Presagio

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Chillaba como un cerdo a punto de ser degollado. No estaba del todo seguro, pero T. creía que los niños no deberían ser capaces de alcanzar notas tan altas en el espectro de sonido. Gruñó cuando él trató de morderlo ―una técnica bastante predecible―, pero se contuvo de intentar tomar represalias contra él. Después de todo, un rehén moribundo tampoco era del todo útil para sus planes. El muchacho era atractivo y, a todas luces, perfecto para lo que se pretendían: Ojos verdes, cabello liso, piel blanca, espíritu de lucha.

―No grites tanto, chaval. Creerán que intento matarte ―bromeó con un tono siniestro que hizo temblar al pequeño, que, durante unos instantes, se quedó quieto en sus brazos―. Andando. ―El chico comenzó nuevamente a llorar, pero muy suavemente, por lo que rápidamente entró en la furgoneta negra que tenía estacionada en el callejón y le dedicó una mirada.

―Eres como mi hijo ―murmuró T.

El muchacho nunca supo que eso significaba el único motivo por la cual debería estremecerse y comenzar, seriamente, a temer por su propia vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Santa Template by María Martínez © 2014