelto a ver. Y, sin embargo, cuántas veces no busqué entre la multitud intentando soñar con que estabas ahí…

«Escríbeme». 

Eres imperfecto, perfectible y perfecto. Herido y sano. Samurái errante en su propio hogar. Escritor con demasiadas letras para ocupar una sola página. Aprendiz con olor a tabaco y sensación a ron. Un muchacho corriente, extraordinario y lejano. Lejano, porque ese doce de septiembre parece que acaba de ocurrir. Solo que esta vez mi sonrisa está empañada de lágrimas. Y mi nostalgia está empapada de la tinta de tu cigarrillo y las cenizas de tu pluma.

Sin embargo, agente multicolor, bipolar asesino heroico, La Agencia continúa trabajando. Lento, con dolores y penurias, con la carga de llevar tu promesa a la sangre de mi vida, pero sin cesar. Porque te enamoraste de una sombra que escribía. Y, aunque algún día, susurres en alguna carta, en algún mensaje tirado al viento que ya el pasado, esa aventura breve, intensa y de días de primavera quedó en tus recuerdos de joven indómito, seguiré escribiendo. Seguiré escribiéndote. Y cada línea, cada personaje y cada título contarán la historia de un fantasma con corazón de gato y fuerza de lobo.

¿Si me arrepiento de algo? No poder ser el bálsamo de tus heridas. No ser la adivina de tus augurios. No ser la cantante de tus versos reprimidos. No poder ser más que yo misma. Lamento que solo podamos ser nosotros mismos, separados en universos diferentes. Nunca creíste que podría deshacerme en gotas de tristeza por ti. Nunca creí que pudieras deshacerte en un poema sonriente por mí. Incrédulos. Por naturaleza. Por aprendizaje. Por historia.

«Escríbeme».

Ahora cerremos los ojos un momento, ¿está bien? Una estación de metro vacía. Una silla ocupada por una silueta. Unas miradas desconocidas que se reconocen sin antes haberse visto. El titubeo. El silencio que se transforma en latidos apresurados, en garganta seca, en preguntas palpitantes. ¿Cómo acabaría esa historia? ¿La chica seguiría su camino? ¿El chico la detendría? ¿El chico se marcharía? ¿Ella lo seguiría? ¿Se quedarían en silencio? ¿Alguien moriría? ¿De miedo, de anhelo, de ilusiones? O quizás se quede solo en utopías… En sonrisas adolescentes en una pantalla en blanco. En ingenuidades de una alma inexperta.

Hay tanto que quiero decir y, sin embargo, las palabras se tropiezan con las memorias y todas caen junto con las promesas y se lastiman en medio de las esperanzas. Quisiera poder llenar mañanas de cuentos sobre la realidad y esperar con el corazón en puño las tuyas. Sufrir, amar y reír como lo que soy. Una chica que ama a un fantasma que vive en el pasado. Y no, no porque seas un recuerdo. ¿Acaso nunca te conté que esta semana cambiamos el horario y ahora estoy una hora en el futuro respecto de ti? Quizás lo susurré en tu oído en mis sueños y no prestaste atención…

«Escríbeme».

¿Cuándo volverás? Encontré una razón en ti para mirar hacia el norte. Para gritar furiosa entre mis letras y entre mis paredes. Para sonreír con los dibujos en blanco y negro. Para suspirar con el silencio y con los dulces susurros de una historia de amor olvidada. Para recordar que incluso el guerrero más fuerte, el escritor más seguro, el poeta más resentido, el vagabundo más indiferente, el jugador más atrevido… también es un chiquillo dulce, temeroso, herido y que pueda llorar tanto como yo con la escena de un durazno en tierras orientales.

Tanto como yo ahora mismo, en medio de la oscuridad de un doce de septiembre.

«Escríbeme». 

¿Lo harías? ¿Una vez más? Vuelve a asomarte. Solo un instante basta para poder volver a probar ese sorbo. Pero tampoco te preocupes. Estás conmigo. Cada vez que escribo. Y cada vez que los detalles del mundo me devuelven tu mirada. Y ahora permíteme, forastero, estar a solas con mis recuerdos. Intentaré responder las implacables preguntas que quedaron envueltas en tus despedidas. Yo te contaré algún día por qué ahora sueño con viajar a Ítaca. Por ahora, seré Penélope y esperaré la llegada de un barco en el horizonte. 

Escribiendo. Quizás mañana tome mi propio barco y persiga al escurridizo e irresistible rey que se perdió un día en los sueños y promesas del mar.

«Escríbeme».

Yo lo seguiré haciendo. Cada día. Queriéndote. Para que nunca puedas olvidarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Santa Template by María Martínez © 2014