Susurro: Prejuicios

martes, 26 de febrero de 2013

La vida de un escorpión no era cosa fácil. En primer lugar, pocos realmente veían su belleza física y, tanto bestias como humanos, reaccionaban con pavor cuando alguno de ellos asomaba sus narices azabaches en cajones o rincones. Eran muy pocos los privilegiados que iban más allá del cascarón negro, frío y amenazador que avanzaba hacia ellos lentamente.

En segundo lugar, ninguno podía negar que eran una amenaza potencial. El aguijón que tenían en la cola podía ser letal para algunas criaturas, doloroso para otras y una molestia a tener en cuenta para todas ellas. Eso solo alimentaba el mito negro ―je― en torno a ellos, marginándolos al mundo del horror, el asco y el peligro.

¿Qué se habían imaginado, además, esos humanos al pretender entender su naturaleza? Los escorpiones eran mostrados como traicioneros, malvados, traperos y eran solo superados por otra mártir de la naturaleza, la incomprendida serpiente. ¿Qué humano no conocía la historia pérfida de la rana y el escorpión cruzando el río? ¡Vaya propaganda humanista! ¡Vaya sucias mentiras!

Los escorpiones eran criaturas como cualquier otra, tan salvajes, mansos o peligrosos como muchas otras bestias que esos monos erguidos aceptaban como “buenas”. ¡Como si un animal pudiera ser bueno o malo! Vaya tontería. Era momento de cambiar todo ese paradigma de una buena vez. Pero antes… quizás asomarse por un cajón o aparecer en medio de una mesa podía ser una buena broma. 

Después de todo, los gritos nunca pasaban de moda, ¿verdad?

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