Ellos y yo

lunes, 18 de febrero de 2013

―A veces, desearía ser como todo el resto…

¿No es acaso un pensamiento común? ¿Qué persona en todo el mundo no habrá deseado ni una sola vez ser otra o tener la vida de otra? ¿Realmente existirá alguien que durante toda su vida se haya sentido pleno, libre y feliz con quien era? Je. Quizás los haya, ¿no? En algún rincón del mundo, alguien que nació sonriendo y morirá con una sonrisa. 

Pero yo no soy uno de ellos. Hay momentos en que simplemente el tiempo se detiene y miro a mi alrededor como si fuera la primera vez que veo lo que me rodea. Los aparatos, la ropa, las paredes, los cacharros amontonados, las cortinas amarillas, las camas, Gala lavándose una pata con gesto displicente, la familia alrededor, pululando… Trago saliva y busco una distracción, pero nunca dura demasiado.

―Todo sería más fácil si pudiera odiarlos… ¡Odiarlos a todos!

¿Verdad que lo sería? Pero es imposible, es una ilusión absurda. Conozco cómo funciona mi mente. Quizás no he sufrido lo suficiente: hace falta más dolor para que la oscuridad se extienda por todo el camino. Tal vez solo me falta fuerza para hacerlo. Valor. Qué tonta palabra, ¿no? «Valor» 

De pronto, un hastío vital se apodera de mí. Ni siquiera quiero saber lo que siento o expresarlo. Ni siquiera tengo un mensaje. De repente, todo es simplemente absurdo. Todo es silencio y el dolor se acumula en mis ojos. Es como una náusea elemental que irradia desde mi interior, cómo una resignación esencial a todo. Es simplemente dejarse mecer por la vida… Sin oponer ninguna resistencia.

―¿Por qué soy lo que soy?

Preguntas tontas con respuestas aún más absurdas. No tiene sentido. No tiene sentido preguntarlo cuando todo es tan obvio. ¡Es repetir lo mismo de siempre! ¡Es escribir una y otra vez las preguntas hasta que me convenza con sangre y lágrimas de que la respuesta existe! ¡Existe y no quiero aceptarla!

La misma palabra se asoma en mis labios. La misma de siempre. La que nunca ha dejado de existir. Cobarde. ¿Cuántas veces habré escrito esa palabra? ¿Cuántas veces me la habrán escupido a la cara desde la felicidad de la ignorancia, desde el descaro de la confianza, desde la comodidad de ser otros? Cómo se atreven todos a mirarme. Cómo se atreven todos a fingir comprender lo que soy.

Ustedes son ustedes. Jamás serán yo. Jamás van a acercarse a mí. No lo permitiré. No los quiero tampoco. Los querría si fuera diferente, si todo fuera diferente. Los querría si yo fuera como ustedes, si pudiera mirarlos a los ojos sin sentir que el mundo se rompe en trocitos de papel. Pero descuiden: no les haré daño ni les quitaré el saludo. No puedo odiarles, ¿recuerdan? No puedo odiar a ninguno, incluso a los más dolorosos. Porque en realidad, sí odio. A mí. Pero a nadie más. Las cosas seguirán su curso y estas palabras serán testimonio de absolutamente nada: todo seguirá igual y jamás se darán cuenta de quien soy o, mejor dicho, de quien no soy.

―Ojalá se dieran cuenta…

Je. ¿Para qué? ¿Para que esas miradas de respeto curioso y de distancia formal se transformen en ríos de lástima y conmiseración? ¿Para que gasten saliva y tinta en palabras vacías como estas? No quiero nada de ustedes. No ahora. No ahora. No ahora. Ya es demasiado tarde. Ya he aprendido cómo vivir sin ustedes, gente normal, gente de mundo, gente viva, gente libre.

Después de todo, no es su culpa. Ustedes jamás podrían adivinarlo, ¿verdad? Jamás podrían averiguar la verdad. Jamás se enterarán de que vamos disfrazados  y que los mejores disfraces son los que tapan las lágrimas. Vamos, volteen. Sigan. Caminen. Aléjense. Olviden estas palabras que jamás leyeron. Continúen su camino.

Yo seguiré el mío con el nudo en la garganta y la mirada en un cielo, que es el mismo que el tuyo. Es tuyo, porque jamás podrá ser mío, aunque lo arañe con los dedos. Es tuyo y no quisiera que fuera de otra forma. Pero no eres tú ahora el que me mira con desprecio. Son ellos. Ellos están allí y ellos están ausentes. Ellos importan. Ellos no importan. Ellos son los culpables y los inocentes. Ellos… todos aquellos que viven y aman a mi alrededor… Los perdono. Los perdono por dejarme aquí. No hay nada que perdonar. No los odio.

Solo odio a una persona. Y comparte mi nombre, mi rostro y las palabras que ahora salen, absurdas, estúpidas, rebeldes y tímidas de mis dedos… como intentando recordarme que no soy indestructible. Que jamás lo seré.

―Buenas noches.

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