Imposible

domingo, 23 de septiembre de 2012

Sabía que ella estaba detrás de la puerta. Simplemente lo sabía. Quizás podía adivinar su sombra proyectándose en el suelo o podía escuchar su respiración acompasada y el crujido de las tablas bajo su peso o tal vez simplemente podía notar sus ojos fulminándolo tras la madera de la puerta, diciéndole que no tenía escapatoria.

Pero en realidad, sí la tenía. Podía correr hacia la salida, bajar las escaleras y pedir a gritos ayuda en la calle. Quizás incluso llamar a la policía, ya que sus piernas y su estado físico eran muchísimo mejores que las de ella. Pero un extraño presentimiento, un pensamiento, un impulso inexplicable lo obligaba a avanzar inexorablemente hacia su propia habitación.

¿Sería un hacha? ¿Una pistola? ¿O su sola presencia la que terminaría con su vida? Mientras avanzaba, analizó su propia indiferencia y su miedo enterrado ante su inminente muerte y casi sonrió. Era como si todos los eventos de su existencia lo hubieran guiado a ese momento: a caminar tranquilamente hasta su cuarto, donde lo esperaba su vaso de vino y su libro favorito para morir.

―Lo siento ―creyó oír, pero no podría haberlo asegurado. Ni siquiera escuchó realmente su voz. Cayó al suelo y sintió la sangre salpicarse por el tapiz que ―lástima― acababa de cambiar hacía tan solo tres días. Se sorprendió al pensar, en los últimos instantes de vida que le quedaban, en la ingrata tarea de quien tuviera que limpiar, otra vez, ese cuarto en donde había muerto.

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