Susurro: Modernidades

sábado, 1 de diciembre de 2012

Ángela no era realmente una persona reservada. 

Aunque, por supuesto, muchos no estaban de acuerdo con eso. Y no solo no estaban de acuerdo, sino que estaban convencidos de que era alguna especie de ermitaña o de monja medieval. La mayoría de la gente, no obstante, en realidad no le daba mayor importancia a ese hecho. Pero no faltaban aquellos que parecían notar cuán diferente era Ángela.

Se enteró de que su mejor amiga estaba embarazada por una foto en Facebook, mucho antes incluso de que su propio novio lo hiciera. Se enteró de que su hermano mayor había decidido marcharse de casa por un Tweet. Se enteró de que las matrículas de la universidad iban a subir por un correo electrónico. 

Y, no faltaba menos, se enteraba de cada comida, pensamiento e intimidad de todos sus conocidos con solo un click. A veces sentía unas irrefrenables ganas de simplemente gritarles a todos esos subnormales que a nadie le importaba qué comían, qué pensaban sobre el clima, qué canciones escuchaban o en qué página del libro de Política iban. No obstante, su usual carácter taciturno le impedía hacer algo así. Además, ¿qué conseguiría? 

―Lo que pasa es que no te adaptas a la modernidad ―solía decirle su hermano menor, que, pese a no haber confesado intimidades por Internet, ocasionalmente publicaba cosas como "Me fue hoy bien en el examen" o "Gran tarde con los amigos".

Pero Ángela sí se adaptaba a la modernidad. Utilizaba mejor que muchos todas las herramientas de Internet ―quizás porque pasaba horas usándolas― y sabía perfectamente cómo funcionaba el mundo. Era una chica curiosa, a la que le interesaba conocer, leer, aprender y escuchar, pero a la que nadie había podido convencerle de colocar qué color de blusa llevaba solo por ocio.

Solía escribir bastante, por lo que entendía esa sensación tan humana y ridícula como la de llamar la atención con algo propio. De sentirse querida y respetada. Eso era absolutamente natural. Pasarse media hora modificando la foto de una taza de café, para luego actualizar el estado con un "Estudiando duro! Vamos que se puede!", no entraba dentro de sus categorías de normalidad.

Quizás le faltaba algo de la chispa de la juventud. Quizás era que, pese a tener Facebook ―y checarlo siempre por las notificaciones; nada más hermoso que levantarse, revisar y enterarse de que no hay clases―, Twitter, Tumblr, LiveJournal y un Blog activo, simplemente era diferente. No encajaba, aunque usara lo mismo que todos. No pensaba, sentía ni actuaba igual al resto, aunque pareciera que así era. 

Por supuesto, eso no siempre era bueno, pero su punto no era precisamente aquel. Su punto era: ¿Cómo gente, perfectamente decente, inteligente, amable y divertida, podía llegar a pensar que era interesante para CUALQUIERA el saber que no le agradaban los plátanos orientales? Sin más. "Malditos platanos orientales". Faltó un acento, gracias. ¿Y bien? ¿A quién le importa? Serviría para una conversación casual, no para un estado de Facebook.

―Eres una friki incomprendida. ―Su hermano menor solía tener sus chispas de sabiduría, sin duda alguna. Quizás tuviera razón. Aunque seguía siendo irónico que supiera cómo ser igual que el resto, pero simplemente no actuara como ellos. Muchas veces le era imposible, claro, pero la mayoría del tiempo... Simplemente se sentía estúpida imitándoles. ¿Qué iba a twittear? ¿Lo aburrida u ocupada que estaba? ¿Y eso de qué serviría? Algunas veces tenía ideas "originales" y las posteaba, era cierto, pero eso ocurría menos a menudo que una visita del cometa Haley.

―¿Y qué importa? Déjalos ser felices ―le había dicho una tarde de domingo, su padre. Por alguna razón, siempre elegía los domingos para quejarse de esa clase de comportamientos y su padre siempre era el receptor, mientras se fumaba un cigarro y leía el periódico.

―Es estúpido. ―También siempre respondía casi lo mismo.

―¿Y? También haces cosas estúpidas, ¿verdad?

―Sí, pero...

―Solo que ellos sienten la necesidad de que el resto lo sepa.

Tenía un punto, sin lugar a dudas, aunque seguía sin tener la tan ansiada explicación. Tal vez no hubiera alguna: tal vez así simplemente fueran las cosas, el correr de las eras, el avanzar de las sociedades. En lugar de hacer lo que chicos de otras décadas hacían, pues... ahora se dedicaban a publicar en Internet. Sonaba estúpido y hasta triste, pero ¿quién era ella para juzgar perdedores?

Quizás Ángela solo fuera "reservada", como todos le habían dicho. Eso tendría sentido. Y sería casi consolador, si no fuera que "reservada", no era sino un sinónimo elegante y delicado de "bicho raro".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Santa Template by María Martínez © 2014