Susurro: ¿Quién va a sospechar?

sábado, 9 de febrero de 2013

En la oscuridad, los oye reír. A todos, a una distancia no mayor de tres pasos. Chocan copas, comparten anécdotas. Y ríen. Y ríen. Y ríen.  Si alguien volteara a verlo, verían que él también sonríe, pero de una forma muy diferente. A muchos, la sutileza quizás les pase completamente desapercibida, pero sabe que unos pocos sabrán qué significa. O lo sospecharán.

Y serán los primeros en excusarse para poner mayor distancia en medio de ambos. No logra mimetizarse del todo con el grupo, pero tampoco desea hacerlo. Quiere pasar lo suficientemente desapercibido para ingresar al círculo, pero también quiere hacer notar que no es parte de él. 

La única razón por la que alguien se acerca a otro es para conseguir un favor ―le había dicho su hermano mayor mientras limpiaba sus instrumentos―. Acércate para parecer uno más, pero deja claro que no lo eres. Habrá quienes lo noten. Ve tras ellos, son los más divertidos.

En esa ocasión se trata de una mujer. No era poco común ―es más, durante días se había repetido el patrón―, pero esa es la primera vez que es tan joven. No debe tener más de dieciséis años y se pregunta en qué estarían pensando sus padres al permitirle estar en un antro como ese. «Tendrán el resto de sus vidas para intentar recordarlo», se dice con satisfacción.

La sigue al baño con discreción e incluso se disculpa por toparle el hombro. Una disculpa sincera, genuina, que inspira confianza y que le hace bajar la guardia. El error de todas y todos: el error de la apariencia y la clase. ¿Quién se resiste a un hombre joven educado, atractivo y a todas luces, inofensivo? Incluso los tipos más duros se detienen, asombrados por su “buena onda”.

―Perdona ―dice ella en respuesta a su disculpa y se mete en el baño en un pestañeo. Espera afuera el tiempo suficiente para que todas las miradas se difuminen. La música aumenta sul volumen y sabe que es la señal que necesita. Camina de forma desgarbada hasta el interior del baño que estaba lleno de chicas y que, lejos de escandalizarse por su presencia, empiezan a mirarse entre ellas de manera cómplice, preguntándose quién es la afortunada de la noche.

Distingue sus zapatos verdes en uno de los cubículos. Abre la puerta sin demasiada dificultad, sonríe y disfruta de los gritos durante exactamente cuatro segundos para luego salir de la escena a paso rápido y con una sonrisa más acentuada. Se arrima la mochila y se dirige hacia la salida con su trofeo semanal. 
 
―Esta vez he ganado, hermano ―se dice a sí mismo, admirando los zapatos verdes que ahora estaban manchados de sangre―. Un minuto y medio es un record, incluso tú tendrás que admitirlo. ―Se ríe por lo bajo y mete los zapatos en la mochila. Nadie lo ha visto. Cuando alguna de las chicas intente describirlo, se atragantarán en lágrimas y en recuerdos confusos de alcohol y música. Cuando interroguen al guardia de seguridad sobre cualquier posible sospechoso, recordará aquel viejo del abrigo sucio antes que al chico normal y corriente de la mochila igual a todas las mochilas  y con una cara igual a todas las caras. 

Quizás tiene que innovar. Su círculo comienza a ser algo aburrido y las cosas tan rápidas empiezan a perder su emoción ante la lentitud de todos. Quizás a la próxima puede intentarlo en una fiesta privada en lugar de una discoteca. Una fiesta privada con más espacio y tiempo para disfrutar de los gritos. Podría abrir una cuenta de Twitter y empezar a narrar sus mejores noches. Seguramente tendría muchos seguidores. 

Después de todo, ¿quién realmente creería que estaba diciendo la verdad? ¿Ese chico lindo, tranquilo, divertido, de sonrisa fácil y de lentes caros? ¿Un criminal? ¿Un enfermo? ¡Jamás! 

«Je je je.»

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