Susurro: No hay guerra eterna ni paz duradera

lunes, 19 de noviembre de 2012

El ejército comienza a cantar sones de guerra mientras avanzan por los campos quemados. No hay nada más reconfortante en la mente de un hombre condenado a morir que la canción profunda arrancada de la garganta de alguien que comparte su misma suerte. Siempre se habla de honor y gloria en la batalla, pero lo cierto es que esa canción es la única parte que eleva a esos guerreros más allá de sus propios cuerpos temblorosos y sedientos de sangre, temerosos de morir.
―¡Por el bien de nuestra tierra! ―grita uno de ellos, enfervorecido y pareciera que todo el mundo hiciera eco mientras las lanzas y los pies chocan contra el suelo en un son que espanta a las aves.
Un niño sale de su rústica casa para ver al ejército cruzar su hogar con una sonrisa orgullosa. En cada uno de esos hombres ve a su padre, a su hermano y a su gente que perdió en la guerra. Los saluda con rigidez y casi suelta un grito de alegría cuando uno de ellos, emocionado por la lealtad del muchacho, le devuelve el saludo.
Descrito por los poetas como una forma de alcanzar un puesto junto a los dioses, nunca nadie habla sobre el horror, el miedo y las canciones que se alzan entre las armas para apartar el simple e injusto hecho de que ni siquiera el más bravo guerrero quiere morir.

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