Promesa en forma de llave

miércoles, 25 de enero de 2012

No sabía exactamente por qué estaba tan feliz, pero realmente sentía una calidez y un gozo luminosos en su interior. Esperó pacientemente durante unos minutos a que el teléfono sonara, pues sabía que lo haría pronto y tamborileó la mesa con los dedos en un gesto de impaciencia.

Era un día bastante nublado, podía verlo a través de la ventana, y la frescura que surgía desde el exterior era, para la joven, algo simplemente maravilloso. Se recostó un poco en la cama, con la sonrisa infantil en los labios, sintiéndose durante unos segundos plena y un poco avergonzada por su propia alegría. No era gran cosa ¿no era así? ¿Por qué sentía que todo un mundo parecía abrirse ante ella?

—Porque eres una soñadora —se respondió con una risa un poco más resignada. Se incorporó a medias, manteniéndose sentada y comenzó a ordenar perezosamente unos papeles que tenía acumulados sobre la cama, poco dispuesta a hacer más esfuerzos al respecto, pero diciéndose a sí misma que ya lo haría más tarde.

El teléfono sonó en aquel momento y se apresuró a tomarlo, enredándose en los papeles, que crujieron bajo su peso al aplastarlos y a contestar, quizás con torpeza y celeridad. ¿Sería demasiado obvio que estaba emocionada?

—¡Hey! ¡Te tardaste! ¡Esperé años! —exclamó entre risas nerviosas.

—¿De qué hablas? Llamé cuando me dijiste —respondió la voz al otro lado de la línea, que sonaba divertida y fastidiada a un tiempo—. Cinco en punto. Ni un segundo más o menos. —Sonó una suave risa, acompañada de un chasquido—. ¡Ya! ¡Cuéntame! ¿Qué sucedió?

—Las tengo —susurró la chica, en un tono secretista, como si estuviera compartiendo los misterios más profundos de la humanidad—. Al fin. No podía creerlo, en realidad, porque fue inesperado. Digo, ¿quién hubiera creído que alguna vez iba a pasar?

—Tenía que pasar alguna vez ¿no? Ha pasado bastante tiempo. —Eran las palabras incorrectas y pareció darse cuenta, pues el incómodo silencio que siguió fue rápidamente rectificado—: Hey, no te lo tomes así. Pero yo digo que tarde o temprano iba a ocurrir ¡y mejor que haya sido ahora!

—Lo sé, descuida, también lo pensé así. —El tono había adquirido un leve tinte de melancolía, pero rápidamente la chica se sobrepuso, exclamando con algo más de energía—: Bueno, supongo que es un primer paso ¿no lo crees? Tal vez no todo sea tan malo como imagino.

—También lo espero. —Se presentía una sonrisa en aquel tono de voz—. Por cierto, ¿qué llavero usarás? Tienes varios ¿no? Todos regalos. —Ambas rieron al mismo tiempo—. ¿Ya las pusiste?

Por toda respuesta, la muchacha hizo sonar las llaves a través del teléfono repetidamente, como una suave melodía metálica que parecía ser como el descubrimiento de un sueño perdido. Para ella, era como el renacer de una vieja esperanza que, aunque gastada y demacrada, parecía volver a asomarse tímidamente en su memoria. Eran un objeto cotidiano, que todos tenían en sus bolsillos, que seguramente muchos maldecían, que jugaba a esconderse cada vez que podía, causando las iras de sus amos, que se enredaban en los lugares más inverosímiles, que se caían en sitios inaccesibles y que traía innumerables decepciones y largas esperas en la vida de muchos. Pero, para aquella chica, era una promesa. Una promesa que tal vez no terminaría de cumplirse. Pero que valía le pena acoger.

La voz al otro lado de la línea rió.

—Me alegra que ya las tengas seguras, espero no se te pierdan.

—Eso espero también.

Hubo unos instantes de silencio, en donde las palabras sobraban. Un silencio quieto y sereno, sin incomodidades ni ansiedad, en que el reconocimiento acudió a la mente de la joven como una ola acariciando la orilla. Frunció el ceño un segundo, un poco nerviosa.

—¿Quién eres? —preguntó, sujetando el auricular con un poco más de fuerza, como si temiera que pudiera resbalarse—. Lamento esto, pero es que…

Nuevamente, la voz al otro lado rió suavemente, sin malicia o burla, sino de forma comprensiva y casi enternecida por lo que había escuchado. Suponía que la pregunta tarde o temprano emergería y realmente se había sorprendido que se hubiera tardado tanto en realizarla. Imaginó que la emoción —tibia, como todas las que sentía— que había poseído a la chica, había sido suficiente para hacerla olvidar.

—Eso es algo que tú debes decidir ¿no? —Ella se mordió un labio, sintiéndose un poco culpable por lo ocurrido, pero sin encontrar, extrañamente, las palabras para explicarse o para encontrarle algo de lógica a todo eso—. No es gran cosa. Me alegra haber vivido en uno de tus momentos de algo más de alegría. Supongo que muchos no han tenido el lujo.

—No fue mi intención utilizarte —se excusó ella, con un tono algo más contrito—. ¿Cuál es tu nombre?

—Soy tu compañera de alegrías por este día, solo por esta ocasión. A no ser que elijas otra cosa, por supuesto. —Se oyó su respiración continua a través de la línea. Estaba serena, calmada—. Creo que debo irme. ¿Me llamarás otra vez?

—Eso espero. —Sonrió, apoyándose en la cama, intentando imaginar el rostro de quien hubiera sido su interlocutora—. Aunque si, estúpidamente, decido solo hacerlo para los momentos de “felicidad”… quizás tengas que esperar un tiempo.

Negó con la cabeza, un poco culpándose porque aquello hubiera vuelto a suceder. Creaba a aquellas sombras durante solo un instante y luego desaparecían en una barrera insalvable, un mero signo, diminuto e insignificante, que ponía fin a sus vidas hasta que la secuencia volviera a empezar. Ninguno se había rebelado todavía. ¿Sería acaso posible, en realidad? Lo pensaría en otro momento.

—Te agradezco que me hayas creado para este momento. ¡Disfruta tu promesa! Y espero me llames otra vez. —Rió un poco con diversión—. Tal vez puedas darme más señales de cómo soy, ya sabes. Quizás podamos hablar más. Hasta luego.

—Hasta luego.

La comunicación se cortó, al mismo tiempo que ella suspiraba y sonreía, observando el flamante juego de llaves que reposaba en su cama. Colgó el auricular e hizo sonar el metal nuevamente, como si con eso pudiera asegurarse de que la realidad continuaba intacta. Le dedicó una última mirada al teléfono, para luego dejarlo en su lugar y acabar con aquella odisea. Pero se prometió para una próxima oportunidad el volver a darle una llamada.

Solo esperaba toparse con muchas más razones para hacerlo.

Como aquella promesa en forma de llave.

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