Susurro: Sin ella no somos nada...

sábado, 12 de enero de 2013

Se paseó de un lado para otro con las manos sudorosas y la respiración agitada. No estaba solo en casa y todos compartían su desazón, pero nunca de la misma manera. Cada uno fingía estar tranquilo, buscando opciones alternativas a aquellas que le habían sido arrancadas de las manos.

Su hermana leía el libro que había comprado en Navidad y que no había abierto más que unas pocas veces; siempre se excusaba con que no quería que "se acabara tan pronto", pero en realidad no le creía. Su hermano estaba en un rincón del salón, escuchando música y leyendo algunos de sus cómics. Mantenía un ojo sobre él. Si llegaba a ver una sola arruga en el librito rojo de Siento y Miento… Lo tenía autografiado y con un dibujo, además.

Su madre era la única que no sufría demasiado con esa terrible situación y se las ingeniaba para continuar tejiendo. Tenía que entregar algunos trabajos pronto, por lo que de todas maneras aquella interrupción la angustiaba. 

―¿Cuándo creen que volverá? 

―Ten paciencia ―se burló su hermana con una risita sin despegar la vista de su libro―. Tampoco es el fin del mundo.

No le contestó, observándola simplemente con desprecio. Ladeó un poco la cabeza y se derrumbó en la silla más cercana, impaciente y rabioso. Estaba en medio de importantes asuntos, ¿cómo era posible que las cosas sucedieran tan pronto y tan repentinamente? ¿Por qué ella se había ido así? ¡Sin aviso! ¡Sin darle la opción de prepararse! 

Pasaron cuarenta y cinco minutos. Debió irse a tomar una aspirina, porque la tensión ya era mucho más palpable. Ahora su hermana alternaba sus ojos entre las páginas de su libro y la el reloj de pared, atenta a los segundos que pasaban. Su hermano había abandonado las estruendosas carcajadas por un mutismo terco, que solo se consumía por la música que ahora salía de sus audífonos.

―¿Cuánto más durará esto? ―preguntó la chica, cerrando el libro definitivamente y observando al resto de sus hermanos con aprensión. Él no respondió. Se tronó los nudillos y tragó saliva. Pensó en ver algo de televisión para sacarse la ansiedad del cuerpo, pero luego se maldijo a sí mismo por ser tan idiota. 

―¡Ya volvió! ―gritó su mamá desde el segundo piso―. ¡Volvió! 

Todos se abalanzaron a la entrada de la casa para verlo con sus propios ojos. En efecto, allí estaba encendida la única luz de la casa que había sido asignada como guardiana. Todos gritaron y corrieron a sus respectivos rincones. Olvidados quedaron libros, cómics y los tejidos. El chico sonrió. Recogió el libro de su hermana: Una vacante imprevista de J.K Rowling y rodó los ojos. Tomó sus Siento y Miento y los volvió a dejar en su estantería, perfectamente alineados. 

―No somos nada sin luz, ¿eh? ―murmuró su madre con una sonrisa irónica mientras encendía su tablet―. Ni teléfono tenemos sin el router. Si tuviéramos además cocina eléctrica, no podríamos freír ni un huevo.

Él sonrió y asintió con la cabeza. Pensó en acercarse al netbook que con una mínima batería continuaba vivo en su escritorio. Luego miró la estantería de cómics que estaba a su lado, tomó nuevamente el volumen que había sacado su hermano y se sentó a leer. Para disfrutar de una buena tarde y echarse unas risas no era necesario tener luz eléctrica. 

¡Pero tampoco había que exagerar, eh! ¡A lo más una hora!

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