Susurro: Lo que somos

lunes, 26 de noviembre de 2012

—¿Y entonces...?

—Solo nunca tuve la oportunidad... ni las ganas —susurró Alejandra con la vista baja y una sonrisa sarcástica. Era la expresión que siempre usaba cuando algo le avergonzaba o le dolía, pero quería quitarle importancia a un asunto. Y eso Elías lo sabía muy bien. —¿Por qué la curiosidad? 

El joven se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa tranquila. 

—Solo me pareció curioso, ya sabes. No es muy común que una persona... Ya sabes.

—No haya tenido...

—Sí, eso.

—Lo sé. —El amargor fluía de sus labios libremente, pese a los esfuerzos que realizaba. 

—Hey, no quiero hacerte sentir mal ni mucho menos. No es como si fuera algo malo. Cada uno es como es. Cada uno decide qué quiere hacer. —Se apresuraba a tratar de remediar la situación de vulnerabilidad que había creado en ella, pero no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo—. No es gran cosa tampoco.

Ella asintió quedamente con la cabeza y le volvió a sonreír. Fríamente. Con indiferencia. Con esa estoicidad que la caracterizaba y que, en ocasiones, irritaba a muchísimas personas. Elías hizo una mueca, pero no dijo nada más. Ambos continuaron estudiando en silencio, aunque era evidente que ninguno de los dos lograba prestar real atención a lo que leían.

Alejandra sentía crecer el odio en su interior por permitir que un tema tan natural como aquel, que quizás podría ser motivo de risa y de un buen rato entre amigos íntimos, le afectara tan negativamente. Sentía crecer su odio contra sí misma y también contra la familia que, irónica y dolorosamente, también amaba más que cualquier otra cosa, pero era también fuente de su angustia.

Elías parpadeó varias veces y se removió en su asiento, nervioso e incómodo, incapaz de eliminar la misteriosa tensión que se había generado entre ambos. Se recriminó el haber sacado el tema y estuvo el siguiente cuarto de hora ensayando disculpas en su mente, sin mucho resultado. 

—Oye, Ale, yo...

—No quiero hablar del tema, Elio —dijo ella con serenidad, pero sin mirarlo a los ojos—. De veras, no es gran cosa. Además, hay mucho que estudiar.
—Esta vez le dedicó otra de sus sonrisas elocuentes—. Y nos rajarán si perdemos el tiempo. 

—Vale, pero igual sabes que...

—Sí, lo sé. No hay problema.

Pero, por supuesto, lo había. Siempre lo había. Fuera él o fuera otro o no fuera nadie, los mismos pensamientos de degradación y desaliento se apoderaban de ella cada vez que bajaba la guardia. Elías no tenía por qué perder el tiempo con algo que era prácticamente una rutina para ella. De hecho, nadie tenía por qué molestarse en intentar comprenderlo ni en intentar consolarla. Esas tareas le correspondían nada más que a ella misma.

"Solo es sexo, ¿verdad?", pensó antes de cerrar los ojos un momento y soltar un suspiro cansado. Sacudió un poco la cabeza y volvió a concentrarse en sus apuntes, procurando arrancarse todos esos pensamientos. Ya habría tiempo para la autocompasión inútil cuando estuviera sola en casa, sin nadie a quien pedirle una palabra de consuelo.

—Estás bien como eres, ¿vale? 

Ella se rió un momento. Una risa herida, pero también agradecida y nerviosa de las palabras del chico, que, invariablemente, se torturaría durante toda la semana y se disculparía hasta que ella amenazara con golpearlo si volvía a hacerlo.

—Supongo. Y tú también, ¿eh? Ya, cursi, ¿te aprendiste el artículo 258? 

—¿Estás loca? ¡Es gigantesco!

—¿Y si te lo preguntan?

—¡Pues me invento algo! Si igual sé lo que dice, solo no palabra por palabra...

—Estás jodido.

Ambos se rieron de buena gana. Un segundo después ella sintió que Elías le aferraba la mano y asintió con la cabeza, con los ojos cerrados. La apretó un poco, mientras agradecía que la biblioteca a esa hora de la mañana estuviera tan vacía. Luego, se permitió llorar.

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