Susurro: Gracias, cariño

martes, 26 de febrero de 2013

―¿Y a qué viene tanta pompa? ―preguntó ella con una sonrisa juguetona al ver que el desastrado muchacho que tenía en frente, sonreía con nervios y se ruborizaba al señalar la escena―. ¿Hay alguna ocasión especial?

―No… o sea,  sí. Digo… Quise hacer algo y pues… Si no lo quieres, pues te jodes ―dijo cruzándose de brazos y desviando la mirada.

Ella respondió con una sonrisa y lo atrapó en un beso que duró apenas un suspiro. La contradicción entre la ropa del galán ―unos jeans gastados, polera sucia, pelo desordenado, cigarro en la boca― y la decoración que tenía ante sus ojos era demasiada para asimilarla de una sola vez.

Pétalos de rosas rojas estaban en todo el suelo y un aroma primaveral en pleno otoño se podía sentir en todo el ambiente. No había más luces que unas velas escuálidas en los cuatro rincones de la habitación que iluminaban las dos copas de champaña y las fresas con chocolate derretido que estaban en el centro de la mesa. Por supuesto, un mantel cubría la madera vieja y defectuosa, aunque creyó ver una mancha de kétchup sobre él. 

Ella se mordió el labio y sintió que podría amarlo el resto de su vida si era necesario. Aquello era precioso y era la demostración de que, pese a todas sus pataletas, él era un romántico empedernido. Se había superado con creces y se había esforzado por imitar una de las veladas más clásicas para estar en pareja.  Era simplemente perfecto, pero… ¿cómo le diría que odiaba el chocolate? «Definitivamente no puedo decírselo ahora», pensó con decisión. No iba a arruinar la velada con un disgusto tan primitivo y desconsiderado.

Al despertar de la intoxicación en el hospital con el rostro de su novio acongojado y tembloroso en la silla de al lado, se dio cuenta de que quizás ser considerada con un chico tan despistado como aquel ―la clase de chicos que no ven la fecha de caducidad de las fresas―, podía ser un poco peligroso.

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