Gotas

miércoles, 22 de agosto de 2012

Sé que no es por la lluvia, aunque muchos podrían pensar que es así. El viento helado y las gotas cayendo furiosas sobre mi cabeza encapuchada no agregan ni quitan nada a lo que se retuerce en mi interior, aunque quizás lo distraigan un poco, pues la mente, racional y alerta, se concentra en las preocupaciones mundanas ―¿Se mojará el portátil? ¿Debería abrir el paraguas?― antes que en las profundas.

No sé ya qué siento con exactitud. Solo un intenso vacío, un frío sobrenatural, una desesperanza terrible que se alza como un monstruo infantil y poderoso sobre mí. Solo escribo, porque necesito hacerlo. No importa qué, no importa cómo se arme, no importa qué estoy diciendo. Solo necesito que el sonido de mis latidos y el desenfreno de mis pensamientos se apaguen. Y sé que así lo harán, al menos hasta la próxima vez.

En días como estos pienso en eso. En lo prohibido, en lo cobarde, en lo censurado, en lo estúpido, en lo desesperado. En el romance de la tragedia y el temblor que provoca. Pienso en qué me hace escribir esto y por qué lo hago. Pienso sobre por qué sigo aquí.

Por supuesto, se me ocurran varias razones, aunque ninguna parece suficiente. Todas parecen débiles y superfluas ante la crueldad y tiranía de su enemigo. Quitarse la vida. Incluso suena artístico y especial, aunque, por supuesto, no tiene nada de eso. Es solo un acto humano incomprensible y evidente. No me devanearé con los adjetivos. No tiene sentido. Solo es.

Sé que las cosas van a cambiar. Sé que lo harán. Sé que mañana será mejor y que nada de esto tendrá sentido. Sé que esto es solo por hoy, aunque aprieto los ojos con fuerza para evitar que las lágrimas se desborden. Sé que es pasajero. Nada es para siempre. Ni siquiera el dolor.

Pero hoy las cosas son tristes. Hoy me siento derrotada y estática, como un títere al que su maestro no lo mueve. Cansada de mí misma, cansada de luchar contra las ideas que azotan mi mente como el mar a la costa. Aunque suene lo más repetido, insulso, tonto, retorcido, infantil, profundo, extraterrestre… siento que no pertenezco a este mundo. Siento que me oculto tras un velo de patéticas mentiras que solo me atrapan en un lazo de púas.

¿Cuántos escritores, artistas y pequeñas sombras han visto la vida como un baile de máscaras? Hay algunas muy bellas, otras grotescas y sombrías; algunas que parecen ser la piel misma de quien la lleva y otras que se abandonan en el camino como recuerdos de una época pasada de capas y espadas. ¿Cómo es la mía? ¿Cómo es la vuestra?

Es fuerte. No es bella, pero sí firme, serena y confiada. De trazos elegantes y algo sombríos en ocasiones. Tranquila, casi indiferente, como una suerte de antifaz fantasmal. Es un yelmo fácilmente destructible, pero diseñado con astucia para que cada grieta que se produzca a lo largo del tiempo no le dé sino lustre y desplante, en lugar de reflejar las heridas y rasguños de la vida.

No sé cuánto más resista esta máscara. Supongo que cuando se rompa finalmente, deberé construir otra. Más fuerte, más firme, más indiferente, más oscura. O quizás el yelmo caiga al piso y el cuerpo se desmorone junto con la falsa máscara. No lo sé. Pero es irónico cómo las comparaciones y la elegancia de las palabras me seduce, tratando de alejarme del vacío absoluto que invade todo mi cuerpo. Es como si algo en mi interior se hubiera encogido de hombros y se hubiera desplomado. «¿Para qué más?» Por eso escribo. Porque es emoción, es dolor puro, es magia viva, sangre ardiente, melancolía suicida. Y este títere abandonado siente que sus nervios gritan por enfrentarse a las palabras. ¡No significan nada! ¡No son más que desvaríos de una mente cansada y cobarde! Son solo palabras, como solo son sueños los que soñamos.

Pero son mías. Las siento, combaten con Lo Vacío y quieren ganar. Sienten que pueden y, aunque no soy más que los despojos de un campo de batalla milenario, también quiero que ellas ganen, así que me levanto, me enfrento a la página, dejo que las lágrimas estropeen mis mejillas y termino con una sonrisa desafiante.

No tiene nada que ver con la lluvia que cae. Hubo muchas personas que me enseñaron el valor oculto de una palabra. Extraño con toda mi alma a uno de ellos y espero que esté combatiendo sus propias batallas y ganando cada una de ellas. Espero que alguna vez recuerdo que no es justo que siendo protagonista, se olvide de los secundarios; espero que esté triunfando, aunque yo sigo jugando y luchando.

Viviré porque así lo quiero. Porque no soy capaz de hacer algo al respecto. Porque escribo. Porque te extraño. Porque los quiero. Porque sueño. ¿Por qué no?

Mientras… tengo mis palabras.

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