Explorando

jueves, 27 de septiembre de 2012

Me encontraba en medio de una selva, donde la luz del sol, que debería brillar en lo alto, se perdía absolutamente entre el follaje de los árboles milenarios. No sabía dónde me encontraba y por un segundo sentí que el corazón se detenía en mi cuerpo al escuchar los ruidos de la naturaleza salvaje y virgen a mi alrededor, avanzando, rugiendo, acechando, rodeando y cercando…

Lentamente comencé a avanzar, a tientas en un comienzo, atenta a cada nuevo sonido, sabiendo que si me quedaba en ese lugar demasiado tiempo, luego no sería capaz de encontrar la salida. Los crujidos de las ramas que pisaba solo me hacían estremecerme y a cada segundo creía detectar de reojo algún par de ojos animales observándome desde la distancia.

Avanzaba y avanzaba, alejándome desde mi punto de inicio, dando vueltas y buscando una salida. De pronto, la silueta de un árbol algo retorcido se plantó frente a mí y sonreí: ¡Era mi oportunidad! Era lo suficientemente grueso como para permitirme subir a él y lo suficientemente extraño como para servirme de camino para cruzar gran parte de aquella penumbra natural. Al principio, me subí a él con dificultad y con muchas precauciones, para luego correr sobre su tronco viejo y firme, sin apenas sentir el roce de las hojas sobre mi rostro mientras lo hacía.

Me trepé a unas lianas y comencé a balancearme con rapidez a través de la espesura, cada vez más segura de mí misma. Ya no temía a las fieras salvajes que podría estar acechando, a la oscuridad, el desconcierto, el no saber dónde estaba… Ahora me movía por ese terreno inhóspito como si estuviera recorriendo mi propia casa.

En un claro, me detuve de pronto, algo insegura. No llevaba nada encima y solo tenía como precarias armas mis propias manos desnudas que de nada servirían en caso de un ataque. No podía confiarme demasiado, especialmente cuando sentía que estaba a tan solo pasos de salir de aquella selva. Un paso en falso y podría quedar atrapada entre toda aquella naturaleza y oscuridad.

Un paso.

Y otro.

Podía sentir mi propia respiración haciendo eco entre el silencio y mis ojos adaptarse a esa nueva luz. Sentí un aroma algo más fresco, menos especiado y penetrante, de hojas, agua y tierra. Incluso podía sentir un dejo de brisa, pero podía ser solo una ilusión. Cuando todo su cuerpo estuvo en aquel pequeño claro, donde los rayos del sol tocaban el suelo con suavidad, supo que había alcanzado la libertad.

―Muy bien, señorita, tiene un 6.5 en la evaluación. Felicitaciones.

Salí de la selva. Triunfante.

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