Es el niño de la
página doce del diario, el del reportaje tan popular, el de las cifras, el que
se arranca, el que se muere y nadie se entera. Para qué un abrazo, para qué una
sonrisa, si basta una habitación blanca, un arrullo de pastillas.
Es la niña de la
denuncia, una niña con los muslos morados y la mirada rota, que salta el muro
del centro y se pierde en colores falsos hasta olvidarse del "tío" y
sus manos pesadas. La niña de las terapias, la niña del archivador enorme de
horrores callados.
Abajo, arriba. Son
los niños transparentes, en ninguna parte, en todos lados. Solo otro informe,
otro cajón, hasta que son manchas de pintura, cuerpos reventados, adultos de
diez años en carpetas amarillas.
Allá van todos
ellos, chorreando desde los cerros hasta las calles grises, perdiéndose y
perdiéndose y nadie... nadie se vuelve a mirar.
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