Susurro: Lentitud

viernes, 22 de febrero de 2013

«Dame una razón», dijo él esa vez. «Dame una razón por la que no debería marcharme y dejarte aquí». No supe responder entonces, así que él se fue. Era de una lógica tan simple, tan pura y perfecta, que me fue imposible guardarle rencor. Era casi como si todas las emociones en mi interior se hubieran sentado en torno a una silla y hubieran asentido con la cabeza, diciendo: "Claro, él tiene razón. No hay motivo para contradecirle".

Las tardes frías solían ser nuestras favoritas, por lo que, lógicamente, ahora apenas puedo soportarlas sin comenzar a recorrer la casa y gritarle a las paredes. Increíblemente, ahora disfruto las mañanas tibias en el jardín y las noches sin luna. Ninguna me recuerda su rostro y sus palabras calmadas. Probablemente, él también las disfrute ahora. 

―Dos y dos son cuatro ―susurré por lo bajo con una sonrisita―. Uno y uno son dos. Tú y yo no somos nada.

Y sonaba simple, puro, perfecto. No nevaba, pero nadie en aquella soledad blanca me contradijo. Y no pude evitar sonreír al darme cuenta de que acababa de encontrar una razón para que no se marchara.

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