No deja de ser triste

viernes, 25 de mayo de 2012

***

―Te extrañé mucho ―dijo la niña, abrazando brevemente al ángel. Se veía majestuoso en el cielo, con sus alas desplegadas en todo su esplendor. Ella adoraba acariciar sus plumas suaves y mullidas mientras él reía por lo bajo al sentir las cosquillas.

―También te extrañé, pequeña ―dijo él con una mirada algo triste en su rostro. Ella la detectó de inmediato y sin más rodeos le exigió explicaciones. ¿Se encontraba bien? ¿Por qué no la había visitado? ¿Acaso había hecho algo malo?

Él le explicó pacientemente que no se trataba de ella; había tenido que resolver algunos asuntos Allá Arriba y no había podido venir antes. Se sentía algo apesadumbrado y cansado por las tareas que tenía, pero esperaba que se aliviaran pronto. Era simplemente un período de bastante trabajo.

―Nada que no pueda manejar ―aseguró él, aunque se notaba cierta vacilación en la voz―. ¿Qué has hecho tú?

La niña ignoró la pregunta directa y, sentándose en el borde de la cama, miró directamente hacia los ojos oscuros de su ángel.

―¿Hay algo más que no me has dicho? ―Él no notó la mirada suplicante en su propia mirada infantil y el ligero temblor de su manos al preguntar―. ¿Quieres contarme algo?

―Es solo que a veces me siento desganado. ―Le sonrió con sinceridad―. Pero verte me ha hecho sonreír, pequeña. ―Le tomó una de sus manos y la apretó con fraternidad―. Dudo entiendas mucho, pero si quieres puedo contarte algunas cosas…

El ángel comenzó a contarle de sus tareas Allá Arriba, muchas de las cuales ya conocía, pues se las había contado con anterioridad. A medida que el ser alado continuaba hablando, ella sonreía con oculta pesadumbre y sincera alegría ―ambas emociones luchaban en su interior por el dominio y no era un combate demasiado fácil. Se rió cuando él rió y le apretó la mano cuando lo veía decaer. No obstante, él parecía aliviado a medida que las palabras fluían y que la niña inocente frente a ella acompañaba con su emociones transparentes y genuinas lo protegían.

Finalmente, el ángel dejó de hablar y mirando hacia el cielo, colocó una expresión de asombro.

―¡Ya es muy tarde! Solo venía a saludarte en esta ocasión, pero como ya sabes, tengo asuntos que atender. ―Ella asintió con la cabeza y corrió a abrazarlo nuevamente, ante lo cual el rió por lo bajo, francamente contento y revolvió un polo su cabello―. Gracias por estar aquí. Suena extraño, pero esta vez creo que tú has sido mi ángel. Mañana estaré aquí y hablaremos más ¿de acuerdo? Palabra de ángel. ―Se llevó una mano a su corazón.

Ella brincó en la cama nuevamente y con una mano saludó la figura de su amigo alado mientras se disolvía en un haz de luz. Dos pares de gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas un segundo después de que el ángel se hubo marchado. ¿Por qué siempre ganaba la tristeza, finalmente? ¿Por qué alegría era tan débil? Debería entrenarla más, no era posible que perdiera cada batalla.

La niña se acurrucó en su cama y apagó la luz de su habitación, mientras se tapaba con sus cobijas. Había esperado ansiosamente la llegada del ángel, porque una angustia persistente y difícil de roer había aquejado sus días y aquella noche había sido especialmente dura. Había esperado que las palabras sabias y las plumas suaves del ángel calmaran su corazón frágil y trajeran paz y esperanza a sus pensamientos. Pero el ángel, en aquella ocasión, había necesitado de su pequeña ayuda para despejar su mente atribulada de pensamientos y la niña no había podido contarle sus penas. Quizás no eran tan grandes después de todo ¿no? Podría con ellas. Pero de todas maneras la decepción no la abandonó.

Y, en realidad, no deja de ser triste que nuestro ángel, el único ser que podría entender nuestra tristeza y llevar ilusión donde solo hay desesperanza, a veces se marche ―feliz e ignorante― sin que distinga más que la mano con la que despedimos su estela en la oscuridad.

Tendremos que aprender a vivir sin un ángel. Tendremos que dejar de ser niños.

No deja de ser triste.

Hora de dormir.

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