Del baúl III

domingo, 8 de enero de 2012

 Déjame


Es curioso, la verdad. Yo sé que realmente no tiene sentido encontrarle significados a los pensamientos que inundan mi mente, pero, a la vez, sé que dicen, sé qué pretenden. Sé cuál es la fuerza de las palabras. Yo quiero domar esa fuerza, hacerla mía y moldearla  a mi gusto, que se una con mi alma y la eleve a donde yo desee llevarla. Pero también siento el dolor de sus golpes, inútil, patético, pero verdadero e inevitable.

Ya van dos veces, ¿no es así? Sí, dos veces en que esas palabras de ese rostro gentil, valioso, pero desconocido, me quitaron el aliento y quisieron hundirse en mi piel. Y no lo entiendo. ¿Acaso no te das cuenta? ¿O lo haces a propósito, con un noble, pero invisible fin? Me encantaría creer que es lo segundo, que sabes lo que dices y sabes cómo ayudarme. Pero sé que no es así, que son solo letras que son soltadas en un suspiro y olvidadas por tus ojos.

Pero yo no olvido. No puedo olvidar. Estoy dotada de una gran memoria que, aunque falla, siempre recuerda esos detalles que la mayoría prefiere dejar a un lado. Las discusiones, las peleas, las lágrimas, el dolor, los errores, el remordimiento: todo, todo sigue aquí, grabado a cincel en mi memoria. ¿Que no te importa? Lo sé. No debería importarme a mí tampoco, pero no puedo. Sólo quiero olvidarlo, quiero dejar de escuchar palabras sensatas, pero que solo me laceran más. Siento que sólo hay una persona que me conoce. ¡Y adivina qué! Esa persona está a kilómetros de distancia, lejano en muchos sentidos, desdibujándose entre la distancia, arañando a su paso todo mi cuerpo.

No quiero escuchar más. Me duele, me hiere y no me fortalece. ¿Que estoy sola? Sí, lo sabes. Deja de verme con esa cara de incredulidad. No me digas que no es cierto. No insistas. No vuelvas a susurrarme que debe haber alguien, quien sea, cualquiera, porque no lo hay. Basta. Basta. Por favor. Prefiero hundirme lo más profundo en las serranías de la negación, del sufrimiento imaginario, del futuro esperanzador, que me sujeta antes que sentir el hielo, la tenaza de la realidad cruel y oscura en mi alma o sentir el sangrado de mis oídos ante la risa burlona de tus burlas.

Es mi vida, tienes razón. Son mis lágrimas las que nunca has visto. Mi dolor el que nunca has sentido. Mis ojos los que nunca has mirado. No lo entiendes. Quizás yo tampoco lo hago. Pero las palabras duelen, las lágrimas caen, mis ojos se cierran y tú no te enteras. Lo olvidas. Sigues tu camino, dejando el mío cubierto de tierra, preguntas y temores. ¿Por qué habrías de saberlo? ¿Por qué habrías de detenerte a pensar realmente en lo que es mi fútil existencia? ¿Cómo puedo culparte, si ni yo misma soporto mi presencia? No puedo, fantasma realista, no puedo. Y quisiera culparte. Quisiera culpar al mundo, al pasado, al origen, a lo que fuera.

Pero sólo soy yo, cobarde sin motivos. Sólo son mis letras las que vibran de rabia con sus significados. Ni siquiera ellas a veces me entregan el consuelo que necesito. Logran retenerme, logran hacerme entender que no tiene sentido continuar temblando de frío en pleno verano. No entiendes mis razones, aunque tú no las llamas así. Y no quiero contártelas, quizás temiendo que no sean suficientes, quizás sabiendo que no tengo por qué sufrir.

Simplemente patético. Tú tienes un buen corazón, una sonrisa sincera, tiendes una mano con franqueza, pero con la verdadera intención de ayudar. No sé dónde estoy. No sé si quiero seguir. No lo sé. De verdad que no lo sé. Y ¿realmente importa? Porque no me verás. No verás lo que hago. No verás si sangro, si mi piel se rasga bajo la cuchilla del pasado, no verás si mi garganta se quiebra en un grito, no sabrás si mis ojos son cruzados por la agonía. Fea palabra, que es muy usada, pero que es cruel al ser sentida.

Déjame sola. Quizás eso sea lo mejor. Destino, resultado, camino, final. Pero tal vez sea lo mejor. No quiero oír más. No quiero leer más. Ja. Seguiré escribiendo. Si no, no hay vida dentro mío. Tal vez no la haya realmente, pero así la invento. ¿Qué más necesito? Sufrir dolores creados, gritar iras imaginadas, espantar fantasmas solo evocados por mi pensamiento. Pero esta soy yo. No pretendas que me entiendes, porque no lo haces. Y no porque yo sea especial, es simplemente... porque no quiero que lo hagas.

Soy demasiado orgullosa, demasiado frágil y demasiado cobarde para permitirte entenderlo.

Para permitirte saber quién soy.

1 comentario:

  1. Me sentí retratada en tus letras al leer esta parte:
    "Siento que sólo hay una persona que me conoce. ¡Y adivina qué! Esa persona está a kilómetros de distancia, lejano en muchos sentidos, desdibujándose entre la distancia, arañando a su paso todo mi cuerpo."
    Siento exactamente lo mismo...

    ResponderEliminar

Santa Template by María Martínez © 2014