Neverland

sábado, 6 de octubre de 2012

El niño se acercó al borde del balcón y observó la estrella que brillaba en el cielo nocturno. Una mirada algo inquieta y triste se formaba en su rostro. Le explicó al pequeño punto de luz todo lo que sentía, los problemas en el colegio, lo solo que estaba entre sus compañeros, los juguetes que había roto, los enfados que a veces tenían sus padres y que no lograba comprender.

Lentamente, las lágrimas fluyeron por su rostro y, aunque las enjuagó con rapidez, el rastro que quedó en sus mejillas no pasó desapercibido. Un momento después, el muchacho se despidió de la estrella y se marchó a dormir. En los sueños, se sentía seguro y confiado, aunque el peligro acechara y la oscuridad amenazara con invadirlo todo.

La estrella había visto las lágrimas del muchacho y sintió ganas también de llorar junto a él. Pero no podía bajar a consolarlo. No podía tomar su hombro y darle palabras de ánimo. Solo hizo lo único que podía hacer: brilló con toda la fuerza de la que era capaz, intentando borrar toda la oscuridad del firmamento.

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